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Thursday, November 22, 2018

Presentación de Leve historia de Cuba



Una de esas cosas por las que uno da gracias hoy: Anoche en NYU dije las palabras de presentación del libro Leve historia de Cuba, de Enrique del Risco y Francisco García. En mi presentación traté de responder la pregunta obvia: ¿Por qué debería uno leer esta Leve historia de Cuba? Aquí está mi respuesta.


Leve historia de Cuba


En su libro San Cristóbal de La Habana, publicado en 1920, Joseph Hergesheimer dice: “En La Habana las iglesias no eran ricas en tradición ni belleza, y los conventos de antaño habían sido convertidos en almacenes. En fin, no era una ciudad avasallada por su historia”.

Lo que dice Hergesheimer de las iglesias y conventos podría decirse también hoy. Su referencia a la historia, de repetirse ahora, sería más una burla que un piropo. 
Hablar de la levedad de la historia de Cuba setenta años después de Hergesheimer, en La Habana dura de los noventa, era una provocación.

El libro de Enrique del Risco y Francisco García, Leve historia de Cuba, escrito en esos años, aunque no se publicaría por primera vez hasta 2007, parece hoy más fresco y relevante que en los años del Maleconazo.

La “levedad” que los autores endilgan a la historia en el título es, de alguna manera, “otredad”. Anuncian que van a contar otra historia de Cuba. ¿Otra en contraposición a cuál? ¿Cuál es la “pesada” historia de Cuba a la que el título haría referencia?
La historia de un país, la que se enseña en las escuelas, es siempre una leyenda áurea regurgitada por el poder, una manipulación de los hechos para que sirvan como justificación de sus antojos pasajeros.
La historia oficial es como un cuento de niños narrado con la voz engolada del gobierno. Cuanto más omnímodo y largo sea el gobierno, más engolada será su voz, más arcaicos sus ceremoniales, más almidonadas sus guayaberas totémicas, más ridículas se volverán sus liturgias. 

Hay un punto en que la omnipresencia y la duración de ciertos poderes hace inútil rebatirlos seriamente. Tomarlos en serio sería ya una concesión. Hay que recurrir al sarcasmo para mostrar su ridiculez.

Sin embargo, aunque esta Leve historia de Cuba tiene un componente irónico, no es la ironía lo que la hace más relevante hoy que cuando se escribió.

Leve historia de Cuba es, entre otras cosas, el re-cuento de los pasajes clave de la historia de siempre, aquella que nos hacían tragar con la leche en polvo. Unas veces la narración se teje a partir de supuestas “fuentes primarias”, fragmentos en que los autores imitan el estilo literario, la voz de los protagonistas para contar lo que ellos nunca tuvieron tiempo de contar… o contaron y luego fue suprimido, como las páginas perdidas del Diario de Martí, que están aquí recobradas del fuego, para explicarnos en detalle qué se dijo y que pasó en la reunión de La Mejorana.

La recreación no es reverente en el sentido oficioso, pero sí rigurosa en los datos y en el estilo narrativo. No es reverente, pero es en el fondo más respetuosa que la historia oficial.

Cada uno de esos fragmentos es, en sí mismo, el desmontaje del mito. El mito en el sentido de la manipulación del poder —el manoseo de los mandantes; esa alquimia por la que el poder convierte a los personajes históricos en figurines útiles, y cada hecho histórico en una justificación del capricho que tendrán mañana a media tarde. 

***

Tenía hace años un buen amigo uruguayo que detestaba a los evangelistas de la televisión. Solía decirme que cuando a un televangelista lo sorprendían con la secretaria o le descubrían que se había robado un millón de dólares de la comunidad, siempre habría después un discurso lacrimoso de arrepentimiento y promesa de absoluta enmienda. “Ese sermón no es tan divertido”, me decía mi amigo. “El que uno no se puede perder es el que dará el evangelista cuando lo sorprendan con la segunda secretaria o el segundo millón robado”.

Y eso es lo que hace relevante este libro hoy. Nuestros televangelistas tropicales, después de haber manoseado y amoldado la historia patria a su gusto por varias décadas, han descubierto que el figurín que moldearon necesita ser continuamente reajustado para que no pierda su utilidad a la hora de justificar sus nuevos y recurrentes caprichos vespertinos. 

Decir que Céspedes al liberar los esclavos era un precursor de la Ofensiva Revolucionaria, por ejemplo, requiere cierta dosis de imaginación. Ahora, pararse medio siglo después y explicar que el discurso de La Demajagua no profetizaba en realidad la Ofensiva Revolucionaria sino, digamos, el alquiler de médicos o jonroneros como sirvientes por contrato, es una hazaña retórica mucho más encomiable. Es como el segundo sermón del televangelista. 

