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Saturday, October 17, 2015

Cuba a vuelo de pájaro: ‘Unseen Cuba’

Este artículo se publicó originalmente en El Diario de Nueva York el 15 de octubre de 2015. Es el primero de dos artículos que escribí sobre el libro de Marius Jovaiša para la presentación en Nueva York auspiciada por el Centro Cultural Cubano.

El Centro Cultural Cubano de Nueva York presenta hoy, sábado 17 de octubre, el libro de fotografías de Marius Jovaiša. Tras la presentación habrá una sesión de preguntas y respuestas con el autor.



Le costó cinco años y un millón de dólares, afirma Marius Jovaiša refiriéndose a su libro de fotografías Unseen Cuba. Tomó 50.000 fotografías y eligió 400 para este álbum de recuerdos. Después de ver el resultado, habrá que admitir que todo valió la pena.

Jovaiša es un fotógrafo lituano nacido de 1971 y con vocación para mirar las cosas con una perspectiva novedosa. Antes de este libro sobre Cuba, había hecho ejercicios similares en Lituania, Belice, la Riviera Maya y Cancún.

Haber nacido en Lituania, nación invadida y anexada por la Unión Soviética, le dio el entrenamiento necesario para lidiar con la burocracia —y la cleptocracia— de la Cuba actual. Uno de los milagros de Jovaiša fue haber obtenido los permisos necesarios para tomar fotografías aéreas en Cuba, como él mismo cuenta en su sitio web.


La novedad del libro es esa: estos paisajes y edificios, harto conocidos, nunca habían sido fotografiados desde el aire. Jovaiša ofrece, literalmente a vuelo de pájaro, una visión inédita de Cuba. Pero sería injusto reducir la magia de su libro a la novedad de la perspectiva. Sus fotos del valle de Viñales, el Capitolio o la Torre Iznaga son verdaderas evocaciones poéticas de la memoria vegetal o pétrea de cada lugar, de cada edificio; son retratos del alma de los lugares. Será difícil ver con los mismos ojos los mogotes de Viñales después de haberlos visto a través del lente de Marius Jovaiša. Será difícil ya mirar a Cuba con los mismos ojos.

Los cubanos tendremos que agradecerle a Marius Jovaiša habernos regalado esta prueba tangible de una belleza que a veces nos resulta sólo una nostalgia o un sueño difuso y asfixiado por los rigores de la historia y de la vida cotidiana. De alguna manera, Cuba se salva en este libro.

Y todo el que tenga interés en Cuba o en la fotografía tendrá que agradecerle sus cinco años de trabajo, su infinita energía y paciencia y su disposición a dilapidar  una fortuna para hacer este libro; pero sobre todo habrá que agradecerle su talento inusual, su capacidad para mirar lo que todo el mundo había visto por cinco siglos y hallar una hermosura secreta que esperaba por su lente. Habrá que agradecerle el descubrimiento de una belleza inocente y limpia, una belleza prendada de la frescura y la nitidez que hicieron a Colón escribir “esta es la tierra…”.

Jorge I. Domínguez-López


Unseen Cuba
Presentación organizada por el
Centro Cultural Cubano de Nueva York: 
Sábado 17 de octubre a las 6:00 p.m.
JOHN JAY COLLEGE
524 West 59th Street, bet. 10th &  11th Aves., NYC
Lobby, SCREENING ROOM L-63

Entrada gratis
RSVP: cccofny@aol.com

Para ver una muestra de las fotos del libro,
visite el sitio web 
http://unseencuba.com


Centro Cultural Cubano de Nueva York: http://www.cubanculturalcenter.org/

Wednesday, January 28, 2015

Martí camina sobre la nieve

Ha amanecido Nueva York cubierto de nieve. Por alguna razón no se acostumbra uno a pensar en Martí andando a paso rápido —de "ardilla", diría Enrique Collazo— sobre las aceras nevadas de Nueva York. Recordamos con más insistencia ese "moriré de cara al sol"  que el implícito "pero viviré en New York". Sus últimos pasos en la ciudad donde escribió su vida fueron precisamente sobre los diminutos cristales de hielo que hoy la adornan. Uno se resiste a imaginar a Martí de sombrero y sobretodo, caminando sobre una acera nevada, tomando el tren elevado, paseando por un Central Park que aún no tiene su estatua de mármol muriente. Uno se resiste a la verdad. Y hoy la nieve viene a recordárnosla.

Martí salió definitivamente hacia su destino el 30 de enero de 1895. (Estoy convencido del dato aunque el lector hallará numerosas fuentes donde se indica el 29 como día de la partida.) La noche del 28, su último cumpleaños, comenzó a nevar al atardecer, como nos sucedió a nosotros hace dos días, para luego arreciar a media noche. Aquí pueden leer la noticia... e imaginar a Martí caminando sobre la última nieve de su vida, el día mismo en que cumplió 42 años.

New York Times: Snow Add to the Discomfort
29 de enero de 1895

Saturday, May 10, 2014

Invitación: una visita a la última casa de José Martí en Nueva York

Amigos:

Como sabrán los lectores de este blog, el 26 de enero pasado publiqué en Penúltimos Días un artículo titulado "La última casa de José Martí". Luego reproduje el artículo aquí en este blog. Hace un par de semanas, mi amigo Vicente Echerri, profundo conocedor de la vida y la obra de Martí y de los rincones martianos de la ciudad de Nueva York, publicó otro artículo en Penúltimos Días, titulado "La última casa de José Martí en Nueva York", en el que rebatía mi tesis. Responderé minuciosamente las interesantes objeciones, preguntas y sugerencias de Echerri en varios artículos que irán apareciendo cuando el tiempo lo permita. De momento, les tengo una invitación:

El sábado próximo, 17 de mayo, en un evento auspiciado por el Cuban Cultural Center of New York, daré una charla sobre los últimos días de José Martí en Nueva York. La charla será a la 1:00 p.m. en el club Swing 46 (349 West 46th Street), que radica precisamente en la casa donde Martí pasó sus últimos días neoyorquinos. Hasta ahora, en los libros de historia se ha dicho que "la última casa de Martí" estaba en el 116 West 64th St., que ya no existe. En la charla explicaré el origen de ese error y otros detalles de los últimos meses de la vida de Martí. (La entrada es gratis, pero solo para miembros del Centro Cultural Cubano.) Aquí pueden ver todos los detalles del evento

"La última casa de José Martí"



