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Wednesday, May 26, 2010

El vergonzoso oficio del blogger

El mayor mérito de Facebook es haber ofrecido a los borrachos una nueva manera de hacer el ridículo. El borracho entra en Facebook a las dos de la mañana, escribe tres idioteces, se va a la cama y al otro día al depertar se entera de que le ha dicho al mundo entero que sus cantantes preferidos son los hermanitos del Dúo Pimpinela o que cuando se afeita el bigote se deja el pedazo del medio hasta el final porque le gusta ver su rostro en el espejo con el bigotito de Hitler.

Por su parte, el mayor mérito de los blogs o las bitácoras o como se llamen esos engendros, es ofrecer a un ejército de imbéciles la posibilidad de anunciar al mundo su egolatría. Un blogger es un tipo al que le falta talento o disciplina para escribir nada serio, pero que al mismo tiempo carece de la humildad o el valor necesarios para aceptarlo. El blogger es un cobarde con delirio de grandeza.

Al principio el tipo se convence a sí mismo de que sólo se trata de una "blogedera", un chiste. Le da un poco de vergüenza decir a sus amigos que ahora se dedica a perder el tiempo en una faena tan inútil, que desatiende a su familia para escribir sus llantenes de genio incomprendido. Pero no tarda mucho en perder el recato. El blogger entonces se llena de entusiasmo y lo mismo escribe una nota sobre la Guide to Kulchur de Ezra Pound que sobre el concurso de perros del Westminster Kennel Club o las marchas de las Damas de Blanco. El tipo, que antes leía el periódico por puro placer, ahora lo escrutiña en busca de "temas". Lo mismo pasa con las conversaciones con los amigos, los correos electrónicos de la noviecitas de la adolescencia, las guerras de rapiña, los viajes familiares, las crisis económicas o la muerte prematura de un tío sifilítico. La vida se le convierte en "materia prima" para su blog. "Todo va a dar a un libro", se decía antes, pero ahora ya sabemos a dónde va a parar todo.

El blogger es cheo, pero quiere ser un tipo cool. Los moralistas dicen que lo peor del Internet es la pornografía, los precavidos dicen que es el robo de identidad, pero tanto unos como otros se equivocan. Lo peor de todo es esa masa de escritores de bazofia, que nos aburren a diario porque son incapaces de aceptar su insignificancia con un mínimo de dignidad.

Los pobres amigos son los que tienen que sufrir el onanismo intelectual del idiota. Si te encuentras con un blogger, lo llamas por teléfono o, peor aún, le escribes un email, te espanta la puñetera pregunta: "Oye, ¿viste lo que colgué anoche?" Y uno se siente obligado a decirle a este Sancho que se cree Cervantes que sí, que lo leyó tres veces, que "qué bueno te quedó eso, brother". Uno trata de cambiar el tema de conversación, pero ni modo. Al blogger solo le interesa hablar de su último post. Cuando uno no ve otra salida, le dice: "Socio, tú de veras tienes talento, deberías estar escribiendo un libro". Hay que ver la cara de monaguillo con roquete nuevo que pone el blogger cuando le dicen eso. Y es esa carita de satisfacción angelical la que le sugiere a uno la idea de darle una buena patada en el culo para que deje de machacarnos los sesos con sus babosadas de niño sin abuela.

Si admiro a los gobiernos de Zimbabwe, Corea del Norte, Siria y Libia (y de algún otro país cuyo nombre no recuerdo ahora), es porque tratan a los bloggers como se merecen. Los ingenuos acusan a esos gobiernos de reprimir la libertad de expresión. Yo celebro su sabiduría, el celo con que defienden el buen uso de la sintaxis, sus esfuerzos contra la pérdida de tiempo. Porque, ¿qué cosa es un blog sino una suma de oraciones cojas y ratos perdidos? En esa loable represión profiláctica de los que piensan que tienen algo que expresar quizás esté la calve de la armonía y la prosperidad. No en balde Zimbabwe, Corea del Norte, Siria y Libia (y algún otro país cuyo nombre no recuerdo ahora), gozan de la paz social y la prosperidad económica que tanto les envidian los países del Primer Mundo, idiotizados como están por la proliferación de los malditos blogs, las bitácoras o como quiera que se llamen esos engendros.

Yo le he advertido a mi familia que si alguna vez me da por escribir un blog será la señal inequívoca de que ha llegado el momento de comenzar a darme las medicinas contra la demencia senil. Es algo que jamás haría en mi sano juicio.



Wednesday, May 19, 2010

Diez dólares por el ocaso

No sé qué utilidad tiene saber ciertas cosas. Por ejemplo, ¿a quién le importa saber cuánto vale mirar la puesta del sol sobre Manhattan? Ni idea tenía... Ahora sé su valor exacto: $10.