Leve historia de Cuba nos describe cómo funciona el mecanismo original de ese manoseo que ahora ha alcanzado, para decirlo el términos leninistas, su fase superior.
Hay otra razón por la que la relectura de Leve historia de Cuba más iluminadora hoy que cuando fue escrita.

En el imaginario del gobierno cubano de los últimos sesenta años, el poder siempre se ha identificado con cualquier cosa del pasado que consideraran buena. Y han profesado la noción improbable de que todos los “buenos” de la historia aprobarían cada tontería que se les ocurriera a ellos decir o hacer. Y que también darían su visto bueno cuando mañana se les ocurriera hacer lo contrario.

De ahí que el gran timonel de la Ofensiva Revolucionaria —que estatizó los carritos de algodón de azúcar y las quincallerías— dijera ese mismo año de 1968, refiriéndose a Céspedes y compañía, aquello de que “Nosotros entonces hubiéramos sido como ellos; ellos hoy hubieran sido como nosotros”. 

Leve historia de Cuba, establece una serie de paralelos más interesantes y convincentes para hallar a los verdaderos “gemelos”. Y los gemelos son los hombres que ejercen el poder como si fuera su sistema respiratorio. La relación del poder con la historia, o con su adaptación continua, será en realidad lo único en lo que “nosotros hubiéramos sido como ellos”, no importa si se trata de fusilar filibusteros o ahorcar vegueros o perseguir cimarrones.

Hay otro detalle que le da a este libro una extraña frescura. En los últimos años hemos visto en ciertas universidades una especia de renacimiento puritano. No es religioso, por supuesto, pero es puritano. Su puritanismo se basa en la convicción de que han llegado a un estado de nitidez moral absoluto que les permite juzgar cada generación anterior de manera implacable, inapelable.

Esa extraña creencia no es tan sorprendente para quienes crecimos leímos manuales de marxismo desde la secundaria. Podíamos juzgar nosotros, “pertrechados de una ideología científica”, cualquier hecho, cualquier personaje histórico, y descubrirle sus pecadillos retrógrados o, como decían nuestros maestros, “sus limitaciones burguesas”.

Leve historia de Cuba nos presenta una lectura inversa. Mira el presente desde cada momento anterior de la historia de Cuba y nos muestra por qué los protagonistas de antaño podrían mirar con desprecio a quienes descubrieron luego la alquimia del gobierno eterno. 

A ratos, Leve historia de Cuba parece una carta desesperada desde el presente a los personajes de la pesada historia nuestra de los últimos cinco siglos. Una advertencia quizás, o una disculpa.

Nuestras vidas han estado avasalladas por esa historia cuyo peso Joseph Hergesheimer no sentía al caminar en 1920 por la calle Obispo. "La Habana”, dice  él arrobado, “era por el momento, y en un sentido muy profundo, la capital del mundo”. Leve historia de Cuba es quizás la explicación de cómo esa frase, que en 1920 era solo una exageración, se convirtió con el tiempo en un chiste.

Nueva York, 21 de noviembre de 2018

Friday, May 4, 2018

De la costumbre de tener por musa a un policía


[Texto leído en presentación de la antología El compañero que me atiende, de Enrique del Risco, en la Universidad de Nueva York el 4 de mayo de 2018.]


En el año del Señor de 1486, Pico della Mirandola escribe el Discurso sobre la dignidad del hombre, o “el manifiesto del Renacimiento”, como se ha dado en llamar. Al año siguiente, en 1487, dibuja Leonardo su Hombre de Vitruvio o Estudio de las proporciones ideales del cuerpo humano. Cualquier historiador de las ideas diría que “el espíritu del Renacimiento flotaba sobre las aguas”. Esas aguas a las que se echaría en Moguer cinco años más tarde “el genovés de los ojos obstinados”.

El optimismo tiende siempre a las generalizaciones “leibnizianas”. El diablo, sin embargo, está en los detalles, como dicen los anglosajones.

En aquel mismo año de 1487, por ejemplo, los monjes dominicos Heinrich Kramer, inquisidor del Tirol, Salzburgo, Bohemia y Moravia, y Jacobus Sprenger, inquisidor extraordinario para las provincias de Maguncia, Tréveris y Colina, publican el Malleus Maleficarum o Martillo de las brujas, un manual destinado a ayudar a sus colegas inquisidores en la ardua labor de buscar, descubrir y procesar, interrogar y torturar herejes. Dice el Malleus:

Hay que responder que aun hoy existen muchos que se equivocan en grande en este sentido, que excusan a las brujas y cargan toda la culpa sobre las artes del demonio, o atribuyen los cambios que aquéllas provocan a alguna alteración natural. Estos errores pueden aclararse con facilidad, primero, por la descripción de las brujas que San Isidoro ofrece en su Etimologice, cap. 9: "Las brujas se llaman así debido a lo negro de su culpa, es decir, que sus actos son más malignos que los de cualquier otro malhechor". Y continúa: "Agitan y confunden los elementos con la ayuda del diablo, y crean terribles tormentas de granizo y tempestades". Más aun, dice que confunden la mente de los hombres, que los empujan a la locura, a un odio insano y a desmesurados apetitos.