LA ÚLTIMA CASA DE JOSÉ MARTÍ

Saturday, May 17, 2014 @ 1 pm



Marti cuadra de la 46
A visit to the last house whereJosé Martí lived in Manhattan—the home of Dr. Ramón Miranda and family—where he spent one last snow-bound night before leaving hurriedly the following day, the morning of January 30, 1895, for his fateful voyage to join the armed struggle for Cuba’s independence.    
Although Martí’s last residence in Manhattan has long been assumed to have been Dr. Miranda’s subsequent address at 116 W. 64th Street (no longer standing), recent documents unearthed by the brilliant and indefatigable research scholar Jorge Ignacio Domínguez Lópeznow provide irrefutable evidence that the move had not yet taken place, and that Martí’s last months in exile were spent on a block which, as seen in this photograph taken by Mr. Domínguez, still preserves many of the 19th century facades.
In this unique encounter with history, Mr. Domínguez will transport visitors to Martí’s days leading up to his departure, shrewdly eluding the Pinkerton detectives on his trail, his heartrending goodbyes to family and friends, his letter to his dear friend Gonzalo de Quesadawith instructions on the disposition of his writings, how his death was reported in the American press, and the reaction and initiatives of the Cuban community in New York in the months and years following his demise at Dos Ríos on May 19, 1895.
In Spanish.
JorgeJorge Ignacio Domínguez López
(Havana, 1964) studied cybernetics, mathematics and literature at the University of Havana, and holds a degree in History from St. John’s University. He presently works as a copywriter and a translator of children’s books. Many of his articles on his scholarly research are posted on his personal blog, Tersites (tersitesexcathedra.blogspot.com) and other pertinent digital publications.
Swing Club
349 West 46th Street, NYC

Free Admission.
Open ONLY to CCCNY members.
Space is limited.
RSVP early at cccofny@aol.com

Saturday, February 1, 2014

La última casa de José Martí


Curiosa imagen de Martí aparecida en la edición del 18 de
marzo de 1895 del diario St. Paul Daily Globe de St. Paul,
Minnesota. Esta es una de las primeras imágenes de Martí
aparecidas en la prensa. La gorra militar, evidentemente
superpuesta por el artista, podría ser un intento de presentar
a Martí como líder militar.
[Este artículo apareció originalmente el 26 de enero de 2014 en Penúltimos Días.]

¿Dónde vivió José Martí los últimos días de su exilio en New York? En su minucioso atlas biográfico titulado Ámbito de Martíde 1954, Guillermo de Zéndegui adelanta la respuesta:
La casa del doctor Ramón L. Miranda, en la calle 64, sirvió de último refugio a Martí antes de abandonar para siempre Nueva York. [...] A la hospitalidad cariñosa del dueño de aquella casa, tronco de patriotas; y a los cuidados y aliento juveniles de Quesada, debió el poder recuperar en poco tiempo las fuerzas y el aliento necesarios para iniciar la ruta definitiva, la más ardua, la que lo conduciría a un tiempo mismo al éxito y a la inmortalidad. Fué en la mañana del 31 de Enero de 1895; la fuerte nevada de la noche anterior había bloqueado materialmente la empinada escalera de la casa.(1)
Es lógico creer la versión de De Zéndegui. Cuando escribió su libro aún vivían muchas personas que habían conocido a Martí en New York. A partir de ahí el dato se vuelve moneda común en la historiografía cubana: Martí había pasado sus últimas jornadas neoyorquinas en la Calle 64 Oeste. La mención casi siempre va acompañada de una indicación melancólica: que la casa ya no existe. 

En el año 2006, al anunciar la emisión de una serie de sellos sobre lugares y personajes relacionados con José Martí, La Gaceta Oficial de Cuba, al describir los sellos con gramática díscola, confirma el dato: "Sellos de 5 centavos de valor, impresos en multicolor, ostentando en su diseño las efigies de José Martí y Gonzalo de Quesada en 1893 y la vista de la casa 116 West 64th. Street, New York."(2)

Mañach, con más pasión y menos detalles, afirma que Martí pasó sus últimos días en la casa de Gonzalo de Quesada(3). No se equivocaba: el Dr. Ramón L. Miranda y su yerno Gonzalo de Quesada vivían en esa época en la misma casa (4). Con este dato en mente, leyendo un día el epistolario martiano me llamó la atención una breve carta de Martí a Gonzalo de Quesada, escrita desde La Vega, República Dominicana, el 18 de febrero de 1895, donde el remitente indica la dirección del destinatario bajo su nombre: 349 W. 46th St., New York. (5) 

¿Por qué dirigía Martí la carta a la calle 46 Oeste y no a la 64 Oeste donde se suponía que vivía Quesada, y donde Martí habría vivido sus últimas semanas en New York? ¿Estaría esa casa, tan cercana a Times Square, aún en pie? Tratando de responder esas preguntas hallé un par de detalles que podrían ser de interés.

La casa de la calle 46

Aspecto actual de la cada del
349 West 46 Street. Foto del autor.
(Pulsar para ampliar) 
En primer lugar, en numerosos documentos de la época se indica la casa de la calle 46 como la residencia del Dr. Miranda y de Gonzalo de Quesada. El primer documento que he podido hallar donde se menciona la casa de 116 West 64th. Street como residencia del Dr. Miranda es la guía de la Asociación Médica del Condado de New York, titulada Register of Members: Manual of Information, que dice tener la información actualizada hasta el 30 de junio de 1895, por lo que debe haber sido publicada poco después de esa fecha.(6) 

La casa de la calle 46, por otra parte, aparece en numerosos documentos de fines del siglo XIX y por varias razones. Allí radicó, por ejemplo, la Sociedad de Beneficencia Hispano-Americana, fundada por el Dr. Miranda, mencionada en varios libros y guías de la época.

Hace un tiempo, y cámara en mano, me fui a la calle 46, entre la 8a y la 9a avenidas, una cuadra que hoy llaman 
Restaurant Row por la razón obvia de que allí pululan esos negocios. Busqué la casa #349 y para mi sorpresa me encontré frente a un club de jazz, el Swing 46. La calle, a menos de dos cuadras de Times Square, increíblemente conserva el mismo aspecto que tenía en el siglo XIX. El #349 es un típico brownstone que, por desgracia, parece haber sido "modernizado" con el método expedito de robarle su gracia decimonónica: en algún momento lo desnudaron de los elementos ornamentales que aún exhiben las casas aledañas.

Comparación de la casa #349 con la adyacente,
que mantiene su estado original. Foto del autor.
Buscando en los sitios web de bienes raíces de New York, descubrí que los archivos indicaban que la casa había sido construida en 1920. De ser cierto ese dato nada quedaría de la casa de los Miranda-Govín que yo buscaba. Y sin embargo, aún para un ignorante de la arquitectura como este amanuense, era evidente que la casa debía ser anterior a esa fecha.

