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Sunday, October 31, 2010

Halloween es el martes... para los demócratas

Los demócratas van a recibir una soberana zurra en las elecciones del martes. Se sabe desde hace meses, pero los demócratas, hasta hace tres días, se resistían a aceptarlo. No es sólo que lo digan las encuestas, hay otras señales más confiables. Por ejemplo, Maureen Dowd, tan interesante habitualmente, ahora anda diciendo idioteces. Jura que los demócratas van a perder por una decisión de la Corte Suprema ("In Citizens United, the court may return Republicans to control of Congress"). Y el Huffington Post se ha divorciado de la realidad y solo habla del vaudeville de Stewart y Colbert en Washington: ni se acuerdan ya de la debacle que amenaza. Acabo de ver la primera media hora de Saturday Night Live y sólo hubo un chiste político. Si eso sucede tres días antes de unas elecciones, usted sabe que los demócratas van a amanecer el miércoles con las nalgas coloradas...

El miércoles, los demócratas amanecerán diciendo que perdieron porque los ricos les dieron muchísimo dinero a los republicanos (no importa que en realidad los demócratas hayan recaudado y gastado más que sus adversarios); o dirán que perdieron porque el pueblo americano es idiota (como los demócratas "saben" que sus ideas son mejores, cuando alguien vota en contra de ellos lo toman como una señal de idiotez). El asunto en realidad es más sencillo. Van a perder porque cuando los políticos están en la oposición les aseguran a los electores que todos los problemas son culpa de la incapacidad o la maldad de los que gobiernan; y cuando están en el gobierno se dan cuenta que las cosas son más complicadas. A ver...

Obama nos dijo hace dos años que Guantánamo era un infierno innecesario, un síntoma del sadismo de Bush, y que él lo cerraría en cuanto llegara a la Casa Blanca. Dos años después, la prisión de Guantánamo sigue ahí. Obama dijo que el desastre de Katrina era el resultado de la incompetencia infinita del idiota de Bush. Después explotó la plataforma Deepwater Horizon y la respuesta de la Adminstración Obama fue tan inepta como la de Bush ante el ciclón. Obama dijo que si le dábamos otros 700 mil millones el desempleo no subiría del 8%, pero dos años después el desempleo sigue en 10%. Obama dijo, con razón, que hacer permanentes los recortes de impuestos de Bush era una locura, pero sus partidarios del Congreso y el Senado decidieron posponer la votación sobre el asunto para después de las elecciones para no buscarse problemas. (Una decisión que The New York Times comentó en un editorial titulado "Perfiles de timidez" que comenzaba diciendo: "Comenzamos a preguntarnos si los demócratas del Congreso carecen del valor para ser coherentes con sus convicciones o si simplemente carecen de convicciones"). 

Obama llegó a la Casa Blanca pensando que si uno se mostraba un poco más diplomático que Bush, China dejaría fluctuar el valor del yuan, los norcoreanos dejarían de estar locos de remate y los talibanes se harían feministas. La mayoría de las personas sospecha que ninguna de esas cosas ha sucedido, a pesar de las genuflexiones, reales y simbólicas, a las que nuestro presidente es tan aficionado. Y esa distancia entre las promesas y los resultados es la cuenta que van a pagar el martes.

En otras palabras, el problema de Obama no es que no tenga poderes mágicos... el problema es que alguna gente le creyó ese cuento cuando él se los hizo hace dos años, y ahora se sienten decepcionados. 

Después de la zurra del martes, los demócratas se pasarán dos semanas tirados a morir. Si uno se considera inteligente, bueno y cool, y en unas elecciones lo derrota un grupo de personas a las que uno considera imbéciles, malas y ridículas, el resultado no puede ser otro que la depresión.

Y sin embargo, los demócratas deberían estar felices. En realidad, para ellos ha sido una tortura tener por dos años la presidencia, el Senado y el Congreso en sus manos. Eso les imponía la responsabilidad de gobernar, algo que a ellos les parece repelente. Como los adolescentes díscolos, ellos lo que quieren es escaparse de la clase, burlarse de la profesora de historia y meterse en el baño a fumar marihuana. Haberlos puesto a cargo de la escuela no puede ser para ellos otra cosa que un castigo. 

Esperen tres meses y los verán a todos felices. Se dedicarán a burlarse de las tonterías que dice Sarah Palin, a culpar al Congreso republicano por el fracaso de su genial presidente, y a denunciar a esos republicanos tan brutos y tan malos que les ganaron las elecciones. Eso se les hace más llevadero que asumir los riesgos y la responsabilidad de gobernar un país. La noche del martes les traerá al final un alivio... pero va a ser larga como una noche de Halloween con muchas brujas y sustos, pero sin caramelos.


Sunday, October 24, 2010

De memoria: la bella durmiente y las putas tristes

Uno vive con la ilusión de que elige sus recuerdos mientras que la memoria se encarga de dictarnos —sin contar con nosotros— lo que salvaremos del moridero del olvido. Ahí tenemos a Keith Richards hoy en The New York Times, diciendo que "no ha olvidado nada" después de pasarse buena parte de las últimas cinco décadas, como Lucy, en cielo con los diamantes. De algún modo tiene razón. Siempre recordamos "todo", porque lo demás no existe. "Todo" es lo que logramos robarle a nuestra amnesia.

Pero habría que saber quién elige ese "todo" por nosotros. Porque hay detalles que pudieran hacer más llevadera la vida y se pierden, mientras que otros recuerdos nos torturan para siempre, como si estuvieran vacunados contra el olvido. Cada recuerdo grato es un  golpe de suerte.

Una de esas victorias diminutas me fue deparada esta semana. Leyendo un artículo que hablaba de un vuelo trasatlántico, recordé una columna de García Márquez, "El avión de la bella durmiente", que había leído hace más de veinticinco años.

Resulta que a principios de los años ochenta el periódico habanero Juventud Rebelde reproducía semanalmente un texto que García Márquez escribía para otros periódicos que sí pagaban. En las mañanas de domingo, me sentaba en el parque del pueblo con un par de amigos a esperar que un señor de tristeza sonámbula abriera el estanquillo y nos vendiera el periódico. Leíamos entonces la columna de García Márquez, la comentábamos, y yo me iba a misa. A la misa seguía el almuerzo ritual y exquisito de los domingos, que mi madre y mi abuela preparaban con más artes que carnes. Al rayar el mediodía podía ya vanagloriarme de haber alimentado el estómago, el corazón y el alma en una sola mañana.