Y esa confusión, que los demonios traman sin descanso, y ese desvelo de los inquisidores por disiparla, son los mismos de los que se ocupa Enrique del Risco en su prólogo de El compañero que me atiende:

Lo que intento explicar acá es la condición profundamente paternalista de cualquier régimen totalitario, su dedicación profunda a hacer felices a todos los seres humanos, aunque no lo quieran. De ahí que, una vez superada la dura etapa de la lucha de clases en general, la policía secreta, al acercarse a los elementos sospechosos de alguna deslealtad, insistieran en su bondad intrínseca achacando sus desvaríos a simple y pura confusión. Explica que racionalizaran sus acciones como un intento de redimir a sus investigados, devolverlos a su natural condición de pureza. Incluso en el caso de que hubiese que castigarlos.

El optimismo, otra vez, podría hacernos pensar que, después de tanto batallar contra la confusión, las brujas y los herejes habrían sido confinados ya al infierno o al basurero de la historia, según el gusto de cada cual. Y cuando digo “después de tanto de batallar”, el lector es libre de pensar en el año que prefiera, sea 1497 o 1959, como el del inicio de esa batalla.

Gracias a Dios, tengo la sana costumbre de leer el Granma cada mañana, un acto siempre iluminador. Hoy por ejemplo, cuando pensaba en lo que iba a decir esta noche, abrí la página cultural de Granma y esta era la noticia que la encabezaba:

Nada hará perder la fe de los artistas en nuestro proceso social, defensor del arte y la cultura

Con el propósito de rechazar «cualquier intento de entorpecer o manipular la gestión institucional y los proyectos de artistas de Cuba y otros países que están en marcha de cara a la XIII Bienal de La Habana», la Presidencia de la Uneac y la Dirección de la Asociación Hermanos Saíz emitieron ayer una Declaración en la que se expone la absoluta negativa a que se desvirtúe el esperado suceso de las artes plásticas en la Isla.

El texto denuncia «la autotitulada Bienal 00, que se enmascara detrás de una fraseología demagógica y cínica, y se organiza con fondos de la contrarrevolución mercenaria, cuyo único propósito es descaracterizar al sistema institucional, confundir a los artistas y crear un clima propicio para promover los intereses de los enemigos de la nación y de la obra revolucionaria que ha gestado e impulsado la Bienal de La Habana y muchos otros eventos de gran arraigo popular».

[…] ningún comentario malintencionado ni tergiversación de la política cultural cubana como tampoco patraña alguna, elaborada por personas sin escrúpulos, «hará perder la fe de los artistas en un proceso social que ha defendido el arte y la cultura como una de las más nobles proezas».


La confusión —que pone en peligro la fe— y de la que hablan el Malleus, el prólogo de El compañero y el artículo de Granma, supone tres personajes, como el teatro bufo cubano. En lugar del negrito, el gallego y la mulata, tenemos en este caso al hereje o contrarrevolucionario que siembra la confusión, el creyente o artista que se deja confundir, y el inquisidor o insomne centinela de la patria que nos libera de sus confusiones heréticas.

El compañero que me atiende es la memoria, escrita a muchas manos, a muchas voces, de esa ingeniería del alma que, con paciencia y solicitud paternal, ejercen los dueños de la verdad para sacar de la niebla de las dudas a sus compatriotas confundidos.

La antología que Enrique del Risco ha arrebañado me recuerda la anécdota de San Agustín y el niño ángel que intentaba meter el océano en un hoyo que había cavado en la arena. Porque aunque esta antología tiene 478 páginas, parece ser una estratagema de niño ángel. Él mismo lo reconoce en el prólogo cuando dice: “Lo que intenta este libro es recopilar una mínima parte de las aportaciones cubanas a un subgénero anunciado ya por Kafka desde las primeras páginas de su inconclusa novela El proceso.”

“Mínima”, añadiría yo, porque las aportaciones se pueden hallar también en cuentos y novelas y poemas y obras de teatro que nada [explícitamente] tienen que ver con este tema. La santificante influencia de los órganos está también en las películas, las declaraciones de los deportistas, los libros de colorear, los anuncios de permutas y los carteles políticos, en las respuestas que dan los niños en las pruebas de historia, las conversaciones por teléfono, las consultas con el santero, las cartas oficiales, los mensajes de correo electrónico, las canciones de los trovadores y los raperos, la sudorosa promiscuidad de las guaguas, las notas que dejan los devotos a los pies de la Virgen del Cobre, las declaraciones de amor, las conversaciones con el mecánico de ventiladores, las homilías dominicales, y lo que susurran las hojas de los árboles mecidas por los vientos de cuaresma.

