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Thursday, February 23, 2012

Hotel Griffou, 1884: El insoportable aroma en las axilas cuartelarias del Generalísimo

Hotel Griffou, hacia 1900-1905
A principios de febrero, una colega me comentó que había asistido a una cena martiana en el restaurante Hotel Griffou, en el #21 oeste de la calle 9 del bajo Manhattan. El restaurante, me dijo, lleva el nombre de la antigua pensión que existía en ese lugar en el siglo XIX, y en la que Martí se había entrevistado con Gómez y Maceo. No recordaba ese hotel o pensión, de modo que esa noche, picado de curiosidad, revisé mi ejemplar de Ámbito de Martí, el libro de Guillermo de Zéndegui, publicado en 1954. Efectivamente, allí estaba, con foto y todo, el susodicho hotel. (La foto de la derecha es anterior a la del libro de Zéndegui, pero habrá otro post para explicar esos detalles.)

Busqué entonces en Internet y descubrí dos artículos sobre el restaurante, ambos con referencias al antiguo Hotel Griffou, que le da nombre. Uno fue publicado en el periódico The New York Observer el 7 de julio de 2009, (Griffou’s Wilde Past, de Jean Nathan
), y otro en el blog Penúltimos Días cuatro meses más tarde, el 6 de noviembre de 2009 (En el Hotel Griffou, del novelista cubano José Manuel Prieto).

Varios detalles de ambos artículos me llamaron la atención por diversas razones. Buscando respuestas a las preguntas que tenía sobre ambos, hallé varios datos curiosos que comentaré en este y otros posts. Aquí va el primero. 


En su artículo en Penúltimos Días, Prieto afirma lo siguiente sobre el Hotel Griffou:

En una de sus habitaciones se dio la famosa discusión entre Gómez y Martí sobre un tema que a pesar de los muchos años transcurridos nada ha perdido en urgencia. Hablaron los dos hombres, el avezado general y el joven Martí (31 años ese día) sobre la división de mando político y civil. La discusión ocurrió, consignan los libros de texto, “mientras Gómez se aseaba”. No sabemos si este detalle pudo haber ofendido particularmente a Martí. Que Gómez se aseara en su presencia. O bien que hablara con él a través de la puerta entornada del baño, que hiciera sus abluciones a la vista de Martí… El airado tono de su célebre carta: “No se funda, general…” ¿habrá tenido algo que ver con ciertos modales de campaña que Martí descubrió en Gómez? No sé, no podemos saberlo.

Me sorprendió la frase sobre el aseo de Gómez en presencia de Martí
. Jamás había escuchado ese detalle que, según Prieto, 'consignan los libros de textos'. La tesis esencial del sugerente artículo de Prieto es que esa puerta, entornada según él, pudo haber sido la causa original de que Martí, once años después (Prieto dice 'catorce años antes', pero debe ser un lapsus mentis: entre 1884 y 1895 hay sólo once años), desobedeciera a Gómez en Dos Ríos y pagara con la vida su imprudencia. Es como si la suerte misma de nuestra república hubiese girado sobre las enmohecidas bisagras de la puerta de un baño del Hotel Griffou.

Me dediqué a buscar la fuente de donde procedían los detalles que menciona Prieto. Leí la famosa carta de Martí a Gómez, escrita dos días después del encuentro. Leí también la desgarradora carta de Martí a Manuel Mercado sobre el encontronazo con Gómez, así como otros textos donde hace referencia a lo sucedido en el Hotel Griffou: la carta rimada a 
Enrique Estrázulas, la carta a Francisco Domínguez y José Alfonso Lucena, la carta a Enrique Trujillo, el director de El Avisador Cubano, la carta 'a los cubanos de Nueva York' (23 de junio de 1885)*. En ninguno de esos textos Martí describía el detalle que, según Prieto, podría haber sido el catalizador del conflicto. 

