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Saturday, December 31, 2011

Feliz año nuevo: otro poema de Spoon River

Sin título. Lápiz sobre cartulina. Vela Pensado. 2009
Detesto esas listas de muertos de fin de año, detesto las fotos y los "video clips" de los muertos de la noche de los Oscars, detesto ese regodeo necrofílico que siempre suena falso, burdo.

Pero lo cierto es que los finales del 2011, como puede constatar cualquier lector de este blog, abundaron en muertes que, de un modo u otro, me tocan de cerca. También notará el lector asiduo que prefiero hablar de la vida de los que se van, en lugar de hablar de ese acto incómodo que es siempre la despedida.


Uno de los poemas más extraños de la Spoon River Anthology es "Hare Drummer", pues es un intento forzado de hablar de la nostalgia por nuestros muertos desde la muerte misma. Suena extraño eso: que un muerto extrañe a otros muertos. Y sin embargo, el poema es inobjetable. Otra prueba de que Edgar Lee Masters escribía iluminado por el espíritu en el año funesto de 1914.


El cuadro que ilustra este post es un dibujo de mi amigo Vela Pensado, por cuyo talento y por cuya amistad no me canso de dar gracias. Sé que nadie va a leer esta traducción de un poema necrológicamente nostálgico en una noche de fiesta. Lo volveré a colgar mañana. Feliz año a todos.



Hare Drummer


¿Aún van los chicos y las chicas a la finca de Siever
A buscar cidra, después de la escuela, a fines de septiembre?
¿Acaso van a recoger avellanas entre las malezas
de la granja de Aaron Hatfield al comienzo de la helada?
Pues muchas veces, con esas chicas y esos chicos
Reí y jugué por el camino que lleva a las colinas
Con el sol ya en retirada y el aire cada vez más frío,
Parábamos a garrotear el nogal 
Que, ya sin una hoja, desafiaba el flamígero poniente.
Ahora, el aroma del humo del otoño,
Y las bellotas que se estrellan contra el suelo,
Y los ecos que llegan de los valles
Me hacen soñar a veces que estoy vivo. Se ciernen sobre mí.
Me interrogan:
¿Dónde están aquellos compañeros de juegos y de risas?
¿Cuántos están aquí conmigo, cuántos
En los antiguos huertos que hay junto al camino a la finca de Siever,
Y en los bosques que se yerguen
sobre el agua inmóvil?

Edgar Lee Masters (1868–1950). Spoon River Anthology. 1916


Hare Drummer


DO the boys and girls still go to Siever’s
For cider, after school, in late September?
Or gather hazel nuts among the thickets
On Aaron Hatfield’s farm when the frosts begin?
For many times with the laughing girls and boys
Played I along the road and over the hills
When the sun was low and the air was cool,
Stopping to club the walnut tree
Standing leafless against a flaming west.
Now, the smell of the autumn smoke,
And the dropping acorns,
And the echoes about the vales
Bring dreams of life. They hover over me.
They question me:
Where are those laughing comrades?
How many are with me, how many
In the old orchards along the way to Siever’s,
And in the woods that overlook
The quiet water?

Edgar Lee Masters (1868–1950). Spoon River Anthology. 1916           



Friday, December 30, 2011

Regalo de Navidad

Es cierto: llevaba semanas diciendo en casa, en voz alta, que deseaba tener la ópera Mefistofele, de Arrigo Boito. (Espero justificar los motivos de esa codicia —demostrar que no se trata de una obsesión ociosa—, en el próximo año.)

El Día de Acción de Gracias, MD había invitado a una pareja amiga —violinista él, soprano ella, exquisitas personas los dos— y a otra amiga violinista, a cenar con nosotros. Después de los postres, los invitados ofrecieron las postrimerías de la fiesta: el Concierto en la menor, para dos violines, de Vivaldi y tres arias de Puccini y Verdi. Fue, digamos, una noche dichosa. Nuestra amiga soprano mencionó entonces que se estaba preparando para hacer el rol de Margarita en la ópera Mefistofele
Hablamos del accidentado debut de Mefistofele, del Fausto de Gounod, de la obsesión decimonónica con Goethe... Le dije que iríamos a verla, por supuesto, pero aproveché también su pie forzado para comentarle mis deseos de tener la ópera, por si alguien aún no lo sabía. 

En efecto, en la mañana de Navidad, debajo del arbolito, hallé el Mefistofele de Boito, cantado por Plácido Domingo y Monserrat Caballé, envuelto en celofán y papel de regalo. Evidentemente, mis rogativas indirectas, pero insistentes, no habían pasado inadvertidas para la dueña de casa. Feliz estaba yo, como niño en Día de Reyes.


Pensé entonces en lo raro que era recibir, en el día de la inocencia perfecta, ese regalo de delicada maldad, con su título literalmente mefistofélico. No puede haber nada más lejano del pesebre y el Dios que se hace niño, que el drama faustiano, el dilema de venderle el alma al diablo, ese remedo de las tentaciones de Jesús en el desierto. Pero mal anda uno si se pone a enjuiciar las alegrías que recibe con las razones del calendario. De modo que me puse a ayudar a mis hijos a armar un pirámide de Lego, con Domingo y Caballé de fondo, y le di las gracias a la dueña de casa.


[Disfruten a Kiri Te Kanawa cantando "L'altra notte", del Tercer Acto de Mefistofele, donde Margarita, presa ya y acusada de ahogar al hijo engendrado en sus amores con Fausto, se queja de su suerte.]




Friday, December 23, 2011

Traducción del poema "Lucinda Matlock", de Edgar Lee Masters

Sin título. Óleo sobre lienzo. Jorge Báez, 1974
Tengo cuatro comentarios, no relacionados entre sí, sobre esta traducción:

1. No es raro pensar que somos los hijos envilecidos de una mujer espléndida como Lucinda Matlock, que supo llevar la casa y cuidar de los enfermos, sonreír y parir, hilar almuerzos y tejer esperanzas... Quienes visitan este blog saben que de vez en cuando traduzco algún poema de ese libro de extraña fascinación que escribiera Edgar Lee Masters: Spoon River Anthology. El lector supondrá que la Navidad es propicia para recordar a cada Lucinda Matlock. 

