Powered By Blogger
Showing posts with label Carlos Manuel de Céspedes. Show all posts
Showing posts with label Carlos Manuel de Céspedes. Show all posts

Thursday, November 22, 2018

Presentación de Leve historia de Cuba



Una de esas cosas por las que uno da gracias hoy: Anoche en NYU dije las palabras de presentación del libro Leve historia de Cuba, de Enrique del Risco y Francisco García. En mi presentación traté de responder la pregunta obvia: ¿Por qué debería uno leer esta Leve historia de Cuba? Aquí está mi respuesta.


Leve historia de Cuba


En su libro San Cristóbal de La Habana, publicado en 1920, Joseph Hergesheimer dice: “En La Habana las iglesias no eran ricas en tradición ni belleza, y los conventos de antaño habían sido convertidos en almacenes. En fin, no era una ciudad avasallada por su historia”.

Lo que dice Hergesheimer de las iglesias y conventos podría decirse también hoy. Su referencia a la historia, de repetirse ahora, sería más una burla que un piropo. 
Hablar de la levedad de la historia de Cuba setenta años después de Hergesheimer, en La Habana dura de los noventa, era una provocación.

El libro de Enrique del Risco y Francisco García, Leve historia de Cuba, escrito en esos años, aunque no se publicaría por primera vez hasta 2007, parece hoy más fresco y relevante que en los años del Maleconazo.

La “levedad” que los autores endilgan a la historia en el título es, de alguna manera, “otredad”. Anuncian que van a contar otra historia de Cuba. ¿Otra en contraposición a cuál? ¿Cuál es la “pesada” historia de Cuba a la que el título haría referencia?
La historia de un país, la que se enseña en las escuelas, es siempre una leyenda áurea regurgitada por el poder, una manipulación de los hechos para que sirvan como justificación de sus antojos pasajeros.
La historia oficial es como un cuento de niños narrado con la voz engolada del gobierno. Cuanto más omnímodo y largo sea el gobierno, más engolada será su voz, más arcaicos sus ceremoniales, más almidonadas sus guayaberas totémicas, más ridículas se volverán sus liturgias. 

Hay un punto en que la omnipresencia y la duración de ciertos poderes hace inútil rebatirlos seriamente. Tomarlos en serio sería ya una concesión. Hay que recurrir al sarcasmo para mostrar su ridiculez.

Sin embargo, aunque esta Leve historia de Cuba tiene un componente irónico, no es la ironía lo que la hace más relevante hoy que cuando se escribió.

Leve historia de Cuba es, entre otras cosas, el re-cuento de los pasajes clave de la historia de siempre, aquella que nos hacían tragar con la leche en polvo. Unas veces la narración se teje a partir de supuestas “fuentes primarias”, fragmentos en que los autores imitan el estilo literario, la voz de los protagonistas para contar lo que ellos nunca tuvieron tiempo de contar… o contaron y luego fue suprimido, como las páginas perdidas del Diario de Martí, que están aquí recobradas del fuego, para explicarnos en detalle qué se dijo y que pasó en la reunión de La Mejorana.

La recreación no es reverente en el sentido oficioso, pero sí rigurosa en los datos y en el estilo narrativo. No es reverente, pero es en el fondo más respetuosa que la historia oficial.

Cada uno de esos fragmentos es, en sí mismo, el desmontaje del mito. El mito en el sentido de la manipulación del poder —el manoseo de los mandantes; esa alquimia por la que el poder convierte a los personajes históricos en figurines útiles, y cada hecho histórico en una justificación del capricho que tendrán mañana a media tarde. 

***

Tenía hace años un buen amigo uruguayo que detestaba a los evangelistas de la televisión. Solía decirme que cuando a un televangelista lo sorprendían con la secretaria o le descubrían que se había robado un millón de dólares de la comunidad, siempre habría después un discurso lacrimoso de arrepentimiento y promesa de absoluta enmienda. “Ese sermón no es tan divertido”, me decía mi amigo. “El que uno no se puede perder es el que dará el evangelista cuando lo sorprendan con la segunda secretaria o el segundo millón robado”.

Y eso es lo que hace relevante este libro hoy. Nuestros televangelistas tropicales, después de haber manoseado y amoldado la historia patria a su gusto por varias décadas, han descubierto que el figurín que moldearon necesita ser continuamente reajustado para que no pierda su utilidad a la hora de justificar sus nuevos y recurrentes caprichos vespertinos. 