Siempre que la gente critica a García Márquez por sus tiránicas amistades políticas, recuerdo con vergüenza las miles de veces en que le di gracias a Dios porque Gabo no se anduviese con remilgos democráticos. De tenerlos, habría ido a dar a la misma lista que Vargas Llosa, Cabrera Infante, Arenas y todos los otros escritores prohibidos; y a los pobres lectores cubanos nos hubiese tocado una dieta que asustaría a un benedictino en cuaresma: Barnet, Benedetti y Cofiño. [Por otra parte, habría sido un placer aún mayor leer El otoño del patriarca si hubiese estado prohibido en Cuba.]

En fin, los demás artículos dominicales de Juventud Rebelde eran el resultado predecible de esa técnica que consiste en escribir prescindiendo al mismo tiempo de la realidad y de la imaginación. Leer, en medio de aquel cementerio de palabras, una columna de García Márquez, era como encontrar a Scarlett Johansson en medio de un leprosorio. Porque en su prosa una anécdota cualquiera se convertía en un texto glorioso lleno de frases felices y observaciones desoladoras en su lucidez que al resto de los mortales nos llevaría una vida hilvanar.

No es extraño entonces que, muchos años después, ante la pantalla de la computadora, recordara de un golpe el título, el tema y muchas frases de aquella memorable columna garciamarquiana. Es el relato de un viaje que hizo de París a New York sentando junto a una mujer de desalmada belleza que se pasó el vuelo dormida y sin dirigirle la palabra.

Lo que había olvidado, sin embargo, es que en el artículo García Márquez dice que ese viaje en avión le había hecho recordar el relato "La Casa de las Bellas Durmientes", de Yasunari Kawabata, sobre una posada a la que los ancianos van para pasar la noche junto a una jovencita profundamente dormida a la que no les es permitido tocar.

Veinte años después, el relato de Kawabata y, quizás, la hermosa joven dormida en el avión, servirían a García Márquez de punto de partida para su breve novela Memoria de mis putas tristes. Después de leer "La Casa de las Bellas Durmientes", me doy cuenta de que lo que sucede en Las putas tristes por azar caribe, en el relato de Kawabata es producto de una exquisita planificación japonesa. Lo que no acabo de saber es si sería mejor considerar nuestra memoria como una mujer bella e inalcanzable en su silencio o como una pobre puta triste.

Friday, October 8, 2010

Alfred Nobel recibe el premio Vargas Llosa

La Academia Sueca es una pandilla canonizada de dieciocho escribanos nórdicos de nalgas pálidas que se creen los porteros del cielo. Me imagino que esos melancólicos señores se fueron esta noche a la cama muy contentos de sí mismos. Sus razones tenían. Al menos este año no se robaron el millón y medio de dólares del premio como hicieron en 1974, cuando le entregaron el botín a dos compinches que eran parte del jurado, Eyvind Johnson y Harry Martinson, y a los que nadie jamás ha leído. Ni siquiera los ruborizó el detalle de que dos de los favoritos ese año fuesen Graham Greene y Vladimir Nabokov.

Pues bien, resulta que este otoño los príncipes electores de Estocolmo no encontraron un comunista mediocre (Dario Fo) ni un antiimperialista gris (Harold Pinter) a quien encasquetarle el premio y se lo tuvieron que dar a un escritor de verdad. La gente está feliz de que los académicos escandinavos hayan tropezado ayer con la honestidad. Es algo que no sucede a menudo.

Siempre que alguien dice que a Borges no le dieron el Nobel, respondo: "Bueno, a Nobel no le dieron el Borges". Porque lo cierto es que en la conjunción de Nobel y Borges, el argentino no tenía nada que ganar. El mismo caso se repite hoy. La obra de Vargas Llosa es tan jodidamente deslumbrante que nada pueden agregar a ella dieciocho escandinavos miopes. Son ellos, los miembros de la Academia, quienes salen honrados al otorgar el premio a un escritor de semejante estirpe. 

Cuando a Borges le mencionaban en las entrevistas que no le habían dado el Nobel, respondía con una sonrisa: "Bueno, che, tampoco se lo dieron a Homero". Y tampoco se lo dieron, podríamos agregar, a Tolstoi ni a Ibsen, ni a Proust ni a Pound, ni a James Joyce nuestro que estás en los cielos. Algunas de esas injusticias parecen haber sido fruto del mal gusto literario, otras fueron mera mezquindad política. 

Y es que esos académicos, y el resto del mundo, sabían, por ejemplo, que Borges se merecía más el premio que todos los que lo recibieron durante los últimos veinte o treinta años de su vida. Pero los mismos señores que le dieron el millón de dólares a Neruda —que escribía odas a Stalin en medio del genocidio del 36— y a Sholojov —que escribía las mismas odas y plagiaba novelas mediocres— no pudieron perdonarle a Borges un par de declaraciones políticamente incorrectas. 

La obra de Vargas Llosa, por su parte, regala una técnica narrativa que hace ver a los ciegos. Quien se haya asomado al diamante de La ciudad y los perros o a la imposible arquitectura de La guerra del fin del mundo, sabrá que el premio Nobel que se ha anunciado esta mañana es a penas una formalidad. El humor que Vargas Llosa maneja como un escalpelo en Don Pantaleón y las visitadoras, la autopsia de la izquierda latinoamericana que ejecuta en La historia de Mayta o el despiadado autorretrato de La tía Julia y el escribidor, son cuentas de un rosario de obras maestras cuya suma podría hacer feliz a una docena de escritores talentosos.

Por eso, más allá de las injusticias suecas, del mal gusto académico y de las veleidades políticas, hoy es un día feliz, porque uno de los escritores esenciales de nuestra época ha recibido el reconocimiento que desde hace años merecía. Ojalá que Mario Vargas Llosa lo disfrute largamente.


Coda

Con una mezcla de misericordia y tristeza leí hoy la noticia del Nobel de Vargas Llosa en Prensa Latina. La nota exhibe el rencor predecible de una amante despreciada. Hace unos meses, cuando murió Julia Urquidi, escribí aquí un post sobre su relación con Vargas Llosa, y sobre las trampas del desamor en general. La nota de Prensa Latina —el tono de esa nota—, me hizo ver cuánto se parece la relación de Vargas Llosa con la tía Julia a su relación con esa tía avejentada que llaman "la revolución cubana".