Pero a la misma vez, esa presencia minuciosa y trascendente, se va haciendo parte de la vida cotidiana hasta confundirse con ella; o más bien, emponzoña la vida diaria hasta un grado en que ya no podemos sentir más el olor a azufre que su alquimia rinde. Este libro es eso, es el intento de hacer que no se nos olviden ni el hedor ni la asfixia.

Escribir los detalles de esa alquimia es a la vez una venganza y un exorcismo. Hay una anécdota que cuenta Anna Ajmátova y que quisiera recordarles esta noche aunque todos ustedes se la sepan de memoria. Dice la poetisa en Requiem:

En los terribles años de Yezhov hice cola
Durante siete meses delante de las cárceles de Leningrado.
Una vez alguien me reconoció. Entonces
Una mujer que estaba detrás de mí, con los labios
Azulados, que naturalmente nunca había oído mi nombre,
Despertó del entumecimiento que era habitual en todas nosotras
Y me susurró al oído (allí hablábamos todas en voz baja):
—¿Y usted puede describir esto?
Y yo dije:
—Puedo.
Entonces algo como una sonrisa resbaló
en aquello que una vez había sido su rostro.

Se nos ha repetido que “los vencedores escriben la historia”. La anécdota que cuenta Anna Ajmátova supone una relectura del viejo dicho. A su luz podríamos decir que la derrota es el destino de quienes no escriben su historia. Al escuchar la respuesta de Ajmátova —puedo— aquella otra mujer, adherida de frío y de miedo, sonríe, porque sabe que de alguna manera ha vencido. Ha vencido, en medio de su espanto, y gracias a un poema todavía invisible de Anna Ajmátiva, al compañero que la atiende. Y de eso se trata.

Muchas gracias.


Friday, January 13, 2017

Barack Obama: el Donald Trump de los cubanos

Imagen tomada del sitio web http://www.youthensnews.com/

A una semana de dejar el cargo, de un plumazo —como es su costumbre— el presidente Obama acaba de construirle a los cubanos el muro que tanto escándalo produjo cuando Trump se lo prometió a los mexicanos. Muchos se escandalizaron y denunciaron a Trump por racista, troglodita e inhumano cuando comenzó a amenazar con construir su muro. Es curioso que ahora algunos de ellos “entiendan” la decisión de Obama, que convierte el Estrecho de la Florida en el muro más ancho del mundo.

Olvidemos por un momento la historia de la Ley de Ajuste Cubano. Olvidemos “detalles” como el hecho de que en Cuba hace 60 año existe una autocracia en la que el mandante siempre tiene el mismo apellido. Olvidemos que esa autocracia tuvo armas nucleares en su territorio y que su líder rogó a la Unión Soviética que las usara para un ataque nuclear “preventivo” contra Estados Unidos que diera inicio a la Tercera Guerra Mundial.  

Vayamos al caso que nos ocupa armados de amnesia. Consideremos que Cuba es un país igual que cualquier otro —México, por ejemplo. Consideremos entonces las razones que se dan para la decisión de enviar de vuelta a la Isla a cualquier balsero que sea sorprendido en los Estados Unidos sin visa. 

1. Dice Obama —y el gobierno cubano y quienes apoyan a alguno de los dos— que los cubanos gozaban hasta ayer de un privilegio inmerecido: poder quedarse en Estados Unidos sólo por el hecho de llegar. “Que sean como todos los demás”, dicen. Es la misma lógica en la que se basa Donald Trump para construir su muro. ¿Por qué los mexicanos, por hecho de tener la frontera, deben ser privilegiados y venir a Estados Unidos cuando les dé la gana y, luego de unos años, poder recibir estatus legal?, dirá Trump. ¿No es eso una injusticia con los indonesios, por ejemplo? Pues que todos sean indonesios: así todos seremos iguales. Sólo así se hace justicia.

2. Dice Obama —y el gobierno cubano y quienes apoyan a alguno de los dos— que la emigración entre Cuba y Estados Unidos debe hacerse de forma ordenada y legal, respetando a pie juntillas las leyes de ambos países; que no puede permitirse ese relajo de que cualquier cubano entre a Estados Unidos cuando le dé la gana, caray. Es exactamente la misma lógica que usa Donald Trump —y los que votaron por él— para proponer que se haga un muro en la frontera con México y se deporte a los indocumentados.

3. Dice Obama —y el gobierno cubano y quienes apoyan a alguno de los dos— que permitir a los cubanos que se queden tras cruzar el Estrecho de la Florida en una balsa es una manera de asesinarlos, pues muchos mueren en la travesía. Y el estado de cosas vigente hasta ayer alentaba el tráfico humano y miles de actos ilegales o riesgosos. Lo mismo —exactamente lo mismo—, podría decir Trump para justificar su muro: también en los desiertos de la frontera mueren muchos indocumentados y miles de coyotes se aprovechan de la desesperación de los posibles inmigrantes ilegales. Hacer el muro y deportar a todos los indocumentados —podría decir Donald Trump si quisiera— evitaría todas esas muertes y esas ilegalidades.