2. En la edición crítica de la obra que uso para estas traducciones, John E. Hallwas indica que el mismo Edgar Lee Masters, en su ensayo "The Genesis of Spoon River", de 1933, dice que el personaje de Lucinda Matlock y muchos de los detalles del poema, están basadon en la vida de su abuela materna, Lucinda Masters, que tuvo ocho hijos y setenta años de matrimonio con Davis Masters, el abuelo de Lee Masters. 

3. Aunque en este poema lo más lógico sería traducir "el río Spoon", ya que se refiere al río como tal y no al pueblo ficticio llamado "Spoon River", he preferido dejar "Spoon River" por la razón obvia de que el título del libro en español ("Antología de Spoon River") hace que el lector esté mucho más familiarizado con "Spoon River" que con el "río Spoon". Por supuesto que es una opción discutible. (Aunque espero que nadie me proponga que traduzca "río Cuchara".)

4. Como hago siempre que cuelgo una traducción en este blog, pongo primero mi versión en castellano y debajo el original inglés.

Les deseo a todos una Feliz Navidad.


Lucinda Matlock

Yo iba a los bailes en Chandlerville,
Y jugaba a las cartas en Winchester.
Una vez cambiamos de parejas,
Cuando regresábamos a casa, a la luz de la luna de junio,
Y así fue que me encontré con Davis.
Nos casamos y juntos vivimos por setenta años,
Riendo, trabajando, criando doce hijos,
De los que perdimos ocho
antes de que yo cumpliera los sesenta.
Yo hilaba, tejía, llevaba la casa, cuidaba a los enfermos,
Cultivaba el jardín, y mi descanso era
salir a pasear por los campos donde trinaban las alondras,
Y recoger caracolas junto al Spoon River,
Y montones de flores y hierbas medicinales:
Le gritaba a las boscosas colinas, le cantaba a los valles.
A los noventa seis, había vivido ya sobrados años, y eso es todo,
Me fui a saborear el dulce sueño del reposo.
¿Cómo es que ahora escucho hablar de penas y fatigas,
De ira, descontento y ajadas esperanzas?
Hijas e hijos envilecidos,
La vida es demasiado dura para ustedes:
Hay que estar vivo para amar la vida.

Edgar Lee Masters (1868–1950). Spoon River Anthology. 1916.



Lucinda Matlock
I went to the dances at Chandlerville,
And played snap-out at Winchester.
One time we changed partners,
Driving home in the moonlight of middle June,
And then I found Davis.
We were married and lived together for seventy years,
Enjoying, working, raising the twelve children,
Eight of whom we lost
Ere I had reached the age of sixty.
I spun, I wove, I kept the house, I nursed the sick,
I made the garden, and for holiday
Rambled over the fields where sang the larks,
And by Spoon River gathering many a shell,
And many a flower and medicinal weed—
Shouting to the wooded hills, singing to the green valleys.
At ninety-six I had lived enough, that is all,
And passed to a sweet repose.
What is this I hear of sorrow and weariness,
Anger, discontent and drooping hopes?
Degenerate sons and daughters,
Life is too strong for you—
It takes life to love Life.

Edgar Lee Masters (1868–1950). Spoon River Anthology. 1916.

Tuesday, December 20, 2011

Vaclav Havel y Kim Jong Il: Dos maestros del teatro del absurdo

Vaclav Havel, detenido en 1979
Hay un momento clave en la obra El memorándum (1965), de Vaclav Havel, en que Ballas, el personaje encargado de implementar el uso de un nuevo lenguaje llamado ptydepe, reconoce el fracaso del proyecto y les dice a sus subordinados que se ha decidio suspender el disparatado experimento lingüístico. Los subordinados, que en la versión en inglés de la obra se llaman Stroll, Savant y Helena, le responden a coro:
Lo sentimos, pero no podemos conformarnos con una explicación tan sucinta. Hemos dedicado toda nuestra la vida a luchar por algo que era un disparate, y queremos saber quién es responsable de esto, y quién se aprovechó de nosotros. Tenemos derecho a saber quién nos engañó.

Ese es un excelente resumen de esa extraña experiencia que llamaron "la construcción del socialismo". Vaclav Havel se dio cuenta pronto de que el comunismo, como el lenguaje ptydepe, era un disparate perverso. En sus obras de teatro del absurdo dibujó el sinsentido de la vida bajo el régimen instaurado en su patria por los tanques rusos. 

Cuando el líder comunista checo Alexander Dubček comenzó a hablar del "socialismo con rostro humano" en la Praga de 1968, Havel dijo públicamente que el comunismo jamás podría tener un rosotro humano, que el sistema estaba podrido desde la raíz. Lo repetiría veinte años después cuando Gorbachov intentó hacer lo mismo en la URSS. Por decir esa verdad esencial, pero sobre todo por decirla tan eficazmente con sus obras de teatro y sus ensayos, Havel tuvo que pagar con la marginación y la cárcel, con el escarnio público y la difamación.


El otro maestro del teatro del absurdo que hemos perdido esta semana era un poco más ambicioso. Kim Jong Il fue durante 17 años el director de una gigantesca puesta en escena con 24 millones de actores. A algunos de esos mimos los hemos visto ayer, en la escena final de la obra, chillando y gimiendo por la muerte de su "director artístico".



Kim Il Sung y Kim Jong Il al óleo
Kim Jong Il era un personaje ridículo e impresentable: Un enano que usaba tacones para verse más alto y se gastaba un peinado, una panza y unas gafas que le daban el aspecto de un actor secundario de alguna película pornográfica hecha en Hong Kong. Pero este payaso era además un psicópata asesino que mantenía un sistema de campos de concentración donde se estima que hay más de 200 000 presos. Este bufón fue el responsable directo de la muerte por hambre de alrededor de dos millones de sus compatriotas, hecho en no poca medida provocado por su obsesión de tener armas nucleares. El régimen comunista que ayudó a prolongar exhibe un nivel de maldad y de locura que son difíciles de imaginar para quien no haya tenido la desgracia de vivirlo.

Vaclav Havel y Kim Jong Il, cada uno a su modo, nos mostraron la perversidad esencial del comunismo. 
Podríamos decir, parafraseando a Joyce, que para Havel el comunismo fue "una pesadilla de la que deseaba despertar". Este hombre, talentoso y limpio, intentó terminar la pesadilla con poco más que su palabra y su dignidad. Para asombro de muchos, terminó por lograrlo. Tras la caída del comunismo checo se convirtió en presidente de su patria y tuvo el gusto de negociar con Gorbachov la retirada de las tropas invasoras rusas. En los primeros días de su presidencia, se cuenta, recorría el Palacio Real de Praga montado en una patineta, como si quisiera, con ese acto infantil, limpiar aquellos salones de la inmundicia moral del régimen que acababan de derrocar los checos. 

