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Monday, September 24, 2012

La trágica historia de Perry Mason y el fin de la inocencia americana

Perry Mason interrogando a una testigo.
(Foto tomada del blog North Texas Negotiations.)
Esta semana tuve que pasar un día en el tribunal supremo de mi condado... para servir de jurado, aclaro. Al llegar, después de atravesar los detectores de metales, nos hicieron pasar a la sala principal del tribunal. Pusieron el video de rigor, nos dijeron las cosas de rigor, y después cada cual se puso a ver su aparatico preferido, mientras esperábamos a que nos llamaran.

Unos minutos más tarde, una señora hispana se acercó a uno de los empleados del juzgado y le dijo en un inglés pedregoso que ella no era ciudadana americana y no sabía por qué había sido citada. El empleado le explicó que en ese caso debía ir a ver a un funcionario para que sacaran su nombre de la lista de posibles jurados. Una joven, tambien hispana, le aclaró la respuesta del funcionario, pues la señora daba muestras de no entender los detalles.

A mi lado estaba un señor con pinta de coach irlandés de pelota infantil: regordete, pero atlético, con las gafas de sol encaramadas en su testa de incipiente calvicie y la piel enrojecida por el sol de los domingos beisboleros... Hasta ese momento había estado inmerso en su iPad jugando solitario... solitario. Pero al escuchar la conversación levantó la vista intrigado.

—¿Y cómo alguien que no es ciudadano americano puede recibir una citacion para servir de jurado? —preguntó en inglés de Long Island y tono levemente enojado. La traductora caritativa se lo explicó enseguida:

—Es que las citaciones las envían usando la base de datos del departmento de tránsito. Basta con tener una licencia de conducción para que te puedan citar.

La expresión del rostro del coach de Little League cambió al instante. La leche de la curiosidad se le cortó en el yogurt de las sospechas. Su cara era ahora la viva estampa del inspector Javert la primera vez que vio a Jean Valjean disfrazado de alcalde.

—¿Y cómo podría nadie obtener una licencia de conducir sin ser ciudadano de los Estados Unidos? —preguntó nuestro Perry Mason seguro de que la testigo había caído en la trampa de su astucia infinita. La monalísica sonrisa que tenía estampada en la jeta era un monumento a la perspicacia gringa.

Esta vez la señora sin ciudadanía sí entendió perfectamente lo que Sherlock Holmes acababa de preguntar. (Será que entiende cuando la acusan de ilegal porque le ha sucedido muchas veces.) De modo que en su inglés de Tamaulipas, le respondió a su inquisidor:

—Para tener licencia de manejar no hay que ser ciudadano de este país, basta con ser residente legal, y yo lo soy.

Johnny Sixpack no lo podía creer, pero el funcionario del jurado le hizo un gesto que confirmaba lo que acaba de decir la señora.

—Wow!!! —dijo el ciudadano modelo devastado por la noticia que acababan de darle—: ¡licencia de conducción sin ser ciudadanos...!

Me pude imaginar aquella misma expresión en aquella misma cara —con más pecas y menos arrugas— el día que le dijeron que Santa Clause no existía. Allí mismo, ante mis ojos, Perry Mason había perdido para siempre el país maravilloso donde vio hasta ese instante: un país donde no se le daba licencia de conducir a los cabrones latinos que no son ciudadanos. 

Me imagino el terror con que habrá manejado a casa el pobre hombre, sabiéndose rodeado de choferes extrajeros en su autopista [hasta entonces] inmaculadamente americana. 

Thursday, September 20, 2012

¡Un cubano en la Luna! (pero la República Española se va a bolina)

En silencio ha tenido que ser, le dijo Pepe a Manolo, pero a la larga todo se sabe. Tan solo unos días después de la muerte de Neil Armstrong, la página de Facebook del Periódico de Mayabeque nos da una noticia que estremecerá al mundo: "Hace 32 años un cubano caminó por vez primera en la Luna". (Y esa aclaración, "por vez primera", podría indicar que desde ese entonces el Mar de la Tranquilidad ha visto pasar más cubanos que el mismísimo Estrecho de la Florida.) 