Decir que Céspedes al liberar los esclavos era un precursor de la Ofensiva Revolucionaria, por ejemplo, requiere cierta dosis de imaginación. Ahora, pararse medio siglo después y explicar que el discurso de La Demajagua no profetizaba en realidad la Ofensiva Revolucionaria sino, digamos, el alquiler de médicos o jonroneros como sirvientes por contrato, es una hazaña retórica mucho más encomiable. Es como el segundo sermón del televangelista. 

Leve historia de Cuba nos describe cómo funciona el mecanismo original de ese manoseo que ahora ha alcanzado, para decirlo el términos leninistas, su fase superior.
Hay otra razón por la que la relectura de Leve historia de Cuba más iluminadora hoy que cuando fue escrita.

En el imaginario del gobierno cubano de los últimos sesenta años, el poder siempre se ha identificado con cualquier cosa del pasado que consideraran buena. Y han profesado la noción improbable de que todos los “buenos” de la historia aprobarían cada tontería que se les ocurriera a ellos decir o hacer. Y que también darían su visto bueno cuando mañana se les ocurriera hacer lo contrario.

De ahí que el gran timonel de la Ofensiva Revolucionaria —que estatizó los carritos de algodón de azúcar y las quincallerías— dijera ese mismo año de 1968, refiriéndose a Céspedes y compañía, aquello de que “Nosotros entonces hubiéramos sido como ellos; ellos hoy hubieran sido como nosotros”. 

Leve historia de Cuba, establece una serie de paralelos más interesantes y convincentes para hallar a los verdaderos “gemelos”. Y los gemelos son los hombres que ejercen el poder como si fuera su sistema respiratorio. La relación del poder con la historia, o con su adaptación continua, será en realidad lo único en lo que “nosotros hubiéramos sido como ellos”, no importa si se trata de fusilar filibusteros o ahorcar vegueros o perseguir cimarrones.

Hay otro detalle que le da a este libro una extraña frescura. En los últimos años hemos visto en ciertas universidades una especia de renacimiento puritano. No es religioso, por supuesto, pero es puritano. Su puritanismo se basa en la convicción de que han llegado a un estado de nitidez moral absoluto que les permite juzgar cada generación anterior de manera implacable, inapelable.

Esa extraña creencia no es tan sorprendente para quienes crecimos leímos manuales de marxismo desde la secundaria. Podíamos juzgar nosotros, “pertrechados de una ideología científica”, cualquier hecho, cualquier personaje histórico, y descubrirle sus pecadillos retrógrados o, como decían nuestros maestros, “sus limitaciones burguesas”.

Leve historia de Cuba nos presenta una lectura inversa. Mira el presente desde cada momento anterior de la historia de Cuba y nos muestra por qué los protagonistas de antaño podrían mirar con desprecio a quienes descubrieron luego la alquimia del gobierno eterno. 

A ratos, Leve historia de Cuba parece una carta desesperada desde el presente a los personajes de la pesada historia nuestra de los últimos cinco siglos. Una advertencia quizás, o una disculpa.

Nuestras vidas han estado avasalladas por esa historia cuyo peso Joseph Hergesheimer no sentía al caminar en 1920 por la calle Obispo. "La Habana”, dice  él arrobado, “era por el momento, y en un sentido muy profundo, la capital del mundo”. Leve historia de Cuba es quizás la explicación de cómo esa frase, que en 1920 era solo una exageración, se convirtió con el tiempo en un chiste.

Nueva York, 21 de noviembre de 2018

Sunday, January 26, 2014

El hijo de Céspedes y la hija de Martí

Siempre tuve la sospecha de que María Mantilla no había existido. Los niños se buscan amigos imaginarios. Los exiliados se inventan amigos que sustituyen a los amigos dejados atrás. Los solitarios sueñan con la familia que no tienen. Quizás Martí —pensaba—, que era exiliado y solitario, y que tenía ojos de niño, habría imaginado esa hija que añoraba tener.

Y es que más allá de sus cartas a María, y de los versos de la bárbara abeja que picó a su niña en la frente, y de la mención de la foto en el pecho contra las balas —que al final no sirvió de talismán ni de escudo—, es difícil hallar cualquier rastro de su existencia. César Romero juraba ser su hijo, pero, pensaba yo, muy bien podría tratarse de un ardid publicitario de su agente en Hollywood. ¿Y la anciana que visitó Cuba en 1953 para celebrar el centenario de Martí y apareció en aquella Bohemia que guardaba mi abuela como un tesoro? Bueno, quizás Batista había contratado a la misma actriz que hacía el papel de madre de César Romero para que visitara a los isleños olvidadizos y les hiciera los cuentos que querían oír.


