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Monday, December 17, 2012

"Siempre nos quedará Madrid": el terrible y feliz destierro de Enrique del Risco

Esta semana el New York Times publicó la noticia de que en una subasta alguien había pagado $602,500 por el pequeño piano de la película Casablanca. No es el piano del Rick’s Café Américain donde Sam toca el tema que todo el mundo conoce, sino el otro, el que aparece silencioso y fugaz en la escena que rememora el amor de Ilsa y Rick en París. Esos días parisinos son a la larga la razón de todo lo que sucede en Casablanca. "Siempre nos quedará París", le dice Rick a Ilsa para convencerla de que debe partir al final de la película. Rick sabe que la nostalgia puede ser útil si se usa en dosis prudentes. La prueba de ello es que Ilsa se va en el avión y el capitán Renault ordena arrestar a los sospechosos habituales poco antes de que salga el letrero: The End.

E
sta semana leí Siempre nos quedará Madrid (Sudaquia Editores, New York, 2012), el libro de memorias de Enrique del Risco sobre su vida en España a mediado de los años noventa.


Comencé a leerlo con más temor que esperanza. ¿Por qué se le habría ocurrido a Del Risco contar una historia que comparten —con diferentes matices y la misma esencia— casi dos millones de cubanos? ¿No se daría cuenta de que los cubanos no leen memorias de compatriotas porque nuestro egocentrismo innato nos impide mostrar interés por nadie que tenga un cuento semejante al nuestro? El libro me ha curado de esos temores. A medida que avanzaba en su lectura, fui constatando con creciente alivio que Del Risco, como Rick, sabe dosificar la nostalgia y atrapar al lector con un relato directo... al mentón.

Siempre nos quedará Madrid merece leerse por varias razones, más allá de la muy saludable de poner a un lado nuestro egocentrismo. La primera es la peculiar visión que el autor tiene del destierro. La historia canónica del exilio cubano supone que alguien sale de Cuba y triunfa en el extranjero, pero a pesar del éxito y el nivel de vida alcanzados añora cada día su Isla. Del Risco propone la antítesis de ese canon. Su libro es la historia de dos jóvenes —el autor y su esposa— que llegan a España y "se comen un cable", pero que cada día se sienten dichosos de haber logrado largarse de la Isla.

Esa dicha no es un síntoma de desarraigo, sino el resumen de una experiencia vital que pasó de la fe a la desesperación después de visitar el desengaño y naufragar en el aburrimiento. Y ahí está uno de los mayores hallazgos de estas memorias. Del Risco va dibujando —como no he visto hacer a nadie hasta ahora— una nueva relación con Cuba que no encaja en los arquetipos usuales. La Cuba que Del Risco asume como suya no es la República, que no conoció, ni es el país del "socialismo real" en el que creció, y que se le fue haciendo cada vez menos real y tolerable. En los puntos de comunicación y distanciamiento que el autor describe o sugiere en su libro se define una nueva relación con un archipiélago del que cada cual elige los islotes que considera más amigables. El destierro para Del Risco y su generación no es el distanciamiento físico de un país, sino el extrañamiento —a veces voluntario— de ciertas zonas de la cubanidad irremediablemente envenenadas por la historia. 

El contrapeso de ese destierro es otro tema recurrente en Siempre nos quedará Madrid: el reencuentro con las tradiciones y costumbres occidentales extirpadas de la Isla en favor de una quimera atea y colectivista. Cada detalle de Madrid, desde la voz que anuncia la próxima parada del metro hasta la celebración de la Navidad, son señales de un mundo largamente perdido, pero con el que hay una relación viceral que sobrevive. En su relato de las procesiones de Semana Santa en Cádiz, una salida al cine, un picnic en el Parque del Retiro o la celebración de la Navidad en Madrid, y en su recurrente evocación de la amistad y la familia, Del Risco perfila de soslayo, metafóricamente, las posibilidades y los límites del reencuentro de Cuba con su propia tradición y esencia. Su libro puede leerse como el retrato de la emigración cubana de los noventa, pero también como un esperanzador atisbo de sobrevida.

Y esas señales vienen administradas con una mezcla de humor y agudeza que no sorprenderá a los lectores de sus libros anteriores o los visitantes habituales de su blog ("Enrisco"), pero que agradecerán todos los que se asomen a este libro. En una historia llena de posibles trampas para el narrador (la reiteración de lo conocido, la exageración cubana, el sentimentalismo del exiliado), Del Risco logra una y otra vez desmentir a Máximo Gómez. No puede uno leer este su relato sin admirar las numerosas ocasiones en que logra combinar las palabras y las cosas en su proporción más natural, llegando —sin pasarse— adonde quiere llevar al lector. Será el sentido del ritmo que tienen los humoristas o será que Del Risco es la excepción que confirma la regla de Gómez, pero en la receta de este libro cada ingrediente está medido con la obsesión por la exactitud de un relojero suizo.

Al final, el héroe convence a la chica de que se vaya en el avión con una versión ibérica de la frase de Bogart: "Siempre nos quedará Madrid'. Pero la chica, que al cabo es la protagonista del libro, se lleva al héroe en el avión con ella. García Márquez dijo alguna vez en una entrevista que él escribía para que sus amigos lo quisieran más. Después de terminar el libro, uno queda con la impresión de que Del Risco escribe también para que sus amigos lo quieran más... y que, con estas memorias, probablemente lo consiga.

3 comments:

  1. Hermosa resenia, Tersites. Aun no lei el libro, ya te contare.
    Saludos a todos por alla y muchas felicidades.

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  2. Gracias, Zoe, por pasar, leer y comentar —hoy y tantas otras veces. Sí, el libro de Enrique te va a gustar, te lo prometo...

    Tersites

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  3. Magnifica resena, Tersites. Me ha encantado. Pronto leere el libro de Enrisco.

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