Varguitas se enamoró de ambas siendo muy joven. Se amancebó con ellas, se las llevó a la cama, les susurró al oído su pasión eterna, y diez años más tarde las dejó por otra amante más joven y más hermosa. Las tías envejecieron, dejaron de ser hembras apetecibles y se convirtieron en señoras ajadas a las que nadie ya deseaba. Varguitas, entre tanto, iba por la vida escribiendo novelas perfectas y convirtiéndose en una leyenda. Y las tías viejas y olvidadas no se lo pudieron perdonar jamás. 

Uno pensaría que, por mero pudor, los escribanos de Prensa Latina se abstendrían de publicar su envidia. Pero uno nunca puede calibrar la rabia de una amante despreciada.

Friday, October 1, 2010

El secreto espanto de la ninoskología

A la misteriosa ceiba de la cubanología le está creciendo una ramita nueva: la ninoskología —o "la ninología", como la llaman ahora la mayoría de los expertos. La ninoskología es una ciencia que se fundamenta en un único axioma: Ninoska Pérez y los otros siete próceres del exilio vertical que la acompañan son la causa eficiente de todo lo que sucede. Los ninoskólogos tienen por verdad revelada que ese grupito de ancianos nostálgicos y enguayaberados, junto con la susodicha señora de inefable peinado, son los responsables de todo lo visible y lo invisible.

Para los ninólogos —que así también los
llaman— no hay entuerto del que no se pueda culpar a La Nino. Los cubanólogos más despistados de antaño se dedicaban al arte arduo de reconciliar lo que dice el 
Granma
 con la realidad. Los ninoskólogos de ahora —que son gente humilde— han llegado a la conclusión de que esa tarea rebasa su talento. Para no abusar ni ser abusados, hace tiempo que decidieron debatir sólo con gente de su tamaño (intelectual): Ninoska Pérez y Pérez Roura.
Estos muchachos encontraron su hombre —o su Ninoska— de paja para facilitar el trabajo de escribir la Obra... y nadie se los va a quitar. No se sabe cómo llegaron a esa verdad, pero andan convencidos de la omnipotencia luciferina del exilio vertical, ése que, por razones de fuerza biológica, cada vez está más cerca de ser el exilio horizontal. 
Entre los ninólogos hay ñángaras, criptoñángaras y gusanos. Pero todos, más allá de sus inclinaciones ideológicas, consideran que el gobierno de Cuba, y Cuba misma, son temas secundarios cuando se los compara con Madame Ninoska.
Los ninólogos ñángaras, por supuesto, se refieren a La Nino y sus samuráis octogenarios de la Calle Ocho como "lo peor de la mafia de Miami". Los criptoñángaras son más interesantes. Comienzan sus artículos con una frase que dice más o menos así: "El gobierno cubano, por supuesto, nunca ganará un premio de Human Rights Watch, pero..." Y el resto del artículo —todo lo que va después de ese "pero" kantiano— estará dedicado a explicar que Payá es fañoso, que a las Damas de Blanco les quedaría mejor otro color o que Fariñas lo que tenía era falta de apetito. No soportan a los disidentes porque consideran una pérdida de tiempo dedicarse a cualquier cosa que no sea rebatir a La Nino. Por su parte, los ninólogos gusanos escriben artículos que se pueden resumir todos a una sentencia: "Con La Nino nada, que ella es igual a los de La Habana".

Otra de las características de la secta es su compleja relación con el idioma. Después de leer varios de sus escritos —en los que quinientas palabras cargadas de sabiduría ninológica siempre parecen dos mil—, he comenzado a sospechar que consideran el castellano como un idioma enemigo. (¿Será una muestra de gallardía anticolonialista?) Su estilo —
de algún modo hay que llamarlo— recuerda el proceloso español de un bodeguero de Jaimanitas. Aunque, en general, los bodegueros de Jaimanitas no tienen la imaginación cerrera y desbocada que padecen estos muchachos. Uno tiene la impresión desconcertante de que los ninólogos se han rebelado contra los estorbos de la realidad: dicen lo que les viene a la boca, y la realidad que espere un día más fresco en Hialeah...

Y hablando de Hialeah... los ninólogos viven bajo su hechizo. Debería haber alguien en Viena estudiando el asunto. Por una parte, el halago más grande que se le puede decir a un ninólogo es susurrarle al oído: "Ay, chico(a), pero tú no te pareces a los cubanos de Miami". Te juran que detestan a Miami. ¡Ah!, pero vete y trata de conversar con uno de ellos sobre cualquier tema a ver cuánto tiempo dura sin mencionar el Parque del Dominó. 

Si les hablas de la última película de Woody Allen, 
You Will Meet a Tall Dark Stranger, te comentan: "Bueno, pero en la Calle 8 hay una marielita cartomántica..." Y si les dices que a Yoani Sánchez le negaron la salida, te aseguran que conocen a un tipo en Kendall al que no lo dejan entrar al Versailles porque una vez fue allí con un pulóver del Che. Y si les cuentas que en New York cayeron veintidós pulgadas de nieve te dicen que "esos cubanos de Miami son tan ridículos, ¡se ponen a tirar nieve artificial en The Falls Mall cada Navidad!"

Su obsesión contra Miami con el tiempo fue perdiendo el "tra" y, sin que lo notaran, se les convirtió en "obsesión con Miami". Son como esos adolescentes que se pelean como preludio al enamoramiento, pero en ellos la pelea y el amor por "la capital del exilio" son simultáneos. Si eso fuera todo, podría ser el tema de una de esas telenovelas mexicanas, que son tan lindas.


Sin embargo, el asunto tiene un tenebroso filón borgeano. Para los ninólogos, Miami es el reverso del aleph. Si el aleph de Borges es un punto en que se pueden contemplar todos los puntos del universo, para los ninólogos Miami es el único sitio del universo que son capaces de contemplar, no importa a qué punto del mundo estén mirando. Y tiene que ser aburrido vivir en un universo que se va reduciendo hasta ser sólo la Sagüesera y sus alrededores...
Los ninólogos son la otra mitad de una "unidad dialéctica" que forman con los ancianos desvelados de la Vigilia Mambisa, la Cuba Eterna y el Big Five. Y son quizás las únicas personas en el mundo a las que realmente les importa un comino lo que dicen Pérez Roura y Ninoska Pérez. [Probablemente, parafraseando a Martí, recitan como un mantra: "Dos Pérez tengo yo: Roura y Ninoska."] Los ninólogos son, en fin
—como Radio Mambí, la Funeraria Rivero y E
l Rey de la Frita—, un producto genuino de esa porción de la cubanidad que se salvó o se enquistó en Miami. Pero van por el mundo sin saberlo... y la gente, por caridad o malicia, no se atreve a revelarles lo que sólo para ellos es un secreto.