Por su parte, Kim Jong Il dedicó su vida a prolongar la pesadilla de la que Havel quería despertar. Sus armas no fueron ni la palabra ni la dignidad. (Casi nunca habló en público, y sería difícil imaginar un tipo más indigno o ridículo.) Se valió de la represión, la cárcel, el asesinato, la tortura, el terrorismo y la hambruna para prolongar el absurdo. La muerte, al acercarlos, hace aún más evidente el contraste entre la hombría de bien del Havel y el enanismo moral del Kim.  


[En La Habana, por cierto, donde la noticia de la muerte de Havel se redujo a diez líneas en la última página del Granma, los gobernantes han decretado tres días de duelo oficial por la muerte de Kim Jong Il. Los pobres, a estas alturas del partido y tener que cargar con ese muerto...]

Saturday, December 17, 2011

Christopher Hitchens, in memoriam

No recuerdo exactamente cuándo fue la primera vez que escuché hablar de Christopher Hitchens: pudo haber sido en 1997, cuando en un artículo en Vanity Fair dijo que Madre Teresa de Calcuta era "una enana albanesa ladrona y fanática". Quizás fue un par de años más tarde, cuando vi en HBO un programa del dúo cómico de Penn & Teller, dedicado también a denigrar a Madre Teresa, y en el que Hitchens, con un cigarrillo en una mano y un vaso de whisky en la otra, despeinado y con la camisa abierta hasta el tercer botón, dijo, entre otras lindezas, que Madre Teresa era posiblemente la "estafadora más exitosa del siglo XX". El asunto es que yo admiraba —y admiro— a Madre Teresa, de modo que la descripción de la santa como "enana albanesa ladrona y fanática" y "estafadora" se me quedó tatuado en la silla turca.

Después de eso evité leer nada escrito por Hitchens y decidí cambiar de canal cuando lo veía en la TV. Años después Hitchens se hizo famoso, muy famoso, por su fervoroso ateísmo y su apoyo a la Guerra de Irak. Resulta que yo creo en Dios  —gracias a Dios— y que siempre estuve opuesto a la Guerra de Irak —a Dios gracias. Hitchens, por supuesto, cada vez me caía peor...


Y sin embargo, el vicio de la lectura es uno de los peores que puede sufrir el ser humano, de modo que un buen día comencé a leer los artículos que Hitchens publicaba en todas partes, pero principalmente en
Vanity Fair. Leer a Hitchens, lo descubrí pronto, era una fiesta. Pocas veces alguien ha tenido tantos deseos de polemizar, tanta brillantez para defender lo que piensa, y una honestidad tan radical para decirlo. Sería inútil tratar de explicar a Hitchens, la magia de Hitchens, cuando se pueden leer sus escritos. Recomiendo a lector curioso que —si no lo ha hecho— lo haga enseguida.

Y con el tiempo fui descubriendo, por supuesto, que también podía hallar coincidencias: cierta visión de la cultura europea, la certeza de la que las certezas pueden ser letales, el amor combinado por 
Johann Sebastian Bach y Bob Dylan, el culto de George Orwell... 

Pero lo que más admiraba y agradecía de Hitchens era el estímulo intelectual inigualable que nos regala quien, estando en las antípodas de algunas de nuestras convicciones, las ataca con pareja lucidez y honestidad intelectual. La madurez hace que se atrofie en uno la tolerancia por el uso de triquiñuelas intelectuales para demostrar que el mundo se mueve acorde con las leyes que hemos pronunciado como verdades inmanentes. Por el contrario,  uno disfruta leyendo a alquien que, aún sabiendo que la realidad es irreductible a una u otra teoría, trata de poner en orden ciertos datos para defender honestamente lo que piensa. No conozco a ningún escritor vivo que lo haga con la inteligencia, la gracia y la agudeza con que Hitchens lo hacía. 


Los seres humanos pueden dividirse en dos bandos: los que prefieren escuchar a un tipo inteligente discrepar de sus ideas y los que eligirían escuchar a un idiota apoyarlas. Digamos que prefiero la oposición inteligente al idiota aplaudiente. Y pocas veces encontré a un discrepante tan lúcido, tan culto, tan brutalmente inteligente y entretenido como Christopher Hitchen. Lo voy a extrañar como sólo se extraña al mejor de los enemigos.


Por misericordia divina —sólo por misericordia divina— espero llegar al Paraíso. Tengan por seguro que cuando me pidan la lista de deseos solicitaré tomarme un par de whiskies el día del Juicio Final, a la caída de la tarde, con Christopher Hitchens. Y estoy seguro que allí, a la vuelta del juicio, después de haber escuchado las trompetas de los siete ángeles, Hitchens me ganará por knockout la discusión sobre si Dios existe. Mientras tanto, descanse en paz, Christopher Hitchens.

Friday, December 2, 2011

Nuestro hombre en Jartum

(Este post es la continuación del artículo "Los países amigos".)

El 4 de marzo de 2009 la Corte Penal Internacional, con sede en La Haya, Holanda, emitió una orden de arresto contra Omar al-Bashir, el jefe de Estado (y hace unos años, además, Primer Ministro, ministro de Defensa y jefe de las Fuerzas Armadas) de Sudán.

Omar al-Bashir se hizo de la presidencia de Sudán mediante un golpe de estado en 1989. En sus más de veinte años de gobierno, Al-Bashir instauró una variante sudanesa del apartheid en la que los árabes musulmanes juegan el papel de los afrikanders mientras que a los africanos cristianos y animistas les toca el papel de la población negra sudafricana. (Sobre este tema, pueden leer el artículo "The slow, violent death of apartheid in Sudan", del comentarista ugandés Vukoni Lupa Lasaga.)

Por otra parte, desde hace años, Al-Bashir ha usado las bandas paramilitares llamadas yanyauid (también se usan las grafías janjaweed y janjawid) para reprimir a los rebeldes de la región de Darfur. Los yanyauid usan el genocidio, la mutilación y la violación en grupo como "métodos de combate". Se considera que hasta el momento han muerto entre 300,000 y 400,000 personas en el conflicto de Darfur.