El primer artículo que suelo leer cada sábado en la edición de fin de semana del New York Times es "Streetscapes", una deliciosa columna que desde 1987 escribe Christopher Gray sobre la historia arquitectónica de New York. Para aclarar el año de construcción de la casa de mis desvelos pensé enseguida que mi hombre en New York era Christopher Gray. Decidí escribirle... con pocas esperanzas de que me respondiera. Le envié un correo electrónico con las fotos que había tomado y mis preguntas sobre el año de construcción de la casa. Tres horas después recibí su respuesta. "Most absolutely definitely a house of the 1860s/70s/very early 1880s." (Sin duda alguna, definitivamente, es una casa de la década de 1860, 1870 o de inicios de la década de 1880".) (7)

Más tarde hallé en un número del New York Times del año 1920 una noticia que explicaba la aparente contradicción: en ese año varias de las casonas estilo townhouse de esa cuadra habían sido subdivididas en pequeños apartamentos, como tantos otros townhouses de New York durante el siglo XX.
De modo que sí, Swing 46 era la misma casa donde habían vivido el Dr. Miranda y Gonzalo de Quesada hasta 1895; pero, ¿sería allí donde Martí vivió sus últimos días neoyorquinos? ¿Y por qué entonces pensaba todo el mundo que había sido en la de la calle 64? Y si no era esa la casa, ¿por qué Martí le escribía a Gonzalo de Quesada a esa dirección?

La nota necrológica de Luciana Govín de Miranda


Párrafo de la nota necrológica de Luciana Govín de
Miranda en la edición del 11 de octubre de 1897
del New York Times.
Unas semanas después de los mensajes de Christopher Gray hallé la respuesta definitiva. El lunes 11 de octubre de 1897, el New York Times publicaba la noticia de la muerte de Luciana Govín, esposa del Dr. Miranda, suegra de Gonzalo de Quesada e hija de Félix Govín, fallecida el viernes anterior. En uno de sus párrafos finales, dice la nota: 

Cuando José Martí estaba en este país en 1895 e intentó sin éxito enviar una expedición filibustera a Cuba desde la Florida, se refugió por dos semanas en la casa de la Sra. Miranda, que estaba entonces en el número 349 de la Calle 46 Oeste. Martí le confió a ella muchos de sus planes para llevar a cabo la guerra, y dejó en su poder numerosos documentos. Poco después, cuando Martí abandonó Nueva York para unirse al general Gómez en Santo Domingo, la Sra. Miranda colaboró con grandes sumas de dinero como ayuda a la causa cubana.(8)

El artículo del New York Times no deja lugar a dudas: contrariamente a lo que vemos repetidamente en los libros, la última casa de José Martí fue la del #349 de la calle 46 Oeste, que aún existe, y donde hoy se encuentra el club Swing 46. Los Miranda-Govín y los Quesada-Miranda no vivieron en la calle 64 hasta después de la partida de Martí. Martí sin dudas visitó esa área, pues la familia Baralt vivía en el #135 de la calle 64 Oeste, pero casi seguramente nunca estuvo en la casa donde se ha afirmado que pasó sus últimos días en New York.


Notificación de la venta de la casa del 349 W. 46th St.
En la sección de bienes raíces del New York Times del 25 de abril de 1895 se halla la última pieza del rompecabezas: se notifica allí la venta de la casa del #349 de la calle 46 Oeste. La cronología queda entonces clara. El 30 de enero Martí partió hacia Cuba desde la casa de la calle 46. En abril los Miranda-Govín vendieron esa casa. Y en junio estaba ya viviendo en la de la calle 64. Menos de tres meses después de que Martí saliera de ella por última vez, aquel townhouse de la 46 ya no pertenecía a los Miranda-Govín, y el rastro de Martí comenzaría a borrarse de sus paredes de ladrillo.

La importancia de esa casa para la historia cubana es notable. Luciana Govín, el Dr. Miranda y Gonzalo de Quesada hicieron de ella uno de los lugares de referencia para los emigrados cubanos de New York. Esa fue la casa que visitó Martí frecuentemente. De allí salió, acompañado por Miranda y por Quesada, a celebrar su último cumpleaños en Delmonico's el 28 de enero de 1895. Allí escribió dos días después la orden de alzamiento que enviaría a Juan Gualberto Gómez en un habano y que daría inicio a la Guerra del 95. Fue de esa casa de donde partió definitivamente a Cuba en la fría mañana del 30 de enero de 1895, bajando por los escalones tan cubiertos de nieve entonces como los encontrarán hoy los amantes del jazz que vayan a disolver la noche en música y tragos al club Swing 46. 

Casas de la misma cuadra, que conservan el mismo aspecto que tendrían
en 1895. Posiblemente esta fue una de las últimas escenas de New York
que vio José Martí esa mañana del 30 de enero de 1895 al partir
definitivamente para Cuba. Foto del autor.


Notas
(1)  Zéndegui, Guillermo de. Ámbito de Martí, página 136. La Habana, Cuba: P. Fernández y Companía, 1954.

(2)  Gaceta Oficial No. 048 Ordinaria de 14 de julio de 2006, página 884. La Habana, Ministerio de Justicia, 2006

(3)  Mañach, Jorge. Martí, el apóstol, páginas 226 y 227. Madrid, España: Espasa-Calpe, 1933

(4)  Hay numerosos documentos de la época que confirman este detalle. Un ejemplo es The New York Charities Directory de 1895. En la página 125 de esa guía aparece la Sociedad de Beneficencia Hispano-Americana de Nueva York, que residía en casa del Dr. Miranda. En la lista de directivos aparecen en Dr. Miranda como presidente y Gonzalo de Quesada como secretario, y se indica la misma dirección para ambos. Quizás donde yerran ambos —Zéndegui y Mañach—, es en adjudicar la propiedad a los señores de la casa. En el sentido más estricto, la casa probablemente sería propiedad de Luciana Govín, esposa del Dr. Miranda e hija del acaudalado Félix Govín. 

(5)  Martí, José. Obras completas. Tomo 4, página 62. La Habana, Cuba. Editorial de Ciencias Sociales, 1975. Martí escribió varias cartas a Gonzalo de Quesada desde su salida de New York el 30 de enero de 1895 hasta su muerte el 19 de mayo —casi todas más largas y significativas que la que nos ocupa—, pero esta breve nota es la única donde aparece la dirección de Quesada bajo su nombre, quizás por el carácter oficial de la misma:

                                                                            La Vega, 18 de Febrero de 1895
Sr. Gonzalo de Quesada
Secretario de la Delegación
349 W. 46th. St., New York
Mi amigo muy querido:
Con comisión especial, y sólo fiable a hombres de su mérito, va a esa ciudad, a concertar detalles con Tesorería, nuestro noble amigo el Sr. Eleuterio Hatton. El merece nuestra mayor estimación, y yo ruego a Vd. que en todo se la muestre, en lo oficial y en lo privado. Pocos hombres hay de su generosidad y reserva.
Saluda a V. muy afectuosamente
                                                                            El Delegado
                                                                            José Martí

(6)  New York County Medical Association. Register of Members: Manual of Information, página 62. New York. 1895

(7)  En varios mensajes posteriores, Gray me dio otros detalles, pistas, lugares donde buscar más datos y su ofrecimiento de que cada vez que necesitara su ayuda, "le diera un grito". Vaya aquí mi agradecimiento.

