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Wednesday, December 26, 2012

Edgar Lee Masters en La Habana

Este artículo se publicó originalmente en 13 de diciembre de 2012 en el blog Penúltimos Días.


Carta de Edgar Lee Masters a su padre, Hardin Wallace Masters, del 22 de febrero de 1905. 

Special Collections and Archives, Knox College Library, Galesburg, Illinois





Oh yes, the Cuban business started me.

“They’d Never Know Me Now”
Edgar Lee Masters, 1919

Pronto se cumplirá un siglo. En mayo de 1914, el Reedy’s Mirror, un modesto semanario de St. Louis, Missouri, comenzó a publicar cada domingo unos poemas en verso libre, al estilo de los epitafios de la Antología griega, firmados por un poeta que nadie conocía: Webster Ford. Su impacto fue tan inesperado como instantáneo. Muy pronto, numerosos periódicos comenzaron a reproducirlos. En noviembre, a instancias de sus curiosos lectores, William Marion Reedy, director del Mirror, reveló que Webster Ford era el pseudónimo literario de un exitoso abogado de 46 años, residente en Chicago: Edgar Lee Masters.

En la edición de enero de 1915 de The Egoist, desde Londres, Ezra Pound dio su veredicto: “¡Al fin! Al fin América ha descubierto un poeta. Al fin el Oeste ha producido un poeta con la fuerza necesaria para enfrentar ese clima, capaz de describir su entorno directamente, sin frases altisonantes y vacías. […] Capaz de describir Spoon River como Villon describió el París de 1460”.[1] Tres meses después se publicaron los epitafios en forma de libro. Sería el libro de versos de un autor americano más vendido de toda la historia, si hemos de creer a Masters.[2] La Spoon River Anthology daría un vuelco a la vida de su autor, y a la poesía norteamericana.

Probablemente nada de eso habría sucedido si el USS Maine no se hubiera convertido en una orgía de fuegos artificiales en la bahía de La Habana el 15 de febrero de 1898.


Un antiimperialismo sui generis

A fines de la década de 1890, Edgar Lee Masters no era conocido como poeta, sino como uno de los líderes del Partido Demócrata de Illinois.[3] En esa época cultivaba una estrecha amistad con William Jennings Bryan, el joven populista que había perdido ante McKinley las elecciones presidenciales de 1896 (y que volvería a ser derrotado en 1900 y en 1908). Aunque Bryan había apoyado la guerra contra España, se oponía fervientemente a la anexión de Cuba y Filipinas.[4] Masters también sostenía con fervor esa opinión, y era miembro de la Liga Antiimperialista de Estados Unidos, donde militaban intelectuales como Mark Twain y Henry James. En artículos y ensayos publicados alrededor de 1900 —que reuniría más tarde en un libro [5]—, Masters condenó la tendencia imperial de la política norteamericana y puso en duda la constitucionalidad de la expansión americana allende los mares.

El antiimperialismo de Masters, sin embargo, partía de una peculiar visión de la historia de los Estados Unidos, según la cual la Guerra Civil y la Guerra Hispano-Estadounidense —así como la entrada de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial años después— formaban parte de una misma tendencia: la creciente arrogancia del poder de Washington en detrimento de la república jeffersoniana que Masters exaltaría en la Spoon River Anthology.[6] Desde esa visión, la derrota de Douglas ante Lincoln en 1860 y las derrotas de Bryan ante McKinley en 1896 y 1900, habían sido sucesos nefastos para el destino de la nación.

