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Wednesday, May 19, 2010

Diez dólares por el ocaso

No sé qué utilidad tiene saber ciertas cosas. Por ejemplo, ¿a quién le importa saber cuánto vale mirar la puesta del sol sobre Manhattan? Ni idea tenía... Ahora sé su valor exacto: $10.

El viernes fuimos MD y este escribano —sería más exacto decir escrivano— a un concierto del cantante Kurt Elling y el acordionista francés Richard Galliano en el Allen Room del Jazz at Lincoln Center. El concierto era de lo que los músicos cubiches llaman "música de sopa", pero bien despachada: una selección de canciones de amor cocinadas con jazz. Kurt Elling sabe cantar y sabe hacerlo en cinco o seis idiomas. Es una lástima que no tenga mucha voz. Pero tiene la pose. Y compensa sus carencias vocales siendo un anfitrión inigualable. Hacía comentarios útiles y divertidos antes de cada canción, y los hacía en inglés y francés, para beneficio de la numerosa audiencia gala.

Esa cantidad de franceses en el público, por cierto, me resultó deprimemente. Era una prueba más de la decadencia de las Galias. Ese provincialismo de llenar un teatro porque viene un idiota del terruño a pararse en el escenario está bien para gente como nosotros, cubiches con comprensibles complejos de inferioridad, pero, ¿los franceses? Parece mentira...

Bueno, Kurt Elling cantó desde "You are too beautiful", a una versión en jazz de la "Norwegian Wood (This Bird Has Flown)" de Lennon/MaCartney y hasta "Si te contara", que por alguna razón atribuyó a Graciela Pérez Grillo, la cantante cubana que murió el mes pasado.


Elling se ocupó de dejar aquel era el cocierto de Richard Galliano, un acordionista con cara de chef gallego que puede hacerte olvidar que estás oyendo un acordión. Sin gracia escénica alguna, Galliano en cambio parece incapaz de hacer nada mal con el incómodo acordión, como pueden ver en este ejemplo.


Sin embargo, la verdadera estrella de la noche era quizás el Allen Room, un teatro construido en el piso superior de la base del edificio Time Warner Center. El fondo del escenario es una inmensa pared de cristal por la que se divisa Columbus Circle, la Calle 59 y parte del Parque Central. Uno observa el espectáculo de la ciudad como si fuera una película silente, acompañada por la música que viene desde el escenario. A medida que cae la tarde, el parque se oscurece y la Calle 59 se llena de huidizas luces de autos, como si fuera un árbol de Navidad acostado sobre Manhattan. Los músicos, que al principio parecían estar tocando una matinée en la playa, ahora quedaban bañados por las luces del teatro. Uno pudiera ir al Allen Room a ver caer la noche aunque nadie estuviera tocando.

Cuando fui a comprar los boletos, la señora de la taquilla me explicó que la entrada para el concierto de las siete valía $65, mientras que el de las nueve sólo costaba $55. Al final de la función caí en la cuenta de que aquellos diez dólares extras lo cobraban por el crepúsuculo. Me parece que esa gente está regalando sus ocasos. Uno pagaría más por verlos desde allí.

2 comments:

  1. Ah qué buen algoritmo de cálculo ese. Me hizo recordar una secuencia de la película Smoke, de Wayne Wang. Acá te dejo el link. Weight of smoke.
    Gracias y saludos.

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  2. He visitado NY en varias ocasiones, la próxima vez pago los 10 dólares, y gracias por el artículo, muy bueno.

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