Anna Akhmatova |
Resulta que los de Strand, donde hay dos millones y medio de libros, no tenían ni la autobiografía de Edgar Lee Masters (Across Spoon River) ni la biografía (Edgar Lee Masters: A Biography) escrita por Herbert K. Russell (habrá posts sobre cada uno de esos libros, si Dios nos da vida).
Pero uno no pierde un viaje a Strand a la hora del almuerzo, de modo que me fui a merodear por la sección de poesía y me hallé las obras completas de Anna Akhmatova en inglés (The Complete Poems of Anna Akhmatova: Expanded Edition) y una selección de poemas de Osip Mandelstam, también en inglés (Osip Mandelstam: 50 Poems) que redimieron sobradamente esa hora, el viaje y los $4:50 del subway (ida y vuelta desde Midtown hasta Washington Square).
En el camino de regreso leí un par de páginas del agudo (pero árido) ensayo de Joseph Brodsky que sirve de introducción a los poemas de Maldestam, y luego hojeé en el subway el libro de Akhmatova. Además de contener ese esplendor que es la obra entera de Akhmatova, la marginalia del libro también depara agradables sorpresas.
Entre los textos introductorios (son varios), está un relato de Isaiah Berlin sobre su primer encuentro con la poetisa. Baste decir que Berlin, de regreso en Leningrado en 1945 tras 26 años de ausencia, conoce por causalidad en una librería a un crítico que lo lleva al apartamento de Akhmatova. El cuarto es espartano, excepto por un dibujo de la poetisa ejecutado por Modigliani, que cuelga de la chimenea. Berlin dice que Akhmatova tiene la gestualidad de una zarina. Le recita a Byron en un inglés siberiano que Berlin no logra descifrar. En medio de la conversación se escuchan unos gritos. Es Randolph Churchill, borracho, que llama a Berlin: hace veinte años que no se ven, pero Churchill acaba de enterarse que Berlin está en la ciudad y ha ido a buscarlo porque necesita urgentemente un intérprete que lo ayude a recuperar un kilo de caviar. Berlin baja a la calle —tras deshacerse en disculpas con Akhmatova— y le presenta el hijo de Churchill al crítico soviético. Este último, convencido (con razón) de que siendo un Churchill debe estar permanentemente vigilado por el KGB, huye del lugar corriendo. En fin... cómprese el lector el libro en Amazon...
Marina Tsvetaeva |
Por último, en la página 330 aparece una foto de Mayakovsky muy interesante. La foto me recuerda el retrato de Napoleón Bonaparte como Primer Cónsul de Andrea Appiani, con la excepción de que a Mayakovsky le falta el sable. La leyenda que la acompaña no tiene desperdicio, pues recuerda al lector la condena pública que en su día Mayakovsky hiciera de Akhmatova ("Para nosotros, para nuestra época, [su obra] carece de sentido"), para después revelar que —según Lily Brik, la amante de Mayakovsky—, cuando el poeta estaba enamorado leía constantemente la poesía "carente de sentido" de Akhmatova.
Vladimir Maykovsky |
"Napoleón", Andrea Appiani |
Poco después llegué a la oficina, busqué las noticias en la computadora y me enteré de que el gobierno cubano le había negado el "permiso de salida" a Yoani Sánchez. Mayakovsky, desde cualquiera sea el lugar que Dios le tiene reservado a los suicidas, habrá entendido su situación perfectamente...
Envidia, sana, pero envidia al fin. Eso genera en mí, este post. :-)
ReplyDeleteSaludos desde estos lados.
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ReplyDeleteY yo, adoradora de Mayakovsky, corro a buscar todo lo que haya de y sobre Akhmatova en esta helada ciudad. Salud, Térsites, y gracias por la luz.
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