Esta semana salió a la venta una nueva edición de A Moveable Feast (París era una fiesta). La edición original es de 1964 y estuvo a cargo de Mary Hemingway, la cuarta esposa y viuda definitiva del escritor. La nueva edición está a cargo de Séan Hemingway, nieto de Ernest a través de su segunda esposa, Pauline.
Cuando leí el artículo de Christopher Hitchens en el número de junio de The Atlantic pensé que la nueva edición era una manera elegante del nieto para hacer unos dólares más con el abuelo. (Corren tiempos muy duros.) Después de leer el artículo de Motoko Rich en el Times del domingo anterior, quedé convencido de que se trataba de un serio esfuerzo editorial. Lamentablemente, a leer el fragmento de la nueva edición publicado por el Times en Internet y compararlo con la edición de 1964, ya no estoy muy seguro de nada. Es lo que pasa siempre cuando uno trata de saber verdaderamente de algo.
Según Hitchens la nueva edición contienen un fragmento “encantador” sobre la relación de Hemingway con su primogénito y un análisis del comercio horizontal de Ernest y Hadley. Rich por su parte pone más insistencia —aunque Hitchens también lo menciona— en que la nueva edición es una reparación del daño supuestamente causado por Mary Hemingway en la edición original con la intención de disminuir la importancia de Hadley en la vida de Papa.
Para salir de dudas, decidí comparar el fragmento publicado en el Times con la edición del 64 y fui destacando en rojo los pedazos “nuevos”. Pensando en los tres lectores de este blog, pero pensando sobre todo en mi propio divertimento, decidí entonces traducir todo el fragmento y colgarlo para que cada quien juzgue por sí mismo. He tratado de ser lo más fiel posible a un texto a ratos ambiguo y por momentos, y quizás a propósito, desaliñado. Si se consulta la traducción de Aitana Alberti León, la hija de Rafael Alberti, que se publicó en Cuba en 1988, se nota que en aras de la claridad, la traductora fuerza algunas oraciones del original para que revelen su significado. He tratado de dejar mi traducción tan ambigua como el texto en inglés.
De cualquier manera me compraría el libro, sin tener que creerme la publicidad disfrazada de crítica de Hitchens y Rich. Lo mismo sucederá a muchos otros, y no se debe exclusivamente a la curiosidad morbosa o el snobismo. No es infrecuente que las obras póstumas muestren resquicios cojos de la obra de un autor. No es el caso de A Moveable Feast. Aunque es un libro menor, y en el que lector debe cargar con la tendencia hemingwayana a la auto conmiseración y la egolatría pueril, el autor nos muestra retratos excepcionales de algunos famosos contemporáneos, siendo quizás el mejor de ellos el retrato involuntario que hace de sí mismo.
Las sáficas desavenencias hogareñas de Gertrude Stein y Alice B. Toklas, el vocabulario soez con que pelean y las relaciones que establecían con los escritores en cierne son el mejor contrapeso para la lectura posterior (en mi caso) de ese libro exquisito y egolátrico que es The Autobiography of Alice B. Toklas. Esa persona/personaje por cuya boca Gertrude se llama a sí misma “genio” es, en el libro de Hemingway, una fierecilla diminuta, pero indomable y sádica.
El retrato de Scott Fitzgerald, que es el más desalmado de todos los del libro, nos revela mejor la envidia hemingwayana que cualquiera de las proverbiales faltas de Scottie. El alcoholismo, Zelda posesa y posesiva, la cortedad del miembro viril, la prostitución del talento: nada se le queda a Papa Hemingway en el tintero a la hora de presentarnos al “hermoso y maldito” Fitzgerald. No he leído ninguna crónica confiable sobre las dimensiones priápicas de EH, pero asombra que Ernestito se atreviera a criticar a nadie por sus problemas con el alcohol o las esposas. [De la cuarta acusación, la degeneración del talento, espero hablar en otra filípica.] Cuando uno regresa luego a The Beautiful and Damned, Tender Is the Night o The Great Gatsby, se pregunta cuál de aquellos defectos imperdonables hizo que los personajes fallidos y cobardes de Fitzgerald sean a la larga más creíbles —queribles— que los héroes mayestáticos del Dios de Bronce.
Ezra Pound es quien mejor sale en la foto. EH describe su generosidad multitudinaria, la acumulación de cultura más monstruosa desde Pico della Mirandola, su olfato para el talento en cierne, sus Cantos que definen el rumbo de la poesía inglesa posterior. Esos elogios, por supuesto, vienen salpicados con las burlas a su ineptitud para aprender a boxear o tocar el fagot y su admiración por pintores japoneses que EH detestaba. Pero antes escribe las palabras más bellas y más justas que se hayan dicho sobre Pound: “Ezra era más bueno que yo, y miraba más cristianamente a la gente. Lo que él escribía era tan perfecto cuando se le daba bien, era tan sincero en sus errores, estaba tan enamorado de sus teorías falsas, y era tan bondadoso con la gente, que yo siempre lo tuve por una especie de santo”.
Sin mencionar el antisemitismo de Pound ni su admiración por el fascismo italiano y su compromiso con el régimen, EH mete de contrabando esas dos frases absolutorias para su amigo y maestro: “era tan sincero en sus errores, estaba tan enamorado de sus teorías falsas”. Y sin embargo, esa capacidad de perdón para los errores de il miglior fabbro, ¿no sería una penitencia por su escasa fidelidad a Pound durante los años de su prisión hospitalaria en St. Elizabeth?
El fragmento que traduje es el final del libro y trata del fin del primer matrimonio de EH. Es un relato primario y sencillo, y la vez agudo y lacerante, del final del amor. La repetición constante, la ausencia de comas, las oraciones imperfectas, ¿revelan que faltaba una buena edición o que EH prefirió que la prosa imprecisa por una vez nos dejara entrever la emoción que vencía a la destreza artesanal que lo hizo famoso? No lo sé, pero en este y otros ejemplos A Moveable Feast nos presenta el bisturí de EH haciendo la taxidermia a sus amigos de carne y hueso y de sí mismo en lugar de a los personajes de su imaginación. Y a ratos se puede ver y oler la sangre.
Por esas y otras tantas razones, A Moveable Feast es una lectura que sacia nuestra curiosidad más morbosa al tiempo que nos sugiere mil preguntas. Los escritores que se toman en serio, cuando nos quieren hacer pensar, tratan temas elevados y escabrosos que salpican con citas irreprochables. Hemingway conseguía lo mismo describiendo el sabor de un daiquirí, la manera en que su gato se comía un mango o el mal aliento de Ford Madox Ford, con las oraciones mejor escritas que uno le pueda pedir a nadie. Funny, isn’t it?
Uy Tersites, que susto, mas de un mes de ausencia!
ReplyDeleteDisfruté mucho la traduccion justamente por transponer sin afeites la ambiguedad de sentido y de estilo de ese gran afilador de bisturis, perdon, de lapices. No estar seguros de nada, eso es precisamente lo mejor.
P.