Tras la tercera derrota de Bryan en 1908, Masters se apartó de la política activa para dedicarse a su bufete de abogados. Le fue bien: para 1914 tenía ingresos de unos $20.000 (más de $300.000 al año en dólares de 2012). Pero en 1913 recogería la tempestad de aquellos vientos sembrados una década antes. Tras la elección del demócrata Woodrow Wilson, Bryan propuso a Masters para juez de la Corte Federal de Apelaciones de Chicago. Masters hizo campaña activa por el puesto, y consiguió el apoyo de los jueces de la Corte Suprema de Illinois y de los congresistas federales del estado. Soñaba con los beneficios de la justicia federal: un excelente salario sin las presiones y las largas horas del bufete. Allí, le había asegurado su amigo el juez Landis, tendría tiempo suficiente para “escribir opiniones legales con una mano y poesía con la otra”.[7]

Tras meses de gestiones, cartas al presidente Wilson y falsas esperanzas, el puesto le fue otorgado a otro abogado. Masters rumió largamente las causas de su fracaso. “Yo tenía fama de ser un radical”, diría más tarde para explicarlo, refiriéndose a sus escritos sobre la Guerra Hispano-Estadounidense.[8] Sin ese fracaso, sin embargo, quizás nunca habría escrito el libro por el que hoy se le recuerda. Como diría en su autobiografía, “nombraron a un hombre de unos cincuenta y cinco años, y yo quedé fuera del asunto y libre para escribir Spoon River. […] Sin dudas, hubiese sido inapropiado para un juez federal haber escrito algunos de los textos de Spoon River”.


Spoon River Anthology

El mejor ejemplo de esos textos “inapropiados para un juez federal” quizás sea “Harry Wilmans”, uno de los poemas más espléndidos de la Spoon River Anthology. En ese epitafio el poeta regresa a su antigua pasión antiimperialista. Según el propio Masters, en el poema se yuxtaponen dos anécdotas y dos guerras: la de Cuba y la de Filipinas. Cuenta en su autobiografía que un día, estando en el cementerio de Lewistown (donde están enterrados muchos de los personajes que describe en los epitafios), escuchó las campanas de las iglesias tocar a rebato y fue hacia el pueblo a averiguar lo que sucedía. “Corrimos hasta la plaza: nos dijeron que se había declarado la guerra contra España; y allí estaba mi padre sobre una caja de embalaje dando un discurso, incitando a los jóvenes para que se enlistaran y fueran a liberar a Cuba del despotismo y la superstición”. La segunda parte del poema recrea el relato que le hizo un soldado que había participado en la invasión de las Filipinas.[9] Esta es mi traducción del poema:


   Harry Wilmans

   Yo acababa de cumplir los veintiuno,
   y Henry Phipps, el director de la escuela dominical,
   dio un discurso en la Ópera de Bindle.
   “El honor de la bandera hay que defenderlo”, dijo,
   “No importa si lo afrenta una tribu de bárbaros tagalos
   o la primera potencia europea”.
   Y nosotros vitoreamos y aplaudimos el discurso y la bandera, 
   él saludaba con la mano mientras nos hablaba.
   Y me fui a la guerra a pesar de los ruegos de mi padre,
   y seguí la bandera hasta que la vi izarse
   junto a nuestro campamento en un campo de arroz cerca de Manila,
   y todos vitoreamos y aplaudimos la bandera.
   Pero había allí moscas y alimañas venenosas;
   y aquella agua letal,
   y el calor inmisericorde,
   y la pútrida comida nauseabunda;
   y el olor de la trinchera que estaba tras las tiendas
   donde los soldados iban a vaciar sus tripas;
   y aquellas putas que nos seguían los pasos, rebosantes de sífilis;
   y los actos abominables de unos con otros o a solas,
   y los abusos, el odio, la degradación entre nosotros,
   y días para aborrecer y noches de espanto
   hasta el instante de la carga a través del pantano humeante,
   siguiendo la bandera,
   hasta caer aullando con una bala en las entrañas.
   ¡Ahora hay una bandera sobre mí en Spoon River!
   ¡Una bandera! ¡Una bandera!