(A quien desee recordar la longevidad y el sadismo de las "tácticas" yanyauid en Darfur, le recomiendo que lea este artículo de Nicholas Kristof en The New York Times hace casi ocho años. Y quien desee comprobar que el horror en Sudán continúa reeditándose a diario, puede leer este otro artículo del mismo Nicholas Kistof de hace solo una semana.)

Al emitir la orden de arresto contra Al-Bashir, la Corte Penal Internacional lo acusó formalmente de crímenes contra la humanidad (asesinato, exterminio, desplazamiento forzado, tortura y violación), así como crímenes de guerra. Fue la primera vez que el Tribunal de La Haya emitía una orden de arresto contra un jefe de estado en funciones. Es de imaginar que el buen señor considera como acciones heroicas lo que la Corte de la Haya califica de crímenes de lesa humanidad, prueba de ello es que, en el momento en que dio el golpe de estado era solo coronel, mientras que ahora es ya mariscal de campo. Y ese no ha sido el único beneficio personal que le ha deparado la presidencia: algunos de los cables hechos públicos por WikiLeaks hace varios meses indicaban que Al-Bashir ha acumulado una fortuna personal de 9 000 millones de dólares durante sus años de gobierno, y que la mayor parte de ese dinero está depositado en bancos ingleses.

Al-Bashir se ha convertido en un paria internacional. Apenas se atreve a viajar fuera de Sudán por miedo que le pase lo mismo que a Pinochet en su visita al médico en Londres. Hoy en día, Al-Bashir no tiene muchos aliados. Sin embargo, sus amigos "son pocos, pero son", como decía Vallejo de los golpes de la vida. EPor ejemplo, en el sitio web de la embajada cubana en El Cairo (donde reside el embajador cubano ante Sudán) se puede leer un comunicado de prensa del 19 de mayo de 2009 que dice, entre otras cosas, estas:
Al-Bashir agradece permanente solidaridad de Cuba con Sudán 
Jartum, 19 may (PL) - El presidente de Sudán, Omar Hassan Al-Bashir, agradeció a Cuba la permanente solidaridad demostrada en la arena internacional, y trasmitió saludos cordiales a su homólogo, Raúl Castro, y al líder de la Revolución, Fidel Castro. [...] Fuentes diplomáticas cubanas precisaron a Prensa Latina que el jefe de estado sudanés se interesó por la salud del ex mandatario Fidel Castro y tuvo expresiones de gratitud por la postura asumida históricamente favorable al gobierno de Jartum. [...] Cuba defiende el respeto a la soberanía de Sudán y criticó la orden de arresto emitida por el tribunal con sede en La Haya contra el jefe de estado sudanés para procesarlo por crímenes de guerra y delitos de lesa humanidad supuestamente cometidos en Darfur desde 2003.

En La Habana no sólo rechazaron las acusaciones contra Al-Bashir, sino que parecían ignorar el hecho mismo de que en Darfur hubiesen muerto cientos de miles de personas, a pesar de que es una tragedia que se ha sido por años tema de primera plana en todos los medios de prensa del mundo. Si se buscan en el periódico Granma artículos sobre los horrores en Darfur, no se halla ninguno hasta marzo de este mismo año, en que publicaron una nota con el inocente título de Combates causan 17 muertos en occidente sudanés. Después de ocho años de silencio sobre el tema, no es hasta el penúltimo párrafo que sueltan (escuetamente) la prenda: "De acuerdo con estadísticas de organizaciones internacionales, en ocho años el conflicto causó más de 300 mil muertos y dos millones y medio de desplazados".

El caso no es único. Tampoco hallará el lector artículos sobre la hambruna en Corea de Norte, ni sobre los asesinatos de opositores en Zimbabwe, ni los informes de las Naciones Unidas sobre los 3,500 muertos y los más de 250 niños asesinados por el ejército en Siria en los últimos meses. 

Hace unos años, en The New York Times apareció un curioso artículo (lo pueden leer aquí) sobre ciertas regiones de África donde van a parar las camisetas y gorras de los 'campeones que nunca fueron'. Como se sabe, antes de los partidos finales de las ligas profesionales norteamericanas, se fabrican camisetas y gorras para el caso de que cada contendiente gane la corona. Los artículos con el nombre y el logotipo del perdedor junto a la palabra "Champion" son invendibles, por supuesto, de modo que los equipos los donan a organizaciones caritativas que a su vez los llevan a los necesitados africanos. Hay pueblos en África donde los Yankees fueron los campeones de la Serie Mundial de 2001, en lugar de Arizona; y donde los Boston Red Sox siguen bajo la maldición del Bambino; hay sitios donde Michael Jordan nunca ganó un título de la NBA: para demostrarlo, ellos le pueden enseñar las seis camisetas que proclaman campeones a sus rivales en cada una de esas finales.

Los medios de comunicación cubanos a veces recuerdan esas aldeas de África: en los medios de la Isla, Corea del Norte no es un país enloquecido donde la constitución establece que el "presidente eterno" es la momia de un señor que se murió hace 16 años, y donde cientos de miles de personas han muerto de hambre en la última década, sino un próspero país socialista dirigido por un líder genial. En el Granma, Al-Bashir y Al-Assad no son dos dictadores que han asesinado a miles de sus compatriotas y han saqueado el patrimonio de ambas naciones, sino dos celosos guardianes de la soberanía nacional. Y no se trata sólo de una desfortunada mezcla del periodismo con la literatura fantástica: a ratos la política exterior cubana también parece regirse por las fantasías de ese universo paralelo que describe el Granma, y no por las realidades del mundo en que vivimos la mayor parte de los mortales. 

¿Por qué no encuentra uno análisis sobre "los cambios de Raúl" (los que hubiese) en lo referente a la política exterior cubana? ¿Acaso el tema no interesará a ningún cubanólogo? ¿Qué nos dicen las votaciones del gobierno cubano en los organismos internacionales sobre el futuro del país? De eso tratará el próximo post.

Thursday, December 1, 2011

El hombre más fuerte del mundo

Tres días después de Svetlana Alilúyeva, la hija traidora del padrecito Stalin, moría en Munich este 25 de noviembre una leyenda soviética: Vasily Alekséyev. (Ya lo sé: últimamente, este blog parece la página de notas necrológicas de un periódico municipal boliviano.)

