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Tuesday, April 23, 2013

Regalo de cumpleaños para Lenin: ahórquenme cien kulaks

Hay ternuras a las que resulta imposible resistirse. El artículo de Granma sobre el cumpleaños de Lenin ayer, por ejemplo, es una de ellas. La jaculatoria granmense se titula "Vladimir Ilich Lenin: Guía para todos los pueblos" y contiene una interesante cita de Fidel Castro sobre el momificado Vladimir: "Nadie, como él, fue capaz de interpretar esa teoría y llevarla adelante hasta sus últimas consecuencias.

Pensando en esa disposición de "
llevarla adelante hasta sus últimas consecuencias" recordé una carta del querido Valdimir Ilich que leí hace unos años y que se me quedó tatuada en la memoria. Traduzco aquí la versión de la carta en inglés que publicara Richard Pipes en su imprescindible libro The Unknown Lenin: From the Secret Archive. (Los subrayados de la carta son de Lenin.)


11 de agosto de 1918 
A Penza 
A los camaradas Kuraev, Bosh, Minkin y otros comunistas de Penza
¡Camaradas! La revuelta de los kulaks en cinco distritos debe ser reprimida sin piedad. Los intereses de toda la revolución exigen hacerlo, pues ahora "la última batalla decisiva" contra los kulaks se está llevando a cabo en todas partes. Y uno tiene que dar el ejemplo.
1. Ahorquen (ahórquenlos sin falta, para que el pueblo lo vea) no menos de cien kulaks, ricachones y sanguijuelas.
2. Publiquen sus nombres.
3. Quítenles todo el grano.
4. Elijan a las personas que van a usar como rehenes, como indiqué en mi telegrama de ayer.
Háganlo todo de forma tal que en cien verstás a la redonda, el pueblo vea, tiemble, lo sepa y grite: están estrangulando y van a estrangular hasta la muerte a esas sanguijuelas de los kulaks. 
Informen recibo del telegrama y su implementación.
Atentamente,
Lenin
PD: Búsquense unos cuantos tipos bien duros.

"Ahórquenme cien kulaks", ordena Lenin como quien pide un café con leche. Sí, sin dudas Vladimir Ilich —cuyo cumpleaños celebramos ayer—, estuvo siempre dispuesto a llevar la teoría "hasta sus últimas consecuencias". Sin embargo, esa frase de "nadie como él" suena un poco exagerada. Aunque Vladimir asesinaba con fruición y eficiencia, el comunismo ha contado con otros entusiastas del genocidio como método de control de población. Héroes del proletariado como Mao, Stalin o Pol Pot también ganaron sus medallas olímpicas en ese deporte que consiste en llevar la teoría "hasta sus últimas consecuencias".   

Pero en Lenin se combinaban con especial gracia y originalidad la afición a asesinar gente incómoda, la creatividad para construir campos de concentración en la zona polar y una nada proletaria pasión por coleccionar autos Rolls Royce —como alguna vez comenté en este blog. A lo mejor es ese collage de hobbies contradictorios lo que hace de él un "guía para todos los pueblos". Al fin y al cabo, como bien dijera Vladimir Ilich, "uno tiene que dar el ejemplo".

Wednesday, April 25, 2012

Lenin, Dios & rock 'n roll

Este domingo, 22 de abril, en el 142 aniversario del nacimiento de Lenin, tuvo lugar en Moscú la manifestación más concurrida de la "Era Putin". Se dice que participaron 65,000 personas. Sin embargo, esa multitud no se reunió a celebrar el cumpleaños del inventor de la pesadilla del proletariado. (Su momia sigue siendo pasto de las polillas en ese mausoleo con diseño de caja de chocolates que le hicieron sus secuaces en la Plaza Roja, pero el buen señor, tan aficionado en vida a construir campos de concentración y a coleccionar Rolls Royces, ya no despierta las pasiones de antes, ni a favor ni en contra.)
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Su Santidad Cirilo I, Patriarca de Moscú, junto a otros dignatarios de la Iglesia Ortodoxa, en la manifestación en Moscú el 22 de abril de 2012

La manifestación no fue convocada por ningún comunista nostálgico, sino por Su Santidad Cirilo I, Santísimo Patriarca de Moscú y de Todas las Rusias, el líder de la Iglesia Ortodoxa Rusa. El Santísimo Patriarca había organizado una jornada de oración nacional por la Iglesia Ortodoxa porque —afirmó— "estamos siendo atacados por nuestros perseguidores". ¿Quiénes eras esos perseguidores a los que se refería el Patriarca y cuál había sido el ataque?