Saturday, September 25, 2010

Juicios literarios, ¿prejuicios políticos?

Por una de esas coincidencias, la semana pasada vinieron a caer en mis manos dos novelas breves: Partos mentales o los alemanes se extinguen (Alfaguara, 1983), de Günter Grass, y La ignorancia (Tusquets, 2000), de Milan Kundera. Las dos hablan de viajes, regresos, amores y política. Y las dos contienen una horrible falacia. En ambas, sus respectivos autores tratan de convencer al lector de que nada tuvieron que ver con el horror que les tocó en suerte y que describen. En ambos casos, después se llegó a saber que mentían. Veamos...
En la página 26 de Partos mentales, el personaje protagónico, un alter ego de Grass, que comparte con él su año de nacimiento, afirma:
No quiero juzgar. Un dudoso golpe de fortuna, el año de mi nacimiento, 1927, me prohíbe las palabras justicieras. Yo era demasiado joven para ser examinado ahora seriamente. Sin embargo, algo se me pegó: con trece años participé en el concurso de narración de la revista literaria de las Juventudes Hitlerianas Hilf mit. Yo ya escribía entonces y estaba loco por conseguir reconocimiento. Pero al parecer me equivoqué enviando entonces un texto fragmentario y melodramático sobre los cachubos, tuve la fortuna de no obtener el premio de las Juventudes Hitlerianas ni de Hilf mit.
Estoy, pues a salvo. Nada me compromete. No hay hechos comprobables. Sin embargo, mi imaginación, que no deja de asediarme, los crea.
Muy bien. Todo parece indicar que el único compromiso de Grass con el nazismo fue una desafortunada composición literaria escolar. Y parece decir también que, siendo un tipo generoso, aunque se halla libre de toda culpa, no quiere juzgar a los culpables. Perfecto.
En la página 68 —¡qué año para un checo!— de La ignoracia, el alter ego de Kundera se sienta a la mesa, de regreso en Praga, con su hermano y su cuñada, después de 20 años de ausencia. Esta es la escena:
Los decenios planeaban por encima de los platos, y su cuñada, de repente, se volvió contra él: "Tú también tuviste tus años fanáticos. ¡Qué cosas decías de Iglesia! ¡Te teníamos todos mucho miedo!".
El comentario le sorprendió. "¿Miedo de mí?" Su cuñada insistía. Él la miró: en su rostro, que hace unos instantes le había parecido irreconocible, asomaban rasgos de antaño.
Decir que habían tenido miedo de él efectivamente carecía de sentido, ya que el recuerdo de la cuñada no podía referirse más que a sus últimos años de bachillerato, cuando tenía entre dieciséis y diecinueve años. Es muy probable que entonces se hubiera burlado de los creyentes, pero aquellos comentarios no tenían nada en común con el ateísmo militante del régimen e iban destinados tan sólo a su familia, que nunca fallaba un domingo a misa, lo cual despertaba en Josef su instinto de provocación.
¿Se dan cuenta? Esta mujer debe estar loca. ¿Quién tendría miedo del Kundera de 19 años? Como Grass, él era demasiado joven entonces para ser culpable de nada. ¡Por Dios! El 12 de agosto de 2006, 61 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, Günter Grass reveló en una entrevista que había sido miembros de las Waffen-SS. Sí, sesenta y un años después, este señor, que se ha pasado la vida denunciando a exnazis camuflados, decidió revelar que había sido miembro de las Waffen-SS. 

Hay dos detalles que hacen esta revelación particularmente enternecedora. El primero es que su confesión tiene todas las trazas de haber sido una táctica para aupar las ventas de su autobiografía, Pelando la cebolla. Puestos a ver, Grass escribió una gran novela y varias decenas de libros mediocres: no es extraño que haga cualquier cosa por aumentar las ventas de uno de sus tomos menores. El segundo es que, en la susodicha autobiografía, cuando Grass hace su gran revelación y narra sus experiencias como prisionero de guerra, dice algo muy interesante. Cuenta el exmiembro de las Waffen-SS que cuando vio a un soldado americano blanco llamar 'n----r' a un soldado negro, tuvo su primera experiencia directa de racismo. 

Conmovedor. El tipo había vivido en Alemania los doce años del nazismo, había presenciado la Kristallnacht, la expulsión de los judíos de las universidades, del ejército, de la vida pública del país, de la vida... Había presenciado todo el proceso que culminó con el exterminio de seis millones de judíos en los campos de concentración de la ideología que el apoyaba. Y sin embargo, su primera experiencia de racismo fue escuchar a un blanco americano llamar 'n----r' a su compañero de armas. 

Günter Grass fue nazi de joven, y simpatizante del comunismo el resto de su vida. (En Ein Weites Feld hizo una pregunta retórica sobre el régimen comunista de la RDA que vale su peso en oro: "¿Por qué decir que es un régimen injusto?"). No es de extrañar entonces que pudiera vivir los doce años del nazismo en Alemania sin darse cuenta de que hubiese ningún indicio de racismo a su alrededor. Grass es propietario de una admirable ceguera voluntaria. Me dio mucha gracia lo que dice la nota biográfica de Grass que aparece en la solapa del libro. ¿Preparados? A ver: "Grass refleja toda la sabiduría humana de un escritor espléndidamente maduro. Hombre político y siempre comprometido con cualquier causa justa, Grass ha sido objeto de muchos ataques. Lo que nadie discute es su talla de escritor." 

Por supuesto, Gras ha estado "siempre comprometido con cualquier causa justa", y entre ellas las principales han sido las causas de Adolf Hitler y Iosif Stalin. Me imagino que nadie discute que El tambor de hojalata es una novela maravillosa —al menos yo no lo discuto—, pero el resto de su obra está cercana a la hojarasca, y no me refiero a la novela de García Márquez, sino a la hojarasca sin más. Por ejemplo, Partos mentales es una novelita pretenciosa y aburrida que no logré leer hasta el final. 

En octubre de 2008, la revista checa Respekt publicó un ensayo en el que se mostraban pruebas de que Kundera, cuando tenía 21 años, había denunciado al piloto anticomunista Miroslav Dvořáček a la policía. En el juicio que siguió a la delación, a Dvořáček le pidieron la pena de muerte. Por suerte para él, "sólo" fue condenado a 22 años de cárcel, expropiación de todos sus bienes, una multa de 10,000 coronas y privación de los derechos civiles. Pasó 14 años en la cárcel. (Sus razones tenía la cuñada para temer a Milan, ¿no?) 