(8)  The New York Times, edición del 11 de octubre de 1897. New York, EE.UU., 1897. "Filibusteros" era el término generalmente empleado para los cubanos que iban en expediciones desde Estados Unidos para sumarse a la lucha por la independencia.

Sunday, January 26, 2014

El hijo de Céspedes y la hija de Martí

Siempre tuve la sospecha de que María Mantilla no había existido. Los niños se buscan amigos imaginarios. Los exiliados se inventan amigos que sustituyen a los amigos dejados atrás. Los solitarios sueñan con la familia que no tienen. Quizás Martí —pensaba—, que era exiliado y solitario, y que tenía ojos de niño, habría imaginado esa hija que añoraba tener.

Y es que más allá de sus cartas a María, y de los versos de la bárbara abeja que picó a su niña en la frente, y de la mención de la foto en el pecho contra las balas —que al final no sirvió de talismán ni de escudo—, es difícil hallar cualquier rastro de su existencia. César Romero juraba ser su hijo, pero, pensaba yo, muy bien podría tratarse de un ardid publicitario de su agente en Hollywood. ¿Y la anciana que visitó Cuba en 1953 para celebrar el centenario de Martí y apareció en aquella Bohemia que guardaba mi abuela como un tesoro? Bueno, quizás Batista había contratado a la misma actriz que hacía el papel de madre de César Romero para que visitara a los isleños olvidadizos y les hiciera los cuentos que querían oír.


Eso temía hasta la semana pasada, cuando me pasé una tarde leyendo el periódico. Como es sabido, no hay nada más viejo que un periódico de ayer, pero un periódico de hace un siglo puede estar lleno de noticias frescas. Leyendo la edición del New York Times del 29 de abril de 1895, por ejemplo, se entera uno de que la noche anterior, en el Hardman Hall, los cubanos de New York se habían reunido a homenajear a Carlos Manuel de Céspedes, el hijo del Padre de la Patria, que acababa de llegar de Francia y anunciaba su próxima partida a los campos de Cuba.


Céspedes había recibido en el puerto de New York una semana antes por una muchedumbre de quinientos cubanos. Venía, contaba el Times el 22 de abril, a recaudar dinero para la causa, a desmentir el rumor español de que la guerra era "una rebelión de negros y bandidos", y a sumarse a las tropas mambisas. Pero la noche del 28 fue el recibimiento oficial de los cubanos exiliados a aquel hombre destinado casi cuarenta años más tarde a ser presidente de Cuba por tres semanas para ser depuesto por Batista. Traduzco algunos fragmentos del artículo del Times:



Vítores para el joven Céspedes 
Declara estar dispuesto a dar la vida por su patria 
Carlos Manuel de Céspedes y Quesada, el hijo del revolucionario cubano y presidente de la república, fue recibido anoche en el Hardman Hall por los miembros de la colonia cubana que apoyan la insurrección contra España.
Fueron tantos los asistentes a la recepción que más de cien se quedaron sin asiento. Prácticamente todos, incluso muchas mujeres hermosas y jovencitas entusiastas, estaban adornadas con la bandera cubana, que tiene una estrella blanca en un triángulo escarlata sobre un campo de franjas blancas y azules. La cuarta parte de los asistentes eran personas de color, algunas de las cuales, pese al manifiesto revolucionario que declara la igualdad, siguieron la práctica discriminatoria y fueron a la galería del teatro, aunque algunos menos delicados fueron bien recibidos por los patriotas blancos de ambos sexos. 
[...]
Antes de que el Sr. Céspedes pronunciara su primera docena de palabras, se hizo evidente no solo que tiene una voz excelente, sino que posee una habilidad oratoria extraordinaria. [...] "En el combate", añadió, "intentaré ser el digno hijo de San Lorenzo".

Final del artículo del New York Times
del 29 de abril de 1895
Lo primero que llama la atención en el artículo son los desvelos sureños del cronista del Times. ¿Sabría que Céspedes, el padre, había dado la libertad a sus esclavos cuatro años después de que Lincoln terminara la infamia del Sur? 
El artículo menciona los principales asistentes: Juan Fraga, Enrique Trujillo, Emilio Agramonte, Estrada Palma (al que el Times llama "Palma Estrada"); menciona el discurso de Fraga y resume y cita el de Gonzalo de Quesada. El último párrafo es muy breve. Dice simplemente: "Después de que el Sr. Quesada leyera la proclama revolucionaria de Máximo Gómez y José Martí, la Srta. María Mantilla tocó el himno 'La Bayamesa' y concluyó la reunión."

Pensé enseguida que Martí hubiese sido feliz leyendo esa oración del New York Times, pero Martí tenía pactada su cita con el destino tres semanas exactas después de aquella noche, y el correo entre New York y Dos Ríos era entonces tan lento como ahora. Habría leído feliz su nombre y el de María Mantilla en la misma oración. Habría sabido que seguía tocando el piano, y que seguía yendo al Hardman Hall a apoyar la causa con sus manos breves.

Me pregunté también con qué ojos habrá mirado Carlos Manuel de Céspedes, el hijo, a aquella muchacha que era de algún modo la hija de quien ahora ocupaba el lugar del Padre de la Patria. 

María Mantilla aparece mencionada otras dos o tres veces en las crónicas del Times de la época sobre los actos en apoyo de la independencia de Cuba. La última mención significativa es del 21 de mayo de 1903.  En el primer aniversario de la proclamación de la República, el pueblito de Central Valley, donde Estrada Palma vivió y tuvo se escuela, declaró el 20 de mayo como el "Día de Palma". Pusieron banderas americanas y cubanas en todos los postes y en la noche unos 500 cubanos se reunieron en el Century Lyceum a celebrar la independencia. Cuenta el Times que, además de los discursos, esa noche recitó un poema Francisco Sellén, y que la Srta. María Mantilla cantó una canción. Por alguna razón, la historia cubana prefiere recordarla solamente como la niña que recibía las picadas de las abejas y las cartas de Martí. (O hacerla el centro de la manida pregunta sobre de dónde procedían la mitad de sus genes.) Habría que decir alguna vez que la conmovió también la causa que desvelaba al autor de aquellas cartas, el dueño de aquellos genes.




