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Tuesday, November 17, 2015

El horror y la sobremesa

Dicen algunos amigos de Facebook (y algunos que son amigos míos fuera de Facebook también: no estoy usando aquí la palabra “amigo” de modo irónico), repito, dicen algunos amigos que al analizar la masacre de París no hay que hacer condenas simplistas o maniqueas, que hay que considerar los matices, los antecedentes, las motivaciones de esos muchachos que asesinaron a 129 personas; esos muchachos que degüellan a los cristianos y a los arqueólogos y a los extranjeros al conquistar una ciudad; a esos muchachos que dinamitan Palmira; a esos muchachos que asesinan a 43 musulmanes en Beirut por pequeñas diferencias teológicas. Hay que comprenderlos, dicen. No hay que ser maniqueos.

Y ahí es donde se necesita quizás una aclaración. Sí, los seres humanos somos “simplistas” y “maniqueos”. Si Ud. dice, por ejemplo, que “bueno, Pinochet asesinó a casi 3000 personas de la manera más brutal pero hay que ver que mejoró la economía chilena, que Allende iba a llevar al país al desastre y que Pinochet evitó el comunismo”; o si usted dice que “la dictadura argentina desapareció a 50000 personas pero hay que considerar que los montoneros mataban también y que mucha gente en Argentina apoyaba la dictadura, hasta Borges….”, si Ud. dice cualquiera de esas cosas, la gente —simplista y maniquea que es— va a entender que usted apoya o justifica esos horrores.

Porque todos los horrores tienen “precedentes” y “atenuantes”, pero hay un límite en que la ética nos dice que, más allá de todos los precedentes y atenuantes, hay actos absolutamente inadmisibles, absolutamente inmorales. No es por desconocimiento de ciertos detalles históricos, ni por colonialismo mental, ni por moda —ni por cualquiera de las otras deficiencias mentales que nos achacan los “mesurados” o “antimaniqueos”—, que uno se opone radicalmente a los autores de la masacre de París. Es porque a uno le parece un hecho tan repugnante que no es posible “comprenderlo”.

Hay quienes “lo comprenden”, como en su momento hubo gente que comprendió a Pinochet y a Videla también, gente que podía hacer un juicio mesurado, equilibrado, pausado de esos horrores —y ver su atenuantes. Pero, repito, hay otros a los que nos parece que ciertos horrores están más allá de cualquier entendimiento; y que el ocurrido en París el viernes es uno de ellos. Ustedes quizás lo comprenden; para mí sería inmoral comprenderlo. Ni siquiera digo que tengo la razón; sólo quiero aclarar dónde radica la diferencia.

Friday, October 23, 2015

Jorge Valls ha muerto

Jorge Valls (1933–2015). Foto: Geandy Pavón. 
Amanecimos con la noticia de la muerte de Jorge Valls. Tengo para mí que era el mejor de los cubanos. (Aunque, pensándolo bien, eso no parece un buen halago.) Su muerte no fue una sorpresa, sino simplemente una noticia terrible. Jorge Valls era una de las pocas personas que realmente me parecieron ‘distintas’ en esta vida. (Y lo digo en pasado no porque asuma que estoy a la puerta del sepulcro, sino porque pienso que las probabilidades de que se repita la experiencia son exiguas.)

Cuando lo veía y escuchaba, siempre pensé que haberlo encontrado me permitió —por primera vez, por única vez— imaginar lo que sentían aquellos cubanos decimonónicos cuando iban al Hardman Hall a escuchar a José Martí. No es una comparación de personajes, es la explicación de una experiencia. Jorge Valls te daba la impresión de que la hombría de bien y el honor —practicados en grado heroico— eran la condición natural del ser humano. (Esto lo ha dicho, en menos palabras y mucho mejor, Enrique del Risco hoy en su blog.)