En septiembre de 1973 se celebró en La Habana el XLVII Campeonato Mundial de Halterofilia. La estrella del campeonato, por supuesto, fue Vasily Alekséyev, campeón mundial y olímpico de levantamiento de pesas en la división superpesada. Alekséyev era un gordo ruso —parecía más gordo que ruso, por eso pongo el adjetivo delante del gentilicio— con pinta de bodeguero de Samarkanda o mafioso de alguna república del Cáucaso. Usaba unas patillas setenteras que ahora dan ganas de llorar, y afirmaba haber inventado un método de entrenamiento novedoso y revolucionario —por supuesto— que lo hacía invencible. Es de imaginar que, además de sus secretas tácticas hercúleas, la clave de su éxito radicara en el hecho probable de que los médicos brezhnevianos lo tuvieran más dopado que a la mona Chita, como era habitual en la época.

Más allá de eso, Alekséyev era un ciudadano modelo. Sobre su pecho paquidérmico podía lucir la Orden Lenin, la Orden de la Bandera Roja del Trabajo y muchas otras de menor cuantía. La revista Sports Illustrated lo puso en una de sus portadas con el título que lo acompañó por casi diez años: El hombre más fuerte del mundo. Y en una entrevista afirmó que los demás pesistas se ponían nerviosos por la presión de la competencia, pero que él no tenía problemas de nervios, porque era un hombre soviético. Debió ser enternecedor escucharlo.      


Cuando Alexéyev fue al Campeonato Mundial de La Habana, en 1973, yo tenía nueve años y no era un hombre soviético, ni fuerte, ni ciudadano modelo. Era un gusanito al que en la escuela, además de las materias habituales, los maestros lo estaban enseñado a vivir como una rata que huele más trampas que queso. Era uno de los inconvenientes de tener unos padres sin afición a educar ciudadanos soviéticos. A pesar de nuestras abismales diferencias (entre Alexéyev y yo, quiero decir, pues yo no era muy diferente de mis padres) recuerdo haber pasado una noche con los ojos más pegados al televisor que la hoz al martillo, para ver al hombre más fuerte del mundo alzar del suelo de la Ciudad Deportiva 225 kg en envión. No estuvo en su mejor noche, pero aún así ganó la medalla de oro, quedó campeón del mundo, y yo quedé satisfecho con el espectáculo. 

El final deportivo de Alexéyev llegaría siete años después y no fue nada glorioso. Terminó en las Olimpiadas de Moscú  entre el abucheo del público que lo adoró por tantos años. Fue incapaz de alzar el primer peso requerido y se quedó sin medalla. 

En esos mismos días, exactamente el 25 de julio de 1980, moriría en Moscú un camarada que no era, de ninguna manera, un ciudadano soviético ejemplar. El alcohol y las drogas habían terminado finalmente, a los 42 años de edad, con Vladimir Vysotsky, un actor, cantante y compositor que decía siempre cosas inoportunas y bebía vodka como si no estuviera racionado o no hubiese que construir el comunismo. A los dirigentes soviéticos les pareció antipatriótica aquella ocurrencia de Vysotsky de morirse en medio de los Juegos Olímpicos, por lo que tomaron la sabia decisión de no difundir la noticia. De todas formas, miles de moscovitas se aparecieron en el Teatro Taganka donde se hizo el velorio (y donde diez días antes Vysotsky había hecho el papel de Hamlet, sin saber que poco después "not to be" sería su única opción en esta vida, digo, en esta muerte.) 

Así terminaron las Olimpiadas de Moscú, con el ciudadano soviético modelo muerto en vida, y el borracho antisoviético vivo en la gloria de su muerte. El inolvidable Leonid Brezhnev, aquel señor de cejas anchas y mente estrecha que tuvo la idea brillante de invadir Afganistán como preparación para Juegos de Moscú, debió haber quedado muy contrariado con el final de su fiesta.


Vasily Alexéyev terminó sus días esta semana, 
a los 69 años de edad, en un hospital de Munich donde los médicos no lograron salvarle ese corazón que aguantó sin chistar la carga de miles de kilogramos de acero soviético y la medallita de latón de la Orden Lenin. Descansen en paz los dos (quiero decir, Vysotsky y Alexéyev, porque la paz eterna de Lenin es un asunto en el que yo no me metería ni aunque me prometieran la Orden de la Bandera Roja del Trabajo por dilucidarlo.)
(En este clip, Vysotsky canta su canción "A los poetas". La canción tiene subtítulos en inglés que se pueden activar en la esquina inferior izquierda del recuadro.)


Tuesday, November 29, 2011

Svetlana, la hija de Stalin

Ha muerto, a los 85 años de edad, Svetlana Aliluyeva, la hija de Stalin. De ella se podría decir que fue la cifra de su siglo. Svetlana contenía multitudes, como Whitman, y reencarnó sucesivamente en varias mujeres diferentes que sólo tenían en común el impulso de escapar a algún sitio lejano. Una rápida lectura de su nota biográfica en Wikipedia le puede dar al lector en cinco minutos una idea del vértigo que fue para ella eso que los demás llamamos vida, de modo que no tiene caso recontarla aquí. Detengámonos pues, en un día de esa vida rondada por el horror.

Svetlana con Lavrenti Beria, y Stalin al fondo
En su libro de memorias Sólo un año, Svetlana relata una tarde de la primavera  de 1961 en que le habló al escritor Andrei Sinyavsky sobre sus deseos suicidas. Sinyavsky le contestó que el suicidio era una usurpación del trabajo de Dios. 

Faltaban unos años para que Sinyavsky, quien ya era un brillante crítico y novelista, se volviera famoso por ser uno de los dos acusados en el "Proceso de Sinyavsky–Daniel", una farsa judicial del más puro estilo soviético —¿o decimos estalinista?— tras la cual Sinyavsky fue condenado a siete años de prisión por las opiniones políticas de uno de los personajes de su novela —
proféticamente titulada— Comienza el juicio. Svetlana también se volvería mundialmente famosa unos años más tarde, cuando decidió no regresar a la URSS tras un viaje a la India, y en su lugar se fue a vivir a los Estados Unidos. Pero en esa tarde de primavera de 1961 eran solo dos amigos que conversaban sobre Dios y el suicidio en un parque de Moscú.