La noticia es conmovedora no solo por la hazaña que supone, sino por la modestia que hace patente: los mayabequeros esperaron 32 años para revelar la flor de su secreto. Es el cosmos de los colmos: el cosmonauta guajiro guantanamero se le escapó a su hermano soviético Yuri Romanenko, compay, y se apeó a dal una vuelta por ahí, por la luna lunera cacabelera. Calladito se lo tenía Arnaldo que, como sabemos, es un ejemplo de modestia revolucionaria. 

Esa era la buena noticia que tenía para hoy. Pero tengo una mala, pésima diría yo. Resulta que The New York Times, ese bastión de la libertad de expresión y el periodismo serio, ha descubierto que la Segunda República Española no existió. ¿Por quién doblan las campanas, entonces?, preguntarían obedientes mis hijos y Eliseo. Bueno, ya nunca lo vamos a saber. Resulta que Santiago Carrillo se murió por primera vez hace un par de días. (Aclaro lo de "primera vez" porque muchos pensarán que esta tendría que ser al menos la cuarta vez que canta "El manisero". No, señor, el viejo comunista tenía 97 años. Lo cual, por otra parte, impide pensar que haya un error en la nota necrológica por haber sido escrita "de corre corre" ante su nada súbita desaparición.) 

Aunque era ateo, se dice que en su juventud Santiago (¡y cierra España!) ayudó a muchas personas a encontrarse con Dios. De hecho se cuenta que en unos días envió al cielo a 2 500 almas en Paracuellos de Jarana, lo cual no es de jarana, por supuesto.

Santiago Carrillo, la hoz y el martillo.
(Foto tomada del sitio teinteresa.es)
En su momento, los jueces españoles hicieron todo lo posible por encausar a Pinochet, que asesinó a 3 225 personas en 17 años de dictadura. A Carrillo, que según se dice hizo lo mismo en 17 días, los españoles lo hicieron diputado. De lo que se concluye que si uno quiere matar a unos cuantos miles de personas sin buscarse problemas con la justicia española lo que tiene que hacer es apurarse: allí lo que no perdonan es la lentitud.

Pero volviendo a los conejillos de Indias, perdón, al Carrillo de España, The New York Times, en la nota necrológica sobre el personaje, dice: "When the monarchy collapsed in 1931, he enlisted many of the youths to form an antifascist militia that bombed bridges and disrupted Franco’s attempts to organize and rally support." En castellano de Mayabeque y de Paracuellos de Jarama, eso se dice así: "Cuando se derrumbó la monarquía en 1931, reclutó a muchos de aquellos jóvenes para formar una milicia antifascista que dinamitó puentes y saboteó los esfuerzos de Franco por organizar y recabar apoyo."

Así que al caer la monarquía en 1931, Carrillo, que había cumplido 16 años tres meses antes, se puso a dinamitar puentes para combatir a Franco. Queda claro entonces que Franco le dio un golpe de estado al pobre Alfonso Equis Tres Palitos. ¿Y la República? Bueno, me imagino que habrá que hacer una reclamación al departamento de "Lost and Found" del New York Times... allí la deben tener guardada. De hecho, ahora que está de moda promover el intercambio de prisioneros entre Cuba y Estados Unidos, se podría hacer una ronda de negociaciones entre el New York Times y el Periódico de Mayabeque para que el Times mande para Cuba la República Española y los de Mayabeque le manden a la Grey Lady el módulo lunar en el que Tamayo llegó a la inconstante Luna.

Monday, September 17, 2012

Obama y la media luna: es [más] complicado

En dique seco. Foto: Tersites Domilo
Hace unos años, cuando Bush Jr. era presidente, mis amigos republicanos me decían que los árabes odiaban a Estados Unidos por envidia, porque les molestaba la libertad. La explicación me parecía "self-serving", como dicen los gringos. O como decía mi abuela, que "la recomendación venía de muy cerca".

Por suerte tengo amigos demócratas también. Ellos me explicaron que el asunto no tenía nada que ver con la envidia. Bush era un idiota y un prepotente, y los árabes reaccionaban a esa prepotencia. Una vez que tuviéramos un presidente inteligente y sensible, me aseguraban, todo sería mejor.