Los datos de su vida ilustran, pero no muestran, esa fibra que era arrasadoramente evidente al estar con él. Su camisa de pobre, su cuerpo de asceta, sus cabellos de hippie medieval, sus zapatos náufragos, su voz de locutor de radionovelas, su mirada infinita… eran solo el preludio de su palabra, y la palabra se hacía carne, no en sus magros músculos, sino en su gesto, en la coherencia de su vida.

“La gente se entretiene”, me dijo alguna vez, “pero no se tiene”. Había en él la vocación radical de “tenerse” y entregarse, una vocación consciente y explícitamente cristiana, católica. Una vocación en la que se combinaban su intelecto aquinatense con una sencillez, un candor, una voluntad de inocencia que evocaban al Poverello de Asís. 

"Yo vivo en Cuba, pero pernocto donde me llegue la noche", me dijo al final de una velada  en casa amiga. En cualquier otra boca la frase hubiese sido un disparate o una desfachatez. Pero cuando él lo dijo supe que era tan verdad como el color de sus ojos. 

Jorge Valls creyó en la eternidad del alma y en la resurrección del cuerpo —y en la de su patria. Así sea.

Saturday, October 17, 2015

Cuba a vuelo de pájaro: ‘Unseen Cuba’

Este artículo se publicó originalmente en El Diario de Nueva York el 15 de octubre de 2015. Es el primero de dos artículos que escribí sobre el libro de Marius Jovaiša para la presentación en Nueva York auspiciada por el Centro Cultural Cubano.

El Centro Cultural Cubano de Nueva York presenta hoy, sábado 17 de octubre, el libro de fotografías de Marius Jovaiša. Tras la presentación habrá una sesión de preguntas y respuestas con el autor.



Le costó cinco años y un millón de dólares, afirma Marius Jovaiša refiriéndose a su libro de fotografías Unseen Cuba. Tomó 50.000 fotografías y eligió 400 para este álbum de recuerdos. Después de ver el resultado, habrá que admitir que todo valió la pena.

Jovaiša es un fotógrafo lituano nacido de 1971 y con vocación para mirar las cosas con una perspectiva novedosa. Antes de este libro sobre Cuba, había hecho ejercicios similares en Lituania, Belice, la Riviera Maya y Cancún.

Haber nacido en Lituania, nación invadida y anexada por la Unión Soviética, le dio el entrenamiento necesario para lidiar con la burocracia —y la cleptocracia— de la Cuba actual. Uno de los milagros de Jovaiša fue haber obtenido los permisos necesarios para tomar fotografías aéreas en Cuba, como él mismo cuenta en su sitio web.


La novedad del libro es esa: estos paisajes y edificios, harto conocidos, nunca habían sido fotografiados desde el aire. Jovaiša ofrece, literalmente a vuelo de pájaro, una visión inédita de Cuba. Pero sería injusto reducir la magia de su libro a la novedad de la perspectiva. Sus fotos del valle de Viñales, el Capitolio o la Torre Iznaga son verdaderas evocaciones poéticas de la memoria vegetal o pétrea de cada lugar, de cada edificio; son retratos del alma de los lugares. Será difícil ver con los mismos ojos los mogotes de Viñales después de haberlos visto a través del lente de Marius Jovaiša. Será difícil ya mirar a Cuba con los mismos ojos.

Los cubanos tendremos que agradecerle a Marius Jovaiša habernos regalado esta prueba tangible de una belleza que a veces nos resulta sólo una nostalgia o un sueño difuso y asfixiado por los rigores de la historia y de la vida cotidiana. De alguna manera, Cuba se salva en este libro.

Y todo el que tenga interés en Cuba o en la fotografía tendrá que agradecerle sus cinco años de trabajo, su infinita energía y paciencia y su disposición a dilapidar  una fortuna para hacer este libro; pero sobre todo habrá que agradecerle su talento inusual, su capacidad para mirar lo que todo el mundo había visto por cinco siglos y hallar una hermosura secreta que esperaba por su lente. Habrá que agradecerle el descubrimiento de una belleza inocente y limpia, una belleza prendada de la frescura y la nitidez que hicieron a Colón escribir “esta es la tierra…”.

