Svetlana con Lavrenti Beria, y Stalin al fondo |
En su libro de memorias Sólo un año, Svetlana relata una tarde de la primavera de 1961 en que le habló al escritor Andrei Sinyavsky sobre sus deseos suicidas. Sinyavsky le contestó que el suicidio era una usurpación del trabajo de Dios.
Faltaban unos años para que Sinyavsky, quien ya era un brillante crítico y novelista, se volviera famoso por ser uno de los dos acusados en el "Proceso de Sinyavsky–Daniel", una farsa judicial del más puro estilo soviético —¿o decimos estalinista?— tras la cual Sinyavsky fue condenado a siete años de prisión por las opiniones políticas de uno de los personajes de su novela —proféticamente titulada— Comienza el juicio. Svetlana también se volvería mundialmente famosa unos años más tarde, cuando decidió no regresar a la URSS tras un viaje a la India, y en su lugar se fue a vivir a los Estados Unidos. Pero en esa tarde de primavera de 1961 eran solo dos amigos que conversaban sobre Dios y el suicidio en un parque de Moscú.
San Jorge y el dragón, ícono del siglo XIV hallado por Maria Rozanova, la esposa de Andrei Sinyavsky |
En su primera visita al cuarto donde vivían los Sinyavsky, Svetlana quedó fascinada por un ícono de San Jorge, del siglo XIV, que Maria Rozanova, la esposa de Andrei, había encontrado abandonado en un establo, en una aldea del norte de Rusia, y estaba restaurando. A instancias de Sinyavsky, Svetlana comenzó a leer los Salmos. Poco después, le pidió a Sinyavky que la llevara a la iglesia. A sus treinta y cinco años, la hija de Stalin nunca había visto un pope de carne y hueso. Tras leer los salmos, cuenta Svetlana, comenzó a releer a Tolstoy y a Dostoyevski bajo una nueva luz. Conocer al Dios de los Salmos de David le permitió a Svetlana, entre otras cosas, entrar en esa otra Rusia donde era posible saborear las disquisiciones del monje Zósima y Alyosha Karamazov. Un año después recibió el bautismo en la Iglesia Ortodoxa.
Se cuenta que el 31 de diciembre de 1991, cuando las últimas instituciones de la URSS dejaron de funcionar, había una multitud esperando el nuevo año en la Plaza Roja. Unos minutos antes de las doce, un tipo de rostro adusto y largo sobretodo se acercó a la puerta del Mausoleo de Lenin y se sacó de debajo del abrigo un ícono de la Virgen, lo alzó en alto, mirando hacia la momia del camarada Ulianov, y esperó inmóvil hasta que el carrillón del Kremlin diera las doce campandas. Guardó entonces su ícono y, sin decir una palabra, desapareció en la noche moscovita, la última noche de la Unión Soviética.
Desde su exilio, Svetlana —que entonces se llamaba Lana Peters, y que alguna vez se llamó Svetlana Iosifovna Stalina— habrá pensado que el pueblo ruso estaba recorriendo entonces el mismo camino que ella inició aquella tarde suicida de la primavera de 1961 en que Andrei Sinyavsky le habló de Dios y de los Salmos y de un antiguo ínoco de San Jorge que su mujer estaba restaurando en casa.
Leí la noticia de su muerte hace unos minutos, en el diario. Ojalá allá la hubieran retratado como aquí.
ReplyDeleteExcelente articulo. Escribe mas a menudo.
ReplyDeleteOjala se hubiera muerto antes de nacer, TRAIDORA
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