El 21 de febrero pasado, las chicas que forman el grupo de punk-rock Pussy Riot* realizaron una protesta blasfema en la Catedral de Cristo el Redentor de Moscú. En medio de una misa, comenzaron a bailar y cantar
 una canción titulada "Plegaria Punk". Lo hicieron —afirman ellas— como protesta por la creciente colaboración de la Iglesia Ortodoxa Rusa con el régimen de Vladimir Putin, a quien critican en la canción. Las muchachas fueron detenidas, continúan en prisión y, según reportes de prensa, podrían ser condenadas a siete años de cárcel por vandalismo.



Me parece necesario recordar un par de detalles. La Catedral de Cristo el Redentor fue construida en el siglo XIX para celebrar la retirada de Napoleón acosado por el frío y los cosacos. Es un monumento a la supervivencia de Rusia como nación y de Moscú como "la tercera Roma". El 5 de diciembre de 1931, por órdenes de Stalin, la catedral fue dinamitada. Tomó un año limpiar los escombros de lo que antes fuera un edificio espectacular, inspirado en la Hagia Sofía de Constantinopla. Stalin planificaba construir en su lugar 
Palacio de los Sóviets, un sueño idiota de su egolatría que la ineptitud connatural al comunismo le impidió realizar. Finalmente, su cómplice y sucesor, Nikita Khrushchev, hizo una piscina en el lugar. (Nikita no sabía nadar, dato que Mao usaría en su momento para humillarlo, pero esa es otra historia.) Tras la caída del comunismo, los rusos reconstruyeron piedra a piedra su catedral. El nuevo templo fue consagrado el 19 de agosto de 2000, Fiesta de la Transfiguración y noveno aniversario del golpe de estado contra Gorbachev, que llevó a la disolución de la Unión Soviética.

Foto: REUTERS/Sergei Karpukhindd
Desde joven supe la historia de la Catedral de Cristo el Redentor. Recuerdo la felicidad que sentí el día que leí en The New York Times que los rusos la estaban reconstruyendo. Todas las profanaciones me son repugnantes, especialmente si se trata de un templo que parece una metáfora de los embates del mal y el triunfo de la esperanza en el siglo XX.

Ahora bien, cabría preguntarse, ¿es ese acto irreverente y ofensivo de las Pussy Riot la profanación original o es en cambio una reacción contra otras profanaciones no menos malignas, aunque menos estridentes
? ¿Es ese acto lo que hace peligrar el alma de la Iglesia Ortodoxa hoy? ¿En bien de quién redunda la alianza del Patriarca Cirilo I con el régimen de Putin que ellas denuncian?

¿De veras cree Su Santidad Cirilo I que la Iglesia Ortodoxa está "bajo el ataque de sus perseguidores" por lo que hicieron las Pussy Riot? ¿Y cuándo —se preguntaría cualquiera—, habrá adquirido ese celo para denunciar a sus perseguidores Su Santidad? Porque en tiempos del comunismo —esa orgía de profanaciones y persecuciones que duró 74 años—, el Patriarca fue de los que optó por la prudencia y el silencio. De hecho, en 
1971, fue nombrado representante del Patriarcado de Moscú ante el Consejo Mundial de Iglesias, un cargo que en la era Brezhnev requería gozar de la camaderil confianza del KGB.

De la historia reciente de la Iglesia Ortodoxa Rusa se pueden sacar muchas lecciones perversas. La primera es que los que ayer no se atrevieron a reclamar la libertad propia hoy tiene el derecho de limitar la ajena. La segunda es que una iglesia que se plegó ayer al poder totalitario que la perseguía, se puede aliar al poder autoritario que la corteja hoy para recibir prebendas y no tener que tolerar a los que considere incómodos, desde blasfemas chicas punk y adversarios políticos, hasta sacerdotes católicos y ministros protestantes. Y muchos podrían llegar a la conclusión de que si los comunistas de ayer —los que profanaron, robaron y destruyeron miles de iglesias y causaron millones de muertes—, son los que siguen en el poder hasta ahora y los que reparten los privilegios, ¿qué sentido hubiese tenido oponérseles antes? Es como si la mancha de la infamia se pudiera borrar de la foto con Photoshop como el reloj Breguet de $30,000 que Cirilo I usa en su muñeca. Pero el Patriarca sabe por experiencia propia que siempre queda algún rastro —y todos deberíamos saberlo también.  