Jorge I. Domínguez-López


Unseen Cuba
Presentación organizada por el
Centro Cultural Cubano de Nueva York: 
Sábado 17 de octubre a las 6:00 p.m.
JOHN JAY COLLEGE
524 West 59th Street, bet. 10th &  11th Aves., NYC
Lobby, SCREENING ROOM L-63

Entrada gratis
RSVP: cccofny@aol.com

Para ver una muestra de las fotos del libro,
visite el sitio web 
http://unseencuba.com


Centro Cultural Cubano de Nueva York: http://www.cubanculturalcenter.org/

Friday, June 12, 2015

Armando Guiller: Patterns and Beauty

Helical Work #6. Armando Guiller.
Steel and birch plywood. 70 x 18 x 18
Last night a reception was held at Meridian Design Associates, an architectural firm, to present "Helical Work #6", a sculpture of Armando Guiller recently bought by Meridian Design Associates. Armando asked me to write a presentation, which you can read here now. Special thanks go to Frank Guiller for letting me use his pictures from last night. (As readers of this blog know, I have also written about Frank Guiller in this blog: "Frank Guiller: el cristal con que se mira"). This is what I said last night about Armando Guiller's sculptures:

Two weeks ago Armando Guiller called me to find out when I was going to finish writing this presentation. Trying to explain away my procrastination, I told him I was busy helping my daughter prepare her trip to Switzerland. Of course, he asked about the trip and I gladly boasted that she was going to Geneva to spend the summer working at the Large Hadron Collider. 

“What exactly is she going to be doing there?”, Armando immediately asked with genuine interest. I told him she was going to be coding. “Coding for what?,” he asked. “Well, Armando, as we know, when protons collide they send showers of particles in all directions, right? [Full disclosure: Of course, I do not know anything about colliding protons—I was just parroting what my daughter have explained to me several times during the last few months.] She is trying to find certain patterns on those showers of particles, she and her colleagues are trying to make sense of them,” I told him. And Armando replied: “Man, that is exactly what I try to do with my art, but I look for beauty in those patterns.” He was referring to a particular series of sculptures he did some time ago, but I guess this is the best definition you could find about his work as a whole. 

For the last forty years, some artists, critics and writers have tried to talk like scientists. The result is at the same time hilarious and boring. Armando is the exact opposite of that trend. He talks like a person who knows a lot about physics and engineering and is just using the language of art to explain certain facts to the scientifically challenged. And he does it with remarkable humility. He really thinks he is talking about something his interlocutor probably knows. That’s not the case, of course.


One hundred years ago, futurist artists were fascinated by the beauty of the mechanical power of modern machines. Bicycles, cars and planes suddenly replaced saints, the Madonna, noblemen, sunflowers, naked lunches, and card players as the subject matter of painting. Artists like Giacomo Balla or Benedetta Cappa, among others, tried to show us the aesthetics of aerodynamic lines and the magic of pure velocity. 

“We affirm that the world’s magnificence has been enriched by a new beauty: the beauty of speed”, Marinetti declared in his Manifesto. We all remember his famous phrase: “A racing car […] is more beautiful than the Victory of Samothrace.” It turned out to be a childish fascination. They all marveled at something they didn’t understand, like the baby spreading his food on the screen of an iPad. Maybe that innocence was the reason most of the futurists ended up fascinated with Fascism. “And like young lions we ran after Death”, says Marinetti in the Manifesto without knowing he was describing his own destiny.

One hundred years ago too, Marcel Duchamp was trying to reconcile art with life. He wanted painting to be useful again, not just an object of empty, frivolous beauty. The urinal in the museum was not simply a new definition of art. It was not just a rejection of the traditional role of the artist as creator—it was also a rejection of the museum as the natural, final destination on any relevant work of art. 

