[Este artículo se publicó originalmente en Diario de Cuba]
Nuestra Señora de la Caridad. 1920. Talla en madera del escultor catalán Ramón Mateu que se conserva en la iglesia de Our Lady of Esperanza, en Manhattan. Foto: Tersites Domilo. Sept. 8, 2012 |
En la edición
del domingo 22 de septiembre de 1895, la revista madrileña La Semana Católica1 reprodujo esta noticia tomada del Diario de la Marina:
En uno
de los campamentos ocupado [sic] por la columna del teniente coronel Palanca,
fué encontrado colgado, dentro de un bohío, un cuadro con la imagen de la
Virgen del Cobre.
Un
soldado, al ver el cuadro, dijo: “Esta me la llevo yo, porque es una irreverencia
que esta Señora esté en compañía de tan mala gente”. Y como lo dijo lo hizo.
No es de
extrañar que el soldado español considerara suya a la Caridad. La devoción a la
Virgen del Cobre no era coto exclusivo de los criollos independentistas. En
1859, por ejemplo, el periódico La Verdad
Católica2 informaba “la aclamación de Nuestra Señora de la
Caridad del Cobre por Patrona del cuarto batallón de Voluntarios”.
Casi una
década antes había llegado a Cuba San Antonio María Claret, tras ser nombrado
arzobispo de Santiago. Al arribar a su diócesis el 18 de febrero de 1851, uno
de sus primeros actos públicos fue hacer una visita a la Virgen del Cobre3.
Sabía que en Cuba necesitaría toda la ayuda que pudiera encontrar, y había
comenzado por el sitio donde más devotos la hallaban: en el Cobre.
El nuevo
Arzobispo habrá recordado el destino de uno de sus predecesores, el obispo
Manuel Montiel, llegado a Cuba casi doscientos años antes, en 1657, con sus
mismos anhelos reformadores4. Enterado monseñor Montiel de que una
buena parte de los sacerdotes de la isla eran más aficionados a los prostíbulos
que a las procesiones, anunció su propósito de reformar las costumbres de su
clero. Tres meses después murió envenenado, se dice, víctima de una conjura de
sus curas5.
La Virgen del
Cobre no salvaría tampoco a San Antonio María Claret de su destino cubano.
Cinco años exactos después de su visita al Cobre, tras celebrar una misa en
Holguín, se acercaron los fieles a saludarlo. Uno de ellos, sin embargo, en
lugar de besarle el anillo, sacó una navaja de afeitar y abrió un surco en su
rostro, desde la oreja hasta el mentón, que dejó a la vista hasta los huesos de
la mandíbula episcopal6.
Los
testimonios de la época aseguran que el matón isleño que lo atacó había sido
pagado por un sacerdote. El obispo había hecho una campaña de denuncia contra
los curas que se amancebaban con sus feligresas. Uno de ellos pensó que San
Antonio se había referido a él con detalles tan exactos que cualquiera podría
identificarlo a él y a su amante, y decidió entonces contratar los servicios
del navajero isleño. Un año después, el obispo regresó a España. La horrible
cicatriz del rostro le impediría olvidar jamás su temporada en nuestro
infierno. El atacante isleño murió unos años después desterrado en Ceuta. Del
cura que lo contrató y de su amante no se tiene noticia alguna: probablemente
se hicieron viejos fatigando las camas de la parroquia con su pecado
horizontal.
Si bien
parecía imposible reformar las costumbres de los cubanos, la devoción a la
Virgen de la Caridad siguió en aumento. El domingo 7 de julio de 1861, el
periódico La Verdad Católica7
informaba a los devotos que unos fotógrafos de Trinidad habían logrado sacar
una reproducción fiel de la imagen, cuyas copias vendían en su estudio
fotográfico. Cada impresión se vendía acompañada del relato de un milagroso suceso
ocurrido al revelar la foto de la Santísima Virgen. El estudio fotográfico
donde ocurrió el portento, según el artículo, estaba en la calle del Desengaño,
detalle que habrá sido un indicio revelador para muchos lectores.
Ya en 1870, en
los inicios de la Guerra Grande, las ofrendas dejadas en El Cobre ascendían a
$30 000.00 anuales (equivalentes a más de medio millón de dólares de 2012), y
fue entonces que se decidió construir un nuevo santuario8.
La Guerra del
95 haría difícil para los cubanos ser independentistas y estar al mismo tiempo en
buenos términos con la jerarquía católica. En la misma época en que se encontró
el cuadro de la Virgen del Cobre en el campamento mambí, el papa León XIII
enviaba sus bendiciones a las tropas españolas, y su nuncio en España, hablando
en nombre del Sumo Pontífice, los animaba “a pelear contra los que han
levantado el estandarte de la ingratitud y la traición”; y se refería a los
mambises como “parricidas que han olvidado los deberes contraídos con España”9.
Eran los
tiempos en que el obispo de La Habana, monseñor Santander y Frutos, decidió
celebrar un Te Deum de acción de gracias al enterarse de la muerte de Martí.
Poco después brindaría las iglesias para que sirvieran de barracas a las tropas
españolas de paso. A la larga, sería la Virgen del Cobre el puente que salvaría
esa grieta… Y no solo la Virgen: también los sacerdotes que se pusieron del
lado de los mambises, como el legendario padre Arocha, párroco de Artemisa, que
al ocupar las tropas españolas su iglesia les envió parte de sus armas y
municiones, escondidas en un féretro, a los guerreros del Ejército Libertador; y
los sacerdotes cubanos de La Habana, que publicaron un manifiesto a favor de la
independencia, para infinito disgusto de su obispo. Al entrar Gómez a La Habana
con sus mambises, tres sacerdotes católicos cabalgaban junto a ellos10.
