Panel "Cuba in a Global Context: Social Media and Political Change". The New School, New York |
Teniendo aún vivo el recuerdo de los actos de repudio que había presenciado en Cuba, me levanté y salí inmediatamente de la sala. Cuando llegué al lobby, vi que iba entrando el representante Charles Rangel. "Mr. Rangel", le dije, "debo decirle algo". Charlie Rangel me miró extrañado, pero con la simpatía genérica del animal político que siempre ha sido. "Allá adentro el ambiente está muy caldeado. Hay unos señores gritando improperios. Me temo que no son simpatizantes suyos. Por favor, evítese el disgusto". Rangel me dio las gracias y yo salí del edificio sin mirar atrás. Nunca más volví a The New School.
Hasta hoy. En el mismo auditórium de hace diecinueve años, se celebraba otro coloquio sobre Cuba. El segundo panel de la tarde, "Cuba in a Global Context: Social Media and Political Change", fue excelente. John Kelly y Thomas Werner hablaron sobre las corrientes políticas y culturales que se pueden observar en la blogosfera mundial y sobre la influencia del Internet en la historia reciente de diferentes países del mundo. Yoani Sánchez y Nitin Sawhney disertaron sobre el uso de la tecnología y las redes sociales por parte de la resistencia palestina y de los disidentes cubanos.
Tras el debate, mientras Yoani contestaba una pregunta del público, un grupo de hombres y mujeres se levantaron con pancartas "antiyoani" y comenzaron a gritar improperios contra ella. Por casi un cuarto de hora interrumpieron el debate, a pesar de los repetidos reclamos de la moderadora Coco Fusco. Mientras tanto, Yoani se mantuvo sentada en el escenario, con la calma y la paciencia de quien espera una guagua en Infanta y Carlos III. Solo hizo un comentario: "Parece que el acto de repudio llegará a ser el único producto de exportación de mi país".
Coco Fusco dijo entonces que todos debían sentarse o habría que llamar a los guardas jurados de la escuela. Con la misma sincronización con que se habían indignado y habían chillado sus improperios, los vociferantes se calmaron al instante y se retiraron. Había terminado el acto de repudio. Sentí la misma repugnancia que he experimentado siempre al presenciar la mezcla de impotencia e intolerancia de un grupo que no soporta escuchar opiniones contrarias a la suya. ¿Habrá otro modo más claro de demostrar que no se tiene la razón?
Para Yoani Sánchez debe ser agotador lidiar con ese odio itinerante que va tras ella de ciudad en ciudad, de país en país. Es como si la intolerancia medieval de algún ayatola hubiese escrito una fatua contra ella. Y sin embargo, tendría que dar gracias a esa gente que, teniendo la oportunidad de dialogar con ella, prefiere insultarla e impedirle hablar. Es la mejor prueba de la razón que la asiste, y de la eficacia con que sabe exponerla.