Por su parte, el mayor mérito de los blogs o las bitácoras o como se llamen esos engendros, es ofrecer a un ejército de imbéciles la posibilidad de anunciar al mundo su egolatría. Un blogger es un tipo al que le falta talento o disciplina para escribir nada serio, pero que al mismo tiempo carece de la humildad o el valor necesarios para aceptarlo. El blogger es un cobarde con delirio de grandeza.
Al principio el tipo se convence a sí mismo de que sólo se trata de una "blogedera", un chiste. Le da un poco de vergüenza decir a sus amigos que ahora se dedica a perder el tiempo en una faena tan inútil, que desatiende a su familia para escribir sus llantenes de genio incomprendido. Pero no tarda mucho en perder el recato. El blogger entonces se llena de entusiasmo y lo mismo escribe una nota sobre la Guide to Kulchur de Ezra Pound que sobre el concurso de perros del Westminster Kennel Club o las marchas de las Damas de Blanco. El tipo, que antes leía el periódico por puro placer, ahora lo escrutiña en busca de "temas". Lo mismo pasa con las conversaciones con los amigos, los correos electrónicos de la noviecitas de la adolescencia, las guerras de rapiña, los viajes familiares, las crisis económicas o la muerte prematura de un tío sifilítico. La vida se le convierte en "materia prima" para su blog. "Todo va a dar a un libro", se decía antes, pero ahora ya sabemos a dónde va a parar todo.
El blogger es cheo, pero quiere ser un tipo cool. Los moralistas dicen que lo peor del Internet es la pornografía, los precavidos dicen que es el robo de identidad, pero tanto unos como otros se equivocan. Lo peor de todo es esa masa de escritores de bazofia, que nos aburren a diario porque son incapaces de aceptar su insignificancia con un mínimo de dignidad.
Los pobres amigos son los que tienen que sufrir el onanismo intelectual del idiota. Si te encuentras con un blogger, lo llamas por teléfono o, peor aún, le escribes un email, te espanta la puñetera pregunta: "Oye, ¿viste lo que colgué anoche?" Y uno se siente obligado a decirle a este Sancho que se cree Cervantes que sí, que lo leyó tres veces, que "qué bueno te quedó eso, brother". Uno trata de cambiar el tema de conversación, pero ni modo. Al blogger solo le interesa hablar de su último post. Cuando uno no ve otra salida, le dice: "Socio, tú de veras tienes talento, deberías estar escribiendo un libro". Hay que ver la cara de monaguillo con roquete nuevo que pone el blogger cuando le dicen eso. Y es esa carita de satisfacción angelical la que le sugiere a uno la idea de darle una buena patada en el culo para que deje de machacarnos los sesos con sus babosadas de niño sin abuela.
Si admiro a los gobiernos de Zimbabwe, Corea del Norte, Siria y Libia (y de algún otro país cuyo nombre no recuerdo ahora), es porque tratan a los bloggers como se merecen. Los ingenuos acusan a esos gobiernos de reprimir la libertad de expresión. Yo celebro su sabiduría, el celo con que defienden el buen uso de la sintaxis, sus esfuerzos contra la pérdida de tiempo. Porque, ¿qué cosa es un blog sino una suma de oraciones cojas y ratos perdidos? En esa loable represión profiláctica de los que piensan que tienen algo que expresar quizás esté la calve de la armonía y la prosperidad. No en balde Zimbabwe, Corea del Norte, Siria y Libia (y algún otro país cuyo nombre no recuerdo ahora), gozan de la paz social y la prosperidad económica que tanto les envidian los países del Primer Mundo, idiotizados como están por la proliferación de los malditos blogs, las bitácoras o como quiera que se llamen esos engendros.
Yo le he advertido a mi familia que si alguna vez me da por escribir un blog será la señal inequívoca de que ha llegado el momento de comenzar a darme las medicinas contra la demencia senil. Es algo que jamás haría en mi sano juicio.