El 31 de agosto pasé por Barnes & Noble y no compré Freedom, la novela de Jonathan Franzen que salió ese mismo día al mercado, por no gastarme los $21 que costaba allí. Al otro día, en el aeropuerto JFK y en vísperas de un vuelo de siete horas y con dos infantes, pagué $28 por ella.
Franzen se hizo famoso en el año 2001 cuando su novela The Corrections ganó el National Book Award de Estados Unidos. Podríamos decir que se hizo "demasiado famoso". Oprah seleccionó el libro para su Club de Lectura y Franzen dijo que prefería ser ignorado por cierto público: el que lee las selecciones de Oprah. Oprah le retiró la invitación a su programa. El asunto fue comidilla de revistas literarias y de revistas de chismes de "celebridades".
Por su parte, Michiko Kakutani proclamó en The New York Times que The Corrections era un equivalente americano de Los Buddenbrook, con lo que Franzen quedaba, cuando menos, como el joven Thomas Mann. Esas uvas se volverían también amargas cuando Kakutani —de quien Norman Mailer dijera alguna vez que “What put the hair up her immortal Japanese ass is beyond me”—, pulverizara en una crítica su novela The Discomfort Zone en el verano del 2006. Dos años después, Franzen, en un coloquio en Harvard, dijo que Kakutami era la persona más imbécil de New York.
Por suerte para Franzen, Kakutani, por honestidad intelectual o fidelidad a su supuesta costumbre de alternar elogios y recriminaciones —Salman Rushdie dixit—, ha dicho que Freedom es "una convincente biografía de una familia disfuncional y un indeleble retrato de nuestros tiempos". Y Oprah ha hecho de la novela la última selección de su Club de Lectura y ha invitado a Franzen de vuelta al programa. La novela es, además, el libro más vendido en Amazon en este momento. ¿Merece tanto éxito?
No sé. El hecho es que Freedom es una buena novela y una lectura ideal para un largo vuelo sobre el Atlántico. El primer capítulo es un suscinto retrato de los Berglund, una pareja de clase media, liberales en el sentido americano de la palabra, que se muda a una casa elegante en un barrio que recién inicia el conocido proceso de aburguesamiento. En esas primeras pinceladas, Franzen nos presenta los complejos, las manías, los tics de un tipo humano que, creyéndose libre y tolerante, ha llegado, en su certeza moral, al otro extremo idéntico de autorrepresión y dogmatismo. Ésta es una preguntas que desvelan a Walter y a Patty Berglund: "¿Qué se le debe responder a una persona pobre y de color cuando te dice que has destruido su vecindario?" Porque según Franzen, "los Berglunds eran de esos liberales que se sienten superculpables y tenían que perdonar a todo el mundo para que su propia buena suerte pudiera ser perdonada; no tenían el valor de asumir sus privilegios". Bueno, se pregunta el lector, ¿y habrá otro tipo de liberales? Pero ese no es el asunto.
[Cierta crítica afirma que ese primer capítulo representa la vox populi, la imagen más esquemática que podría hacerse de los Berglund. Quizás sea así, pero también podría ser el resumen de sus vidas que el resto del libro ilustra y matiza en sus detalles en lugar de contradecir.]
Ese primer capítulo de 26 páginas hace reír al lector, pero también lo hace preguntarse si no se tratará de un largo post en el blog de un adolescente brillante pero superficial. Después de eso comienza el cuerpo de la novela, que es —supuestamente— una autobiografía de Patty Berglund escrita en tercera persona a petición de su psicoanalista. En esa autibiografía relata su vida de niña bien de White Plains, atleta precoz a quien sus padres ignoran y sus hermanas odian, y a quien un amigo violará en la adolescencia. Y cuenta también la historia de sus hombres: Walter, su marido liberal, ecologista, acartonado y con tendencia al llanto súbito; Richard Katz, el mejor amigo de Walter, músico y mujeriego, con una cara que recuerda a Muammar al-Gaddafi, y con el que Patty siempre se ha querido acostar; y Joey Berglund, su hijo, en quien sublima lo que ha buscado sin éxito en los dos hombres anteriores.
Si Freedom vale los $28 que pagué por ella —y creo que los vale— es gracias a Patty Berglund, esa mujer a quien ni los privilegios ni el éxito en básquetbol ni el marido al que ama, ni el amante al que desea ni los hijos a los que idolatra, pueden hacerla feliz. Patty encarna un drama común a todos, pero particularmente evidente en las sociedades ricas: nuestra incapacidad para ser felices como consecuencia de poseer lo que deseamos y lograr lo que nos proponemos.
O para decirlo más justamente: Patty Berglund nos revela nuestra infinita capacidad para ser infelices más allá de todas las trampas que nos puedan tender el amor, la familia o la dicha. Sería empobrecedor, y erróneo, leer esta novela en clave política. El detalle de que Patty y su marido sean liberales es más bien un recurso literario: Los liberales, en su certeza ontológica de tener la receta para la felicidad, logran fracasos mucho más pedagógicos.
Fracasos son también los sueños ecologistas y malthusianos de Walter Berglund; y el anarquismo perezoso y hippie de Richard Katz. El título de la novela está bien puesto: Los cautivos piensan que son infelices por la imposibilidad de elegir lo que quieren. Pero quien vive en libertad sabe que es infeliz sin caortadas, sin culpables. No creo que vuelva a leer Freedom en mucho tiempo. Y sin mebargo, esta semana me compraré The Corrections, aunque por degracia no sea para leerla a 10,000 metros sobre el Atlántico.
