La mañana siguiente. Patricio Landaluce |
Tan pronto se pone a curiosear, sin embargo, esa tesis comienza a hacer aguas. Hace poco hallé dos retratos de la mulata cubana que ilustran bien la cojera de nuestro maniqueismo decimonónico. El primero fue escrito en 1852 por san Antonio María Claret, arzobispo español de Santiago de Cuba y posteriormente confesor de la reina Isabel. Hasta hoy, san Antonio sigue teniendo mala prensa. Un buen número de historiadores lo considera un personaje nefasto para la historia de España y uno de los primeros impulsores del nuevo nacionalcatolicismo ibérico.
El segundo retrato es obra del Dr. Benjamín de Céspedes, médico y escritor positivista cubano, ferviente partidario de la ciencia y de la independencia de su país. Su descripción de la mulata está en el libro La prostitución en la ciudad de la Habana, libro publicado en 1888 y que, según su prologuista Enrique José Varona, había sido escrito "no solamente para acumular datos y preparar conclusiones, sino para proceder científicamente, es decir, para hacer obra de higienista social".
Es de notar entonces que el cura retrógrado y colonialista proponga la aboloción de la segregación racial en el matrimonio en Cuba, mientras que el médico progresista y separatista, cuatro décadas después de monseñor Claret, haga un retrato de la mulata que podría haber sido escrito por un Gran Dragón del Ku Klux Klan.
Aquí está lo que dice san Antonio María Claret al capitán general de Cuba, don José de la Concha, en carta del 7 de abril de 1852, para solicitar que el gobierno colonial elimine la prohibición de los matrimonios interraciales en Cuba (el subrayado es mío):
"Á la verdad, Excmo. Sr., yo soy el primero en procurar que se guarde la distinción de razas, como se puede ver en las disposiciones parroquiales de visita; mas cuando se presentan ciertas circunstancias es preciso ser prudente y condescendiente; de otra suerte se seguirá más daño que provecho, pues ha de saber, Excmo. Sr., que en el decurso de la visita he hallado algunos blancos que vivían amancebados con mulatas, de las que ya tenían una porción de hijos, y deseando los infelices salir de tan mal estado por medio del matrimonio, la autoridad no se lo ha permitido, y al paso que permite ó tolera que vivan amancebados y procreen hijos, los persigue si tratan de casarse; de aquí es que, á pesar de las leyes divinas y humanas, por necesidad han de vivir amancebados, pues casarse no pueden y separarse tampoco; porque ¿cómo crían á sus hijos si se separan?, ¿cómo se rompe el lazo del amor que tanto tiempo ha se profesan mutuamente?, ¿cómo es posible que se separen aquel hombre y aquella mujer, si á más del amor que se profesan y del que tienen á sus hijos, están de por medio los intereses que ganaron juntos? Que esta es, Excmo. Sr., otra de las razones por que algunos blancos del bajo pueblo se quieren casar ó se amanceban con las mulatas, prefiriéndolas á las blancas, porque éstas regularmente son holgazanas y amantes de gastar mucho, de manera que en lugar de ayudar al pobre marido le sirven de molestia y carga; mas no sucede asi con las mulatas, pues son activas y diligentes y no tienen empacho en ocuparse en cualquier cosa, y son el bienestar del marido y de la familia, como lo he visto con mis propios ojos.
"Que los que son de distinta clase, cuando no hay de por medio ninguna obligación ni razón poderosísima, no puedan casarse, lo tolero; pero que cuando han vivido muchos años juntos en paz y tienen ocho ó más hijos y amenazan suicidarse si no pueden casarse, se les impida el matrimonio, esto es tiranía, como ellos dicen, y cosa intolerable para un Prelado que quiere cumplir con su deber.
"Yo ya sé que V. E. no ignora estas cosas, pero quizá no se le habrá dicho la verdad tan clara como se la dice el arzobispo Claret. Por lo que acudo á V. E. suplicando que se permita casar á los que se hallan en el estado indicado; mas si V. E. no se considera con bastantes facultades, tenga la bondad de contestarme, que á correo seguido escribiré al Gobierno superior de Madrid, el cual estoy cierto que me complacerá, pues me lo tiene muchas veces prometido y me ha dado pruebas muy claras de la sinceridad de sus promesas."
Treinta y seis años más tarde, el Dr. De Céspedes, científico e "higienista social", también daría su veredicto sobre la mulata. De Céspedes había pasado su infancia en Francia, y había estudiado medicina en Madrid. Regresó a Cuba después de graduarse. En La Habana fundó y dirigió la Revista de medicina, y fue colaborador habitual de La Habana Elegante. Era también colaborador de las revistas científicas francesas La Revue de medicine y Le Monde medical. Por sus ideas independentistas tuvo que emigrar a Costa Rica, donde aún hoy se le considera una de las figuras fundamentales de la historia de la medicina de la nación. Fue ese modelo de ciudadano quien escribió los párrafos siguientes, que muy bien pudieran ser la expresión más absoluta del racismo cubano.
"De esta duplicidad de afectos é intereses, resulta que las uniones carnales más peligrosas para la salud y la moral pública, son las que se establecen entre individuos de diferentes razas y condiciones. De esta mancomunidad viciosa de las razas, brotará el tipo mestizo: la mulata.
"Engendrada esta sin amor, surge de los misterios casuales de la fecundación, como un dejo amargo é inoportuno de la lascivia. La prostitución de la raza de color, á diferencia de la blanca, es por lo general prolifica, y estos seres se multiplican cemo polulaciones de microbios en una maceración podrida.
"Desde la cuna, acompaña á la mulata el cortejo de enfermedades hereditarias: la escrófula, la sifllis y el raquitismo, trasmitidas por sus degenerados procreadores. Ellas heredan también los rasgos deformes físicos y morales de la raza africana, y los más vulgares de la blanca. La complexión huesosa de la mestiza, se caracteriza por el predominio de ángulos que se aguzan bruscamente en las epifisis, rompiendo con la trabazón armónica de las junturas. Las extremidades de su cuerpo son deformes, y el color gris-marmóreo de los pies y de sus manos viscosas, semejan mucho á la coloración del vientre de los animales anfibios que reptan en las orillas pantanosas. En cambio heredan del blanco, la flojedad y la atrofia muscular que agravan con sus hábitos indolentes, hasta el punto de aparecer enjutas y descarnadas, unas veces, y otras infiltradas enormemente por el tejido grasiento que las envuelve en una gordura desigual; pues, mientras persisten encanijados los muslos y las pantorrillas; el vientre, los pechos y los brazos, se desbordan con la blandura malsana de las carnes sueltas y fofas.
"Son muy desairadas y dengosas al andar, se desploman de los hombros y arrastran unas veces los pies como si patinaran sobre chancletas ó se balancean como si les oprimiera dolorosamente los zapatos. Son largas de talle y mal formadas de cadera, que por lo hombrunas y escurridizas, carecen de esas graciosas inedias curvas que se quiebran atrevidamente en los flancos, esfumándose delicadamente en el bajo vientre. El color de su piel es la combinación más obscura ó más clara de los tonos blancos, negros y amarillos, en una superficie luciente por el exceso de materia sebácea, ó áspera por las dermatosis y la anemia."
Interesante -para variar- y sobre todo muy a propósito para confirmar aquel viejo dicho que establece que no hay peor astilla que la del mismo palo.
ReplyDeleteComo de costumbre amigo Tersites, desempolvas unos textos que dejan a uno patidifuso. El racismo a desparpajo parece ser endémico de la cubanía. Menos mal que las intenciones del buen doctor tenían como norte la higiene social. Saludos.
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