El viernes fuimos MD y este escribano —sería más exacto decir escrivano— a un concierto del cantante Kurt Elling y el acordionista francés Richard Galliano en el Allen Room del Jazz at Lincoln Center. El concierto era de lo que los músicos cubiches llaman "música de sopa", pero bien despachada: una selección de canciones de amor cocinadas con jazz. Kurt Elling sabe cantar y sabe hacerlo en cinco o seis idiomas. Es una lástima que no tenga mucha voz. Pero tiene la pose. Y compensa sus carencias vocales siendo un anfitrión inigualable. Hacía comentarios útiles y divertidos antes de cada canción, y los hacía en inglés y francés, para beneficio de la numerosa audiencia gala.

Esa cantidad de franceses en el público, por cierto, me resultó deprimemente. Era una prueba más de la decadencia de las Galias. Ese provincialismo de llenar un teatro porque viene un idiota del terruño a pararse en el escenario está bien para gente como nosotros, cubiches con comprensibles complejos de inferioridad, pero, ¿los franceses? Parece mentira...

Bueno, Kurt Elling cantó desde "You are too beautiful", a una versión en jazz de la "Norwegian Wood (This Bird Has Flown)" de Lennon/MaCartney y hasta "Si te contara", que por alguna razón atribuyó a Graciela Pérez Grillo, la cantante cubana que murió el mes pasado.


Elling se ocupó de dejar aquel era el cocierto de Richard Galliano, un acordionista con cara de chef gallego que puede hacerte olvidar que estás oyendo un acordión. Sin gracia escénica alguna, Galliano en cambio parece incapaz de hacer nada mal con el incómodo acordión, como pueden ver en este ejemplo.


Sin embargo, la verdadera estrella de la noche era quizás el Allen Room, un teatro construido en el piso superior de la base del edificio Time Warner Center. El fondo del escenario es una inmensa pared de cristal por la que se divisa Columbus Circle, la Calle 59 y parte del Parque Central. Uno observa el espectáculo de la ciudad como si fuera una película silente, acompañada por la música que viene desde el escenario. A medida que cae la tarde, el parque se oscurece y la Calle 59 se llena de huidizas luces de autos, como si fuera un árbol de Navidad acostado sobre Manhattan. Los músicos, que al principio parecían estar tocando una matinée en la playa, ahora quedaban bañados por las luces del teatro. Uno pudiera ir al Allen Room a ver caer la noche aunque nadie estuviera tocando.

Cuando fui a comprar los boletos, la señora de la taquilla me explicó que la entrada para el concierto de las siete valía $65, mientras que el de las nueve sólo costaba $55. Al final de la función caí en la cuenta de que aquellos diez dólares extras lo cobraban por el crepúsuculo. Me parece que esa gente está regalando sus ocasos. Uno pagaría más por verlos desde allí.

Friday, May 14, 2010

Carlos Varela: no sirvió de nada



Carlos Varela es, de cierto modo, un santo de falsa devoción. Por eso fui a verlo esta noche a SOB's.

SOB's es un sitio de buena fama y malos recuerdos al sur de Manhattan, en la esquina de Varick y Houston Street. El lugar tiene una acústica diabólica y precios caros para lo que sirven. Pero de algún modo es real. Hay algo tangible y hediondo que le dice a uno que el sitio es real. Y uno va... si no le queda más remedio. Esta noche, no me quedó más remedio.

Hacía casi diez años que no me aparecía por allí. La última vez fue la noche del 10 de septiembre de 2001. Había ido a encontrarme con mi hermana, que había venido de Cuba y a la que hacía dos años que no veía. Salimos de allí a las dos de la mañana del 11 de septiembre y, al cruzar el puente de la calle 59 que cantan Simon y Garfunkel, le dije que mirara la silueta de Manhattan, rematada al sur por las Torres Gemelas. Siete horas después de decirlo, las Torres Gemelas no exisitían. Se entiende que SOB's no es mi bar preferido.

Pero esta noche fui. Cantaba Carlos Varela. Alguien le dijo a MD anoche que Carlos Varela cantaba en Manhattan. Y fuimos a verlo.

El gnomo salió al escenario con media hora de retraso y una barba de dos días. Los gringos, por falta de imaginación, le dicen "el Bob Dylan de Cuba". Es una afirmación doblemente falsa. En primer lugar porque ya nadie es Bob Dylan —ni siquiera él mismo. En segundo lugar porque Silvio Rodríguez, mal que pese, sería lo más cercano al judío de Duluth. Pero la afirmación en este caso funcionó como una maldición: el audio no permitía descifrar lo que decía. Al principio, era como estar en un concierto de Bob Dylan, donde uno no entiende nada de lo que se dice en el escenario.

Las primeras dos canciones eran nuevas... no entendimos ni una palabra. Después habló Carlos Varela... tampoco se entendía. Entonces comenzó a cantar las canciones que uno se sabe de memoria y todo fue más llevadero.

MD salió a fumarse un cigarrillo y al regresar me dijo: "Me encontré con Rubén Blades". Me llevó hasta donde estaba y le hice una foto tomándose su mojito (la pueden ver en la página de las fotos que tomé en el concierto). Unos minutos más tarde, Carlos Varela lo llamó al escenario. Le dijo que fuera de una vez a la La Habana. Rubén, como disculpándose, le dijo: "Iré... a una Cuba libre". "Viva Cuba libre", gritó Varela al final de una canción, y los cubiches del público —inmensa mayoría— repitieron el grito.