Edgar Lee Masters llega a La Habana

En la biografía de Masters escrita por Herbert K. Russell hay un párrafo donde se enumeran lugares visitados por Masters, y entre ellos se menciona “Cuba”, sin más detalles. Pensé que se trataba del pueblo de Illinois que está en el mismo condado que Lewistown. Fue una intuición prudente pero errónea: Edgar Lee Masters en realidad había visitado la siempre fiel isla de Cuba. Siguiendo la pista que da Russell en las notas de la biografía, comencé a importunar a los amables archiveros de la Edgar Lee Masters Collection en Knox College,[10] la universidad que alguna vez tuvo entre sus alumnos al poeta, para que me ayudaran en mi búsqueda.

Poco después me confirmaron que tenían una carta del 22 de febrero de 1905 donde se mencionaba a Cuba, y dos días después recibí el facsímil prometido. Mientras lo abría pensé que a lo mejor todo era un malentendido. No lo era. La referencia a su viaje en la carta es breve, pero no insignificante. Dice Masters:


   Querido padre:
   Llegué de Cuba el viernes en la noche, tras sufrir retrasos en el barco 
   y en el tren. Tuvimos una tempestuosa travesía en el Golfo, con
   fuertes vientos y olas encrespadas.

   Cuba resultó ser como me la habían pintado. Si hubiese podido 
   quedarme allí dos semanas, sería un hombre nuevo. De todos modos,
   me sentí distinto tras cuatro días de estancia.

   […]
   Tu hijo
   Lee

¿En qué clase de hombre esperaría Masters convertirse tras dos semanas en la isla? En las notas de su biografía, Herbert Russell indica que no se sabe nada de ese viaje. Pero sería extraño, pensé, que un escritor tan prolífico, con más de cincuenta libros publicados y miles de cartas en los archivos de varias universidades, no hubiese dicho nada más de esa visita.



Carta de Edgar Lee Masters a su padre, del 22 de febrero de 1905, donde describe su visita a La Habana. Special Collections and Archives, Knox College Library, Galesburg, Illinois.

La mediocridad de muchos de sus libros le da un sabor de infinito a la vasta obra de Masters. A veces se tiene la impresión de que escribir todos esos tomos desangelados fue el precio fáustico que le tocó pagar por aquella temporada de 1914 y 1915, en la que se le permitió tomar dictado de los ángeles. Con resignación de beduino, comencé a buscar el rastro de Cuba en sus páginas más áridas.


Finalmente hallé una pista. La novela Children of the Market Place relata las aventuras de James Miles, un alter ego del autor, que conoce y se vuelve un ferviente partidario de Stephen Douglas, el rival de Lincoln admirado por Masters. La historia parece una recreación de la amistad de Masters con William Jennings Bryan. En la novela, James Miles, protagonista y narrador, se entera de que poco después de derrotar a Lincoln en la campaña de 1858 para el Senado, Douglas se va a recorrer los estados del Sur y visitar Cuba, lo cual es históricamente cierto. En la novela, James Miles decide ir con su esposa a La Habana para encontrarse allí con Douglas. Al llegar, se entera de que este se ha ido a visitar las cuevas de Bellamar. Miles y su esposa pasan tres días en La Habana esperando por el senador, sin mucho que hacer. Es fácil suponer que el relato de esos días en la novela —breve, soso— debe estar basado en la visita del propio Masters a La Habana en 1905
.


La ciudad se veía tan radiante bajo aquel sol dorado, y el aire era tan propicio, que decidí dedicar aquellas horas maravillosas a conocerla.

La Habana era tan desconocida para mí como para Dorothy. Era una ciudad española, por lo que no se parecía a Londres ni a ninguna otra ciudad inglesa. Tuve la impresión de que era del tamaño de Nueva York en 1833. Pasamos tres días recorriendo en coche el Paseo de Paula, el Malecón, el Prado bordeado de laureles, con sus elegantes casonas y clubes. Visitamos los parques, la Bolsa, las iglesias antiguas, el arsenal, el castillo de La Fuerza, construido por De Soto, las viejas plazas de Colón y Tacón, el Palacio; y vimos en la Catedral el medallón que identifica el sitio donde se colocaron los restos de Colón cuando los trajeron de Santo Domingo en 1796. Íbamos a cenar a los cafés y a los hoteles, fuimos al teatro y salíamos a caminar, cuando Dorothy se sentía con fuerzas, por los parques o a lo largo del muro que bordea el mar desde la Punta.[11]