San Jorge y el dragón, ícono del siglo XIV hallado
por  Maria Rozanova, la esposa de Andrei Sinyavsky
En su primera visita al cuarto donde vivían los Sinyavsky, Svetlana quedó fascinada por un ícono de San Jorge, del siglo XIV, que Maria Rozanova, la esposa de Andrei, había encontrado abandonado en un establo, en una aldea del norte de Rusia, y estaba restaurando. A instancias de Sinyavsky, Svetlana comenzó a leer los Salmos. Poco después, le pidió a Sinyavky que la llevara a la iglesia. A sus treinta y cinco años, la hija de Stalin nunca había visto un pope de carne y hueso. Tras leer los salmos, cuenta Svetlana, comenzó a releer a Tolstoy y a Dostoyevski bajo una nueva luz. Conocer al Dios de los Salmos de David le permitió a Svetlana, entre otras cosas, entrar en esa otra Rusia donde era posible saborear las disquisiciones del monje Zósima y Alyosha Karamazov. Un año después recibió el bautismo en la Iglesia Ortodoxa. 

Se cuenta que el 31 de diciembre de 1991, cuando las últimas instituciones de la URSS dejaron de funcionar, había una multitud esperando el nuevo año en la Plaza Roja. Unos minutos antes de las doce, un tipo de rostro adusto y largo sobretodo se acercó a la puerta del Mausoleo de Lenin y se sacó de debajo del abrigo un ícono de la Virgen, lo alzó en alto, mirando hacia la momia del camarada Ulianov, y esperó inmóvil hasta que el carrillón del Kremlin diera las doce campandas. Guardó entonces su ícono y, sin decir una palabra, desapareció en la noche moscovita, la última noche de la Unión Soviética. 

Desde su exilio, Svetlana —que entonces se llamaba Lana Peters, y que alguna vez se llamó Svetlana Iosifovna Stalina— habrá pensado que el pueblo ruso estaba recorriendo entonces el mismo camino que ella inició aquella tarde suicida de la primavera de 1961 en que Andrei Sinyavsky le habló de Dios y de los Salmos y de un antiguo ínoco de San Jorge que su mujer estaba restaurando en casa.

Tuesday, November 8, 2011

Los países amigos

El cuerpo de Muamar el Gadafi pasó cuatro días expuesto sobre un colchón hediondo, en el suelo del frigorífico de un supermercado, después de haber sido atrapado en una cloaca y linchado en plena calle por "el pueblo enardecido".

Es un final repugnante. Es lógico que en La Habana la prensa oficial calificara de asesinato la muerte de Gadafi. Fue, ciertamente, un asesinato. Y horrendo por demás. No importa que el difunto fuera un sociópata que asesinó a miles de sus compatriotas, un cleptómano que se robó miles de millones de dólares y un terrorista que financió y ordenó la voladura de aviones de pasajeros en pleno vuelo: Uno supone que nadie merece una muerte así. 

Claro está, en La Habana nadie se indignó cuando Gadafi ordenó bombardear a su pueblo con aviones de guerra (su novedoso método para combatir las manifestaciones populares contra el régimen), ni nadie parece haber perdido el sueño por los miles de muertos y desaparecidos que dejó tras sí en 42 años de dictadura. ¿Será que la amistad, como el amor, es ciega? 

¿Qué quieren decir en realidad los periódicos habaneros cuando hablan del asesinato de Gadafi? Porque, puestos a ver, esos redactores nunca se referirían al asesinato de Somoza (cualquiera de los dos), ni al intento de asesinar a Pinochet.
Cuando lo periódicos de la Isla dicen "el asesinato de Gadafi", quieren dejar en claro que el muerto era "uno de los nuestros". A los amigos los asesinan: a los enemigos los ajustician.  

En otros
tiempos —allá por los setenta—, sólo a los gobernantes de izquierda se los aceptaba como amigos sin preguntar a cuántos mataban, mientras que Pinochet o Ströessner, por ejemplo, sí eran vistos como los criminales que fueron. Entre los líderes revolucionarios que en algún momento disfrutaron de la condición de amigos en el Vedado se podía hallar un colorido desfile de carniceros mesiánicos: Kim Il Sung, Hafez al-Assad, Pol Pot, Idi Amin Dada, Muamar el Gadafi, Mengistu Haile Mariam, Nicolae Ceaușescu, Robert Mugabe...

Los sobrevivientes de esa especie —como Mugabe— y los hijos que heredaron el poder (y la afición por conservarlo) de sus padres —Kim Jong Il y Bashar al-Assad—, siguen siendo tan amigos como siempre. Pero los tiempos cambian. Los requisitos ideológicos para ser considerado amigo ya no son ni la sombra de lo que un día fueron. Hoy por hoy, la clave de la amistad parece ser la disposición a mantenerse en el poder "a la brava", sin que importe mucho la ideología del mandante en cuestión. Si uno revisa la lista de países ex comunistas o ex soviéticos, por ejemplo, verá rápidamente que los que eligieron tener un estado de derecho, como Polonia y la República Checa, tienen relaciones tensas con el gobierno cubano, mientras que los que siguieron la vía del autoritarismo, como la Ucrania de Kuchma y Yanukóvich, el Kazajstán de Nursultán Nazarbáyev y la Belarús de Lukashenko, disfrutan de buenas relaciones con la isla. (Ni siquiera importa ya que Nursultán haya sido uno de los protagonistas de la desintegración de la URSS.)

Esa superación de los prejuicios ideológicos en política externa parece haberse iniciado con China. La época en que los líderes cubanos hablaban con desprecio de los "mandarines chinos" y los llamaban "afeminados" públicamente, terminó con la masacre de Tiananmen. Las relaciones de Beijing y La Habana comenzaron a mejorar en cuanto se tuvo noticia de que los "mandarines" habían masacrado a centenares de estudiantes en el centro de Beijing. Este año se han multiplicado los ejemplos de esa tendencia: en Irán, Siria y Libia ocurrieron protestas populares seguidas de sangrientas represalias gubernamentales sin que se escuchara una condena en el Granma.   

Para citar un ejemplo reciente, este martes 8 noviembre, el Alto Comisionado de la ONU para Derechos Humanos anunció que la represión del gobierno sirio contra las manifestaciones populares había alcanzado las 3,500 víctimas. 
Ese mismo día, la única noticia sobre Siria en el Granma llevaba el siguiente título: Siria acusa a Estados Unidos de incitar a la violencia en ese país árabe. Y, como puede ver el lector curioso que pulse en el enlace, es una repetición de la versión de los hechos preñada de fantasía que difunde el gobierno sirio.

