Hay entusiasmos contra los que nada puede la realidad. La suspensión del decreto de expulsión de gobierno cubano de la OEA me recordó aquel diálogo de los hermanos Marx:
—Pero si no hay ninguna casa al lado. —Bueno, entonces vamos a construirla.—¿Sabes que en la casa de al lado hay un millón de dólares?
Los presidentes o representantes de treinta y tantos países se pasaron trece horas debatiendo para finalmente devolverle al gobierno de Cuba un derecho que éste no desea usar. El gobierno cubano en los últimos meses ha reiterado sus acusaciones y quejas de siempre: que consideraba a la OEA una organización infame, un “ministerio de colonias yanquis”, que sus miembros han sido “lacayos del imperialismo” y todo lo demás. Dijeron y repitieron hasta el cansancio que no quieren nada de nada con la OEA. Se burlaron de ella, la ofendieron; aseguraron que jamás formarían parte de tal ridiculez. Recordaron que eran “inflexibles”. Pero todo fue inútil. Totalmente inútil. Los de la OEA de todas maneras revocaron su decisión anterior e invitaron al gobierno cubano a regresar a su seno. Un seno del que los invitados caribeños no quieren mamar.
El debate sobre el derecho de Cuba a ser miembro de la OEA fue, como dijera Borges de la Guerra de las Malvinas, “la memorable lucha de dos calvos por un peine”. Pero eran casi cuarenta calvos en esta ocasión.
Ante tanta amabilidad idiota, creo que es el momento de que el gobierno de Cuba imponga sus condiciones para regresar a la organización. No sé, podría exigirles a los países miembros que intenten producir 10 millones de toneladas de azúcar en un año (y que fracasen estrepitosamente en el intento), que tenan una universidad en cada cuadra y dos médicos en cada casa (pero que al mismo tiempo erradiquen la existencia y el uso de la aspirina y el pensamiento autónomo), que pongan en la puerta de la sede en Washington un cartel que diga “El futuro pertenece por entero al socialismo”, que se prohíba el acceso a Internet y TV por cable en todo el continente, que la estatua de bronce de Ubre Blanca a partir de ahora presida las reuniones o que los presidentes asistan a las cumbres con camisetas del Che Guevara. ¿Por qué no?
Sí, al final resultó premonitorio el estribillo aquel que decía: “Cómo no me voy a reír de la OEA…” Y creo que el gobierno cubano debe estarse muriendo de la risa ante la imbecilidad masoquista de sus vecinos continentales. No es para menos...
recien leo algunos del blog de H T, muy bueno !!!!!
ReplyDeleteinge