No hallé nada que Antonio Maceo hubiese escrito al respecto. (Maceo estuvo presente en la huracanada conversación de ese día.) 
Luego leí la nota que escribió Máximo Gómez sobre los hechos pocos días después de ocurridos. Gómez sí describe en detalle lo sucedido en su hotel. Veamos:
En estos días de fatigosa espera seguía Martí visitándome, y como era natural, hablando siempre del mismo modo y con igual calor de nuestro plan revolucionario. Ya notaba yo que él se permitía hacerme muchas indicaciones inusitadas que no tenían razón de ser, y que no correspondía hacerlas al que se le confía la dirección de un asunto —mas yo con blandura lo contenía en los límites que he creído que él puede llegar, para no perjudicarnos dejando el mando de la nave a muchos capitanes, hasta que haciendo caso omiso del Gral. A. Maceo, que era el jefe designado para la comisión, me dijo que (sus palabras textuales) "al llegar a México y según el resultado de la comisión..." —yo no lo dejé concluir, con tono áspero— (mis palabras textuales) "vea, Martí, limítese Ud. a lo que digan las instrucciones, y lo demás el Gral. Maceo hará lo que deba hacerse", nada más dije, y me contestó tratando de satisfacer mi indicación, apenas le oí, un criado me avisó de un baño que hacía días pensaba darme, —no había podido ser así por no tener lugar—, y aprovechando el momento, dejé a Martí con el Gral. Maceo, presente siempre en nuestras conversaciones. Durante mi momentánea ausencia, no sé lo que dicho Gral. habló con Martí, pero se deduce por el sentido de la carta. Cuando yo regresé, aún encontré al señor Martí en mi cuarto; a poco se despidió de mí de un modo afable y cortés. Solos yo y el Gral. Maceo, me dijo este, "este hombre, Gral., va disgustado con nosotros". Tal vez, le contesté yo, y no hablamos más una palabra.
Como es evidente, hay diferencias irreconciliables entre el relato de Máximo Gómez y el artículo de Prieto. La nota de Gómez menciona la presencia de Maceo, dice claramente que él (Gómez) no podía escuchar la conversación de Martí con Maceo mientras se aseaba, y que había salido del cuarto para ir al baño. Era común en las hospederías de fines del siglo XIX en New York que el baño fuera compartido y estuviera fuera de las habitaciones, y el texto de Gómez sugiere que así era el el Griffou. En el artículo de Prieto, por el contrario, Gómez y Martí conversan a través de la entornada puerta del baño mientras el primero hace sus abluciones. La imagen es chocante, por supuesto, y en ella basa Prieto su tesis. ¿Habrá hallado Prieto un documento que contradiga la versión de Gómez? En ese caso, sería extraño que no explique su hallazgo.

La nota de Gómez que cito ha sido parte de la historiografía cubana desde hace al menos ochenta años. Se halla reproducida en libros como Papeles de Martí: Archivo de Gonzalo de Quesada, (Imprenta "El Siglo XX", A. Muñiz y Hno., 1933), Antonio Maceo: apuntes para una historia de su vida, de José Luciano Franco (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1989) o en Destinatario José Martí, de Luis García Pascual (Editorial Abril, La Habana, 2005).


¿Habrá descubierto alguien que Gómez mintió en esa nota? He fatigado los rincones virtuales del Internet sin hallar ninguna referencia que pusiera en duda el relato de Gómez. Eusebio Leal, en un extenso ensayo sobre la figura de Maceo, hace referencia al incidente en concordancia con el relato de Gómez, y sin ponerlo en duda. Hay también un excelente ensayo de Carlos Ripoll sobre el tema, escrito a raíz del descubrimiento de tres cartas inéditas sobre la famosa polémica. Dos de las cartas son de Maceo, la otra es de Gómez. Ripoll —un reconocido experto en temas martianos— tampoco hace ninguna alusión a nada que contradiga la descripción de Gómez.

Máximo Gómez y su familia, 1904. (Milwaukee Public Museum)
¿Cuáles son entonces esos 'libros de texto' donde Prieto halló una versión de los hechos distinta a la de Máximo Gómez? ¿Será acaso que escribió el artículo confiando en la memoria y esta le jugó una mala pasada? (Se me ocurre porque Prieto también conjetura que Martí "se marchó, estoy seguro de ello, dando un portazo. O bien educadamente." Sin embargo, Gómez afirma claramente que Martí "se despidió de [él] de un modo afable y cortés".) 

En fin, de todo esto, a mí lo que más me llama la atención es la frase de Gómez sobre ese "
baño que hacía días pensaba darme". ¿Cuántos días habrá estado el Generalísimo absteniéndose de agua y jabón? ¿Cuál sería entonces el olor de sus invictas axilas aquella mañana del sábado 20 de octubre de 1884? ¿Habrá sido ese aroma insoportable el que enfureció a Martí y decidió a la larga el destino de Cuba?

En subsiguientes posts comentaré otros detalles de ese texto, así como del artículo publicado en The New York Observer. He hallado un par de cosas interesantes relacionadas con el Hotel Griffou. 


*Quien desee leer todos los documentos que menciono puede visitar La página de José Martí, excelente sitio web donde se hallan muchos documentos organizados temáticamente.

Friday, February 10, 2012

Flujo de conciencia: la hora del almuerzo

Anna Akhmatova
El viernes pasado, a la hora del almuerzo, decidí ir a Strand a buscar la biografía y la autobiografía de Edgar Lee Masters. Strand es la librería de viejo más grande y conocida de New York. 