*Dejo el nombre del grupo en inglés por dos razones: en primer lugar, porque así es como aparece en la versión rusa de Wikipedia; y en segundo lugar, porque no creo que mis escasas dotes de traductor me permitan traducir "Pussy Riot" al castellano haciendo justicia a su esplendor poético.     
 

Tuesday, December 20, 2011

Vaclav Havel y Kim Jong Il: Dos maestros del teatro del absurdo

Vaclav Havel, detenido en 1979
Hay un momento clave en la obra El memorándum (1965), de Vaclav Havel, en que Ballas, el personaje encargado de implementar el uso de un nuevo lenguaje llamado ptydepe, reconoce el fracaso del proyecto y les dice a sus subordinados que se ha decidio suspender el disparatado experimento lingüístico. Los subordinados, que en la versión en inglés de la obra se llaman Stroll, Savant y Helena, le responden a coro:
Lo sentimos, pero no podemos conformarnos con una explicación tan sucinta. Hemos dedicado toda nuestra la vida a luchar por algo que era un disparate, y queremos saber quién es responsable de esto, y quién se aprovechó de nosotros. Tenemos derecho a saber quién nos engañó.

Ese es un excelente resumen de esa extraña experiencia que llamaron "la construcción del socialismo". Vaclav Havel se dio cuenta pronto de que el comunismo, como el lenguaje ptydepe, era un disparate perverso. En sus obras de teatro del absurdo dibujó el sinsentido de la vida bajo el régimen instaurado en su patria por los tanques rusos. 

Cuando el líder comunista checo Alexander Dubček comenzó a hablar del "socialismo con rostro humano" en la Praga de 1968, Havel dijo públicamente que el comunismo jamás podría tener un rosotro humano, que el sistema estaba podrido desde la raíz. Lo repetiría veinte años después cuando Gorbachov intentó hacer lo mismo en la URSS. Por decir esa verdad esencial, pero sobre todo por decirla tan eficazmente con sus obras de teatro y sus ensayos, Havel tuvo que pagar con la marginación y la cárcel, con el escarnio público y la difamación.


El otro maestro del teatro del absurdo que hemos perdido esta semana era un poco más ambicioso. Kim Jong Il fue durante 17 años el director de una gigantesca puesta en escena con 24 millones de actores. A algunos de esos mimos los hemos visto ayer, en la escena final de la obra, chillando y gimiendo por la muerte de su "director artístico".



Kim Il Sung y Kim Jong Il al óleo
Kim Jong Il era un personaje ridículo e impresentable: Un enano que usaba tacones para verse más alto y se gastaba un peinado, una panza y unas gafas que le daban el aspecto de un actor secundario de alguna película pornográfica hecha en Hong Kong. Pero este payaso era además un psicópata asesino que mantenía un sistema de campos de concentración donde se estima que hay más de 200 000 presos. Este bufón fue el responsable directo de la muerte por hambre de alrededor de dos millones de sus compatriotas, hecho en no poca medida provocado por su obsesión de tener armas nucleares. El régimen comunista que ayudó a prolongar exhibe un nivel de maldad y de locura que son difíciles de imaginar para quien no haya tenido la desgracia de vivirlo.

Vaclav Havel y Kim Jong Il, cada uno a su modo, nos mostraron la perversidad esencial del comunismo. 
Podríamos decir, parafraseando a Joyce, que para Havel el comunismo fue "una pesadilla de la que deseaba despertar". Este hombre, talentoso y limpio, intentó terminar la pesadilla con poco más que su palabra y su dignidad. Para asombro de muchos, terminó por lograrlo. Tras la caída del comunismo checo se convirtió en presidente de su patria y tuvo el gusto de negociar con Gorbachov la retirada de las tropas invasoras rusas. En los primeros días de su presidencia, se cuenta, recorría el Palacio Real de Praga montado en una patineta, como si quisiera, con ese acto infantil, limpiar aquellos salones de la inmundicia moral del régimen que acababan de derrocar los checos. 

