La Orden Militar No. 266 del 5 de julio de 1900, dictada por el Gobierno Interventor norteamericano en Cuba, dejó cesante a Antonio de Gordon y de Acosta. El más brillante de los profesores de la Universidad de La Habana, y el hombre que había donado varios de sus laboratorios científicos, quedaba así expulsado de su cátedra. La Orden Militar No. 266 era en realidad la reforma del sistema de educación de Cuba que se conoce como "Plan Varona", por haber sido Enrique José Varona quien lo escribiera e implementara.
Se dice que la causa de la cesantía* de Gordon fue haber brindado sus servicios como médico de un batallón de Voluntarios 25 años antes, en la década de 1870. El dato sugiere dos sospechas. La primera es que difícilmente Gordon podría ser un partidario entusiasta de los Voluntarios. En 1871, ocho de los compañeros de carrera de Gordon habían sido fusilados, como todo el mundo sabe. Y uno de los fusilados, Anacleto Bermúdez, era además cuñado de Gordon. Los tres (Gordon, su esposa y Anacleto Bermúdez) tenían entre 19 y 20 años cuando ocurrió el fusilamiento. Es fácil suponer que siendo cuñados, jóvenes y compañeros de carrera, fueran amigos, y que la esposa de Gordon quedara devastada con la muerte de su hermano. Es fácil suponer que Gordon estaba enamorado de ella: se casaron con 19 años, ella murió cinco años después, y Gordon esperó casi veinte años para volver a casarse. ¿Podía haber sido Gordon un fervoroso partidario de los Voluntarios que provocaron el fusilamiento de los estudiantes de medicina? Es más lógico pensar que Gordon era entonces un joven que ansiaba brillar en la Universidad y en la sociedad habanera (era vanidoso) y que temió negarse a ser médico de los Voluntarios.
Y Varona, ¿habrá expulsado a Gordon (y a otra docena de brillantes profesores) motivado por un ferviente patriotismo? También es de dudar. La Orden Militar No. 266 por la cual se estableció el "Plan Varona" iba firmada por el Gobernador norteamericano, pues Varona era secretario (ministro) del gobierno interventor americano en Cuba. Y Varona apoyó también la segunda intervención americana. (Después se hizo antiimperialista, pero en la época en que expulsó a Gordon de su cátedra era un eficiente servidor del Gobierno Interventor americano.)
Varona había sido independentista durante la Guerra de los Diez Años antes de convertirse en uno de los líderes del Partido Autonomista durante el período entreguerras, para después volver a ser independentista y llegar a dirigir el periódico "Patria" tras la muerte de Martí. ¿Por qué un hombre que había servido con entusiasmo al gobierno interventor y que había cambiado de ideario y de bandera varias veces no podía perdonar que Gordon hubiese sido médico de un batallón de Voluntarios en su juventud? ¿Habrá sido un arranque de envidia positivista?
Foto tomada de la revista Anales de la
Academia de Ciencias Médicas, Físicas y
Naturales de La Habana, Tomo LIV,
1917-1918, pág. 401
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La dedicación constante a la enseñanza, los méritos adquiridos, los derechos conquistados, los donativos científicos realizados durante aquel cuarto de centuria, se desplomaron ante una Orden Militar, dictada no por el gobernante extranjero sino por un cubano que, en su afán de demoler el secular edificio de nuestra cultura, de trastornar hasta los cimientos nuestra alma mater, ocupando la Secretaría de Instrucción Pública, redactó aquel funesto Plan de enseñanza, conocido con el nombre de su autor, y desterró de aquellas aulas, que quizás casualmente pisara alguna vez, a hombres encanecidos en la enseñanza y a los que acompañaron siempre el respeto, la consideración y el cariño de sus compañeros y discípulos. Los nombres de Hernández Barreiro, de Berriel, de Céspedes, de Campos, de Carbonell, de Rovira, de Vildósola, de Cubas —el defensor de los estudiantes de medicina fusilados el 27 de noviembre de 1871— de Górdon [sic] y de otros más, son pruebas evidentes de la actuación de aquel Secretario de Instrucción Pública de la primera intervención americana, que no quiero calificar por no hacer estremecer en sus tumbas a muchos de los que acabo de nombrar.La expulsión de la Universidad fue para Gordon una condena a muerte. Tenía 52 años y siete doctorados, era rico y hablaba media docena de idiomas: podría haberse largado de aquella Habana desagradecida y vengativa. Podría haber sido feliz en París, en Madrid, en Londres, en Berlín o en New York, de cuyas sociedades científicas era miembro. Pero no fue capaz de irse, que es la peor tara con la que alguien pueda nacer en Cuba. Irremedaiblemente enamorado de su ciudad y de su universidad, optó por encerrarse en su casa de la calle San Nicolás #54 para no volver salir de allí nunca más, excepto para atender los negocios de la familia. La última vez que asistió a una sesión de la Academia fue en 1908, para entregar a Le-Roy un premio que desde hacía años financiaba el mismo Gordon. En esa última visita leyó una ponencia titulada "Sobre el suicidio", que podría leerse como un ensayo sobre su decisión de quedarse en La Habana.
En los nueve años de vida que le quedaban, nunca más regresó a la Academia de Ciencias. Muy pronto fue olvidado por todos, excepto un pequeño grupo de amigos fieles, como suele suceder en esos casos. Esa muerte y ese olvido los resume Le-Roy en un párrafo de su "Elogio" con el que termino:
Un sello de tristeza, consecuencia de las amargas decepciones sufridas, veló aquella penetrante mirada; su marcha ya no era rápida y si su salud aparentemente no se resentía, sorda dolencia preparaba el súbito ataque de angina de pecho que cortó su existencia en la mañana del 8 de febrero de 1917. Fué dicho ataque el primero y el último y solo le dio tiempo para formular el diagnóstico de su enfermedad y decirle a su esposa que se moría. Momentos después, al acompañar su cadáver, tendido en medio de sus libros, rodeado de sus hijos y de los amigos que le permanecimos fieles, meditaba yo acerca de la inestabilidad de la vida humana y de las injusticias de los hombres, y cuando a la tarde siguiente llevábamos sus inanimados restos sus muchos amigos, sus viejos discípulos y sus compañeros de Universidad y de esta Academia, no pudimos menos que extrañar la ausencia de la juventud escolar que, en tan breve periodo de tiempo, olvidara al profesor que tanto nos enseñara.
* * *
* La Orden Militar No. 266 no dice explícitamente que se expulsará a nadie de la Universidad por haber sido proespañol, pero todos los comentaristas coinciden en que estaba escrita de modo que quedaran excluidos los profesores a los que se consideraba políticamente inaceptables.
** "Elogio del Dr. Antonio de Gordon y de Acosta", Dr. Jorge Le-Roy y Cassá. Anales de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, Tomo LIV, 1917-1918, págs. 401-420
La acción del cubano sobre el cubano, el perenne ajuste de cuentas. Saludos.
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