The museum, for Duchamp was a Western abomination. “All exhibitions of painting or sculpture make me ill. And I’d rather not be involved in them,” he wrote to a friend. He wanted art to return to the gothic cathedral, where each painting, each stained-glass window told a story and showed the illiterate Medieval Christians the essence of their faith. 


Photo: Frank Guiller
Art was supposed to be a learning tool, not a mystery that only a chosen few could understand. Art was not supposed to be explained—art was the explanation. At the end, realizing that the reconciliation of art and life was impossible, Duchamp and his Dadaist friends decided that Western art was dead—as dead as the God of Friedrich Nietzsche had been for twenty years; as dead as that ‘old bitch gone in the teeth,’ the European civilization. And that was when the Dadaists started giving axes to the public at their art shows so they could destroy the paintings hanging from the walls.

I was thinking about both Marinetti and Duchamp after talking to Armando about those colliding protons he and my daughter find so captivating. There is a contradictory relationship between his clean sculptures and the dreams Duchamp, Marinetti and company were dreaming in the year of 1915.Of course, Armando Guiller’s sculptures more often than not have the flavor, the lines and the finish of complicated industrial objects. But his is not the Futurist’s wide-eyed admiration for some modern contraction. It is rather it’s exact opposite. Armando Guiller is not an artist who dabbles in mechanics, but a technician and inventor who produces art in order to show us what he clearly sees in the intrinsic logic of machines and nature. 

Giacomo Balla’s purpose was to portrait the beauty of the racing car hood, the aesthetic quality of its aerodynamic design. Armando Guiller just wants to show us the spectacular elegance of an internal combustion engine or a subatomic storm. 

He says he looks for beauty in nuclear reactions and industrial objects. “My work,” he explains, “brings Mechanics Principia into aesthetical and perceptual examination.” But when you observe his sculptures you don’t get the impression he is looking for anything. He seems to have found what he was looking for a long time ago. He seems to know something—in a deep, powerful sense, he seems to know it. He is just showing us what he knows. His work reminds me of Ezra Pound’s dictum: “But I'm not arguing, my friend, I'm just telling you!” One of the basic concepts of Armando Guiller’s recent work is the helix.  “I’m fascinated with the Helix, to me is the equation that best describes the process of human development,” he declares. This sculpture, in particular, is part of a series he calls “Helical Works.” The materials are steel and birch plywood. On close examination, the sculpture is a collection of numerous, almost identical pieces. The brutal exactitude and the surgical smoothness of the surfaces give the work an industrial quality. 
Jorge I. Domínguez-López (Tersites),
sculptor Armando Guiller and his
Helical Work #6. Photo: Frank Guiller

But there is nothing industrial in the organization of those pieces. The artist patiently  ensembles them together until they take the shape he imagined or saw before he designed the interchangeable pieces. Describing his work, Armando explains: “The sculpting process consist of stacking a chosen material in sections to form a complex body, where the body refers to life and the sections to those experiences that can turns its course.”   We wish we could have life experiences so polished and stackable, so logically interconnected.   We wish our lives were perfect helical progressions instead of almost perfectly hellish nightmares. But what he is telling us is that such perfection does exist. He has seen it, and he is also capable of portraying it in wood and steel. 

You can look at this piece, Helical Work #6, as an assortment of wood and steel pieces. But it could be a contemporary rendition of Boticelli’s Birth of Venus—you only have to imagine the newborn goddess prudishly covering her sex with her right hand instead of her left. Or it could be a wood and steel rendition of one of Modigliani’s languid girls. Helical Work #6, beyond its Pythagorean precision and its ‘Jeff-Koonsian’ impeccable finish, projects a delicate, human, feminine, almost maternal image. 