La única diferencia entre ambas posiciones es que Trump ha propuesto sus medidas antes de ser presidente, para que los votantes pudieran decidir si estaban de acuerdo o no con su plan antes de votar por él. Obama ha hecho lo mismo, pero de una manera que huele a traición y cobardía: de un plumazo, una semana antes de salir de la Casa Blanca. (Trump dice ahora que se propone deportar “sólo” 2 o 3 millones de indocumentados: exactamente los mismos que deportó Obama.)

Dirá alguno que hay razones políticas y legales para defender el plumazo de Obama. Efectivamente, son las mismas que se usan para justificar el muro y las deportaciones de Trump. Lo que parece absolutamente irrazonable y mendaz es decir que Trump es inhumano y racista cuando quiere ponerle muros a los mexicanos y luego defender a Obama cuando de un plumazo le levanta el muro a los cubanos.

Tuesday, November 17, 2015

El horror y la sobremesa

Dicen algunos amigos de Facebook (y algunos que son amigos míos fuera de Facebook también: no estoy usando aquí la palabra “amigo” de modo irónico), repito, dicen algunos amigos que al analizar la masacre de París no hay que hacer condenas simplistas o maniqueas, que hay que considerar los matices, los antecedentes, las motivaciones de esos muchachos que asesinaron a 129 personas; esos muchachos que degüellan a los cristianos y a los arqueólogos y a los extranjeros al conquistar una ciudad; a esos muchachos que dinamitan Palmira; a esos muchachos que asesinan a 43 musulmanes en Beirut por pequeñas diferencias teológicas. Hay que comprenderlos, dicen. No hay que ser maniqueos.

Y ahí es donde se necesita quizás una aclaración. Sí, los seres humanos somos “simplistas” y “maniqueos”. Si Ud. dice, por ejemplo, que “bueno, Pinochet asesinó a casi 3000 personas de la manera más brutal pero hay que ver que mejoró la economía chilena, que Allende iba a llevar al país al desastre y que Pinochet evitó el comunismo”; o si usted dice que “la dictadura argentina desapareció a 50000 personas pero hay que considerar que los montoneros mataban también y que mucha gente en Argentina apoyaba la dictadura, hasta Borges….”, si Ud. dice cualquiera de esas cosas, la gente —simplista y maniquea que es— va a entender que usted apoya o justifica esos horrores.

Porque todos los horrores tienen “precedentes” y “atenuantes”, pero hay un límite en que la ética nos dice que, más allá de todos los precedentes y atenuantes, hay actos absolutamente inadmisibles, absolutamente inmorales. No es por desconocimiento de ciertos detalles históricos, ni por colonialismo mental, ni por moda —ni por cualquiera de las otras deficiencias mentales que nos achacan los “mesurados” o “antimaniqueos”—, que uno se opone radicalmente a los autores de la masacre de París. Es porque a uno le parece un hecho tan repugnante que no es posible “comprenderlo”.

Hay quienes “lo comprenden”, como en su momento hubo gente que comprendió a Pinochet y a Videla también, gente que podía hacer un juicio mesurado, equilibrado, pausado de esos horrores —y ver su atenuantes. Pero, repito, hay otros a los que nos parece que ciertos horrores están más allá de cualquier entendimiento; y que el ocurrido en París el viernes es uno de ellos. Ustedes quizás lo comprenden; para mí sería inmoral comprenderlo. Ni siquiera digo que tengo la razón; sólo quiero aclarar dónde radica la diferencia.

Friday, October 23, 2015

Jorge Valls ha muerto

Jorge Valls (1933–2015). Foto: Geandy Pavón. 
Amanecimos con la noticia de la muerte de Jorge Valls. Tengo para mí que era el mejor de los cubanos. (Aunque, pensándolo bien, eso no parece un buen halago.) Su muerte no fue una sorpresa, sino simplemente una noticia terrible. Jorge Valls era una de las pocas personas que realmente me parecieron ‘distintas’ en esta vida. (Y lo digo en pasado no porque asuma que estoy a la puerta del sepulcro, sino porque pienso que las probabilidades de que se repita la experiencia son exiguas.)

Cuando lo veía y escuchaba, siempre pensé que haberlo encontrado me permitió —por primera vez, por única vez— imaginar lo que sentían aquellos cubanos decimonónicos cuando iban al Hardman Hall a escuchar a José Martí. No es una comparación de personajes, es la explicación de una experiencia. Jorge Valls te daba la impresión de que la hombría de bien y el honor —practicados en grado heroico— eran la condición natural del ser humano. (Esto lo ha dicho, en menos palabras y mucho mejor, Enrique del Risco hoy en su blog.)