Por su parte, Kim Jong Il dedicó su vida a prolongar la pesadilla de la que Havel quería despertar. Sus armas no fueron ni la palabra ni la dignidad. (Casi nunca habló en público, y sería difícil imaginar un tipo más indigno o ridículo.) Se valió de la represión, la cárcel, el asesinato, la tortura, el terrorismo y la hambruna para prolongar el absurdo. La muerte, al acercarlos, hace aún más evidente el contraste entre la hombría de bien del Havel y el enanismo moral del Kim.  


[En La Habana, por cierto, donde la noticia de la muerte de Havel se redujo a diez líneas en la última página del Granma, los gobernantes han decretado tres días de duelo oficial por la muerte de Kim Jong Il. Los pobres, a estas alturas del partido y tener que cargar con ese muerto...]

Saturday, September 25, 2010

Juicios literarios, ¿prejuicios políticos?

Por una de esas coincidencias, la semana pasada vinieron a caer en mis manos dos novelas breves: Partos mentales o los alemanes se extinguen (Alfaguara, 1983), de Günter Grass, y La ignorancia (Tusquets, 2000), de Milan Kundera. Las dos hablan de viajes, regresos, amores y política. Y las dos contienen una horrible falacia. En ambas, sus respectivos autores tratan de convencer al lector de que nada tuvieron que ver con el horror que les tocó en suerte y que describen. En ambos casos, después se llegó a saber que mentían. Veamos...
En la página 26 de Partos mentales, el personaje protagónico, un alter ego de Grass, que comparte con él su año de nacimiento, afirma:
No quiero juzgar. Un dudoso golpe de fortuna, el año de mi nacimiento, 1927, me prohíbe las palabras justicieras. Yo era demasiado joven para ser examinado ahora seriamente. Sin embargo, algo se me pegó: con trece años participé en el concurso de narración de la revista literaria de las Juventudes Hitlerianas Hilf mit. Yo ya escribía entonces y estaba loco por conseguir reconocimiento. Pero al parecer me equivoqué enviando entonces un texto fragmentario y melodramático sobre los cachubos, tuve la fortuna de no obtener el premio de las Juventudes Hitlerianas ni de Hilf mit.
Estoy, pues a salvo. Nada me compromete. No hay hechos comprobables. Sin embargo, mi imaginación, que no deja de asediarme, los crea.
Muy bien. Todo parece indicar que el único compromiso de Grass con el nazismo fue una desafortunada composición literaria escolar. Y parece decir también que, siendo un tipo generoso, aunque se halla libre de toda culpa, no quiere juzgar a los culpables. Perfecto.
En la página 68 —¡qué año para un checo!— de La ignoracia, el alter ego de Kundera se sienta a la mesa, de regreso en Praga, con su hermano y su cuñada, después de 20 años de ausencia. Esta es la escena:
Los decenios planeaban por encima de los platos, y su cuñada, de repente, se volvió contra él: "Tú también tuviste tus años fanáticos. ¡Qué cosas decías de Iglesia! ¡Te teníamos todos mucho miedo!".
El comentario le sorprendió. "¿Miedo de mí?" Su cuñada insistía. Él la miró: en su rostro, que hace unos instantes le había parecido irreconocible, asomaban rasgos de antaño.
Decir que habían tenido miedo de él efectivamente carecía de sentido, ya que el recuerdo de la cuñada no podía referirse más que a sus últimos años de bachillerato, cuando tenía entre dieciséis y diecinueve años. Es muy probable que entonces se hubiera burlado de los creyentes, pero aquellos comentarios no tenían nada en común con el ateísmo militante del régimen e iban destinados tan sólo a su familia, que nunca fallaba un domingo a misa, lo cual despertaba en Josef su instinto de provocación.
¿Se dan cuenta? Esta mujer debe estar loca. ¿Quién tendría miedo del Kundera de 19 años? Como Grass, él era demasiado joven entonces para ser culpable de nada. ¡Por Dios! El 12 de agosto de 2006, 61 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, Günter Grass reveló en una entrevista que había sido miembros de las Waffen-SS. Sí, sesenta y un años después, este señor, que se ha pasado la vida denunciando a exnazis camuflados, decidió revelar que había sido miembro de las Waffen-SS. 

