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Monday, September 30, 2013

De cómo Shostakovich perdió la nariz

El miércoles, con dos entradas regaladas por uno de esos amigos que hay que tener en la vida, fuimos al Metropolitan Opera House a ver La nariz, la ópera de Shostakovich. 

El libreto está basado en el cuento de Gogol del mismo título. Cuento y ópera se desarrollan en la primera mitad del siglo XIX. Sin embargo, en esta puesta en escena, a cargo del dibujante y cineasta sudafricano William Kentridge, la historia está ambientada en los años del estalinismo duro, cuando la ópera fue compuesta, escenificada y momificada por las autoridades culturales de la Unión Soviética.

Shostakovich terminó La nariz en 1928, cuando tenía 22 años y ya era famoso en la URSS y en Occidente gracias a su 1ra Sinfonía, que compuso con diecinueve años de edad. El relato —y la ópera, que es una adaptación fiel— es una sátira absurda en la que un señor respetable pierde la nariz y esta, independizada de su dueño, cobra personalidad propia.

La música es una mezcla frecuentemente atonal de folklore ruso con descargas de percusión y metales cercanos al jazz. Los comentaristas aseguran que Shostakovich la escribió influido por la ópera Wozzek de Alban Berg. En fin, no sería arriesgado afirmar que nadie ha salido jamás de una función de La nariz tarareando una de sus arias.

La nariz se estrenó en Leningrado en 1930. Era la época en que la Asociación de Músicos Proletarios de Rusia había decidido "adaptar" las óperas clásicas para darles "contenido revolucionario". Cuenta Galina Vishnevskaya en su incomparable autobiografía Galina: A Russian Story, que Los hugonotes de Meyerbeer se convirtieron entonces en Los decembristas, y que Tosca pasó a ser una ópera comunista titulada La lucha por la comuna. En la nueva versión de la obra de Puccini, Tosca se iba a las barricadas enarbolando una inmensa bandera roja. 

El absurdo burlón de La nariz parecería inaceptable en medio de esa orgía de idiotez bolchevique. La ingeniosa idea de Shostakovich fue usar un cuento de Gogol, escrito noventa años antes, para evadir la censura. Si el relato de Gogol se hubiese publicado en 1926 en lugar de 1836, todo el mundo hubiese dicho que era un cuento surrealista o "kafkiano", y habría sido condenado por las autoridades soviéticas. Claro que Shostakovich no hubiese podido usar "La metamorfosis" u otro relato contemporáneo similar para su ópera. Pero eligió un cuento prudentemente ruso y decimonónico que expresaba el mismo absurdo y la misma irracionalidad que quisieron mostrar los surrealistas y los acólitos de Dada —y el propio Shostakovich.

Su estrategia no fue completamente exitosa. La obra se estrenó, tuvo dieciséis presentaciones... y jamás se volvió a poner en la Unión Soviética hasta 1974. Shostakovich, que se hacía el tonto ante las insinuaciones de la censura, repetiría la táctica cuatro años después con su Lady Macbeth del distrito de Mtsensk, basada en una novela rusa del siglo XIX. En un artículo anónimo de Pravda, que se supone fue escrito por el mismo Stalin, la ópera fue condenada como "chabacana, primitiva y vulgar". La vida no le alcanzaría a Shostakovich para recuperarse de ese golpe. Todavía en el último tomo de sus memorias, dictado en 1971 (Khrushchev Remembers: The Last Testament, un libraco de 582 páginas que ahora se puede comprar en Amazon por $1.11), Nikita Khrushchev se lamentaba, hablando de Shostakovich: "Nunca pudimos entender por qué él tenía que hablar en favor del jazz".

La puesta de William Kentridge completa, quizás por primera vez, la idea original de Shostakovich. Kentridge acompaña la partitura atonal de Shostakovich y la historia absurda de Gogol con un collage babilónico de la vida —¿la muerte?— rusa de los años veinte. Ahí está el mismo Shostakovich tocando el piano con una nariz superpuesta en su cabeza, ahí vemos a Anna Pavlova bailando con cabeza de nariz, ahí nos asalta una cascada de tipografía soviética, imágenes de Lenin, banderas rojas, Stalin que aparece y desaparece, dejando solo su pipa humeante para recordarnos su recuerdo tristemente imborrable en la historia rusa... Hasta los reflectores que proyectan rectángulos de luz blanca recuerdan a Malevich. Todo lo que Shostakochky quizás soñó y no pudo incorporar a su ópera está ahí ahora, gracias al genio de William Kentridge. El efecto es tan abrumador como amanecer un día y constatar que a uno le falta la nariz, o como visitar la Rusia trágica e irrepetible de los años veinte.

Cuando le escribí a mi amigo para agradecerle el regalo, le dije que —si las tenía— por nada del mundo le fuera a regalar a nadie otras dos entradas para esa ópera; que él tenía que verla. Uno va a la ópera por el alivio de constatar que la perfección es alcanzable. Pero, con esta obra Shostakovich nos recuerda que también es alcanzable el infierno perfecto: basta con levantarse un día y constatar que hemos perdido la nariz. Y nadie se debería ahorrar esa advertencia.

[Aquí pueden ver el anuncio de la puesta:]




2 comments:

  1. Gracias por la reseña, Tersites. Casualmente, ayer tarde en el cine la vi anunciada en la cartelera de la temporada del Met. No es lo mismo verla y escucharla en un cine, pero a falta de pan, galleta. Estaré pendiente. Saludos.

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