Por su parte,
monseñor Santander, temiendo lo peor, se largó a España con las tropas
derrotadas y no se atrevió a regresar jamás. La Habana se quedaría sin obispo
hasta su renuncia, desde la Península, en noviembre del 1899. Roma nombraría
entonces a Donato Sbarretti como obispo de La Habana. Sbarretti era un
diplomático italiano destinado en Washington, que jamás había mostrado interés
en los asuntos de Cuba, pero que tenía el don de ser amigo personal del
presidente de Estados Unidos11.
Un milagro de
la Virgen sería entonces que, dieciséis años después, los veteranos del
Ejército Libertador le pidieran al Papa que declarara a la Caridad del Cobre
como Patrona de Cuba. Se consumaba así un reencuentro que pocos hubiesen podido
atisbar 21 años antes, cuando monseñor Santander celebró su Te Deum por la
muerte de José Martí.
Como tantas
historias cubanas, esta tiene su coda en New York. En 1906, Manuela de Laverrerie de Barril, esposa del antiguo cónsul
de España, persuadió a su amigo el magnate Archer Huntington para que donara
terrenos y dineros para hacer una “iglesia española” en el Alto Manhattan. En
1912 se inauguró la Iglesia de Nuestra Señora de la Esperanza, en un bello
edificio que aún se contempla en la calle 156. La lámpara del Santísimo fue una
donación del rey Alfonso XIII de España12.
Cuatro años más tarde, en 1916, Leoncio Serpa, quien poco después sería
el presidente del Comité Pro-Cuba de New York, le propuso al párroco de la
“iglesia española” que su templo fuera presidido por una imagen de la Virgen de
la Caridad, que donaría el pueblo cubano. Al párroco, el francés-español Adrian
Buisson, le pareció buena su idea. Serpa viajó a La Habana y se entrevistó con
Nicolás Rivero, el director del Diario de
la Marina, para recaudar los fondos necesarios. Fue en ese periódico donde
se promovió la idea y se pidieron las donaciones, siendo la de Rivero la
primera y más sustancial. Era el mismo periódico —y el mismo hombre— que había
publicado la anécdota con la que comienza este texto.
El 6 de junio
de 1920 se colocó la imagen, tallada en madera cubana por un escultor catalán,
en la iglesia neoyorquina. Ese día el templo lucía en su portal una inmensa
bandera cubana; y de uno de los candelabros colgaba el banderín que usara el
general Mayía Rodríguez durante la guerra13.
Ese mismo año,
el 20 de octubre, se celebraría en la Iglesia de Nuestra Señora de la Esperanza
la “Fiesta de las Banderas”. En presencia del cónsul cubano, del cónsul español
y de los representantes del gobernador de New York, se llevaron ante la Virgen
de la Caridad las banderas de Cuba, España y Estados Unidos, y se pidió por la
paz y la reconciliación entre las tres naciones que dos décadas antes habían
librado una sangrienta contienda.
Quién sabe si
un día nos será dado ver a cubanos y yanquis, rusos y españoles, negros y
blancos, católicos, santeros y ateos, reunidos otra vez junto a la Virgen del
Cobre, con los mismos deseos que tuvieron aquellos ex enemigos en 1920, cuando
decidieron poner a un lado sus diferencias y plantar sus banderas a los pies de
una Virgen sospechosamente morena y rodeada desde siempre de “malas compañías”.
[1] La Semana Católica, Volumen 14, página 377 (Madrid, 1895)
[2] La Verdad Católica, Volumen 3,
página 471 (Imprenta del Tiempo, La Habana, 1859)
[3] Vida del Excmo. é
Illmo. Sr. Antonio Maria Claret, del presbítero Francisco de Asís Aguilar, página 148 (Madrid, 1871)
[4] Diccionario geográfico, estadístico,
histórico de la Isla de Cuba,
de Jacobo de la Pezuela, página 183 (La Habana, 1863)
[5] La prostitución en la ciudad de la Habana, de Benjamín de Céspedes y Santa Cruz,
página 66 (La Habana, 1888)
[6] Vida del Excmo. é Illmo. Sr. Antonio Maria Claret, del presbítero Francisco de Asís Aguilar,
páginas 22-227 (Madrid, 1871)
[7] La Verdad Católica, Volumen 7,
página 231 (Imprenta del Tiempo, La Habana, 1861)
[8] Cuba with Pen and Pencil, de Samuel Hazard, página 456 (Hartford Publishing Company, Hartford, 1871)
[9] La
Ciudad de Dios, revista religiosa científica y literaria, Volumen XXXVII, página 627, edición del
20 de agosto de 1895 (Madrid, 1895)
[10] To-morrow in Cuba, de Charles Melville Pepper, páginas 255-265 (Harpers & Brothers, New York, 1899)
[11] The
Conservative review, Volume
3, marzo-junio
de 1900, página 208 (Washington, EE.UU., 1900)
[12] Church of Our Lady of Esperanza, del padre Crescent Armanet (New York, 1921)
[13] Apuntes históricos, de Leoncio Serpa (New York, 1921)
¡Excelente! muy bueno este artículo. Te felicito y te doy las gracias. Saludos
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