Resulta que los de Strand, donde hay dos millones y medio de libros, no tenían ni la autobiografía de Edgar Lee Masters (Across Spoon River) ni la biografía (Edgar Lee Masters: A Biography) escrita por Herbert K. Russell (habrá posts sobre cada uno de esos libros, si Dios nos da vida).


Pero uno no pierde un viaje a Strand a la hora del almuerzo, de modo que me fui a merodear por la sección de poesía y me hallé las obras completas de Anna Akhmatova en inglés (The Complete Poems of Anna Akhmatova: Expanded Edition) y una selección de poemas de Osip Mandelstam, también en inglés (Osip Mandelstam: 50 Poems
) que redimieron sobradamente esa hora, el viaje y los $4:50 del subway (ida y vuelta desde Midtown hasta Washington Square).

En el camino de regreso leí un par de páginas del agudo (pero árido) ensayo de Joseph Brodsky que sirve de introducción a los poemas de 
Maldestam, y luego hojeé en el subway el libro de Akhmatova. Además de contener ese esplendor que es la obra entera de Akhmatova, la marginalia del libro también depara agradables sorpresas. 


Entre los textos introductorios (son varios), está un relato de Isaiah Berlin sobre su primer encuentro con la poetisa. Baste decir que Berlin, de regreso en Leningrado en 1945 tras 26 años de ausencia, conoce por causalidad en una librería a un crítico que lo lleva al apartamento de Akhmatova. El cuarto es espartano, excepto por un dibujo de la poetisa ejecutado por Modigliani, que cuelga de la chimenea. Berlin dice que Akhmatova tiene la gestualidad de una zarina. Le recita a Byron en un inglés siberiano que Berlin no logra descifrar. En medio de la conversación se escuchan unos gritos. Es Randolph Churchill, borracho, que llama a Berlin: hace veinte años que no se ven, pero Churchill acaba de enterarse que Berlin está en la ciudad y ha ido a buscarlo porque necesita urgentemente un intérprete que lo ayude a recuperar un kilo de caviar. Berlin baja a la calle —tras deshacerse en disculpas con Akhmatova— y le presenta el hijo de Churchill al crítico soviético. Este último, convencido (con razón) de que siendo un Churchill debe estar permanentemente vigilado por el KGB, huye del lugar corriendo. En fin... cómprese el lector el libro en Amazon...
Marina Tsvetaeva
Hay otros dos detalles interesantes. En la sección de fotos, mi libro había sido canibalizado. Alguien recortó las dos fotos de la poetisa Marina Tsvetaeva que formaban parte del libro. ¿Será que su magia y sus legendarios hechizos le siguen ganando pretendientes setenta años después de haber salido de la vida por la puerta impaciente del suicidio? ¿O habrá sido un admirador de Akhmatova que no soportaba en esta obra la foto de la insaciable Marina?

Por último, en la página 330 aparece una foto de Mayakovsky muy interesante. La foto me recuerda el retrato de Napoleón Bonaparte como Primer Cónsul de Andrea Appiani, con la excepción de que a Mayakovsky le falta el sable. La leyenda que la acompaña no tiene desperdicio, pues recuerda al lector la condena pública que en su día Mayakovsky hiciera de 
Akhmatova ("Para nosotros, para nuestra época, [su obra] carece de sentido"), para después revelar que —según Lily Brik, la amante de Mayakovsky—, cuando el poeta estaba enamorado leía constantemente la poesía "carente de sentido" de Akhmatova.
Vladimir Maykovsky
Al leer esto recordé que de niño los maestros me machacaban en la sien aquel poema penoso de Mayakovsky sobre "El pasaporte soviético" ("¡Leed, / envidiadme! / Yo soy / ciudadano, / de la Unión Soviética.") Muchos años después supe que Mayakovsky era un poeta espléndido (si descontamos sus bodrios estalinistas de los inicios de la Revolución Rusa). Supe también que se fue desilusionando del "experimento" y que finalmente, cuando sus camaradas bolcheviques le prohibieron viajar a Francia, se fue a casa y se pegó un tiro en el mismísimo corazón. Ironía o justicia poética: al cabo fue su pasaporte soviético el que le resultó inútil, no la poesía de Akhmatova. 


"Napoleón", Andrea Appiani
Saliendo ya del subway, pensé que si se pudiera hacer un país imaginario cuya historia de la literatura se redujera estrictamente a los poetas que Stalin mató, envió a prisión o llevó al suicidio, ese país tendría una poesía más rica que la inmensa mayoría de los países reales.

Poco después llegué a la oficina, busqué las noticias en la computadora y me enteré de que el gobierno cubano le había negado el "permiso de salida" a Yoani Sánchez. Mayakovsky, desde cualquiera sea el lugar que Dios le tiene reservado a los suicidas, habrá entendido su situación perfectamente...