La gente coreó "Memorias del subdesarrollo", "Como los peces" —que Varela dedicó a los balseros—, "Habáname" y "La polítia no cabe en la azucarera" —con improvisaciones de Rubén Blades. Cuando comenzó a cantar "Retrato de familia", sin embargo, se hizo un silencio sepulcral. Me imagino que en ese momento Varela se haya dado cuenta de que el público era enteramente suyo.

Carlos Varela, para los cubanos que andamos por la cuarentena, es el tipo que comparte nuestro escepticismo. Uno supone que la generación anterior —la de Silvio y Pablo y todos los demás—, alguna vez se creyó la revolución cubana. Pero Carlos Varela tenía 16 años, como tantos de nosotros, cuando se organizaron las turbas fascistas del Mariel. Si no es tonto —y no lo es— sabrá bien que los cubanos hemos vivido una gigantesca y perversa idiotez.

Para los que nos tocó esa experiencia, no importan mucho los malabarismos que Varela hace, como asi todo el mundo, con la verdad. Para nosotros es evidente que habla sabiendo "lo que hay". Y sus canciones revelan ese conocimiento. Es curioso que el público presente no hizo mucho caso a su petición de "un minuto de silencio" por los balseros muertos —que no sonó muy sincera—, ni a su grito de "Viva Cuba libre", pero aplaudió rabiosamente cuando cantó su conocido juicio final sobre esa revolución "que no sirvió de nada, de nada, de nada, o casi nada, que no es lo mismo pero es igual". Uno le cree a Carlos Varela cuando canta eso. Y coreando esos recuerdos se nos fue la noche. Gracias, gnomo.

Post data: Tomé una docena de fotos durante el concierto que pueden ver aquí.

Tuesday, May 11, 2010

Obama sí merece el Nobel


Es difícil abrir el periódico en la mañana, en la modorra amigable de un tren del Long Island Rail Road, sin imaginar que uno es un Tyrannosaurus Rex al borde de la extinción que se embarra las ridículas paticas delantera de tinta barata. La gente va leyendo su Kindle, mirando el Blackberry con inexplicable fascinación, jugando a quién sabe qué en su iPad. Y uno insiste en el papel y los prodigios de Gutenberg. Bueno, pero a lo que íbamos...

En la primera plana del New York Times hoy había una foto de Elena Kagan, nominada para ocupar el puesto vacante en la Corte Suprema, entre el presidente Obama y el vicepresidente Biden. La buena señora tiene una expresión en la cara que va muy bien con su apellido... but I digress. En la portada hay también un par de artículos más o menos propagandísticos sobre Elenita; otros dos sobre el billón de dólares que les va a costar a los pobres alemanes mantener a los lánguidos nietos de Aristóteles; un artículo sobre otra idea ridícula de nuestro gobernador Patterson; uno más sobre el derrame de petróleo del Golfo; y como colofón, uno sobre la próxima visita del presidente afgano y cómo Michelle va a sacar "la mejor vajilla" de la Casa Blanca esta vez. "Sin novedad en el frente", diría Erich Maria se no hubiese tenido tan mala estancia en aquel hospital de Locarno allá por el 70...

Seguí leyendo mi periódico y, como suele suceder, después de la portada leí algunas otras tonterías en la página 2, más tonterías en la página 3, y cuando mi tren casi entraba en Manhattan arribé a la página 4. "Mueren más de 100 personas en ataques simultáneos en varias ciudades iraquíes". Sí, señor. Ataques terroristas. En Irak. En varias ciudades. Simultáneos. Más de cien muertos. ¡Ah, pero no les cupo en la primera plana! Ni en la página 2, ni en la 3. En tiempos de Bush, caray, cada iraquí que moría tenía garantizada la portada, con fotos de la familia y el velorio. Y es que Bush es tan idiota y pesado...

Ahora matan a cien iraquíes y, con suerte, van a dar a la página 4. ¿Fotos? No, señor. Nada de fotos en la página 4. Para ver fotos de la carnicería había que llegar a la página 8 —después de todo, ocho es muerto en la charada— donde continuaba el artículo.

Y es que los muertos ahora ya no son muy interesantes, no tienen onda, no venden periódicos. Los muertos que se mueran, señor. En tiempos de Bush los muertos nos hacían temblar de rabia, exigir justicia, escribir editoriales. ¿Pero qué importan 100 iraquíes asesinados en un día cuando tenemos un presidente tan simpático como Obama? ¡A la página 4, muertitos!

Y después hay gente que dice que Obama no se merecía el Nobel. ¡Por Dios! Si el hombre terminó con la injusta, cruel, estúpida Guerra de Irak... bueno, tal vez no la terminó, pero sin dudas la hizo desaparecer de la primera plana del New York Times. ¿No es esa una razón suficiente para darle el Nobel?