Hace muchos años me compré The Story of Civilization, una historia universal escrita por Will y Ariel Durant entre 1935 y 1975. Los Durant muestran ese divertido cinismo que es más común entre los italianos que los gringos, y que se adquiere leyendo demasiados libros de historia o viviendo en una civilización muy vieja. Will Durant —él escribió ese tomo— afirma que el mundo musulmán nunca se recuperó de la desoladora visita que Gengis Khan le hizo en Samarcanda en 1220. La civilización de la cimitarra, la filosofía y el álgebra, comenzó a cerrarse al mundo exterior y a recelar de sus propios creadores.


Los primeros 600 años fueron espléndidos para los discípulos de la media luna, dice Durant, pero los últimos ocho siglos han dejado mucho que desear. Quizás parezca un detalle sin importancia, pero a lo mejor (pensaba yo), podría tener algo que ver con el problema. Se los dije a mis amigos demócratas, pero me dijeron que Will Durant era un cabrón reaccionario. 


Recordaba eso en estos días porque se nota ahora cierta renuencia a explicar por qué tantos chicos del Medio Oriente y sus alrededores han decidido visitar las embajadas americanas para explicarles a los gringos su opinión sobre una película que acaban de ver en YuoTube. Ni siquiera la muerte del embajador americano en Libia motiva a los analistas. La sección dominical de opiniones de The New York Times de ayer trae diez sesudos artículos de los mejores opinionantes de la nación, pero ni uno solo de esos textos está dedicado a los sucesos de esta semana en el Medio Oriente. Sólo mencionan la crisis dos veces... para criticar los desaguisados de Romney y Ryan.


De modo que uno no sabe ya qué pensar. ¿Será que esos jóvenes árabes no saben que tenemos un presidente inteligente y sensible, que da unos discursos preciosos en El Cairo? ¿Será que el problema no se resumía a que Bush era brutísimo? ¿Será que Obama, en su estilo, puede ser tan idiota como Bush? ¿Será que las relaciones de un imperio pre[im]potente con una civilización espasmódica son siempre complicadas? ¿Será que Will Durant sabía un par de cosas? No lo sé, mis amigos demócratas y los columnistas del New York Times, usualmente tan locuaces, andan en estos días muy callados... así que estoy más desorientado que un esquimal en el Sahara.

Wednesday, September 12, 2012

Bob Dylan o cómo elegir los recuerdos

Bob Dylan y la niña castigada.
New York City. Foto: Tersites Domilo
Hay fechas en que uno tiene que elegir conscientemente con qué recuerdos va a pasar el día. El 11 de septiembre es una de ellas. Es un recuerdo pesado y sin asas, difícil de llevar. Probablemente Bob Dylan lo sabe: el 11 de septiembre de 2001 salió al mercado su disco Love and Theft, un título desgraciadamente apropiado. Me imagino que él también estaba tratando de exorcizar ese recuerdo cuando decidió que este 11 de septiembre saliera su nuevo disco: Tempest. Habrá que agradecérselo, como tantas otras cosas.

Por eso en la mañana pasé a comprar el disco, como si fuera un talismán para el día de las maldiciones y los malos presagios. Jon Pereles en el New York Times dijo ya en dos frases lo que hay que decir de este disco. Su crítica comienza diciendo: "Bob Dylan’s voice isn’t getting any prettier.
" Y cierra con esta oración: "Battered and unforgiving, he’s still Bob Dylan, answerable to no one but himself." ("Maltrecho e impacable, sigue siendo Bob Dylan, y no le rinde cuentas a nadie más que a sí mismo.")

Se podría agregar quizás que hay momentos en que Tempest parece un "remake" de Modern Times, su disco del 2006: "Soon After Midnight" recuerda su canción "When the Deal Goes Down", y "Narrow Way" remeda "The Levee's Gonna Break
". Dylan, que fue del folk al rock en tres discos al inicio de su carrera, se ha pasado la última década revistando cada uno de los capítulos de la historia musical americana. Ahora vive —musicalmente hablando— entre los años treinta y cincuenta. 