Thursday, June 27, 2013

"Siempre nos quedará Madrid": las memorias españolas de Enrique del Risco


El pasado sábado 22 de junio, Enrique del Risco presentó su libro Siempre nos quedará Madrid en la librería Barco de Papel, de Queens, New York. Del Risco tuvo la amabilidad de pedirme que hiciera la presentación. Como sabrán algunos lectores de este blog, hace unas semanas comenté aquí el libro en un post titulado "Siempre nos quedará Madrid: el terrible y feliz destierro de Enrique del Risco"Este que aparece a continaución es el texto que leí el sábado.


El 17 de enero de 1871 publicó el New York Times una entrevista con Anita Quesada de Céspedes, la esposa del Padre de la Patria, hecha unos días antes mientras estaba detenida en La Habana. La Sra. Quesada había sido capturada por los españoles al intentar salir clandestinamente de Cuba. En su entrevista, la Sra. Quesada pondera la caballerosidad de los soldados españoles que la habían apresado en las costas de Camagüey. Cuenta que el general Chinchila esperó bajo un aguacero mientras la primera dama de la República en Armas se reponía de los rigores de la manigua en la tienda de campaña del oficial. Incluso, cuenta la Sra. Quesada, los españoles tuvieron la amabilidad de llevar lejos de su tienda a los prisioneros que iban a fusilar, para así ahorrarle escuchar el estertor de muerte de los condenados.

Ese mismo día, por cierto, el Times informaba que Ana de Quesada acababa de llegar a New York en el vapor Ciudad de Mérida. Salía así de la prisión y de la guerra de Cuba para entrar en la guerra sorda que sostendría aquí con la infatigable Emilia Casanova, esposa de Cirilo Villaverde.

Menos suerte tendría el poeta Juan Clemente Zenea, capturado con ella y fusilado siete meses más tarde en el Foso de los Laureles de la Cabaña. Cuenta Enrique Piñeyro que en el momento de enfrentar las balas, Zenea se quitó sus gafas de miope irredento y las depositó en el piso a su lado. Quería que los cristales con los que miraba el mundo llegaran intactos a las manos de la mujer que veinticinco segundos después de ese gesto sería su viuda. No es improbable que Zenea tuviese una opinión diferente de la de Anita de Quesada sobre la bondad de los soldados ibéricos. Y no se trataba simplemente del color del cristal con que los miraba.

La anécdota, en fin, resume varios destinos típicos de los cubanos que sueñan con probar nuevos aires: la cárcel, la muerte, Nueva York, las rencillas entre emigrados…

Enrique del Risco y de su esposa “Cleo”, como Zenea y Anita de Quesada, también cayeron en manos de los españoles tras un intento de salida de Cuba, aunque este resultara más exitoso que el de aquellos patriotas. Siempre nos quedará Madrid es el recuento de su salida azarosa y su vida de exiliados ilegales en la Madrid de mediados de los noventa. Su experiencia —y los recuerdos de su aventura— parecen estar entre esos dos extremos que representarían Zenea y la Sra. Quesada.

Este relato es la crónica de una vivencia que comparten dos millones de cubanos. Y es un intento de explicar(se) los sinsabores y las sorpresas de quien decide largarse del lugar donde ha nacido. El libro —la vida de Enrique y su esposa en Madrid— se va poblando poco a poco de una fauna que parece destinada a ilustrar el retablo de los milagros. La generosidad entusiasta que se transforma luego en recelos y malentendidos, la convivencia con gente con la que nunca se le hubiera a uno ocurrido vivir en su sano juicio o en su país de origen, la esperanza sin brújula pero sin muerte del emigrante, la bondad que sorprende a la vuelta de una esquina como un atracador: esos son los elementos del ajiaco/fabada que Del Risco va cocinando en estas páginas.

Desde esa descripción del Madrid de los años noventa, Del Risco —que es miope como Zenea— describe también a Cuba y describe sobre todo los cristales que le tocaron para mirar al mundo. Cada quien es miope a su estilo, pero el asunto es saber exactamente qué graduación necesitamos. La vida cubana es la graduación del cristal con que el autor mira a Madrid, y ese es uno de los ejes de su relato. Del Risco pesa cada experiencia madrileña —ir al cine, entrar en un bar, celebrar la Navidad o su cumpleaños— a partir de la aridez habanera de su vida anterior.

Es ahí donde el libro alcanza su mayor intensidad. Estas son las memorias de dos jóvenes que llegan a España y pasan quince meses pagando la imprudencia, pero que cada día se sienten dichosos de haber logrado largarse de su país. Como he dicho antes, esa dicha no es un síntoma de desarraigo, sino el resumen de una experiencia vital que pasó de la fe a la desesperación después de visitar el desengaño y llegar al aburrimiento. Del Risco dibuja —como no he visto hacer a nadie hasta ahora— una nueva relación con Cuba que no encaja en los arquetipos usuales. La Cuba que Del Risco asume como suya no es la República, que no conoció, ni es el país del "socialismo real" en el que creció, y que se le fue haciendo cada vez menos real y tolerable. En los puntos de comunicación y distanciamiento que el autor describe o sugiere en su libro se define una nueva relación con un archipiélago del que cada cual elige los islotes que considera más amigables. El destierro para Del Risco y su generación no es el distanciamiento físico de un país, sino el extrañamiento —a veces voluntario— de ciertas zonas de la cubanidad irremediablemente envenenadas por la historia.

Del Risco viene a recordarnos que el dolor del exilio a ratos es proporcional a la hospitalidad de la tierra natal. Cuando el aire patrio se enrarece lo suficiente, exilio puede ser un sinónimo de alivio; porque la distancia permite saborear la cubanidad con la cucharita del té, y ponerla bajo llave cuando se salga del plato. Uno lee un libro que nos revela cosas absolutamente nuevas o que nos hace ver lo conocido con nuevos ojos, porque el autor tiene una mirada mucho más fina que la nuestra. Mirado así, este será un libro excelente para dos tipos de cubanos: los que se han ido del Cuba o el que planifica irse. O para cualquiera que pretenda entenderlos.

Siempre nos quedará Madrid es un libro escrito con una buena dosis de ironía. Y la primera víctima de esa navaja es el propio autor, que nos describe en detalle su casi absoluta incapacidad de sobrevivir en un país normal o de conseguir un trabajo que no consista en hablar o escribir. Pero el desfile de personaje incluye hombres crónicamente infieles, músicos alucinados por el humo de impuros cigarros, mujeres celosas hasta el crimen o el suicidio, matones cobardes, tacaños incondicionales y estafadores devotos.