Los datos de su vida ilustran, pero no muestran, esa fibra que era arrasadoramente evidente al estar con él. Su camisa de pobre, su cuerpo de asceta, sus cabellos de hippie medieval, sus zapatos náufragos, su voz de locutor de radionovelas, su mirada infinita… eran solo el preludio de su palabra, y la palabra se hacía carne, no en sus magros músculos, sino en su gesto, en la coherencia de su vida.

“La gente se entretiene”, me dijo alguna vez, “pero no se tiene”. Había en él la vocación radical de “tenerse” y entregarse, una vocación consciente y explícitamente cristiana, católica. Una vocación en la que se combinaban su intelecto aquinatense con una sencillez, un candor, una voluntad de inocencia que evocaban al Poverello de Asís. 

"Yo vivo en Cuba, pero pernocto donde me llegue la noche", me dijo al final de una velada  en casa amiga. En cualquier otra boca la frase hubiese sido un disparate o una desfachatez. Pero cuando él lo dijo supe que era tan verdad como el color de sus ojos. 

Jorge Valls creyó en la eternidad del alma y en la resurrección del cuerpo —y en la de su patria. Así sea.

Saturday, October 17, 2015

Cuba a vuelo de pájaro: ‘Unseen Cuba’

Este artículo se publicó originalmente en El Diario de Nueva York el 15 de octubre de 2015. Es el primero de dos artículos que escribí sobre el libro de Marius Jovaiša para la presentación en Nueva York auspiciada por el Centro Cultural Cubano.

El Centro Cultural Cubano de Nueva York presenta hoy, sábado 17 de octubre, el libro de fotografías de Marius Jovaiša. Tras la presentación habrá una sesión de preguntas y respuestas con el autor.



Le costó cinco años y un millón de dólares, afirma Marius Jovaiša refiriéndose a su libro de fotografías Unseen Cuba. Tomó 50.000 fotografías y eligió 400 para este álbum de recuerdos. Después de ver el resultado, habrá que admitir que todo valió la pena.

Jovaiša es un fotógrafo lituano nacido de 1971 y con vocación para mirar las cosas con una perspectiva novedosa. Antes de este libro sobre Cuba, había hecho ejercicios similares en Lituania, Belice, la Riviera Maya y Cancún.

Haber nacido en Lituania, nación invadida y anexada por la Unión Soviética, le dio el entrenamiento necesario para lidiar con la burocracia —y la cleptocracia— de la Cuba actual. Uno de los milagros de Jovaiša fue haber obtenido los permisos necesarios para tomar fotografías aéreas en Cuba, como él mismo cuenta en su sitio web.


La novedad del libro es esa: estos paisajes y edificios, harto conocidos, nunca habían sido fotografiados desde el aire. Jovaiša ofrece, literalmente a vuelo de pájaro, una visión inédita de Cuba. Pero sería injusto reducir la magia de su libro a la novedad de la perspectiva. Sus fotos del valle de Viñales, el Capitolio o la Torre Iznaga son verdaderas evocaciones poéticas de la memoria vegetal o pétrea de cada lugar, de cada edificio; son retratos del alma de los lugares. Será difícil ver con los mismos ojos los mogotes de Viñales después de haberlos visto a través del lente de Marius Jovaiša. Será difícil ya mirar a Cuba con los mismos ojos.

Los cubanos tendremos que agradecerle a Marius Jovaiša habernos regalado esta prueba tangible de una belleza que a veces nos resulta sólo una nostalgia o un sueño difuso y asfixiado por los rigores de la historia y de la vida cotidiana. De alguna manera, Cuba se salva en este libro.

Y todo el que tenga interés en Cuba o en la fotografía tendrá que agradecerle sus cinco años de trabajo, su infinita energía y paciencia y su disposición a dilapidar  una fortuna para hacer este libro; pero sobre todo habrá que agradecerle su talento inusual, su capacidad para mirar lo que todo el mundo había visto por cinco siglos y hallar una hermosura secreta que esperaba por su lente. Habrá que agradecerle el descubrimiento de una belleza inocente y limpia, una belleza prendada de la frescura y la nitidez que hicieron a Colón escribir “esta es la tierra…”.