Es difícil pensar que esa visita que describe pudiera cambiar a nadie. Algo más debió ver o vivir Edgar Lee Masters en La Habana para decir lo que afirma en la carta a su padre. Sea como fuese, al entrar en la bahía de La Habana, Masters tuvo que haber visto algo que de seguro no vio Douglas en 1858: los restos del Maine, un montón de chatarra tenebrosa que se asomaba aún sobre las aguas. No sabía entonces que aquel naufragio de pólvora, que para él representaba el fin de la república jeffersoniana, de alguna manera lo liberaría diez años más tarde para poder cantarla en la Antología de Spoon River.



Notas:

[1] The Letters of Ezra Pound to Margaret Anderson, página 59. New Directions, New York. 1988

[2] “The genesis of Spoon River”. Edgar Lee Masters.
The American Mercury, enero de 1933, páginas 38-55.

[3] Su nombre y biografía aparecen incluidos en el libro
Prominent Democrats of Illinois. Biographical Sketches Of Well Known Democratic Leaders. Democrat Publishing Co., Chicago. 1899.

[4]
Speeches of William Jennings Bryan, Volumen 2. Funk and Wagnalls. New York. 1913. El discurso pronunciado por Bryant en la Convención Demócrata de 1900 se titulaba “The Paralyzing Influence of Imperialism”. Entre otras cosas, afirma Bryan en su discurso: “If elected, I will convene Congress in extraordinary session as soon as inaugurated and recommend an immediate declaration of the nation’s purpose: first, to establish a stable form of government in the Philippine Islands, just as we are now establishing a stable form of government in Cuba; second, to give independence to the Cubans.”

[5]
The New Star Chamber and Other Essays, Edgar Lee Masters. The Hammeesmark Publishing Company. Chicago, 1904.

[6] Los tres extensos (y mediocres) poemas que forman el libro
Gettysburg, Manila, Acoma, de 1930, retratan claramente esta visión revisionista de la historia americana. “Gettysburg”, por ejemplo, es una apología de John Wilkes Booth, el asesino de Lincoln.

[7]
Across Spoon River (Autobiografía), página 326. Edgar Lee Masters. University of Illinois Press. Chicago, 1991.

[8]
Edgar Lee Masters: A Biography, página 55. Herbert Russell. University of Illinois Press. Chicago, 2001. Russell comenta también que en otras ocasiones Masters, que en este asunto como en tantos otros cambió muchas veces de opinión, achacaba su fracaso a un escándalo en el que estaba envuelto por esa época su socio del bufete. La exhaustiva biografía escrita por Russell ha sido la “hoja de ruta” que he usado para investigar la vida de Edgar Lee Masters y para escribir este artículo. El uso que he hecho de ella no se resume a esta cita.

[9]
Spoon River Anthology. An Annotated Edition, páginas 281 y 417. Edgar Lee Masters, John E. Hallwas. University of Illinois Press. Chicago, 1991. En las notas de esta edición, Hallwas cita parte del párrafo de la autobiografía de Masters que incluyo aquí.

[10] Agradezco a MaryJo A. McAndrew, especialista de los archivos de Knox College, su amabilidad, eficacia y paciencia.


[11]
Children of the Market Place, páginas 296-298. Edgar Lee Masters. The MacMillan Company. New York, 1922.


Ilustración: Facsímil de la carta de Edgar Lee Masters. Special Collections and Archives, Knox College Library, Galesburg, Illinois.

1 comment:

  1. Lo lei en PD y me parecio muy bueno.
    Es una historia apasionante la de nuestro querido Edgar Lee Masters.
    Aqui, lo dejo dicho, pues.
    Muchas felicidades.
    Saludos a todos por alla.

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