In a recent conversation, Armando told me that he had decided to start this series after he noticed that his work was lacking geometry. “What about theology?,” I asked him with a chuckle.  I was playfully referring to Ignatius Really, the protagonist of A Confederacy of Dunces, who claims “The United States needs some theology and geometry, some taste and decency.” I don’t know yet about theology, but we know for sure that Armando Guiller’s works have plenty of geometry, taste and decency. With those elements and his talent, he has translated the Euclidian beauty of perfect curves into a language of steel and wood. His sculptures are not supposed to be explained—they are his explanation. His is not arguing, my friends, he is just telling us something he knows. We just have to listen to him with wide-open eyes. 

Thank you.


Photo: Frank Guiller

Sunday, March 1, 2015

Kluivert Roa o la importancia de saber elegir a tus asesinos

Kluivert Roa 
Kluivert Roa era un chico venezolano de 14 años de edad. Vivía en San Cristóbal, en el estado de Táchira. La semana pasada, el martes 24 de febrero, salió de la escuela y en las calles se encontró con una manifestación que habían organizado los estudiantes de la Universidad Católica del Táchira contra el gobierno. Tuvo la mala suerte de toparse con un miembro de la Policía Nacional Bolivariana. El policía sacó su pistola y le disparó a quemarropa y a la cabeza. La bala le hizo añicos el cráneo. Su cerebro saltó en pedazos, como confetti, rociando la calle con su masa encefálica. Kluivert Roa tenía catorce años y acababa de salir de la escuela, iba camino a su casa.

Si Nicolás Maduro fuera un tipo de derechas, ya Silvio Rodríguez habría escrito una canción al niño asesinado por las 'sanguinarias hordas' de Maduro; la cancillería cubana habría sacado un mensaje de condena al 'gobierno fascistoide' de Venezuela; mis amigos de Facebook de simpatías zurdas habrían cambiado la foto del perfil por la de Kluivert Roa para mostrar su repulsa moral ante el crimen; en la Plaza de la Revolución probablemente habrían puesto una inmensa foto ("gingatografía" dicen en La Habana) de Kluivert Roa, con un letrero rojo también inmenso que dijera "¡Asesinos!".

Pero Kluivert Roa era un chico con mala suerte, evidentemente. Maduro no es de derechas; y por lo tanto a Silvio Rodríguez no lo va a conmover el hecho de que el cerebro de Kluivert Roa saltara en mil pedazos y salpicara una calle de San Cristóbal; ni le importa a la cancillería de Cuba ni a la de Bolivia ni a la de Ecuador; ni pondrán su foto inmensa en las plazas ni habrá un letrero que llame asesinos a sus asesinos. Porque a nadie le conmueve que el cerebro de un niño de catorce años salpique una calle de una ciudad cualquiera; a nadie, ni de un bando ni del otro... a menos que se pueda aprovechar para beneficio propio.

Wednesday, January 28, 2015

Martí camina sobre la nieve

Ha amanecido Nueva York cubierto de nieve. Por alguna razón no se acostumbra uno a pensar en Martí andando a paso rápido —de "ardilla", diría Enrique Collazo— sobre las aceras nevadas de Nueva York. Recordamos con más insistencia ese "moriré de cara al sol"  que el implícito "pero viviré en New York". Sus últimos pasos en la ciudad donde escribió su vida fueron precisamente sobre los diminutos cristales de hielo que hoy la adornan. Uno se resiste a imaginar a Martí de sombrero y sobretodo, caminando sobre una acera nevada, tomando el tren elevado, paseando por un Central Park que aún no tiene su estatua de mármol muriente. Uno se resiste a la verdad. Y hoy la nieve viene a recordárnosla.

Martí salió definitivamente hacia su destino el 30 de enero de 1895. (Estoy convencido del dato aunque el lector hallará numerosas fuentes donde se indica el 29 como día de la partida.) La noche del 28, su último cumpleaños, comenzó a nevar al atardecer, como nos sucedió a nosotros hace dos días, para luego arreciar a media noche. Aquí pueden leer la noticia... e imaginar a Martí caminando sobre la última nieve de su vida, el día mismo en que cumplió 42 años.

New York Times: Snow Add to the Discomfort
29 de enero de 1895