Kundera niega que haya sido el delator. Las pruebas parecen indicar lo contrario. Pienso que el caso de Kundera es mucho más grave —mucho más repugnante— que el de Grass. Siempre será más fácil entender que un adolescente criado en el nazismo de ofreciera como voluntario a los 15 años para entrar al ejército, que que un tipo de veintiún años, crecido en libertad, denunciara a alguien a la policía de un régimen comunista. 

La diferencia se hace más abismal si consideramos que Grass, aunque tardíamente, reveló él mismo sus actos, mientras que Kundera nunca los confesó y los sigue negando. 

¿Por qué, entonces, me es más fácil perdonar a Kundera que a Grass? No creo que pueda juzgar a ninguno de los dos. No viví en el nazismo —como Grass— ni fui comunista —como Kundera. No sé qué hubiese sido capaz de hacer en cualquiera de las dos situaciones. Pero hay dos detalles que inclinan mis simpatías hacia Kundera. 

En primer lugar, Kundera fue partidario del totalitarismo sólo una vez. Grass, de una forma u otra, lo ha sido toda su vida. Y en segundo lugar, Kundera escribe mejor. La ignoracia es una novela sobrecogedora en su lucidez, mientras que Partos mentales es un bodrio insoportable. Lo mismo que digo de estas dos novelas lo pienso de la obra toda de cada uno de ellos, con la excepción de El tambor de hojalata. ¿Será entonces mi juicio literario o serán mis prejuicios políticos los que me acercan a Kundera y me alejan de Grass? 

La primera escena de El tambor de hojalata tiene lugar en el sitio del verdadero inicio de la Segunra Guerra Mundial: el ataque alemán al edificio de correos polaco de Danzig o Gdansk —esa ciudad donde comenzamos la carnicería en el 39 y acabamos con el comunismo en 1989. Cuento entre mis dichas haber estado en ese lugar. En el sitio mismo donde estuvo ese malhadado edificio del correo, se levanta ahora un inmenso letrero que reza en polaco "¡Nunca más la guerra!" Ojalá que nunca más un escritor, un ser humano, se vea atrapado en las ratoneras que les deparó el destino a Günter Grass y a Milan Kundera. Parafraseando —contradiciendo— a Eliseo Diego, digo: "que Dios los juzgue, yo no puedo".

Tuesday, September 21, 2010

"Freedom" o cómo evadir las trampas de la felicidad


El 31 de agosto pasé por Barnes & Noble y no compré Freedom, la novela de Jonathan Franzen que salió ese mismo día al mercado, por no gastarme los $21 que costaba allí. Al otro día, en el aeropuerto JFK y en vísperas de un vuelo de siete horas y con dos infantes, pagué $28 por ella.

Franzen se hizo famoso en el año 2001 cuando su novela The Corrections ganó el National Book Award de Estados Unidos. Podríamos decir que se hizo "demasiado famoso". Oprah seleccionó el libro para su Club de Lectura y Franzen dijo que prefería ser ignorado por cierto público: el que lee las selecciones de Oprah. Oprah le retiró la invitación a su programa. El asunto fue comidilla de revistas literarias y de revistas de chismes de "celebridades".

Por su parte, Michiko Kakutani proclamó en The New York Times que The Corrections era
 un equivalente americano de Los Buddenbrook, con lo que Franzen quedaba, cuando menos, como el joven Thomas Mann. Esas uvas se volverían también amargas cuando Kakutani —de quien Norman Mailer dijera alguna vez que “What put the hair up her immortal Japanese ass is beyond me”—, pulverizara en una crítica su novela The Discomfort Zone en el verano del 2006. Dos años después, Franzen, en un coloquio en Harvard, dijo que Kakutami era la persona más imbécil de New York.

Por suerte para Franzen, Kakutani, por honestidad intelectual o fidelidad a su supuesta costumbre de alternar elogios y recriminaciones —Salman Rushdie dixit—, ha dicho que Freedom es "una convincente biografía de una familia disfuncional y un indeleble retrato de nuestros tiempos". Y Oprah ha hecho de la novela la última selección de su Club de Lectura y ha invitado a Franzen de vuelta al programa. La novela es, además, el libro más vendido en Amazon en este momento. ¿Merece tanto éxito?


No sé. El hecho es que Freedom es una buena novela y una lectura ideal para un largo vuelo sobre el Atlántico. El primer capítulo es un suscinto retrato de los Berglund, una pareja de clase media, liberales en el sentido americano de la palabra, que se muda a una casa elegante en un barrio que recién inicia el conocido proceso de aburguesamiento. En esas primeras pinceladas, Franzen nos presenta los complejos, las manías, los tics de un tipo humano que, creyéndose libre y tolerante, ha llegado, en su certeza moral, al otro extremo idéntico de autorrepresión y dogmatismo. Ésta es una preguntas que desvelan  a Walter y a Patty Berglund: "¿Qué se le debe responder a una persona pobre y de color cuando te dice que has destruido su vecindario?" Porque según Franzen, "los Berglunds eran de esos liberales que se sienten superculpables  y tenían que perdonar a todo el mundo para que su propia buena suerte pudiera ser perdonada; no tenían el valor de asumir sus privilegios". Bueno, se pregunta el lector, ¿y habrá otro tipo de liberales? Pero ese no es el asunto.


[Cierta crítica afirma que ese primer capítulo representa la vox populi, la imagen más esquemática que podría hacerse de los Berglund. Quizás sea así, pero también podría ser el resumen de sus vidas que el resto del libro ilustra y matiza en sus detalles en lugar de contradecir.]


Ese primer capítulo de 26 páginas hace reír al lector, pero también lo hace preguntarse si no se tratará de un largo post en el blog de un adolescente brillante pero superficial. Después de eso comienza el cuerpo de la novela, que es —supuestamente— una autobiografía de Patty Berglund escrita en tercera persona a petición de su psicoanalista. En esa autibiografía relata su vida de niña bien de White Plains, atleta precoz a quien sus padres ignoran y sus hermanas odian, y a quien un amigo violará en la adolescencia. Y cuenta también la historia de sus hombres: Walter, su marido liberal, ecologista, acartonado y con tendencia al llanto súbito; Richard Katz, el mejor amigo de Walter, músico y mujeriego, con una cara que recuerda a Muammar al-Gaddafi, y con el que Patty siempre se ha querido acostar; y Joey Berglund, su hijo, en quien sublima lo que ha buscado sin éxito en los dos hombres anteriores.


