Siento no haber llevado mi cámara hoy. Desde hace unas semanas camino diariamente de Penn Station al Rockefeller Center, pasando por Times Square, esa “plaza del tiempo” que por la mañana parece una niña hacendosa y por la tarde una chica de cascos ligeros. Pues esta mañana, junto al puesto de policía había dos bicitaxis, y sobre cada uno de ellos habían colocado un número de plástico y madera, de unos siete pies de alto, lleno de bombillas como el espejo de una vedette. Eran el 1 y el 0. Evidentemente, eran los números que se iluminarán a las doce de la noche del 31 de diciembre para celebrar la llegada del Año Nuevo. (El año pasado me topé en la esquina de la calle 52 y la sexta avenida con dos domadores que bañaban, en plena vía pública, a sus tres elefantes antes del espectáculo navideño de Radio City Hall. ) Como el episodio de los elefantes, esta visión me pareció un buen augurio —y lo necesitaba. La mañana no había comenzado con aires tan festivos.
En el tren hacia Manahttan había estado leyendo un artículo de Suketu Mehta sobre la catástrofe de Bhopal, de la que se cumplen 25 años en estos días. Al bajarme en Penn Station vi dos soldados en camuflaje de desierto con metralletas en bandolera. Pensé en cómo se acostumbra uno al horror. Antes del 11 de septiembre de 2001, jamás vi un soldado en Penn Station ni en el resto de Manhattan. Sin embargo, la imagen se ha hecho tan común en estos años, que ahora tienen que pararse en los pasillos con metralletas al hombro para que me fije en ellos.
La esquizofrenia de esta temporada nos obliga a repicar campanas de duelo y bailar en la procesión al mismo tiempo. Esos números de candilejas y esas metralletas son la prueba de que esta ciudad se prepara para los fuegos de artificio de la fiesta y de la guerra, para la alegría y la desesperación. Esa dualidad se palpa en cada esquina. Manhattan tiene todos sus árboles empedrados de luces navideñas, mientras que los tenderos miran preocupados al público que pasa y sin comprar sus artilugios. La alegría está cercada por la preocupación del dinero escaso y el temor que a veces se huele en el aire como un vaho inmundo.
En cualquier otra ciudad esta simultaneidad del temor y la esperanza sería insoportable. En New York es sólo una entre tantas locuras cotidianas. Y uno se pregunta cómo hay gente que quiera vivir en un sitio que no sea este manicomio de rascacielos inundados de ratas y dinero mal habido.
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ReplyDeleteJorge! que bueno leer tus palabras apenas uno se levanta. Me has hecho sentir esa simultaneidad de la que hablas... que fuerte no? No me imagino vivir en NY. De todas formas hay tantas dualidades y contradicciones en este país, recuerdas lo que escribio Eduardo Galeano sobre el olvido? (no se si era en Palabras Andariegas o en el Libro de los Abrazos). En todo caso, saber que andas por el mundo involucrándote con él y con lo que le sucede nos trae a todos un poquito de luz en este cielo que se nos cierra.
ReplyDeleteUn abrazo Jorge! Cecilia
A mi me apasiona NYC.
ReplyDeleteUn abrazo, Kike