Hay dos detalles que hacen esta revelación particularmente enternecedora. El primero es que su confesión tiene todas las trazas de haber sido una táctica para aupar las ventas de su autobiografía, Pelando la cebolla. Puestos a ver, Grass escribió una gran novela y varias decenas de libros mediocres: no es extraño que haga cualquier cosa por aumentar las ventas de uno de sus tomos menores. El segundo es que, en la susodicha autobiografía, cuando Grass hace su gran revelación y narra sus experiencias como prisionero de guerra, dice algo muy interesante. Cuenta el exmiembro de las Waffen-SS que cuando vio a un soldado americano blanco llamar 'n----r' a un soldado negro, tuvo su primera experiencia directa de racismo. 

Conmovedor. El tipo había vivido en Alemania los doce años del nazismo, había presenciado la Kristallnacht, la expulsión de los judíos de las universidades, del ejército, de la vida pública del país, de la vida... Había presenciado todo el proceso que culminó con el exterminio de seis millones de judíos en los campos de concentración de la ideología que el apoyaba. Y sin embargo, su primera experiencia de racismo fue escuchar a un blanco americano llamar 'n----r' a su compañero de armas. 

Günter Grass fue nazi de joven, y simpatizante del comunismo el resto de su vida. (En Ein Weites Feld hizo una pregunta retórica sobre el régimen comunista de la RDA que vale su peso en oro: "¿Por qué decir que es un régimen injusto?"). No es de extrañar entonces que pudiera vivir los doce años del nazismo en Alemania sin darse cuenta de que hubiese ningún indicio de racismo a su alrededor. Grass es propietario de una admirable ceguera voluntaria. Me dio mucha gracia lo que dice la nota biográfica de Grass que aparece en la solapa del libro. ¿Preparados? A ver: "Grass refleja toda la sabiduría humana de un escritor espléndidamente maduro. Hombre político y siempre comprometido con cualquier causa justa, Grass ha sido objeto de muchos ataques. Lo que nadie discute es su talla de escritor." 

Por supuesto, Gras ha estado "siempre comprometido con cualquier causa justa", y entre ellas las principales han sido las causas de Adolf Hitler y Iosif Stalin. Me imagino que nadie discute que El tambor de hojalata es una novela maravillosa —al menos yo no lo discuto—, pero el resto de su obra está cercana a la hojarasca, y no me refiero a la novela de García Márquez, sino a la hojarasca sin más. Por ejemplo, Partos mentales es una novelita pretenciosa y aburrida que no logré leer hasta el final. 

En octubre de 2008, la revista checa Respekt publicó un ensayo en el que se mostraban pruebas de que Kundera, cuando tenía 21 años, había denunciado al piloto anticomunista Miroslav Dvořáček a la policía. En el juicio que siguió a la delación, a Dvořáček le pidieron la pena de muerte. Por suerte para él, "sólo" fue condenado a 22 años de cárcel, expropiación de todos sus bienes, una multa de 10,000 coronas y privación de los derechos civiles. Pasó 14 años en la cárcel. (Sus razones tenía la cuñada para temer a Milan, ¿no?) 

Kundera niega que haya sido el delator. Las pruebas parecen indicar lo contrario. Pienso que el caso de Kundera es mucho más grave —mucho más repugnante— que el de Grass. Siempre será más fácil entender que un adolescente criado en el nazismo de ofreciera como voluntario a los 15 años para entrar al ejército, que que un tipo de veintiún años, crecido en libertad, denunciara a alguien a la policía de un régimen comunista. 

La diferencia se hace más abismal si consideramos que Grass, aunque tardíamente, reveló él mismo sus actos, mientras que Kundera nunca los confesó y los sigue negando. 

¿Por qué, entonces, me es más fácil perdonar a Kundera que a Grass? No creo que pueda juzgar a ninguno de los dos. No viví en el nazismo —como Grass— ni fui comunista —como Kundera. No sé qué hubiese sido capaz de hacer en cualquiera de las dos situaciones. Pero hay dos detalles que inclinan mis simpatías hacia Kundera. 