Si Freedom vale los $28 que pagué por ella —y creo que los vale— es gracias a Patty Berglund, esa mujer a quien ni los privilegios ni el éxito en básquetbol ni el marido al que ama, ni el amante al que desea ni los hijos a los que idolatra, pueden hacerla feliz. Patty encarna un drama común a todos, pero particularmente  evidente en las sociedades ricas: nuestra incapacidad para ser felices como consecuencia de poseer lo que deseamos y lograr lo que nos proponemos. 


O para decirlo más justamente: Patty Berglund nos revela nuestra infinita capacidad para ser infelices más allá de todas las trampas que nos puedan tender el amor, la familia o la dicha. Sería empobrecedor, y erróneo, leer esta novela en clave política. El detalle de que Patty y su marido sean liberales es más bien un recurso literario: Los liberales, en su certeza ontológica de tener la receta para la felicidad, logran fracasos mucho más pedagógicos.


Fracasos son también los sueños ecologistas y malthusianos de Walter Berglund; y el anarquismo perezoso y hippie de Richard Katz. El título de la novela está bien puesto: Los cautivos piensan que son infelices por la imposibilidad de elegir lo que quieren. Pero quien vive en libertad sabe que es infeliz sin caortadas, sin culpables. No creo que vuelva a leer Freedom en mucho tiempo. Y sin mebargo, esta semana me compraré The Corrections, aunque por degracia no sea para leerla a 10,000 metros sobre el Atlántico. 

Wednesday, September 15, 2010

El socialismo del siglo XXI


El socialismo del siglo XXI, como la respuesta que buscaba Bobby Dylan, está en el viento. Viento en popa. Por las nubes y a toda marcha...

Hasta 1959 —qué añito— la mayoría de los pasajeros trasatlánticos viajaban de Yankeelandia a Europa y viceversa por barco. En 1959 la aviación se hizo mayoritaria, necesariamente prosaica, como ciertos sistemas políticos.

El día 1 de septiembre de este año, como un Colón a la inversa —Noloc—, me fui a descubrir España. De puta madre, tío... Llegamos al aeropuerto JFK —un nombre que no evoca un viaje feliz precisamente— y al poco rato supimos que el vuelo estaba retrasado. Delta —pero no de Venus, querida Anais— nos dio siete explicaciones diferentes para el retraso de tres horas. Todas parecían falsas —las explicaciones quiero decir, que las horas sí fueron reales. Esta gente miente con una soltura muy socialista, pensé yo.

Me escabullí a la librería de aeropuerto y me compré Freedom, la novela de Jonathan Franzen que había salido el día antes. Y es que sentía que mi freedom se estaba agotando y necesitaba otra de repuesto...

Finalmente, cuando fuimos a subir el avión, hubo que mostrar los documentos de identidad, quitarse los zapatos, el cinto, las gafas... todo lo que ordenaran los policías. Después, como si no les bastara, me pusieron en una esquina y un gordo —debería decir "otro gordo"— me palpó las piernas, la espalda y la barriga como si fuera un esclavo que se proponía comprar. "¿Serán socialistas estos cabrones?", pensé.

Subimos al avión y nos dijeron que quedaba prohibido el uso de teléfonos celulares y de Internet. Y que durante el despegue no podríamos escuchar la música que nos diera la gana en el iPod "por razones de seguridad". El asunto me sonó familiar, como cuando mis maestros de secundaria me decían que escuchar a Stevie Wonder cantar "Sr. Duke" en la WGBS era una especie de antentado contra la seguridad del estado... Después me di cuenta de que deberíamos elegir entre dos películas que la aerolínea había elegido para nosotros sin consultar a nadie. "Estos degenerados tienen que ser socilistas", pensé...

Una vez en el aire, trajeron el almuerzo: era incomible. Era una versión aérea y envuelta en papel celofán de los almuerzos que alguna vez disfrutamos los idiotas de mi generación en la escuela al campo, el Servicio Militar, el centro de trabajo: aquella bazofia luciferina con la que sobrevivimos los años ochenta. Una comida preparada como tortura o como burla; una comida, en fin, perfectamente socialista.

Los asientos eran estrechos, incómodos; el viaje, largo, aburrido, desesperante. Al final, cuando nos bajamos en Barajas, todo era tan parecido al JFK que temí haber estado dando vueltas durante mucho rato para al cabo llegar al punto de partida. Habíamos viajado del capitalismo al capitalismo, de la Coca Cola a la Coca Cola. Era como si toda la aburrición, los maltratos, la mala comida, la falta de opciones y la incomodidad que sufrimos, no hubiesen servido de nada.

Ricardo Alarcón, ese genial político cubano y erudito sin par en cuestiones de transporte aéreo, hace un tiempo tuvo un curioso debate con un estudiante cubano. El muchacho le dijo que le gustaría tener la posibilidad de comprar un pasaje a Bolivia para ir a ver el lugar donde murió el camarada Guevara. Alarcón
—más o menos— le dijo que Cuba no permitía viajar a sus ciudadanos al extranjero para reducir la congestión de las vías aéreas. [A lo mejor Alarcón se estaba burlando del alelado pionero que en lugar de viajar a New York, como Alarcón, prefería —o decía preferir— volar a la desolada y aburrida Higuera.]

Y sin embargo, Richie Alarcón debería reconsiderar su respuesta. Un viaje aéreo en el siglo XXI es una de las escasas oportunidades que tiene el ciudadano común de disfrutar las elusivas ventajas del socialismo real. Entonces nuestro pionero lelo podría decir, con conocimiento de causa, aquello de que "he visto el futuro, y [no] funciona..." Veremos.

Saturday, August 7, 2010

El demócrata contra el Cardenal

El nuevo demócrata no fue siempre demócrata, ni el Cardenal fue siempre cardenal...

Los padres del nuevo demócrata, allá por los sesenta, eran unos muchachos entusiastas que apoyaban la Revolución. "Estaban con el proceso", vamos, eran de los que gritaban aquello de que "si Fidel es comunista, que me pongan en la lista". Por esa época, el Cardenal —que aún no era cura ni cardenal— estudiaba en un frío seminario canadiense.

En el verano del 64, mientras los padres de nuestro demócrata inauguraban apartamento en el reparto Pastorita y parían a los futuros demócratas, el futuro cardenal regresaba a Cuba y era ordenado sacerdote, o "cura", como ya decían despectivamente los padres de nuestro demócrata de hoy.

El futuro cardenal se fue a trabajar a pueblos ignotos de Matanzas, entre la burla y la persecución de los afiebrados revolucionarios del momento. Nuestro demócrata era muy chiquitico en esa época y no se acuerda, pero sus padres participaban con entusiasmo en los abusos contra el cura y sus feligreses.

