Pablo Milanés. Concierto en el United Palace, New York, 9 de septiembre de 2011. Foto: Tersites Domilo |
Lobby del teatro. Foto: Tersites Domilo |
en cubano es más fácil resumir como "rococó de Hialeah".
Foto: Tersites Domilo |
El United Palace fue convertido en iglesia en los años sesenta y hoy, por uno de esos misterios de la fe, funge como iglesia y teatro de variedades al mismo tiempo. Y esta noche, a la hora del cañonazo, que era la hora del concierto, el teatro estaba vacío. "Todos los asientos están vendidos, pero los dominicanos no llegan nunca a tiempo", nos explicó una amable pareja que estaba sentada a nuestro lado. Aunque conozco el concepto fluido que los nietos de Máximo Gómez tienen del tiempo, no les creí. Sin embargo, a las 9:35 el teatro estaba repleto. Fue entonces que salió Pablo, con paso tímido, hasta sentarse en una silla en medio del escenario.
En las dos horas siguientes, Pablo Milanés demostró —o nos recordó—, una vez más, varias cosas que todos deberíamos saber y recordar: que él ha compuesto un par de docenas de las mejores canciones jamás escritas por un cubano, que no hay ninguna manera de exagerar la belleza de esa voz que le tocó en suerte, y que su talento de showman le bastaría para embrujar a cualquier multitud incluso si fuera incapaz de componer y cantar.
A Pablo los años le han arruinado las piernas, pero le han perdonado la voz y el alma, al contrario de lo que le pasa a tanta gente. Sólo en un par de canciones de la primera mitad, como en "Soledad", la voz pareció traicionar a su dueño por momentos. Pero una vez que entró en "los clásicos" —"El tiempo, el implacable, el que pasó", "Yolanda", "Para vivir", "El breve espacio en que no estás"— su voz resonó como si el tiempo no fuera para nada "impacable". Para el cierre del concierto, cuando cantó "Yo no te pido", Pablo Milanés sonaba como aquel chico con voz de ángel que alguna vez cantó "Hoy la vi" con el Grupo de Experimentación Sonora.
Todo cantor, al final, es un demiurgo menor, un practicante de una magia simple pero difusa, que se recibe sin mérito y se pierde sin culpa. Pablo Milanés, a los sesenta y ocho años, está en plena posesión de su magia. Debería dar gracias por eso, deberíamos todos dar gracias.
Foto: Tersites Domilo Foto: Tersites Domilo |
Foto: Tersites Domilo |
Si de todo el artículo me quedo con lo de "rococó de Haileah" no es por menospreciar el resto, sino porque es tan lapidaria la denominación, y tan cierta, que se me prendió en la melena. Salud, Tersites.
ReplyDeleteMe cuadra esta reseña centrada en el arte y el artista. Me hubiera gustado estar allí más que en la presentación miamense, que también me perdí.
ReplyDelete"Todo cantor, al final, es un demiurgo menor, un practicante de una magia simple pero difusa, que se recibe sin mérito y se pierde sin culpa." Lindo y aplicable a todos los que sembramos algo en esos terrenos intangibles.
Gracias Tersites. Entre tanto charquero queda un poco de acera seca por aquí.
ReplyDeleteUn beso.
como me duele no haberlo podido ir a ver,gracias a dios pude hacerlo muchas veces en la habana,precioso el articulo,gracias
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