Sin embargo, hay también en el relato una filigrana más pura: el cultivo de la amistad y la decisión de rescatar ciertas cosas esenciales son las tablas de salvación a las que recurren los protagonistas en un momento de sus vidas en que todo parece ir a la deriva. Los españoles que le tocaron en suerte a Del Risco no le cedieron la tienda de campaña como el caballeroso general Chinchila haría con Anita de Céspedes, pero tampoco lo llevaron a pasear junto a los laureles como al pobre Zenea. Su destino madrileño fue más común, más como el nuestro. Pero su relato tiene la lucidez y el humor que permite al lector repasar su propia experiencia con una mirada más aguda y más amable. Y eso basta para darle a Enrique del Risco las gracias.  



Tuesday, March 26, 2013

Lecuona fuera del closet, así en La Habana como en New York

[Este es el final de una serie de posts que he colgado con mi traducción y comentarios sobre el artículo "Cuba's Tin Pan Alley", que Winthrop Sargeant publicara en la revista Life en 6 de octubre de 1947.  Antes colgué aquí mi traducción de la primera parte del artículo en un post titulado "Cuba sin música, ¿una república bananera más?", y unos días más tarde añadí otros comentarios sobre el mismo tema en el post "Si el tango es cubano". El miércoles pasado colgué el tercer post, "Entre balas y marihuana: la música cubana en 1947", y ahora pongo la parte final de mi traducción del largo artículo de Winthrop Sargeant. Quien quiera leer el artículo completo en español y sin comentarios, puede ver mi traducción íntegra en el post "El Tin Pan Alley cubano".]

Al final de su artículo —“Cuba’s Tin Pan Alley”—, Winthrop Sargeant presenta un retrato de Lecuona en el mejor momento de su carrera. Es una imagen mucho más rica y menos etérea que la impuesta en Cuba por una devoción que insiste en ignorar su vida. El Lecuona de Sargeant es un compositor prolífero y al que sus derechos de autor permiten vivir una vida de gitano de lujo que se mueve sin tropiezos entre Guanabacoa y el Midtown neoyorkino.

Sargeant insinúa una y otra vez la homosexualidad de Lecuona sin decirlo directamente. Lo presenta como un hombre "irremediablemente afable" y “lánguido” que siempre se halla rodeado de admiradores masculinos de ropas extravagantes que toman sus licores y se alimentan a su costa. Pero Sargeant deja en claro que Lecuona, como Dios en el salmo, "se sienta por encima del aguacero". Sus éxitos tenían —según el autor— una permanencia con la que solo pueden soñar otros compositores: eso le permite ser indiferente al dinero y a la algarabía de esos muchachos de ropas sospechosamente coloridas que llenan su lujosa habitación neoyorkina. 


En la visión de Sargeant, Lecuona es el cubano lúcido que ha usado los ritmos "salvajes" para hacer su música sin renunciar a sus ademanes y su vocación de hombre civilizado. Es, al fin y al cabo, el traductor de la barbarie para gringos incapaces de bailar la verdadera rumba. Y es también y sobre todo, la antítesis de Chano Pozo, el personaje que domina la primera parte del artículo. Chano Pozo es tumbadora, marihuana, descapotables desbocados en la carretera, riñas de borracho. Lecuona es el tipo lánguido que se deja robar por sus Adonis, que hace una ópera sobre un sombrero de yarey y que sueña con siboneyes clásicos y malagueñas tocadas por niñas bien.  


Ambos murieron lejos de Cuba. Chano con el poco dinero que llevaba en el bolsillo, Lecuona con lo que quedaba de su fortuna derrochada. Chano duerme su eternidad de chulo violento en el cementerio de Colón. Los huesos de Lecuona —según su deseo— esperan desde hace medio siglo a que haya un cambio de apellido en la presidencia cubana para regresar. Quizás la reunión de sus dos osamentas disímiles sería un saludable ensayo de exorcismo para un país cuyo único significado perdurable es su música.  


Aquí les dejo mi traducción de la última parte del artículo de Sargeant:



[Revista LIFE, edición del 6 de octubre de 1947. Páginas 145 a 148 y 151 a 157. Esta es la primera parte del ensayo de Winthrop Sargeant. Próximamente colgaré el resto.]

El Tin Pan Alley cubano [tercera parte]

                                                                    Winthrop Sargeant



El primer compositor de Cuba
 

En el extremo opuesto del espectro musical cubano donde se usan puertas para producir el ritmo, está el lucrativo arte de componer música cubana para el mercado internacional. Y en ese arte Cuba ha producido un nutrido grupo de los más famosos compositores de música popular del mundo. Uno de ellos fue el fallecido Moisés Simons, quien se ganó un lugar permanente en la historia al escribir “El manisero”. Otro es Eliseo Grenet, dueño de cabarets y decano de los directores de orquestas cubanas, cuyo “Lamento cubano”, de marcado tono proafricano, enfureció de tal manera al dictador Machado, que ordenó un acoso que obligó a Grenet a marcharse a Barcelona, España. La obra maestra de Grenet es la popular canción “Mamá Inés”. Sin embargo, el rey indiscutido de la música popular cubana es un hombre de maneras suaves y talante melancólico llamado Ernesto Lecuona.

Lecuona es un fenómeno único en el mundo de la música popular. Si uno menciona su nombre en medio de un grupo de americanos tomados al azar, lo más probable es que no les diga nada. Pero sería raro hallar un americano que no conozca algunas de sus canciones de mayor éxito. Algunas de ellas se han convertido en melodías tan conocidas que la gente las atribuye a veces a algún compositor clásico de otra época. Otras de sus canciones ocupan cada año los primeros lugares de las listas de éxitos. Y aun otros son clásicos genuinos que todo estudiante de piano aprende a tocar. Entre una lista de unas 300 composiciones que Lecuona ha escrito durante los últimos 40 años, la más conocida a nivel mundial es la voluptuosa canción “Siboney”, a la que a veces algunos llaman en broma el himno nacional cubano. La siguen de cerca en popularidad archiconocidas piezas para piano como “Malagueña” y “Andalucía (La brisa y yo)” y una enorme lista de canciones populares (“Para Vigo me voy”, “Siempre en mi corazón”, “Noche azul, “Dame de tus rosas”, “María la O”, “Carabalí”, “Devuélveme el corazón” y muchas otras) que se tocan y cantan en cabarets, salones de baile, restaurantes, estados de béisbol, bares y estudios de radio y televisión desde Alaska hasta la Tierra del Fuego.


