¿Cómo se puede hacer "irreversible" un proyecto que la mitad del pueblo rechaza? Esa debe ser la pregunta que Maduro se hace ahora. En apenas cuarenta días como "presidente encargado", su popularidad experimentó una precipitada caída, a pesar de haber vivido esas semanas en una permanente campaña electoral. Cada vez que a Maduro lo dejan cerca de un micrófono el chavismo pierde partidarios. El autoproclamado "hijo de Chávez" es dado a decir tonterías y, al margen de su curioso espiritismo ornitológico, sus ideas parecen limitarse a dos obsesiones: la repetición necrofílica del nombre del difunto y su pintoresco convencimiento de que todo el que no piense como él es un "heredero de Hitler".
Durante su primer discurso como presidente electo, refiriéndose a la derrota en el refendo constitucional de 2007, Maduro dijo que aquella era "la única elección que perdimos y que perderemos en este siglo". ¿Cómo el líder de un partido que acaba de ganar la presidencia por un margen del 1% puede garantizar que su facción política no perderá otra elección en los próximos 87 años? ¿Estará pensando eliminar "el formalismo" de las elecciones? Si fuera así, las protestas que hoy sacuden Venezuela, y las muertes que se han producido, podrían ser la excusa para declarar una ley marcial e imponer el chavismo de Maduro: el chavismo más duro. Y sería una catástrofe para todos los venezolanos.