El hecho es que cincuenta años después de su primer disco (Bob Dylan, 1962) este judío errante sigue con su gira interminable, sus canciones nuevas, sus preguntas viejas, sus eternas trampas de palabras. Tiene 71 años, su voz es una ruina babilónica, sabe que su leyenda es de mármol, pero insiste en hacer 80 conciertos al año, cambiando una y otra vez las ochocientas canciones que lleva a cuestas, y sacando un nuevo disco cada tres años.

Por eso uno se levanta en la mañana y va y compra el CD. Y porque piensa que mientras repitamos ciertos gestos él va a estar ahí. (Iba a decir "como si fuera parte del paisaje", pero siendo 11 de septiembre uno sabe que el paisaje también puede ser súbitamente modificable.) Será esa también la razón por la que él sigue tosiendo canciones. Será por eso que cada noche se pone su traje de cowboy enlutado y se recorta el bigotio de Jorge Negrete, para que la película no termine antes que el héroe bese a la muchacha. 

En la foto que ilustra el reverso de este disco que acaba de salir al mercado, Bob Dylan exhibe la pose de alguien a punto de marcharse a algún lugar. Y hay que rogar que sea solo al próximo concierto.

[Hace tres años, cuando salió al mercado Together Through Life, escribí este post: "En acción de gracias".]

"Duquesne Whistle" es la primera canción del disco Tempest:   


Saturday, September 8, 2012

La Virgen de la Caridad: cuatro siglos de malas compañías


[Este artículo se publicó originalmente en Diario de Cuba]

Nuestra Señora de la Caridad. 1920. Talla en
madera del escultor catalán Ramón Mateu
que se conserva en la iglesia de
Our Lady of Esperanza, en Manhattan.
Foto: Tersites Domilo. Sept. 8, 2012
Muchos cronistas creen —sin que se pueda confirmar— que la imagen que se venera hoy en el Cobre es la misma que llevaba Francisco de Ojeda cuando naufragó en 1510 en la Bahía de Jagua, y que lo acompañó en su penoso recorrido hasta Maisí. Lo cierto es que la imagen es de origen español, y desde los inicios de su devoción fue reverenciada por muchos peninsulares. Como la lengua en que escribieron el himno y las proclamas, y como las armas con las que pelearon los mambises, la Virgen de la Caridad fue una herencia compartida que durante el siglo XIX, y en el crisol de tres guerras, se convertiría en un símbolo esencial de la identidad cubana.

En la edición del domingo 22 de septiembre de 1895, la revista madrileña La Semana Católica1 reprodujo esta noticia tomada del Diario de la Marina:

En uno de los campamentos ocupado [sic] por la columna del teniente coronel Palanca, fué encontrado colgado, dentro de un bohío, un cuadro con la imagen de la Virgen del Cobre.

Un soldado, al ver el cuadro, dijo: “Esta me la llevo yo, porque es una irreverencia que esta Señora esté en compañía de tan mala gente”. Y como lo dijo lo hizo.

No es de extrañar que el soldado español considerara suya a la Caridad. La devoción a la Virgen del Cobre no era coto exclusivo de los criollos independentistas. En 1859, por ejemplo, el periódico La Verdad Católica2 informaba “la aclamación de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre por Patrona del cuarto batallón de Voluntarios”.

Casi una década antes había llegado a Cuba San Antonio María Claret, tras ser nombrado arzobispo de Santiago. Al arribar a su diócesis el 18 de febrero de 1851, uno de sus primeros actos públicos fue hacer una visita a la Virgen del Cobre3. Sabía que en Cuba necesitaría toda la ayuda que pudiera encontrar, y había comenzado por el sitio donde más devotos la hallaban: en el Cobre.

El nuevo Arzobispo habrá recordado el destino de uno de sus predecesores, el obispo Manuel Montiel, llegado a Cuba casi doscientos años antes, en 1657, con sus mismos anhelos reformadores4. Enterado monseñor Montiel de que una buena parte de los sacerdotes de la isla eran más aficionados a los prostíbulos que a las procesiones, anunció su propósito de reformar las costumbres de su clero. Tres meses después murió envenenado, se dice, víctima de una conjura de sus curas5.