En las editoriales de música del Tin Pan Alley de Manhattan, las composiciones de Lecuona son consideradas “estandards”, es decir, perennes éxitos de ventas. Mientras que la popularidad de una canción exitosa típica del Tin Pan Alley dura unos meses , las canciones de Lecuona se venden exitosamente por décadas. “Siboney” ha sido grabada dos o tres veces por cada una de las compañías disqueras importantes y sigue manteniendo su popularidad. “Para Vigo me voy” ha vendido casi un millón de copias en solo en Estados Unidos. “Malagueña”, con ventas estables de 100,000 copias la año desde 1931, han implantado algo así como un récord en los catálogos de su editorial neoyorquina. En arreglos de todos los estilos, desde bandas de metales hasta piano o acordión, es el éxito de ventas más constante en los Estados Unidos. Ha sobrepasado las ventas de la canción que antes tenía el record de toda la historia de la música estadounidense, el inmortal clásico “Glow Worm”, que Paul Lincke compusiera hace 45 años.



Un hombre siempre rodeado de sus admiradores

Lecuona es un cubano de 51 años, alto e irremediablemente afable, con ojos color tabaco y un limitado vocabulario de inglés infra-básico. Viaja continuamente entre un abarrotado apartamento en La Habana y una suite de un hotel del centro de New York. A pesar de sus incesantes esfuerzos por vestirse con elegancia, su talante es (como dicen siempre sus amigos ) exactamente igual al del cómico Zero Mostel. Hombre notoriamente sedentario, usualmente se lo halla lánguidamente recostado en un butacón, rodeado de un grupo de admiradores latinoamericanos de vestimenta estridente que hablan sin parar y lo siguen adonde quiera que vaya y comen de su comida y beben de sus licores en cantidades ilimitadas. Lecuona muy pocas veces prueba un trago. Observa esa algarabía portátil que lo acompaña con aire preocupado y ausente a la vez. De cuando en cuando pide permiso, se levanta, va hasta un piano cercano y toca un par de canciones sobre el estruendo de la conversación. “Después de todo”, explica como justificándose, “un hombre debe tener derecho a tocar piano en su casa”.

Aunque sus ingresos por derecho de autor se calculan en decenas de miles de dólares, Lecuona no tiene ninguno de los rasgos característicos de los hombres acaudalados, excepto quizás su distraída indiferencia hacia el dinero. Constantemente regala pequeñas sumas de dinero para ayudar a maraqueros y cantantes de cabaret en cierne, tanto americanos como cubanos. El dinero que ha regalado durante su carrera sin dudas suma una fortuna.

Lecuona es una figura tan admirada en América Latina que cuando un hombre llamado Ricardo Lecuona murió en un accidente aéreo en Colombia, muchas estaciones de radio de México, Chile, Perú, Brasil y Argentina interrumpieron sus transmisiones para hacer un minuto de silencio pensando que había sido Ernesto quien había muerto en el accidente. Hace cinco años, el expresidente Batista lo nombró attache cultural de la Embajada Cubana en Washington. Como embajador de la música cubana, solo lo supera el formidable director de orquesta español Xavier Cugat. Su puesto no oficial como el primer músico de Cuba, que recientemente ha tenido su colofón en media docena de partituras para películas de Hollywood y de América Latina, comenzó en los cabarets y los cines mudos de La Habana. Siendo un niño de 11 años, pidió prestados un par de pantalones largos y organizó su primera orquesta. Una marcha titulada “Cuba y América”, que compuso siendo muy joven, aún hoy es en el repertorio habitual de las bandas militares cubanas. Su primer éxito internacional importante fue en 1922, cuando dio una gira por los Estados Unidos y se presentó por ocho semanas consecutivas en el teatro Capitol de New York, donde tocó por primera vez su “Malagueña” y su “Andalucía” ante el público de Estados Unidos.


Si bien “Malagueña” y su “Andalucía” eran “piezas de salón” típicas que podrían haber sido escritas por compositores latinoamericanos desde cualquier orilla del estrecho de la Florida, “Siboney”, que se estrenó en 1927, tenía la cadencia típicamente cubana que infestaría a los bailadores de Estados Unidos con el virus de la rumba. Toda esa fiebre, como han indicado frecuentemente los cubanos, estaba basada en un monstruoso malentendido. “Siboney” no era, de ninguna manera, una rumba. Como tampoco lo es “El manisero”. Esa errónea y lucrativa idea nació de la fértil imaginación del editor musical del Tin Pan Alley Herbert E. Marks, que se ha convertido desde entonces en el mayor importador de música latinoamericana de Estados Unidos. En Cuba la rumba es un atlético baile de exhibición que requiere un espacio inmenso y una no menos espectacular dosis de meneo de caderas que convertiría cualquier pista de baile americana en una cancha de hockey coreográfico. La música de la rumba es rápida y extremadamente agresiva. El baile que los americanos han importado con ese nombre es también auténticamente cubano, pero en Cuba lo llaman son. El malentendido comenzó cuando la compañía editorial de Marks publicó “El manisero” como un son y se dio cuenta de que los compradores se confundían con ese nombre y pensaban que era un error de impresión, que debía ser “song” (“canción”). Los directores de la Edward B. Marks Music Corp. inmediatamente se reunieron para discutir el asunto y decidieron clasificar como “rumba” esa canción. Y para los desprevenidos americanos ha sido desde entonces una rumba.

En este momento el reinado del son en La Habana se ve amenazado por el éxito de un nuevo ritmo llamado “el botecito”, y los promotores musicales americanos como Arthur Murray recorren Cuba de punta a punta con la esperanza de hallar otra de las minas de oro de Terpsícores. El botecito, como se baila en los salones y las calles de La Habana, es como la marcha de un regimiento en la que una muchedumbre de cubanos salameros se balancean de un lado a otro, con las manos en las caderas, como si fuera el movimiento de un bote. Como la mayoría de las modas de los salas de baile de Cuba, este nuevo pasillo se debe achacar a los ñáñigos, y nadie puede predecir cuándo desaparecerá.

Saturday, March 16, 2013

Yoani Sánchez: la palabra y los gritos

Panel "Cuba in a Global Context:
Social Media and Political Change".
The New School, New York
Fue el sábado 9 de abril de 1994. Hacía exactamente cuatro meses que habíamos llegado a New York y José Prince y María Cristina Herrera, dos amigos cuya bondad nunca podré pagar, me invitaron a un evento titulado "Cuba: Roads to the Future", que se celebraría en The New School. En el primer panel al que asistí estaban esos dos amigos más Carmelo Mesa Lago, Marcelino Miyares, Wayne Smith y otras personalidades. Cuando Wayne Smith comenzó a hablar, un joven cubano se levantó de su asiento y caminó hacia el escenario tapándose los oídos con las manos. Varios asistentes comenzaron a imprecar a Wayne Smith. Le gritaban "comunista" y otras lindezas. 