Otro caso singular y reciente es el de Arabia Saudita, país que antes consideraban en Cuba como un despreciable aliado del imperialismo yanki. Resulta que en los últimos meses los jeques del desierto y los revolucionarios del mar Caribe han forjado una curiosa amistad. En agosto se abrió la primera embajada saudita en La Habana, noticia que el periódico Trabajadores encabezó con un titular que no deja lugar a dudas: Las relaciones sauditas-cubanas son muy prometedoras. Y ya desde el año pasado se había anunciado que Cuba rehabilitaría sus hospitales maternos con ayuda de Arabia Saudita. 

En La Habana, donde se ha denunciado con fervor la intervención de la OTAN en Libia, las relaciones con Arabia Saudita no parecen haberse afectado cuando este país envió sus tropas a reprimir las manifestaciones populares en Baréin en febrero pasado. Los príncipes sauditas, los peones del imperialismo, los amigos personales de la familia Bush, los que intervienen militarmente en países vecinos para mantener en el poder a regímenes autoritarios y los que prestan sus bases para que Estados Unidos invada otros países del Golfo, son también los líderes de una sociedad medieval donde una mujer tiene menos derechos que un camello. ¿Cómo pueden ser amigos de un gobierno que se dice revolucionario, antiimperialista y defensor de los oprimidos, como el cubano?

Los príncipes sauditas son un grupo de ancianos aferrados al poder, dispuestos a cualquier cosa con tal de conservarlo. Andan confundidos porque el heredero al trono, ¡que tenía 85 años!, se les murió hace un par de semanas. Dicen ser defensores de una ideología que los hace dueños absolutos de la verdad, de modo que todo el que discrepa de ellos es considerado un apóstata o un traidor. Vigilan y reprimen minuciosamente a quienes piensan diferente y hacen todo lo posible por impedir que sus conciudadanos tengan acceso a Internet, ese artilugio moderno que temen y detestan. Son, al fin y al cabo, un grupo de vejetes corruptos a los que la historia les pasó por encima, y a los que el futuro les aterra, porque ni siquiera entienden el mundo del presente. ¿Cómo habrán convencido a los dirigentes de La Habana de que podían ser sus amigos?


[Continuará...]

Thursday, September 15, 2011

La camisa es Manhattan, el resto es selva


A mis 15 años, me paseaba yo por la calle Obispo, guajirito orgulloso, con Manhattan sobre el corazón. No la isla, por supuesto, sino una de aquellas camisas de poliéster caluroso que hacían su verano en la Cuba internacionalista y supuestamente no alineada del otoño de 1979. Mi Manhattan sintética me la había traído una tía abuela de West Palm Beach. Tenía un tigre precioso (la camisa, no mi tía) en la parte frontal izquierda y el resto era selva... No lo digo por citar a Guillén el bueno y hacerme Jorge el fino: de veras el resto de la camisa era una monserga amazónica de lianas y flores tropicales que ponían muy en duda la supuesta fiereza de mi tigre zurdo).

Siempre asumí que ese nombre camisero, 'Manhattan', era un pujo cubano similar a los tacones Hollywood* y las ventanas Miami. Anoche, cuando pasaba canales frente al televisor, me detuve en el canal de los Yankees, YES, por unos instantes. Ponían uno de esos documentales sobre "la época dorada del béisbol" y Mickey Mantle se acercaba al cajón de bateo. Supuse que iba a dar un jonrón —¿cuántas veces usted ha visto a Mickey Mantle poncharse en el canal de los Yankees?—, y me detuve a verlo. Por supuesto, Mickey hizo un swing monstruoso, mostró el número 7 en esa espalda de mulo, y después la cámara siguió la bola a lo profundo del left-center. Y allí, en la cerca que en su día Babe Ruth cuidaba, vi el anuncio: Manhattan Shirts. Sí, señor, yes, en YES lo vi.


Camisa Manhattan del presidente
Harry Truman (1951)
Fui a la computadora y me enteré enseguida: hubo una compañía que se llamó Manhattan Shirts, camisas Manjata, asere, como se diría en la calle Obispo. Y resulta que Harry Truman tenía una de 1951, como pueden ver en su colección de camisas deportivas, que se parecía a la mía. El hombre que usó los frutos del Proyecto Manhattan usaba también camisas Manhattan. Sería una obsesión de guajiro de Barton County con la isla de los rascacielos. ¿Vendería las Manhattan también en su camisería de Missouri? Quién sabe.  La de Harry, en todo caso, no tenía tigre: era verde que te quiero verde y pare usted de contar. El tigre que le sopló dos bombas atómicas a los tíos de Mishima era vegetariano cuando se trataba del estampado de las camisas.

Bueno, pero el asunto es que la marca de camisas Manhattan, contrariamente a mis peores sospechas, no fue inventada en Marianao. Y es que el maldito Internet cada vez le deja menos espacio a nuestro orgullo invencionero cubiche. No es de extrañar entonces que haya tanto patriota empeñado en darle largas al cable ese que promete dejar entrar tantos datos incómodos en La Habana.

Ahora que lo pienso, en La Habana de los noventa se le decía "bacteria" a cierto tipo de camisas que las tías del Norte traían a los descamisados sobrinos de la Isla. ¿Habrá existido también alguna vez una "Bacteria Shirt"? Ahora mismo comienzo a poner en YouTube, uno por uno, los 536 jontones de Mickey Mantle, a ver si descubro algún anuncio revelador en la cerca del jardín derecho del Yankee Stadium.

*En la zapatería de mi pueblo, a principios de los años ochenta, había un letrero inolvidable, escrito a mano y con betún negro sobre un pedazo de cartón, que rezaba: "Se ponen tacone Holibo". 


Saturday, September 10, 2011

Pablo Milanés: Cada paso se da porque se siente


Pablo Milanés. Concierto en el United Palace, New York, 9 de septiembre de 2011. Foto: Tersites Domilo
Lobby del teatro. Foto: Tersites Domilo 
El United Palace Theater de Broadway y la 175 fue la última de las cinco catedrales del cine construidas por la compañía Loew's en New York entre 1929 y 1930. Ese retablo de los milagros con capacidad para 3,300 espectadores muestra un estilo que el reportero del New York Times David W. Dunlap llamó alguna vez "bizantino-romanesco-hindú-chino-morisco-persa-ecléctico-rococó", pero que
en cubano es más fácil resumir como "rococó de Hialeah".