La Virgen del Cobre no salvaría tampoco a San Antonio María Claret de su destino cubano. Cinco años exactos después de su visita al Cobre, tras celebrar una misa en Holguín, se acercaron los fieles a saludarlo. Uno de ellos, sin embargo, en lugar de besarle el anillo, sacó una navaja de afeitar y abrió un surco en su rostro, desde la oreja hasta el mentón, que dejó a la vista hasta los huesos de la mandíbula episcopal6.

Los testimonios de la época aseguran que el matón isleño que lo atacó había sido pagado por un sacerdote. El obispo había hecho una campaña de denuncia contra los curas que se amancebaban con sus feligresas. Uno de ellos pensó que San Antonio se había referido a él con detalles tan exactos que cualquiera podría identificarlo a él y a su amante, y decidió entonces contratar los servicios del navajero isleño. Un año después, el obispo regresó a España. La horrible cicatriz del rostro le impediría olvidar jamás su temporada en nuestro infierno. El atacante isleño murió unos años después desterrado en Ceuta. Del cura que lo contrató y de su amante no se tiene noticia alguna: probablemente se hicieron viejos fatigando las camas de la parroquia con su pecado horizontal.

Si bien parecía imposible reformar las costumbres de los cubanos, la devoción a la Virgen de la Caridad siguió en aumento. El domingo 7 de julio de 1861, el periódico La Verdad Católica7 informaba a los devotos que unos fotógrafos de Trinidad habían logrado sacar una reproducción fiel de la imagen, cuyas copias vendían en su estudio fotográfico. Cada impresión se vendía acompañada del relato de un milagroso suceso ocurrido al revelar la foto de la Santísima Virgen. El estudio fotográfico donde ocurrió el portento, según el artículo, estaba en la calle del Desengaño, detalle que habrá sido un indicio revelador para muchos lectores.

Ya en 1870, en los inicios de la Guerra Grande, las ofrendas dejadas en El Cobre ascendían a $30 000.00 anuales (equivalentes a más de medio millón de dólares de 2012), y fue entonces que se decidió construir un nuevo santuario8.

La Guerra del 95 haría difícil para los cubanos ser independentistas y estar al mismo tiempo en buenos términos con la jerarquía católica. En la misma época en que se encontró el cuadro de la Virgen del Cobre en el campamento mambí, el papa León XIII enviaba sus bendiciones a las tropas españolas, y su nuncio en España, hablando en nombre del Sumo Pontífice, los animaba “a pelear contra los que han levantado el estandarte de la ingratitud y la traición”; y se refería a los mambises como “parricidas que han olvidado los deberes contraídos con España”9.

Eran los tiempos en que el obispo de La Habana, monseñor Santander y Frutos, decidió celebrar un Te Deum de acción de gracias al enterarse de la muerte de Martí. Poco después brindaría las iglesias para que sirvieran de barracas a las tropas españolas de paso. A la larga, sería la Virgen del Cobre el puente que salvaría esa grieta… Y no solo la Virgen: también los sacerdotes que se pusieron del lado de los mambises, como el legendario padre Arocha, párroco de Artemisa, que al ocupar las tropas españolas su iglesia les envió parte de sus armas y municiones, escondidas en un féretro, a los guerreros del Ejército Libertador; y los sacerdotes cubanos de La Habana, que publicaron un manifiesto a favor de la independencia, para infinito disgusto de su obispo. Al entrar Gómez a La Habana con sus mambises, tres sacerdotes católicos cabalgaban junto a ellos10.

Por su parte, monseñor Santander, temiendo lo peor, se largó a España con las tropas derrotadas y no se atrevió a regresar jamás. La Habana se quedaría sin obispo hasta su renuncia, desde la Península, en noviembre del 1899. Roma nombraría entonces a Donato Sbarretti como obispo de La Habana. Sbarretti era un diplomático italiano destinado en Washington, que jamás había mostrado interés en los asuntos de Cuba, pero que tenía el don de ser amigo personal del presidente de Estados Unidos11.

Un milagro de la Virgen sería entonces que, dieciséis años después, los veteranos del Ejército Libertador le pidieran al Papa que declarara a la Caridad del Cobre como Patrona de Cuba. Se consumaba así un reencuentro que pocos hubiesen podido atisbar 21 años antes, cuando monseñor Santander celebró su Te Deum por la muerte de José Martí.