Franzen se hizo famoso en el año 2001 cuando su novela The Corrections ganó el National Book Award de Estados Unidos. Podríamos decir que se hizo "demasiado famoso". Oprah seleccionó el libro para su Club de Lectura y Franzen dijo que prefería ser ignorado por cierto público: el que lee las selecciones de Oprah. Oprah le retiró la invitación a su programa. El asunto fue comidilla de revistas literarias y de revistas de chismes de "celebridades".
Por su parte, Michiko Kakutani proclamó en The New York Times que The Corrections era un equivalente americano de Los Buddenbrook, con lo que Franzen quedaba, cuando menos, como el joven Thomas Mann. Esas uvas se volverían también amargas cuando Kakutani —de quien Norman Mailer dijera alguna vez que “What put the hair up her immortal Japanese ass is beyond me”—, pulverizara en una crítica su novela The Discomfort Zone en el verano del 2006. Dos años después, Franzen, en un coloquio en Harvard, dijo que Kakutami era la persona más imbécil de New York.
Por suerte para Franzen, Kakutani, por honestidad intelectual o fidelidad a su supuesta costumbre de alternar elogios y recriminaciones —Salman Rushdie dixit—, ha dicho que Freedom es "una convincente biografía de una familia disfuncional y un indeleble retrato de nuestros tiempos". Y Oprah ha hecho de la novela la última selección de su Club de Lectura y ha invitado a Franzen de vuelta al programa. La novela es, además, el libro más vendido en Amazon en este momento. ¿Merece tanto éxito?
No sé. El hecho es que Freedom es una buena novela y una lectura ideal para un largo vuelo sobre el Atlántico. El primer capítulo es un suscinto retrato de los Berglund, una pareja de clase media, liberales en el sentido americano de la palabra, que se muda a una casa elegante en un barrio que recién inicia el conocido proceso de aburguesamiento. En esas primeras pinceladas, Franzen nos presenta los complejos, las manías, los tics de un tipo humano que, creyéndose libre y tolerante, ha llegado, en su certeza moral, al otro extremo idéntico de autorrepresión y dogmatismo. Ésta es una preguntas que desvelan a Walter y a Patty Berglund: "¿Qué se le debe responder a una persona pobre y de color cuando te dice que has destruido su vecindario?" Porque según Franzen, "los Berglunds eran de esos liberales que se sienten superculpables y tenían que perdonar a todo el mundo para que su propia buena suerte pudiera ser perdonada; no tenían el valor de asumir sus privilegios". Bueno, se pregunta el lector, ¿y habrá otro tipo de liberales? Pero ese no es el asunto.
[Cierta crítica afirma que ese primer capítulo representa la vox populi, la imagen más esquemática que podría hacerse de los Berglund. Quizás sea así, pero también podría ser el resumen de sus vidas que el resto del libro ilustra y matiza en sus detalles en lugar de contradecir.]
Ese primer capítulo de 26 páginas hace reír al lector, pero también lo hace preguntarse si no se tratará de un largo post en el blog de un adolescente brillante pero superficial. Después de eso comienza el cuerpo de la novela, que es —supuestamente— una autobiografía de Patty Berglund escrita en tercera persona a petición de su psicoanalista. En esa autibiografía relata su vida de niña bien de White Plains, atleta precoz a quien sus padres ignoran y sus hermanas odian, y a quien un amigo violará en la adolescencia. Y cuenta también la historia de sus hombres: Walter, su marido liberal, ecologista, acartonado y con tendencia al llanto súbito; Richard Katz, el mejor amigo de Walter, músico y mujeriego, con una cara que recuerda a Muammar al-Gaddafi, y con el que Patty siempre se ha querido acostar; y Joey Berglund, su hijo, en quien sublima lo que ha buscado sin éxito en los dos hombres anteriores.
Si Freedom vale los $28 que pagué por ella —y creo que los vale— es gracias a Patty Berglund, esa mujer a quien ni los privilegios ni el éxito en básquetbol ni el marido al que ama, ni el amante al que desea ni los hijos a los que idolatra, pueden hacerla feliz. Patty encarna un drama común a todos, pero particularmente evidente en las sociedades ricas: nuestra incapacidad para ser felices como consecuencia de poseer lo que deseamos y lograr lo que nos proponemos.
O para decirlo más justamente: Patty Berglund nos revela nuestra infinita capacidad para ser infelices más allá de todas las trampas que nos puedan tender el amor, la familia o la dicha. Sería empobrecedor, y erróneo, leer esta novela en clave política. El detalle de que Patty y su marido sean liberales es más bien un recurso literario: Los liberales, en su certeza ontológica de tener la receta para la felicidad, logran fracasos mucho más pedagógicos.
Fracasos son también los sueños ecologistas y malthusianos de Walter Berglund; y el anarquismo perezoso y hippie de Richard Katz. El título de la novela está bien puesto: Los cautivos piensan que son infelices por la imposibilidad de elegir lo que quieren. Pero quien vive en libertad sabe que es infeliz sin caortadas, sin culpables. No creo que vuelva a leer Freedom en mucho tiempo. Y sin mebargo, esta semana me compraré The Corrections, aunque por degracia no sea para leerla a 10,000 metros sobre el Atlántico.
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