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Thursday, September 15, 2011

La camisa es Manhattan, el resto es selva


A mis 15 años, me paseaba yo por la calle Obispo, guajirito orgulloso, con Manhattan sobre el corazón. No la isla, por supuesto, sino una de aquellas camisas de poliéster caluroso que hacían su verano en la Cuba internacionalista y supuestamente no alineada del otoño de 1979. Mi Manhattan sintética me la había traído una tía abuela de West Palm Beach. Tenía un tigre precioso (la camisa, no mi tía) en la parte frontal izquierda y el resto era selva... No lo digo por citar a Guillén el bueno y hacerme Jorge el fino: de veras el resto de la camisa era una monserga amazónica de lianas y flores tropicales que ponían muy en duda la supuesta fiereza de mi tigre zurdo).

Siempre asumí que ese nombre camisero, 'Manhattan', era un pujo cubano similar a los tacones Hollywood* y las ventanas Miami. Anoche, cuando pasaba canales frente al televisor, me detuve en el canal de los Yankees, YES, por unos instantes. Ponían uno de esos documentales sobre "la época dorada del béisbol" y Mickey Mantle se acercaba al cajón de bateo. Supuse que iba a dar un jonrón —¿cuántas veces usted ha visto a Mickey Mantle poncharse en el canal de los Yankees?—, y me detuve a verlo. Por supuesto, Mickey hizo un swing monstruoso, mostró el número 7 en esa espalda de mulo, y después la cámara siguió la bola a lo profundo del left-center. Y allí, en la cerca que en su día Babe Ruth cuidaba, vi el anuncio: Manhattan Shirts. Sí, señor, yes, en YES lo vi.


Camisa Manhattan del presidente
Harry Truman (1951)
Fui a la computadora y me enteré enseguida: hubo una compañía que se llamó Manhattan Shirts, camisas Manjata, asere, como se diría en la calle Obispo. Y resulta que Harry Truman tenía una de 1951, como pueden ver en su colección de camisas deportivas, que se parecía a la mía. El hombre que usó los frutos del Proyecto Manhattan usaba también camisas Manhattan. Sería una obsesión de guajiro de Barton County con la isla de los rascacielos. ¿Vendería las Manhattan también en su camisería de Missouri? Quién sabe.  La de Harry, en todo caso, no tenía tigre: era verde que te quiero verde y pare usted de contar. El tigre que le sopló dos bombas atómicas a los tíos de Mishima era vegetariano cuando se trataba del estampado de las camisas.

Bueno, pero el asunto es que la marca de camisas Manhattan, contrariamente a mis peores sospechas, no fue inventada en Marianao. Y es que el maldito Internet cada vez le deja menos espacio a nuestro orgullo invencionero cubiche. No es de extrañar entonces que haya tanto patriota empeñado en darle largas al cable ese que promete dejar entrar tantos datos incómodos en La Habana.

Ahora que lo pienso, en La Habana de los noventa se le decía "bacteria" a cierto tipo de camisas que las tías del Norte traían a los descamisados sobrinos de la Isla. ¿Habrá existido también alguna vez una "Bacteria Shirt"? Ahora mismo comienzo a poner en YouTube, uno por uno, los 536 jontones de Mickey Mantle, a ver si descubro algún anuncio revelador en la cerca del jardín derecho del Yankee Stadium.

*En la zapatería de mi pueblo, a principios de los años ochenta, había un letrero inolvidable, escrito a mano y con betún negro sobre un pedazo de cartón, que rezaba: "Se ponen tacone Holibo". 


Saturday, September 10, 2011

Pablo Milanés: Cada paso se da porque se siente


Pablo Milanés. Concierto en el United Palace, New York, 9 de septiembre de 2011. Foto: Tersites Domilo
Lobby del teatro. Foto: Tersites Domilo 
El United Palace Theater de Broadway y la 175 fue la última de las cinco catedrales del cine construidas por la compañía Loew's en New York entre 1929 y 1930. Ese retablo de los milagros con capacidad para 3,300 espectadores muestra un estilo que el reportero del New York Times David W. Dunlap llamó alguna vez "bizantino-romanesco-hindú-chino-morisco-persa-ecléctico-rococó", pero que
en cubano es más fácil resumir como "rococó de Hialeah".



Foto: Tersites Domilo
Washington Heights, el barrio donde se encuentra, es el recodo de Manhattan donde fueron a dar tantos miles de cubanos en los sesenta, que al barrio comenzaron a llamarlo el Escambray. Los cubiches fueron más tarde desplazados por los dominicanos. Esa conquista quisqueyana de "nuestro" territorio dio como resultado que hoy usted se pueda encontrar allí, en la esquina del teatro, un restaurante que se llama Mambí, pero donde se come asopao, mangú y sancocho en lugar de vaca frita, congrí y tostones.

El United Palace fue convertido en iglesia en los años sesenta y hoy, por uno de esos misterios de la fe, funge como iglesia y teatro de variedades al mismo tiempo.
Y esta noche, a la hora del cañonazo, que era la hora del concierto, el teatro estaba vacío. "Todos los asientos están vendidos, pero los dominicanos no llegan nunca a tiempo", nos explicó una amable pareja que estaba sentada a nuestro lado. Aunque conozco el concepto fluido que los nietos de Máximo Gómez tienen del tiempo, no les creí. Sin embargo, a las 9:35 el teatro estaba repleto. Fue entonces que salió Pablo, con paso tímido, hasta sentarse en una silla en medio del escenario.

En las dos horas siguientes, Pablo Milanés demostró —o nos recordó—, una vez más, varias cosas que todos deberíamos saber y recordar: que él ha compuesto un par de docenas de las mejores canciones jamás escritas por un cubano, que no hay ninguna manera de exagerar la belleza de esa voz que le tocó en suerte, y que su talento de showman le bastaría para embrujar a cualquier multitud incluso si fuera incapaz de componer y cantar.


 
A Pablo los años le han arruinado las piernas, pero le han perdonado la voz y el alma, al contrario de lo que le pasa a tanta gente. Sólo en un par de canciones de la primera mitad, como en "Soledad", la voz pareció traicionar a su dueño por momentos. Pero una vez que entró en "los clásicos" —"El tiempo, el implacable, el que pasó", "Yolanda", "Para vivir", "El breve espacio en que no estás"— su voz resonó como si el tiempo no fuera para nada "impacable". Para el cierre del concierto, cuando cantó "Yo no te pido", Pablo Milanés sonaba como aquel chico con voz de ángel que alguna vez cantó "Hoy la vi" con el Grupo de Experimentación Sonora.

Todo cantor, al final, es un demiurgo menor, un practicante de una magia simple pero difusa, que se recibe sin mérito y se pierde sin culpa. Pablo Milanés, a los sesenta y ocho años, está en plena posesión de su magia. Debería dar gracias por eso, deberíamos todos dar gracias.

Foto: Tersites Domilo



Foto: Tersites Domilo


Foto: Tersites Domilo