Como tantas historias cubanas, esta tiene su coda en New York. En 1906, Manuela de Laverrerie de Barril, esposa del antiguo cónsul de España, persuadió a su amigo el magnate Archer Huntington para que donara terrenos y dineros para hacer una “iglesia española” en el Alto Manhattan. En 1912 se inauguró la Iglesia de Nuestra Señora de la Esperanza, en un bello edificio que aún se contempla en la calle 156. La lámpara del Santísimo fue una donación del rey Alfonso XIII de España12.

Cuatro años más tarde, en 1916, Leoncio Serpa, quien poco después sería el presidente del Comité Pro-Cuba de New York, le propuso al párroco de la “iglesia española” que su templo fuera presidido por una imagen de la Virgen de la Caridad, que donaría el pueblo cubano. Al párroco, el francés-español Adrian Buisson, le pareció buena su idea. Serpa viajó a La Habana y se entrevistó con Nicolás Rivero, el director del Diario de la Marina, para recaudar los fondos necesarios. Fue en ese periódico donde se promovió la idea y se pidieron las donaciones, siendo la de Rivero la primera y más sustancial. Era el mismo periódico —y el mismo hombre— que había publicado la anécdota con la que comienza este texto.

El 6 de junio de 1920 se colocó la imagen, tallada en madera cubana por un escultor catalán, en la iglesia neoyorquina. Ese día el templo lucía en su portal una inmensa bandera cubana; y de uno de los candelabros colgaba el banderín que usara el general Mayía Rodríguez durante la guerra13.

Ese mismo año, el 20 de octubre, se celebraría en la Iglesia de Nuestra Señora de la Esperanza la “Fiesta de las Banderas”. En presencia del cónsul cubano, del cónsul español y de los representantes del gobernador de New York, se llevaron ante la Virgen de la Caridad las banderas de Cuba, España y Estados Unidos, y se pidió por la paz y la reconciliación entre las tres naciones que dos décadas antes habían librado una sangrienta contienda.

Quién sabe si un día nos será dado ver a cubanos y yanquis, rusos y españoles, negros y blancos, católicos, santeros y ateos, reunidos otra vez junto a la Virgen del Cobre, con los mismos deseos que tuvieron aquellos ex enemigos en 1920, cuando decidieron poner a un lado sus diferencias y plantar sus banderas a los pies de una Virgen sospechosamente morena y rodeada desde siempre de “malas compañías”.




[1] La Semana Católica, Volumen 14, página 377 (Madrid, 1895)
[2] La Verdad Católica, Volumen 3, página 471 (Imprenta del Tiempo, La Habana, 1859)
[3] Vida del Excmo. é Illmo. Sr. Antonio Maria Claret, del presbítero Francisco de Asís Aguilar, página 148 (Madrid, 1871)
[4] Diccionario geográfico, estadístico, histórico de la Isla de Cuba, de Jacobo de la Pezuela, página 183 (La Habana, 1863)
[5] La prostitución en la ciudad de la Habana, de Benjamín de Céspedes y Santa Cruz, página 66 (La Habana, 1888)
[6] Vida del Excmo. é Illmo. Sr. Antonio Maria Claret, del presbítero Francisco de Asís Aguilar, páginas 22-227 (Madrid, 1871)
[7] La Verdad Católica, Volumen 7, página 231 (Imprenta del Tiempo, La Habana, 1861)
[8] Cuba with Pen and Pencil, de Samuel Hazard, página 456 (Hartford Publishing Company, Hartford, 1871)
[9] La Ciudad de Dios, revista religiosa científica y literaria, Volumen XXXVII, página 627, edición del 20 de agosto de 1895 (Madrid, 1895)
[10] To-morrow in Cuba, de Charles Melville Pepper, páginas 255-265 (Harpers & Brothers, New York, 1899)
[11] The Conservative review, Volume 3, marzo-junio de 1900, página 208 (Washington, EE.UU., 1900)
[12] Church of Our Lady of Esperanza, del padre Crescent Armanet (New York, 1921)
[13] Apuntes históricos, de Leoncio Serpa (New York, 1921)