En primer lugar, Kundera fue partidario del totalitarismo sólo una vez. Grass, de una forma u otra, lo ha sido toda su vida. Y en segundo lugar, Kundera escribe mejor. La ignoracia es una novela sobrecogedora en su lucidez, mientras que Partos mentales es un bodrio insoportable. Lo mismo que digo de estas dos novelas lo pienso de la obra toda de cada uno de ellos, con la excepción de El tambor de hojalata. ¿Será entonces mi juicio literario o serán mis prejuicios políticos los que me acercan a Kundera y me alejan de Grass? 

La primera escena de El tambor de hojalata tiene lugar en el sitio del verdadero inicio de la Segunra Guerra Mundial: el ataque alemán al edificio de correos polaco de Danzig o Gdansk —esa ciudad donde comenzamos la carnicería en el 39 y acabamos con el comunismo en 1989. Cuento entre mis dichas haber estado en ese lugar. En el sitio mismo donde estuvo ese malhadado edificio del correo, se levanta ahora un inmenso letrero que reza en polaco "¡Nunca más la guerra!" Ojalá que nunca más un escritor, un ser humano, se vea atrapado en las ratoneras que les deparó el destino a Günter Grass y a Milan Kundera. Parafraseando —contradiciendo— a Eliseo Diego, digo: "que Dios los juzgue, yo no puedo".

Friday, March 27, 2009

Spoon River Anthology: La vida de los otros


Por pura pereza imaginativa decidí ayer matar los diez minutos que quedaban para el tren de las cinco en la Borders de Penn Station (“And lead us not into Penn Station”, como diría David Foster Wallace antes de caer en una tentación peor). Me fui a la sección de poesía buscando a Yeats pero me encontré a Edgar Lee Masters, en la edición de John E. Hallwas, vivo en el cementerio de su Spoon River Anthology, cuyos poemas, traducidos (¿o transmigrados?) al español me citaba incesantemente mi amigo José Mederos Sigler hace más de veinte años. Ese grano de nostalgia y quince dólares pusieron en mi mochila todas las habladoras tumbas de Lee Masters.

Como acabo de cancelar mi suscripción al New York Times (tough times) y los últimos ejemplares llegarán este fin de semana, comencé mi entrenamiento en la lectura de noticias remotas hojeando a la deriva mi Spoon River en el tren.

Al llegar a casa encontré en el buzón La vida de los otros, cortesía de Netflix. Después de la cena, me senté con MD a ver esa película “que hizo nuestras delicias el verano pasado”, ¿o sería el anterior?

El libro y la película, que el azar dispuso en la misma tarde, se asoman a dos estancias del mismo misterio: la curiosidad humana por la vida ajena. Esa afición atávica, como tantas cosas, puede servir de ungüento y de veneno. Los espléndidos versos de Edgar Lee Master son una suerte de redención del cotilleo. Ese mismo cotilleo que la Stasi podía convertir en una sustancia infernal.

De ese mejunje diabólico estuvo hecho el socialismo que, con involuntario sarcasmo, algunos llamaron real. Esa fue la esencia del sistema. Los que propusieron la disolución de la privacidad (el derecho a nuestros pequeños secretos, sean estos vergonzantes o no) en nombre de la solidaridad, en realidad no eran otra cosa que una banda de fisgones sádicos que convirtieron la invasión del espacio personal y la destrucción del alma en una vocación y un deporte. Esa, y ninguna otra, fue la esencia de cada uno de los regímenes totalitarios que en el mundo fueron. Lo demás fue propaganda, de una parte, e ingenuidad (si es que la ingenuidad puede ser cómplice y elegida) de la otra.

Al final de la película, el ingenuo —otra vez la ingenuidad— dramaturgo Georg Dreyman le dice al ex ministro Hempf: “¿Cómo es posible que gente como ustedes gobernaran un país?” Lo cual es una manera generosa de hacer la pregunta que a muchos nos toca: “¿Cómo fui capaz de obedecer a gente como tú?”

Ya en la cama, tras la película, leí el poema “Ollie McGee” de Edgar Lee Masters. Desde la tumba, la mujer abusada termina el relato de su horror doméstico con estos versos:

The face of what I was, the face of what he made me!
These are driving him to the place where I lie.
In death, therefore, I am avenged.

Ese anatema, sin embargo, supone en el hacedor del agravio un remanente de ética que lo condena. No creo que podamos esperar semejante destino —o semejante justicia— en el caso de los “ingenieros de alma” que implementaron ese error antropológico que fue el comunismo.