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Monday, January 28, 2013

José Martí cumple 160 años

José Martí cumple 160 años. Los primeros 30 fueron anónimos, o al menos carentes de bibliografía pasiva. Los siguientes 130 años han sido una algarabía. El de Martí debe ser un cadáver extenuado y ensordecido por ese coro caótico de herederos y reclamantes. En este cumpleaños, le regalo un poco de silencio, que debe ser lo que más necesita, el pobre.


Estatua de Martí del Central Park de New York. Anna Vaughn Hyatt Huntington. Foto: Tersites Domilo

Tuesday, January 8, 2013

"Martí", el peor libro del 2013

He leído con curiosidad y gratitud la serie de artículos "Mis diez libros del 2012" que apareció a fines de diciembre en Penúltimos Días. Pensaba escribir un resumen semejante, pero los rigores de la Navidad no me dieron tiempo para ello. Y sin embargo, en esta noche de la Epifanía dejo constancia del mejor regalo que me han traído los Reyes Magos: la sospecha de que en la primera semana del 2013 ya he leído el peor libro que me tocaba este año. Ha sido una cura de caballo, pero siento el alivio de quien sale del consultorio de su dentista con una muela y un dolor de menos.  

El peor libro del año no es el que uno deja a medias, sino el que lees hasta el final movido por una curiosidad malsana, una esperanza injustificada o un erróneo sentido del deber, sin que al final queden recompensadas esas horas de tu vida. Esta semana he leído Martí: novela histórica (La Moderna Poesía. La Habana, 1901) animado por una mezcla de todas esas motivaciones. Y la lectura no justificó ninguna de ellas.

La obra, escrita "por un PATRIOTA" [sic] que no da su nombre, a duras penas podría considerarse una novela, no es histórica ni trata propiamente de Martí. Es más bien uno de los peores ejemplos de la "literatura cristificante" que le ha sido deparada al Apóstol. En este caso, el autor hace del adolescente Martí un líder violento y arrojado —aunque torpe—, que planifica el rescate de un coronel mambí prisionero en las canteras de San Lázaro. En el relato, los cómplices de Martí son los estudiantes de medicina que serían fusilados meses más tarde. 

Según el autor, la Quinta de Molinos durante el gobierno del conde de Valmaseda era una versión antillada del palacio de Tiberio en la isla de Capri. En su novela todos los españoles son aprendices de Calígula. Los cubanos, por el contrario, son todos bellos, inteligentes y santos. Y Martí es cubano in extremis.


El único personaje vagamente humano —pero no por eso menos ridículo— es "la linda Carolina" [sic], una chica de Puentes Grandes que "ha perdido la virtud" y se ha convertido en amante del López Roberts, el gobernador político de La Habana. A pesar de estar colonizada horizontalmente en su cama, Carolina es una criptomambisa que esconde a Martí en su casa y se enamora platónicamente de él. 


De allí la acción se mueve a París, y Martí se convierte entonces en un experto conspirador capaz de burlar a los agentes de España y hacer que otros corran los riesgos que a él le tocaban. La parte final del libro es un relato —menos enfebrecido que los anteriores— de la muerte de Martí en Dos Ríos.


Como se ha dicho repetidamente, la literatura martiana tiende a la hagiografía. Basta echar una ojeada a los títulos: 
José Martí, el santo de América, de Luis Rodríguez-Embil; José Martí, hombre apostólico, de Raimundo Lazo; José Martí, the Cuban Apostle, de Theodore Everett Dorf; Martí, mártir de la independencia cubana y Martí: místico del deber, de Félix Lizaso. Pero aquí no se trata solo de la sublimación racional de una figura extraordinaria como Martí. En realidad Martí: novela histórica se parece más a la colección de anécdotas de Gonzalo de Quesada y Miranda, Así fue Martí, que remeda el estilo de las logia Iesu, aquellos relatos populares que los primeros cristianos contaban sobre Jesús.  

Martí: novela histórica vendría a ser uno de los primeros ejemplos de esa literatura martiana un tanto infantil que recuerda los libros apócrifos excluidos por la Iglesia del canon de la Biblia. Es la versión habanera del Evangelio de la infancia de Santo Tomás, en el que el niño Jesús hace palomitas de barro y les da vida para impresionar a sus amiguitos, y donde de vez en cuando mata a los chicos que no le caen bien... para luego resucitarlos. 

No habrá adivinado José Martí que su imprudencia en Dos Ríos —y esas ganas de tomar un buen café cubano— lo dejaría inerme y en manos de una devoción mucho más letal que las balas y el sofocante sol de mayo.