Eso temía hasta la semana pasada, cuando me pasé una tarde leyendo el periódico. Como es sabido, no hay nada más viejo que un periódico de ayer, pero un periódico de hace un siglo puede estar lleno de noticias frescas. Leyendo la edición del New York Times del 29 de abril de 1895, por ejemplo, se entera uno de que la noche anterior, en el Hardman Hall, los cubanos de New York se habían reunido a homenajear a Carlos Manuel de Céspedes, el hijo del Padre de la Patria, que acababa de llegar de Francia y anunciaba su próxima partida a los campos de Cuba.


Céspedes había recibido en el puerto de New York una semana antes por una muchedumbre de quinientos cubanos. Venía, contaba el Times el 22 de abril, a recaudar dinero para la causa, a desmentir el rumor español de que la guerra era "una rebelión de negros y bandidos", y a sumarse a las tropas mambisas. Pero la noche del 28 fue el recibimiento oficial de los cubanos exiliados a aquel hombre destinado casi cuarenta años más tarde a ser presidente de Cuba por tres semanas para ser depuesto por Batista. Traduzco algunos fragmentos del artículo del Times:



Vítores para el joven Céspedes 
Declara estar dispuesto a dar la vida por su patria 
Carlos Manuel de Céspedes y Quesada, el hijo del revolucionario cubano y presidente de la república, fue recibido anoche en el Hardman Hall por los miembros de la colonia cubana que apoyan la insurrección contra España.
Fueron tantos los asistentes a la recepción que más de cien se quedaron sin asiento. Prácticamente todos, incluso muchas mujeres hermosas y jovencitas entusiastas, estaban adornadas con la bandera cubana, que tiene una estrella blanca en un triángulo escarlata sobre un campo de franjas blancas y azules. La cuarta parte de los asistentes eran personas de color, algunas de las cuales, pese al manifiesto revolucionario que declara la igualdad, siguieron la práctica discriminatoria y fueron a la galería del teatro, aunque algunos menos delicados fueron bien recibidos por los patriotas blancos de ambos sexos. 
[...]
Antes de que el Sr. Céspedes pronunciara su primera docena de palabras, se hizo evidente no solo que tiene una voz excelente, sino que posee una habilidad oratoria extraordinaria. [...] "En el combate", añadió, "intentaré ser el digno hijo de San Lorenzo".

Final del artículo del New York Times
del 29 de abril de 1895
Lo primero que llama la atención en el artículo son los desvelos sureños del cronista del Times. ¿Sabría que Céspedes, el padre, había dado la libertad a sus esclavos cuatro años después de que Lincoln terminara la infamia del Sur? 
El artículo menciona los principales asistentes: Juan Fraga, Enrique Trujillo, Emilio Agramonte, Estrada Palma (al que el Times llama "Palma Estrada"); menciona el discurso de Fraga y resume y cita el de Gonzalo de Quesada. El último párrafo es muy breve. Dice simplemente: "Después de que el Sr. Quesada leyera la proclama revolucionaria de Máximo Gómez y José Martí, la Srta. María Mantilla tocó el himno 'La Bayamesa' y concluyó la reunión."

Pensé enseguida que Martí hubiese sido feliz leyendo esa oración del New York Times, pero Martí tenía pactada su cita con el destino tres semanas exactas después de aquella noche, y el correo entre New York y Dos Ríos era entonces tan lento como ahora. Habría leído feliz su nombre y el de María Mantilla en la misma oración. Habría sabido que seguía tocando el piano, y que seguía yendo al Hardman Hall a apoyar la causa con sus manos breves.

Me pregunté también con qué ojos habrá mirado Carlos Manuel de Céspedes, el hijo, a aquella muchacha que era de algún modo la hija de quien ahora ocupaba el lugar del Padre de la Patria. 

María Mantilla aparece mencionada otras dos o tres veces en las crónicas del Times de la época sobre los actos en apoyo de la independencia de Cuba. La última mención significativa es del 21 de mayo de 1903.  En el primer aniversario de la proclamación de la República, el pueblito de Central Valley, donde Estrada Palma vivió y tuvo se escuela, declaró el 20 de mayo como el "Día de Palma". Pusieron banderas americanas y cubanas en todos los postes y en la noche unos 500 cubanos se reunieron en el Century Lyceum a celebrar la independencia. Cuenta el Times que, además de los discursos, esa noche recitó un poema Francisco Sellén, y que la Srta. María Mantilla cantó una canción. Por alguna razón, la historia cubana prefiere recordarla solamente como la niña que recibía las picadas de las abejas y las cartas de Martí. (O hacerla el centro de la manida pregunta sobre de dónde procedían la mitad de sus genes.) Habría que decir alguna vez que la conmovió también la causa que desvelaba al autor de aquellas cartas, el dueño de aquellos genes.