Jorge I. Domínguez-López


Unseen Cuba
Presentación organizada por el
Centro Cultural Cubano de Nueva York: 
Sábado 17 de octubre a las 6:00 p.m.
JOHN JAY COLLEGE
524 West 59th Street, bet. 10th &  11th Aves., NYC
Lobby, SCREENING ROOM L-63

Entrada gratis
RSVP: cccofny@aol.com

Para ver una muestra de las fotos del libro,
visite el sitio web 
http://unseencuba.com


Centro Cultural Cubano de Nueva York: http://www.cubanculturalcenter.org/

Friday, June 12, 2015

Armando Guiller: Patterns and Beauty

Helical Work #6. Armando Guiller.
Steel and birch plywood. 70 x 18 x 18
Last night a reception was held at Meridian Design Associates, an architectural firm, to present "Helical Work #6", a sculpture of Armando Guiller recently bought by Meridian Design Associates. Armando asked me to write a presentation, which you can read here now. Special thanks go to Frank Guiller for letting me use his pictures from last night. (As readers of this blog know, I have also written about Frank Guiller in this blog: "Frank Guiller: el cristal con que se mira"). This is what I said last night about Armando Guiller's sculptures:

Two weeks ago Armando Guiller called me to find out when I was going to finish writing this presentation. Trying to explain away my procrastination, I told him I was busy helping my daughter prepare her trip to Switzerland. Of course, he asked about the trip and I gladly boasted that she was going to Geneva to spend the summer working at the Large Hadron Collider. 

“What exactly is she going to be doing there?”, Armando immediately asked with genuine interest. I told him she was going to be coding. “Coding for what?,” he asked. “Well, Armando, as we know, when protons collide they send showers of particles in all directions, right? [Full disclosure: Of course, I do not know anything about colliding protons—I was just parroting what my daughter have explained to me several times during the last few months.] She is trying to find certain patterns on those showers of particles, she and her colleagues are trying to make sense of them,” I told him. And Armando replied: “Man, that is exactly what I try to do with my art, but I look for beauty in those patterns.” He was referring to a particular series of sculptures he did some time ago, but I guess this is the best definition you could find about his work as a whole. 

For the last forty years, some artists, critics and writers have tried to talk like scientists. The result is at the same time hilarious and boring. Armando is the exact opposite of that trend. He talks like a person who knows a lot about physics and engineering and is just using the language of art to explain certain facts to the scientifically challenged. And he does it with remarkable humility. He really thinks he is talking about something his interlocutor probably knows. That’s not the case, of course.


One hundred years ago, futurist artists were fascinated by the beauty of the mechanical power of modern machines. Bicycles, cars and planes suddenly replaced saints, the Madonna, noblemen, sunflowers, naked lunches, and card players as the subject matter of painting. Artists like Giacomo Balla or Benedetta Cappa, among others, tried to show us the aesthetics of aerodynamic lines and the magic of pure velocity. 

“We affirm that the world’s magnificence has been enriched by a new beauty: the beauty of speed”, Marinetti declared in his Manifesto. We all remember his famous phrase: “A racing car […] is more beautiful than the Victory of Samothrace.” It turned out to be a childish fascination. They all marveled at something they didn’t understand, like the baby spreading his food on the screen of an iPad. Maybe that innocence was the reason most of the futurists ended up fascinated with Fascism. “And like young lions we ran after Death”, says Marinetti in the Manifesto without knowing he was describing his own destiny.

One hundred years ago too, Marcel Duchamp was trying to reconcile art with life. He wanted painting to be useful again, not just an object of empty, frivolous beauty. The urinal in the museum was not simply a new definition of art. It was not just a rejection of the traditional role of the artist as creator—it was also a rejection of the museum as the natural, final destination on any relevant work of art. 

The museum, for Duchamp was a Western abomination. “All exhibitions of painting or sculpture make me ill. And I’d rather not be involved in them,” he wrote to a friend. He wanted art to return to the gothic cathedral, where each painting, each stained-glass window told a story and showed the illiterate Medieval Christians the essence of their faith. 


Photo: Frank Guiller
Art was supposed to be a learning tool, not a mystery that only a chosen few could understand. Art was not supposed to be explained—art was the explanation. At the end, realizing that the reconciliation of art and life was impossible, Duchamp and his Dadaist friends decided that Western art was dead—as dead as the God of Friedrich Nietzsche had been for twenty years; as dead as that ‘old bitch gone in the teeth,’ the European civilization. And that was when the Dadaists started giving axes to the public at their art shows so they could destroy the paintings hanging from the walls.

I was thinking about both Marinetti and Duchamp after talking to Armando about those colliding protons he and my daughter find so captivating. There is a contradictory relationship between his clean sculptures and the dreams Duchamp, Marinetti and company were dreaming in the year of 1915.Of course, Armando Guiller’s sculptures more often than not have the flavor, the lines and the finish of complicated industrial objects. But his is not the Futurist’s wide-eyed admiration for some modern contraction. It is rather it’s exact opposite. Armando Guiller is not an artist who dabbles in mechanics, but a technician and inventor who produces art in order to show us what he clearly sees in the intrinsic logic of machines and nature. 

Giacomo Balla’s purpose was to portrait the beauty of the racing car hood, the aesthetic quality of its aerodynamic design. Armando Guiller just wants to show us the spectacular elegance of an internal combustion engine or a subatomic storm. 