Dos años más tarde, en la época en que los padres de nuestro demócrata se hiceron miembros del partido y consiguieron su primer ascenso en el trabajo, el futuro cardenal, que era por entonces el cura más popular de Matanzas, fue enviado a los campos de concentración —sí, los campos de concentración— de la UMAP. Los padres de nuestro demócrata redoblaban mientras tanto su apoyo a la Revolución.

Para 1970 el futuro cardenal había salido del campo de concentración —donde celebraba la misa clandestinamente usando un jarro de aluminio como cáliz— y estaba de vuelta en Matanzas. Ahora celebraba la misa en medio de las congas que organizaban en el parque los padres del futuro demócrata (o sus "compañeros") para impedir a los católicos escuchar la ceremonia. El futuro demócrata comenzaba ya a ir a la escuela. Sus padres le habían advertido que no se juntara con los calambucos (los católicos y los testigos de Jehová), porque esa gente sólo podía traerle problemas.

El consejo tomó especial significado después del Primer Congreso de Educación y Cultura, en la primavera del 71. El futuro demócrata vio como desaparecían de su escuela los maestros que iban a la iglesia o eran "flojitos". Fue una lección que nunca olvidaría. El futuro cardenal, allá en Matanzas, trataba inútilmente de defender a los jóvenes de su parroquia a los que no habían dejado entrar a estudiar psicología, periodismo, filosofía y diez o doce carreras más por el imperdonable pecado de ir a la iglesia los domingos. Los padres de nuestro futuro demócrata, mientras tanto, aplaudían a rabiar cada discurso de Fidel contra esas "lacras sociales" que eran los curas y los católicos. El futuro demócrata recitaba ya en la escuela sus primieros poemas revolucionarios en la Jornada Ideológica Camilo-Che.

En 1980, el futuro demócrata estaba en la secundaria o el preuniversitario, y el futuro cardenal era obispo de Pinar del Río. Cuando llegó el Mariel, nuestro futuro demócrata, siguiendo otra vez los consejos de sus padres, pateó, escupió y persiguió a su mejor amigo que se iba por el Mariel. Se justificó pensando que su (ahora ex) mejor amigo era enemigo del progreso social, no amaba a su pueblo y hasta parecía ser "flojito". "En el fondo —se decía— los compañeros del Minint que han organizado todo esto saben bien por qué lo hacen". El futuro cardenal protegía en su casa a los aspirantes a exiliados que eran pateados por las turbas comunistas en los alrededores de su iglesia.

A principio de los ochenta el futuro cardenal fue nombrado arzobispo de La Habana. El futuro demócrata, gracias a los méritos revolucionarios (la pateadura que le dio a su ex mejor amigo), consiguió irse a estudiar a Moscú, a Praga, al Berlín que tenía un muro para que nadie se escapara. A fines de la década el futuro demócrata —después de regresar a Cuba quizás— se dio cuenta de que el comunismo no tenía futuro y se consiguió un pasaje a Miami, a Barcelona, a New York, a Roma o a Santiago de Chile y en ese vuelo decisivo se hizo un demócrata de pura cepa. El futuro cardenal, a punto ya de ser definitivamente cardenal, recibía en su oficina a los parientes de Fidel que iban a aclararle en esa época que ellos "nunca se habían metido en nada".

A mediados de los noventa, a uno lo hicieron finalmente cardenal, y el otro, finalmente comenzó a "ejercer" como demócrata.

Hoy en día, el Cardenal trata de que le den menos palos a las Damas de Blanco, que Fariñas no se muera, que la madre de Zapata sobreviva. El demócrata, desde New York o Barcelona, Union City o Santiago de Chile, está lívido de indignación. Por eso grita, desde su blog o su periódico, para denunciar a ese horrible Cardenal que no lucha con suficiente gallardía por la libertad de Cuba, que no se enfrenta con verdadera pasión al castrismo que el demócrata denuncia. ¿Por qué el demócrata odia al Cardenal? Por ser un enemigo del progreso social, por no amar a su pueblo, por parecer "flojito". Por los mismos crímenes, en fin, que un día lo hicieron patear, escupir y acosar a su mejor amigo allá en secundaria.

Nuestro demócrata conserva lo mejor de su educación revolucionaria, lo mejor que le enseñaron sus padres: ese fervor que le quema las entrañas cuando se trata de defender lo que más le conviene. Y esos demócratas son numerosos, como numerosas son las razones para confiar en el futuro de su patria...

Saturday, July 31, 2010

Todesfuge: Traducción de un poema de Paul Celan

Mi amigo HT me sugirió que tradujera “Fuga de la muerte”, de Celan, poema que ni siquiera conocía —como tampoco conozco alemán, idioma en el que fue escrito originalmente. (Otros dicen que fue escrito en rumano, pero ese es otro cuento.) Hacer una traducción de una traducción en lugar de partir del texto original de una obra es de esas cosas que se considera inaceptable. En un mundo donde todo es relativo y se toma como maniquea cualquier pretensión de diferenciar el bien del mal, aún nos queda esa certeza: “No traducirás traducciones”, reza aparentemente el décimo primer mandamiento.

Sin embargo, después de leer el poema, me pareció que debía traducirlo. Como he dicho antes, traduzco con el ánimo de leer mejor. Y después cuelgo la traducción en el blog con la esperanza de que un par de amigos la disfruten. Esa es mi excusa en este caso. Eso y el hecho de que no lograba deshacerme del poema.

[He colgado tres posts sobre el poema. Los enlaces que hay en éste, que es primero, llevan a los otros dos, y a su vez hay enlaces para regresar a éste.]

Les ofrezco a continuación, en ese orden, mi traducción de “Todesfuge”, la versión al inglés de Michael Hamburger (una de las cinco versiones en inglés que usé como referencia) y el original alemán. En el segundo post, más abajo, los curiosos hallarán algunas notas y comentarios sobre el proceso de comisión del delito y las razones por las que usé ciertas palabras y no otras. Son cinco comentarios. He puesto sus números/enlaces al final de cada verso al que hace referencia cada comentario.

En un tercer post, encontrarán el poema leído por Celan en alemán y mi traducción leída por un servidor. El escucha dirá si he logrado rescatar algo de la cadencia del original. Agradezco a mi querido HT la idea inaceptable de hacer esta traducción: me ha deparado alegrías insospechadas.