Foto: Tersites Domilo
Washington Heights, el barrio donde se encuentra, es el recodo de Manhattan donde fueron a dar tantos miles de cubanos en los sesenta, que al barrio comenzaron a llamarlo el Escambray. Los cubiches fueron más tarde desplazados por los dominicanos. Esa conquista quisqueyana de "nuestro" territorio dio como resultado que hoy usted se pueda encontrar allí, en la esquina del teatro, un restaurante que se llama Mambí, pero donde se come asopao, mangú y sancocho en lugar de vaca frita, congrí y tostones.

El United Palace fue convertido en iglesia en los años sesenta y hoy, por uno de esos misterios de la fe, funge como iglesia y teatro de variedades al mismo tiempo.
Y esta noche, a la hora del cañonazo, que era la hora del concierto, el teatro estaba vacío. "Todos los asientos están vendidos, pero los dominicanos no llegan nunca a tiempo", nos explicó una amable pareja que estaba sentada a nuestro lado. Aunque conozco el concepto fluido que los nietos de Máximo Gómez tienen del tiempo, no les creí. Sin embargo, a las 9:35 el teatro estaba repleto. Fue entonces que salió Pablo, con paso tímido, hasta sentarse en una silla en medio del escenario.

En las dos horas siguientes, Pablo Milanés demostró —o nos recordó—, una vez más, varias cosas que todos deberíamos saber y recordar: que él ha compuesto un par de docenas de las mejores canciones jamás escritas por un cubano, que no hay ninguna manera de exagerar la belleza de esa voz que le tocó en suerte, y que su talento de showman le bastaría para embrujar a cualquier multitud incluso si fuera incapaz de componer y cantar.


 
A Pablo los años le han arruinado las piernas, pero le han perdonado la voz y el alma, al contrario de lo que le pasa a tanta gente. Sólo en un par de canciones de la primera mitad, como en "Soledad", la voz pareció traicionar a su dueño por momentos. Pero una vez que entró en "los clásicos" —"El tiempo, el implacable, el que pasó", "Yolanda", "Para vivir", "El breve espacio en que no estás"— su voz resonó como si el tiempo no fuera para nada "impacable". Para el cierre del concierto, cuando cantó "Yo no te pido", Pablo Milanés sonaba como aquel chico con voz de ángel que alguna vez cantó "Hoy la vi" con el Grupo de Experimentación Sonora.

Todo cantor, al final, es un demiurgo menor, un practicante de una magia simple pero difusa, que se recibe sin mérito y se pierde sin culpa. Pablo Milanés, a los sesenta y ocho años, está en plena posesión de su magia. Debería dar gracias por eso, deberíamos todos dar gracias.

Foto: Tersites Domilo



Foto: Tersites Domilo


Foto: Tersites Domilo

Saturday, July 23, 2011

Amy Winehouse: una habitación alquilada en el infierno

Yo siempre supe que Amy Winehouse se iba a morir. Esa frase no quiere decir nada. Todos sabemos que todo el mundo se va a morir. Tú y yo nos vamos a morir, y los demás también. Lo que digo es que, como mucha otra gente, siempre supe —siempre temí— que Amy iba a aparecer muerta un día en su apartamento, joven, "con toda la vida por delante" y toda la muerte alrededor, como acaba de suceder.

Se lo repetía a todo el mundo de vez en cuando, y me lo repetía a mí mismo más a menudo, con la secreta esperanza de que se cumpliera aquello de que la vida nos sorprende siempre, que nunca sucede lo que esperamos o anunciamos. 

Y eso es lo más desolador. Que todo el mundo se sabía de memoria este final, como cuando vamos a ver una de esas películas del Titanic, pero nadie pudo hacer nada por cambiarlo. Porque no hay un negocio más amargo en esta vida que el de tratar de salvar a los otros. 

Uno se consuela culpando a las personas que estaban cerca del muerto, uno se dice que cada una de las historias que los tabloides publicaban sobre ella era una crónica de su muerte anunciada, que debieron pensar que Amy tenía 27 años, y que Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Brian Jones y Kurt Cobain murieron a esa edad, y que no todo puede ser causalidad en esta vida. Uno se dice que no la cuidaron los que debieron protegerla, que alguien se equivocó bestialmente. Porque lo único que nos patea el alma de verdad es saber que el hecho de que Amy Winehouse muriera hoy en un apartamento de Londres era tan inevitable como nacer con los ojos negros o ser alérgico a los arándanos. Y por eso tenemos que inventarnos todas esas mentiras piadosas, esas culpas ajenas, esas explicaciones consoladoras como la tisana de tilo de mi abuela, que era una poción mágica contra la ansiedad que produce sabernos cobardes.  

Y mucho menos somos capaces de aceptar que en el fondo no tenemos nada que objetar a la muerte de Amy Winehouse; que estamos perfectamente satisfechos con el destino que le tocó a esta inglesita white trash que cantaba como una negra sureña, esta judía drogadicta de Southgate en quien Yahveh decidió poner una bestial sobredosis de talento; una sobredosis capaz de matar a un caballo purasangre, puesta así no más en el cuerpo de una chiquilla de caderas estrechas, tetas de utilería y voz de arcángel nigeriano. Porque al final sabemos que sus ridículas pestañas, su rímel errante, sus tatuajes de marinero borracho, "su neblina y sus anfetaminas", eran el precio que pagaba para poner una detrás de otras aquellas notas y aquellas palabras, para embrujarnos.

Y si Dios, en una de sus bromas, nos hubiese preguntado hace 27 años si preferíamos que naciese en Londres una niña destinada a la feliz mediocridad de una vida anónima o que naciese ese desastre infinitamente hermoso que fue Amy Winehouse, hubiésemos elegido la belleza del desastre... como también lo hubiese elegido ella misma. Pero claro, como Dios no nos preguntó nada, ahora tenemos el derecho de quejarnos, de blasonar nuestra inocencia, de decir —como si no fuera una imbecilidad decirlo— que hubiésemos querido que Amy Winehouse fuera una chica feliz y equilibrada, y que de todos modos cantara así, como alguien que tiene una habitación alquilada en el infierno.