Teniendo aún vivo el recuerdo de los actos de repudio que había presenciado en Cuba, me levanté y salí inmediatamente de la sala. Cuando llegué al lobby, vi que iba entrando el representante Charles Rangel. "Mr. Rangel", le dije, "debo decirle algo". Charlie Rangel me miró extrañado, pero con la simpatía genérica del animal político que siempre ha sido. "Allá adentro el ambiente está muy caldeado. Hay unos señores gritando improperios. Me temo que no son simpatizantes suyos. Por favor, evítese el disgusto". Rangel me dio las gracias y yo salí del edificio sin mirar atrás. 
Nunca más volví a The New School. 

Hasta hoy. 
En el mismo auditórium de hace diecinueve años, se celebraba otro coloquio sobre Cuba. El segundo panel de la tarde, "Cuba in a Global Context: Social Media and Political Change", fue excelente. John Kelly y Thomas Werner hablaron sobre las corrientes políticas y culturales que se pueden observar en la blogosfera mundial y sobre la influencia del Internet en la historia reciente de diferentes países del mundo. Yoani Sánchez y Nitin Sawhney disertaron sobre el uso de la tecnología y las redes sociales por parte de la resistencia palestina y de los disidentes cubanos. 

Tras el debate, mientras Yoani contestaba una pregunta del público, un grupo de hombres y mujeres se levantaron con pancartas "antiyoani" y comenzaron a gritar improperios contra ella. Por casi un cuarto de hora interrumpieron el debate, a pesar de los repetidos reclamos de la moderadora Coco Fusco. Mientras tanto, Yoani se mantuvo sentada en el escenario, con la calma y la paciencia de quien espera una guagua en Infanta y Carlos III. Solo hizo un comentario: "Parece que el acto de repudio llegará a ser el único producto de exportación de mi país".


Coco Fusco dijo entonces que todos debían sentarse o habría que llamar a los guardas jurados de la escuela. Con la misma sincronización con que se habían indignado y habían chillado sus improperios, los vociferantes se calmaron al instante y se retiraron. Había terminado el acto de repudio. Sentí la misma repugnancia que he experimentado siempre al presenciar la mezcla de impotencia e intolerancia de un grupo que no soporta escuchar opiniones contrarias a la suya. ¿Habrá otro modo más claro de demostrar que no se tiene la razón? 


Para Yoani Sánchez debe ser agotador lidiar con ese odio itinerante que va tras ella de ciudad en ciudad, de país en país. Es como si la intolerancia medieval de algún ayatola hubiese escrito una fatua contra ella. Y sin embargo, tendría que dar gracias a esa gente que, teniendo la oportunidad de dialogar con ella, prefiere insultarla e impedirle hablar. Es la mejor prueba de la razón que la asiste, y de la eficacia con que sabe exponerla.

Saturday, October 13, 2012

Justicia poética... ¿o pelotera?

Raúl Ibáñez (27) recibido por sus compañeros de equipo
tras su segundo jonrón contra los Orioles.
Foto tomada del periódico Boston Globe.

El miércoles, con un out en la parte baja de la novena entrada, los Yankees perdían 2 a 1 ante los Orioles de Baltimore. El manager Joe Girardi tomó entonces una decisión arriesgada: sentar a Alex Rodríguez, el pelotero mejor pagado de las Grandes Ligas y tercer bate de los Yankees, y enviar al plato como emergente al cubanoamericano Raúl Ibáñez, un jugador de 40 años, con garra pero sin el brillo o el talento de Alex. Al segundo lanzamiento, Ibáñez disparó un jonrón sobre la "cercana cerca" del jardín derecho del Yankee Stadium. La subsiguiente locura en las gradas era también de alivio: la temporada de los Yankees había estado al borde del abismo. 

En el inning 12, con el partido aún empatado a dos, volvió a salir Ibáñez a batear. Le hizo swing al primer lanzamiento y envió la pelota al segundo balcón del jardín derecho. El público volvió a enloquecer, pero esta vez con más alegría. Todo el equipo salió a recibir a Ibáñez. Parecía el final de una Serie Mundial. Por supuesto, Frank Sinatra empezó entonces a cantar "New York, New York", como lo hace cada vez que ganan los Yankees.

Fue una derrota dura para Baltimore, un equipo que llevaba 15 años sin clasificar para la postemporada y que anoche fue finalmente eliminado, gracias a una magnífica labor de C.C. Sabathia... y otra carrera impulsada por Ibáñez. Pero esos dos jonrones del miércoles fueron los que salvaron la temproada de los Yankees. Y deben haber sido muy amargos para Peter Angelos, el archimillonario abogado dueño de los Orioles. A mí los dos jonrones de Ibáñez me supieron a gloria... y no solo por haber salvado a los Yankees.

Desde que en 1947 Jackie Robinson salió a defender la segunda base de los Brooklyn Dodgers, las Grandes Ligas han sido una institución cada vez menos racista y más abierta. Una de las excepciones a esa regla son los Orioles de Baltimore. En mayo del año 2000, a través de su vicegerente de operaciones deportivas Syd Thrift, Peter Angelos declaró  que su equipo jamás contraría a ningún pelotero cubano que lograra llegar a Estados Unidos desde la Isla. El anuncio oficial parecía ser una invitación a los demás dueños a establecer una medida semejante contra los cubanos en todas las Grandes Ligas. El carácter manifiestamente discriminatorio —e implícitamente racista— de semejante decisión provocó un escándalo y una investigación de parte de Major League Baseball. Peter Angelos, que hizo sus millones en demandas legales de todo tipo, olió el peligro enseguida y se retractó dos días más tarde. Pero nunca ha contratado a un pelotero que haya salido de Cuba.

Peter Angelos ha sido un dueño desastroso para los Orioles. Bajo su égida, ese club legendario se ha convertido en el hazmerreír de las Grandes Ligas. En el 2009 la revista Sports Illustrated lo nombró como "el peor dueño de equipo de las Grandes Ligas". En una de sus escasas decisiones acertadas, en el 2010 contrató a Buck Showalter para dirigir el equipo. Este año los Orioles han jugado su mejor temporada de las últimas dos décadas. Parecían destinados a la gloria... hasta que Joe Girardi envió a Raúl Ibáñez, hijo de exiliados cubanos, a batear de emergente por Alex Rodríguez... 

Peter Angelos se ofreció como rancheador voluntario para perseguir a los cimarrones cubanos en las Grandes Ligas hace más de una década. Ahora tendrá todo el invierno para ver una y otra vez el video de los dos jonrones de Ibáñez y la locura absoluta en las gradas del Yankee Stadium, y para escuchar la voz de Frank Sinatra recordándole que New York is a helluva town. Y a lo mejor se dará cuenta que el trabajo de rancheador, además de ser indigno, no siempre reporta ganancias.