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Thursday, December 1, 2011

El hombre más fuerte del mundo

Tres días después de Svetlana Alilúyeva, la hija traidora del padrecito Stalin, moría en Munich este 25 de noviembre una leyenda soviética: Vasily Alekséyev. (Ya lo sé: últimamente, este blog parece la página de notas necrológicas de un periódico municipal boliviano.)

En septiembre de 1973 se celebró en La Habana el XLVII Campeonato Mundial de Halterofilia. La estrella del campeonato, por supuesto, fue Vasily Alekséyev, campeón mundial y olímpico de levantamiento de pesas en la división superpesada. Alekséyev era un gordo ruso —parecía más gordo que ruso, por eso pongo el adjetivo delante del gentilicio— con pinta de bodeguero de Samarkanda o mafioso de alguna república del Cáucaso. Usaba unas patillas setenteras que ahora dan ganas de llorar, y afirmaba haber inventado un método de entrenamiento novedoso y revolucionario —por supuesto— que lo hacía invencible. Es de imaginar que, además de sus secretas tácticas hercúleas, la clave de su éxito radicara en el hecho probable de que los médicos brezhnevianos lo tuvieran más dopado que a la mona Chita, como era habitual en la época.

Más allá de eso, Alekséyev era un ciudadano modelo. Sobre su pecho paquidérmico podía lucir la Orden Lenin, la Orden de la Bandera Roja del Trabajo y muchas otras de menor cuantía. La revista Sports Illustrated lo puso en una de sus portadas con el título que lo acompañó por casi diez años: El hombre más fuerte del mundo. Y en una entrevista afirmó que los demás pesistas se ponían nerviosos por la presión de la competencia, pero que él no tenía problemas de nervios, porque era un hombre soviético. Debió ser enternecedor escucharlo.      


Cuando Alexéyev fue al Campeonato Mundial de La Habana, en 1973, yo tenía nueve años y no era un hombre soviético, ni fuerte, ni ciudadano modelo. Era un gusanito al que en la escuela, además de las materias habituales, los maestros lo estaban enseñado a vivir como una rata que huele más trampas que queso. Era uno de los inconvenientes de tener unos padres sin afición a educar ciudadanos soviéticos. A pesar de nuestras abismales diferencias (entre Alexéyev y yo, quiero decir, pues yo no era muy diferente de mis padres) recuerdo haber pasado una noche con los ojos más pegados al televisor que la hoz al martillo, para ver al hombre más fuerte del mundo alzar del suelo de la Ciudad Deportiva 225 kg en envión. No estuvo en su mejor noche, pero aún así ganó la medalla de oro, quedó campeón del mundo, y yo quedé satisfecho con el espectáculo. 

El final deportivo de Alexéyev llegaría siete años después y no fue nada glorioso. Terminó en las Olimpiadas de Moscú  entre el abucheo del público que lo adoró por tantos años. Fue incapaz de alzar el primer peso requerido y se quedó sin medalla. 

En esos mismos días, exactamente el 25 de julio de 1980, moriría en Moscú un camarada que no era, de ninguna manera, un ciudadano soviético ejemplar. El alcohol y las drogas habían terminado finalmente, a los 42 años de edad, con Vladimir Vysotsky, un actor, cantante y compositor que decía siempre cosas inoportunas y bebía vodka como si no estuviera racionado o no hubiese que construir el comunismo. A los dirigentes soviéticos les pareció antipatriótica aquella ocurrencia de Vysotsky de morirse en medio de los Juegos Olímpicos, por lo que tomaron la sabia decisión de no difundir la noticia. De todas formas, miles de moscovitas se aparecieron en el Teatro Taganka donde se hizo el velorio (y donde diez días antes Vysotsky había hecho el papel de Hamlet, sin saber que poco después "not to be" sería su única opción en esta vida, digo, en esta muerte.) 

Así terminaron las Olimpiadas de Moscú, con el ciudadano soviético modelo muerto en vida, y el borracho antisoviético vivo en la gloria de su muerte. El inolvidable Leonid Brezhnev, aquel señor de cejas anchas y mente estrecha que tuvo la idea brillante de invadir Afganistán como preparación para Juegos de Moscú, debió haber quedado muy contrariado con el final de su fiesta.


Vasily Alexéyev terminó sus días esta semana, 
a los 69 años de edad, en un hospital de Munich donde los médicos no lograron salvarle ese corazón que aguantó sin chistar la carga de miles de kilogramos de acero soviético y la medallita de latón de la Orden Lenin. Descansen en paz los dos (quiero decir, Vysotsky y Alexéyev, porque la paz eterna de Lenin es un asunto en el que yo no me metería ni aunque me prometieran la Orden de la Bandera Roja del Trabajo por dilucidarlo.)
(En este clip, Vysotsky canta su canción "A los poetas". La canción tiene subtítulos en inglés que se pueden activar en la esquina inferior izquierda del recuadro.)


5 comments:

  1. Si no fuera porque no existe un New Yorker en español, hubiera jurado que lo tuve entre las manos mientras leía la última entrega de este genial cubano (pongo el gentilicio detrás del adjetivo, porque me parece el autor me parece más genial que cubano).

    Iñigo

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  2. Un ruso gordo... jajajaja

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  3. Tremendo articulillo, Tersites.

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  4. No me acordaba del nombre pero si de las patillas. Gracias por el articulo.

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  5. Fue un levantador descomunal. Su mayor éxito residía en su resistencia mental. No se ponía nervioso y por eso en la competición levantaba mas que nadie.
    Un saludo

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