Fuga de la muerte

Negra leche del alba bebemos al caer la tarde (1)

la bebemos al mediodía en la mañana la bebemos de noche

bebemos y bebemos

cavamos una fosa en el aire allí se puede yacer holgadamente

Un hombre habita aquella casa juega con víboras escribe

escribe cuando el crepúsculo cae sobre Alemania

el oro en tus cabellos Margarita (2)

lo escribe y sale a la puerta y las estrellas arden les silba a sus perros y salen

les silba a sus judíos y salen los hace cavar una fosa en la tierra

nos ordena tocar la música del baile

Negra leche del alba te bebemos de noche

te bebemos en la mañana al mediodía te bebemos al caer la tarde

te bebemos y bebemos

Un hombre habita aquella casa juega con víboras escribe

escribe cuando el crepúsculo cae sobre Alemania el oro en tus cabellos Margarita

ceniza en tus cabellos sulamita cavamos una fosa en el aire (3)

allí se puede yacer holgadamente

A unos les grita caven la fosa más profunda a otros que canten y toquen

agarra la espada que lleva a la cintura la blande azules son sus ojos (4)

ustedes caven la fosa más profunda y ustedes sigan tocando para el baile

Negra leche del alba te bebemos de noche

te bebemos al mediodía en la mañana te bebemos al caer la tarde

te bebemos y bebemos

Un hombre habita aquella casa el oro en tus cabellos Margarita

ceniza en tus cabellos sulamita juega con víboras

Dice toquen con más dulzura la música de muerte

la Muerte es un capataz alemán (5)

ordena ahora hagan sonar más graves los violines para que asciendan

por el aire como humo

y entonces caven una fosa en el aire allí se puede yacer holgadamente

Negra leche del alba te bebemos de noche

te bebemos al mediodía la Muerte es un capataz alemán

te bebemos al caer la tarde y en la mañana te bebemos y bebemos

la Muerte es un capataz alemán azules son sus ojos

te derriba con balas de plomo no falla su disparo

Un hombre habita aquella casa el oro en tus cabellos Margarita

nos echa encima sus perros nos concede una fosa en el aire

juega con víboras y sueña con los ojos abiertos la Muerte es un capataz alemán

el oro en tus cabellos Margarita

ceniza en tus cabellos sulamita

Paul Celan

Traducción a partir de varias versiones del poema en inglés: Tersites Domilo



Death Fugue

Black milk of daybreak we drink it at sundown

we drink it at noon in the morning we drink it at night

we drink and we drink it

we dig a grave in the breezes there one lies unconfined

A man lives in the house he plays with the serpents he writes

he writes when dusk falls to Germany your golden hair Margarete

he writes it and steps out of doors and the stars are flashing he whistles his pack out

he whistles his Jews out in earth has them dig for a grave

he commands us strike up for the dance

Black milk of daybreak we drink you at night

we drink in the morning at noon we drink you at sundown

we drink and we drink you

A man lives in the house he plays with the serpents he writes

he writes when dusk falls to Germany your golden hair Margarete

your ashen hair Shulamith we dig a grave in the breezes there one lies unconfined.

He calls out jab deeper into the earth you lot you others sing now and play

he grabs at the iron in his belt he waves it his eyes are blue

jab deeper you lot with your spades you others play on for the dance

Black milk of daybreak we drink you at night

we drink you at noon in the morning we drink you at sundown

we drink you and we drink you

a man lives in the house your golden hair Margarete

your ashen hair Shulamith he plays with the serpents

He calls out more sweetly play death death is a master from Germany

he calls out more darkly now stroke your strings then as smoke you will rise into air

then a grave you will have in the clouds there one lies unconfined

Black milk of daybreak we drink you at night

we drink you at noon death is a master from Germany

we drink you at sundown and in the morning we drink and we drink you

death is a master from Germany his eyes are blue

he strikes you with leaden bullets his aim is true

a man lives in the house your golden hair Margarete

he sets his pack on to us he grants us a grave in the air

he plays with the serpents and daydreams death is a master from Germany

your golden hair Margarete

your ashen hair Shulamith


Paul Celan

Traducción al inglés: Michael Hamburger



Todesfuge

Schwarze Milch der Frühe wir trinken sie abends

wir trinken sie mittags und morgens wir trinken sie nachts

wir trinken und trinken

wir schaufeln ein Grab in den Lüften da liegt man nicht eng

Ein Mann wohnt im Haus der spielt mit den Schlangen der schreibt

der schreibt wenn es dunkelt nach Deutschland dein goldenes Haar Margarete

er schreibt es und tritt vor das Haus und es blitzen die Sterne er pfeift seine Rüden herbei

er pfeift seine Juden hervor lässt schaufeln ein Grab in der Erde

er befiehlt uns spielt auf nun zum Tanz

Schwarze Milch der Frühe wir trinken dich nachts

wir trinken dich morgens und mittags wir trinken dich abends

wir trinken und trinken

Ein Mann wohnt im Haus der spielt mit den Schlangen der schreibt

der schreibt wenn es dunkelt nach Deutschland dein goldenes Haar Margarete

Dein aschenes Haar Sulamith wir schaufeln ein Grab in den Lüften da liegt man nicht eng

Er ruft stecht tiefer ins Erdreich ihr einen ihr andern singet und spielt

er greift nach dem Eisen im Gurt er schwingts seine Augen sind blau

stecht tiefer die Spaten ihr einen ihr andern spielt weiter zum Tanz auf

Schwarze Milch der Frühe wir trinken dich nachts

wir trinken dich mittags und morgens wir trinken dich abends

wir trinken und trinken

ein Mann wohnt im Haus dein goldenes Haar Margarete

dein aschenes Haar Sulamith er spielt mit den Schlangen

Er ruft spielt süsser den Tod der Tod ist ein Meister aus Deutschland

er ruft streicht dunkler die Geigen dann steigt ihr als Rauch in die Luft

dann habt ihr ein Grab in den Wolken da liegt man nicht eng

Schwarze Milch der Frühe wir trinken dich nachts

wir trinken dich mittags der Tod ist ein Meister aus Deutschland

wir trinken dich abends und morgens wir trinken und trinken

der Tod ist ein Meister aus Deutschland sein Auge ist blau

er trifft dich mit bleierner Kugel er trifft dich genau

ein Mann wohnt im Haus dein goldenes Haar Margarete

er hetzt seine Rüden auf uns er schenkt uns ein Grab in der Luft

er spielt mit den Schlangen und träumet der Tod ist ein Meister aus Deutschland

dein goldenes Haar Margarete

dein aschenes Haar Sulamith


Paul Celan