Diálogo entre mis hijos. Sucedió hace diez minutos.
Le dice TB, de diez años, a MI, de siete:
—Huir de los problemas nunca le ha solucionado un problema a nadie.
—Bueno, yo no estoy tan seguro —le responde MI
—Pues deberías estar seguro. Uno tiene que enfrentar los problemas que se presenten. Huyendo no se arregla nada.
—TB, eso es cierto cuando se trata de problemas pequeños, pero cuando los problemas son demasiado grandes, lo mejor es huir —dice MI muy serio.
—Te digo que no, que huir no es la solución.
—Cuando el problema es grande, la solución es huir.
—No te creo —insiste TB—. A ver, ¿me puedes dar un ejemplo?
—Claro. Si en el patio de la escuela cinco niños más grandes que tú te dicen que te van a propinar una paliza, la solución es huir. Es lo que hay hacer cuando los problemas son más grandes que tú.
Y que Muammar al-Gaddafi no tenga a mi hijo MI como asesor para casos de crisis, caray...
Tuesday, February 22, 2011
Sunday, February 13, 2011
Los sufrimientos del amor precoz
Esta mañana, mientras nos vestíamos para salir a recoger sus primeros espejuelos, tuve esta conversación con mi hijo TB, de diez años:
—TB, vas a parecer un teenager con tus espejuelos —le digo.
—Yo no quiero espejuelos. Estoy muy contento con la persona que soy sin espejuelos.
—Pero TB, con los espejuelos te vas a ver más maduro.
—Quizás, pero, ¿y si no le gusto a Samantha con espejuelos? —dijo con preocupación.
—Le vas a encantar a Samantha con espejuelos —le aseguré.
—Samantha es lo mejor que me ha pasado desde que llegué a la escuela de Wheeler Avenue. El año pasado una niña me dijo que era bonito y me dio un beso, pero no se puede comparar con Samantha.
—¿Y cómo van las relaciones con ella?
—Bueno, ayer me hizo pasar un mal rato.
—¿Cómo?
—Bueno, salió corriendo cuando estábamos hablando. Pensé que ya no me quería. Le caí atrás y le pregunté que qué pasaba, que si ya no le gustaba. Me dijo: "No, TB, es que quiero que juguemos a los agarrados". Y yo le respondí: "Bueno, podrías habérmelo aclarado antes de echarte a correr, ¿no?"II
Hace unos meses, mi hijo MI, que entonces tenía seis años, pasó unas semanas acosado por las pesadillas. Nos despertaba varias veces en medio de la madrugada a su madre y a mí hasta que uno de los dos iba a dormir con él a su cama. Una mañana, mientras le cepillaba los dientes, tuvimos esta conversación.
—MI, me dijo tu madre que anoche tuviste unas pesadillas horribles —le comenté.
—MI, me dijo tu madre que anoche tuviste unas pesadillas horribles —le comenté.
—¿Pesadillas? Yo no tuve ninguna pesadilla, papá...
—Bueno, tu madre me dijo que anoche, a las tres de la mañana, se tuvo que pasar a tu cama porque estabas llorando por las pesadillas.
Me miró, se sonrió, y me dijo, con ese tono de voz que uno usa cuando tiene que explicarle algo a una persona muy ingenua:
—Papá, yo no tuve ninguna pesadilla. Lo que pasa es que ya tú no le gustas a mamá y ella prefiere dormir conmigo en mi cama.
Tuesday, February 1, 2011
Una tacita de té para Hosni Mubarak
En un rato, nuevamente, los egipcios saldrán a la calle a decirle a Hosni Mubarak lo que todo el mundo menos él sabe: que están hartos de su gobierno, de la corrupción y la ineptitud de su casta; que es hora de que se vaya al infierno. Saldrán a la calle a decirle que nadie está treinta años en el poder sin ser un tirano; saldrán a gritarle que si tuviera un mínimo de decencia no se atrevería a sacrificar un país entero a los delirios de su egolatría. Saldrán a la calle a explicarle que —más allá de lo que alguna vez pudo haber hecho que fuera útil— hoy no es más que un vejete hijo de puta enganchado a la teta del poder, que se tendría que avergonzar de sí mismo si le quedara un rastro de vergüenza o de lucidez.
Es posible que en diez años estén los egipcios añorando los años de Mubarak. Porque en ese mundo que pudiéramos llamar Islamia no hay happy endings. De Irak a Túnez, y de Libia a Argelia o a Siria, la elección parece ser entre la tiranía secular o el fundamentalismo islámico —o, en el caso saudita, entre el fundamentalismo hipócrita y fundamentalismo idiota. Tomando en cuenta ese contexto, es muy difícil ser optimista cuando se piensa en el futuro de Egipto.
Pero esas preocupaciones tendrán que esperar. En un rato saldrán los egipcios a la calle a pedirle a su tirano que se largue. Y uno no se puede perder ese espectáculo edificante. Ahora mismo, los ministros de ayer estarán haciendo sus maletas, recogiendo todo lo que se puedan robar a última hora. Los "miembros de la seguridad", represores de la semana pasada, ya andarán explicando a sus vecinos que "yo nunca le hecho mal a nadie". Los militares mirarán nerviosos a su alrededor para atisbar el momento preciso para cambiar de bando. En palacio, a Hosni Mubarak le traerá uno de sus edecanes una taza de té que tomará con manos temblorosas.
Es el mismo temblor de Ceauşescu cuando la multitud comenzó a abuchearlo en Bucarest en 1989. Es el temblor en los dedos del borracho Gennady Yanayev en Moscú al anunciar el golpe de estado contra Gorbachov. Hoy se volverá a sentir en el aire el olor inconfundible del miedo de un tirano. Y por ninguna razón debería uno dejar de disfrutarlo.
Es posible que en diez años estén los egipcios añorando los años de Mubarak. Porque en ese mundo que pudiéramos llamar Islamia no hay happy endings. De Irak a Túnez, y de Libia a Argelia o a Siria, la elección parece ser entre la tiranía secular o el fundamentalismo islámico —o, en el caso saudita, entre el fundamentalismo hipócrita y fundamentalismo idiota. Tomando en cuenta ese contexto, es muy difícil ser optimista cuando se piensa en el futuro de Egipto.
Pero esas preocupaciones tendrán que esperar. En un rato saldrán los egipcios a la calle a pedirle a su tirano que se largue. Y uno no se puede perder ese espectáculo edificante. Ahora mismo, los ministros de ayer estarán haciendo sus maletas, recogiendo todo lo que se puedan robar a última hora. Los "miembros de la seguridad", represores de la semana pasada, ya andarán explicando a sus vecinos que "yo nunca le hecho mal a nadie". Los militares mirarán nerviosos a su alrededor para atisbar el momento preciso para cambiar de bando. En palacio, a Hosni Mubarak le traerá uno de sus edecanes una taza de té que tomará con manos temblorosas.
Es el mismo temblor de Ceauşescu cuando la multitud comenzó a abuchearlo en Bucarest en 1989. Es el temblor en los dedos del borracho Gennady Yanayev en Moscú al anunciar el golpe de estado contra Gorbachov. Hoy se volverá a sentir en el aire el olor inconfundible del miedo de un tirano. Y por ninguna razón debería uno dejar de disfrutarlo.
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