Expulsión de Adán y Eva del Paraíso terrenal. Masaccio. Fresco. Capilla Brancacci de la iglesia de Santa María del Carmine de Florencia, Italia |
En cuanto puse un pie en New York me di cuenta de que el tiempo comenzaba de nuevo a fluir, como el río de Heráclito, y que ya no era jueves cada día —como me sucedía en Miami—, sino que la vida había recuperado ese carácter lineal que antes tuvo siempre, y que se me descompuso una tarde de otoño de 1992 en el aeropuerto de Miami. El asunto, contrariamente a las predicciones de mi amiga, se volvió mucho más llevadero, por no decir amable. Lo menos que yo me imaginaba entonces era que mi verdadero exilio comenzaría el 13 (tenía que ser trece) de junio de 2010, es decir, hoy mismo.
Hay americanos que dicen que la civilización occidental se reduce a la Isla de Manhattan. Por supuesto que esa es una idea arrogante y superficial. Hay muchas regiones de la Isla que tienen un ineludible aire provinciano. Tras un prolijo estudio que me ha tomado los últimos dieciséis años de mi vida, puedo afirmar con certeza que esa imagen que se produce en el cerebro cuando uno dice "Occidente" con mayúscula corresponde en realidad a un cuadrilátero irregular cuyos límites son los siguientes: Columbus Circus al noroeste, el Seagram Building al noreste, Bryant Park al suroeste, y el Chrysler Building al sureste. En cuanto uno pone un pie fuera de ese perímetro, puede notar una precipitada deriva a la barbarie provinciana.
Durante doce los últimos dieciséis años he producido mi plusvalía en dos edificios que se hayan al centro de ese espacio que llamo, en propiedad, Occidente. Son los dos rascacielos "nuevos" (1970) del Rockefeller Center. A algún iluminado —deseoso de ahorrarse cuatro o cinco milloncejos al años— se le ocurrió la idea de mudar la empresa para la que trabajo desde ese sitio amable a los arrabales de la Tercera Avenida y la calle 49, a cinco cuadras de la sede actual. Cinco cuadras. Cinco cuadras que son cinco mil millas. ¿Qué diferencia hay entre la Tercera Avenida y Siberia? Nimiedades serán, si es que pueden hallarse. Y allá voy en unas horas.
Se acabaron las escapadas al MoMA a la hora de almuerzo, las visitas al rink y al árbol de Navidad del Rockefeller Center, las andanzas por Times Square, el trío del placer de la calle 49: el ramen especial del restaurante Sapporo, los espaguetis con crema de salmón de Pasta Lovers (que ya no están el menú, pero que te preparan si los pides), y el tandoori del Bombay Masala ("el restaurante indio más antiguo de EE.UU.", dicen los dueños). Un poco más al oeste, digamos también adiós la mousaka y el pulpo de Uncle Nick's, y a las innumerables delicias de los otros cuarenta restaurantes baratos de cuarenta países diferentes que hay en la Novena Avenida.
El exilio no es la salida del país propio para ir a otro ajeno, como dicen los diccionarios. Ese viaje, más que exilio, es casi siempre un alivio. El exilio, el verdadero exilio, supone siempre viajes más cortos. El exilio más radical es cuando uno se va a dormir a la habitación de al lado en la propia casa. El que le sigue en intensidad es mudarse a tres cuadras de distancia, desde Occidente hasta un páramo de la Tercera Avenida, para no estar más en Rockefeller Center. Es un desastre que acaba de ocurrirme. Hoy, finalmente, soy un desterrado.
Tersites, tu exilio empezó hoy mismo? O un día como hoy el año pasado? Me confundí un poco. Será el alemán?
ReplyDeleteBesos a todos.