He says he looks for beauty in nuclear reactions and industrial objects. “My work,” he explains, “brings Mechanics Principia into aesthetical and perceptual examination.” But when you observe his sculptures you don’t get the impression he is looking for anything. He seems to have found what he was looking for a long time ago. He seems to know something—in a deep, powerful sense, he seems to know it. He is just showing us what he knows. His work reminds me of Ezra Pound’s dictum: “But I'm not arguing, my friend, I'm just telling you!” One of the basic concepts of Armando Guiller’s recent work is the helix.  “I’m fascinated with the Helix, to me is the equation that best describes the process of human development,” he declares. This sculpture, in particular, is part of a series he calls “Helical Works.” The materials are steel and birch plywood. On close examination, the sculpture is a collection of numerous, almost identical pieces. The brutal exactitude and the surgical smoothness of the surfaces give the work an industrial quality. 
Jorge I. Domínguez-López (Tersites),
sculptor Armando Guiller and his
Helical Work #6. Photo: Frank Guiller

But there is nothing industrial in the organization of those pieces. The artist patiently  ensembles them together until they take the shape he imagined or saw before he designed the interchangeable pieces. Describing his work, Armando explains: “The sculpting process consist of stacking a chosen material in sections to form a complex body, where the body refers to life and the sections to those experiences that can turns its course.”   We wish we could have life experiences so polished and stackable, so logically interconnected.   We wish our lives were perfect helical progressions instead of almost perfectly hellish nightmares. But what he is telling us is that such perfection does exist. He has seen it, and he is also capable of portraying it in wood and steel. 

You can look at this piece, Helical Work #6, as an assortment of wood and steel pieces. But it could be a contemporary rendition of Boticelli’s Birth of Venus—you only have to imagine the newborn goddess prudishly covering her sex with her right hand instead of her left. Or it could be a wood and steel rendition of one of Modigliani’s languid girls. Helical Work #6, beyond its Pythagorean precision and its ‘Jeff-Koonsian’ impeccable finish, projects a delicate, human, feminine, almost maternal image. 

In a recent conversation, Armando told me that he had decided to start this series after he noticed that his work was lacking geometry. “What about theology?,” I asked him with a chuckle.  I was playfully referring to Ignatius Really, the protagonist of A Confederacy of Dunces, who claims “The United States needs some theology and geometry, some taste and decency.” I don’t know yet about theology, but we know for sure that Armando Guiller’s works have plenty of geometry, taste and decency. With those elements and his talent, he has translated the Euclidian beauty of perfect curves into a language of steel and wood. His sculptures are not supposed to be explained—they are his explanation. His is not arguing, my friends, he is just telling us something he knows. We just have to listen to him with wide-open eyes. 

Thank you.


Photo: Frank Guiller

Sunday, March 1, 2015

Kluivert Roa o la importancia de saber elegir a tus asesinos

Kluivert Roa 
Kluivert Roa era un chico venezolano de 14 años de edad. Vivía en San Cristóbal, en el estado de Táchira. La semana pasada, el martes 24 de febrero, salió de la escuela y en las calles se encontró con una manifestación que habían organizado los estudiantes de la Universidad Católica del Táchira contra el gobierno. Tuvo la mala suerte de toparse con un miembro de la Policía Nacional Bolivariana. El policía sacó su pistola y le disparó a quemarropa y a la cabeza. La bala le hizo añicos el cráneo. Su cerebro saltó en pedazos, como confetti, rociando la calle con su masa encefálica. Kluivert Roa tenía catorce años y acababa de salir de la escuela, iba camino a su casa.

Si Nicolás Maduro fuera un tipo de derechas, ya Silvio Rodríguez habría escrito una canción al niño asesinado por las 'sanguinarias hordas' de Maduro; la cancillería cubana habría sacado un mensaje de condena al 'gobierno fascistoide' de Venezuela; mis amigos de Facebook de simpatías zurdas habrían cambiado la foto del perfil por la de Kluivert Roa para mostrar su repulsa moral ante el crimen; en la Plaza de la Revolución probablemente habrían puesto una inmensa foto ("gingatografía" dicen en La Habana) de Kluivert Roa, con un letrero rojo también inmenso que dijera "¡Asesinos!".

Pero Kluivert Roa era un chico con mala suerte, evidentemente. Maduro no es de derechas; y por lo tanto a Silvio Rodríguez no lo va a conmover el hecho de que el cerebro de Kluivert Roa saltara en mil pedazos y salpicara una calle de San Cristóbal; ni le importa a la cancillería de Cuba ni a la de Bolivia ni a la de Ecuador; ni pondrán su foto inmensa en las plazas ni habrá un letrero que llame asesinos a sus asesinos. Porque a nadie le conmueve que el cerebro de un niño de catorce años salpique una calle de una ciudad cualquiera; a nadie, ni de un bando ni del otro... a menos que se pueda aprovechar para beneficio propio.