El acertijo
La casualidad y la lectura me han revelado un pequeño secreto literario que hubiese preferido seguir ignorando. El lector está a tiempo de elegir…
A principios del verano, en el número de junio-julio de la revista Policy Review hallé el artículo “Orwell’s Instructive Errors", de Liam Julian, sobre dos colecciones de ensayos de George Orwell (GO) que acaban de publicarse. Como sabrá el lector, las dos novelas que hicieron a Orwell mundialmente famoso —1984 y Rebelión en la granja— también redujeron su figura a esas dos fábulas demoníacas. Sin embargo, el resto de su obra, que ha sido generalmente ignorado fuera del ámbito anglosajón, regala una agudeza y un rigor que no se adivinan en las mencionadas novelas. Me pareció una buena noticia la publicación de aquellos dos libros que me prometí comprar.
Aunque el largo artículo de Liam Julian divaga entre el tema que anuncia y críticas extemporáneas a Barack Obama, casi a la mitad del mismo hallé un párrafo revelador. El autor mencionaba la importancia del ensayo “A Hanging” (Un ahorcamiento) y las dudas que había despertado en varios comentaristas.
“A Hanging” fue publicado en agosto de 1931 en la revista literaria The Adelphi. En esa época su autor aún usaba su nombre de pila, Eric Blair. El breve ensayo es crucial en la biografía política y literaria de GO por varias razones. En primer lugar, fue uno de los primeros textos suyos que tuvo trascendencia (sigue siendo una de sus obras más leídas hasta hoy); además, contribuyó a definir su estilo de ensayista “de primera mano”, testigo presencial de los hechos que narra y analiza; and last but not least, fue una de las primeras señales de su desencanto con la “misión civilizadora” del Imperio Británico.
El párrafo de Liam Julia me pareció inquietante porque, como señala Bernard Crick, su biógrafo y admirador, en “George Orwell o el ensayista perfecto”:
Cuando uno se construye una reputación basada en la honestidad y las narraciones directas, el lector común llegará a admirar lo que lee más por la verdad literal que por el valor artístico y la verdad simbólica, a admirar la honradez del hombre más que la escritura; por lo tanto, quizá sienta después, si resulta que alguna parte de la narración no es cierta (es improbable que Orwell asistiera a un ahorcamiento en Birmania o que estuviera hospitalizado tanto tiempo como parece implicar), que tanto el ensayo, el cuento o el artículo (o lo que sea) como el hombre quedan disminuidos. Y los críticos literarios podrían llegar a subestimar sus poderes imaginativos y su capacidad crítica.
Un intento de investigación
En otras palabras, Bernard Crick insinúa que el pretendido ensayo no es más que un relato cocido con los caldos de la imaginación de GO. Y Liam Julian, citando otras fuentes, elucubraba que el texto de Orwell podía haber sido inspirado o basado en una narración semejante de otro autor. Comencé entonces a buscar las pruebas de los supuestos delitos (fraude y plagio). Hojeé la biografía de Crick y comprobé que, efecto, ponía en duda la veracidad del ensayo. Sin embargo, no daba pruebas de su aseveración: simplemente señalaba que jamás se había podido comprobar por otras fuentes que la anécdota ocurriera como la relata Orwell.
Más tarde fui a dar con los dos ensayos biográficos de Peter Stansky y William Miller Abrahams, reunidos en The unknown Orwell: Orwell, the transformation. En las páginas 268 y 269 se nos cuenta que Orwell supuestamente le habría confesado a Mabel Fierz, amiga de la familia Blair y admiradora de su obra, que “The Hanging” era una obra de ficción. En otras palabras, que el supuesto ensayo era un fraude. Otra vez, no se mencionaban fuentes ni testigos, ni se explicaba cómo ese rumor había llegado a oído de los autores. Comencé a pensar que se trataba de un caso extremo de maledicencia.
Deseoso de despejar mis dudas, busqué también los libros en que según Liam Julian, varios críticos habían señalado como posibles fuentes de inspiración para “The Hanging”. Stephen Ingle afirmaba que el ensayo orwelliano podría estar basado en el cuento “The Vice-Consul” de Somerset Maugham. Como el lector puede comprobar leyendo el relato, este texto no parece tener nada en común con el de Orwell, si se exceptúan el tema y la eficacia con que se presenta.
Según D.J. Taylor, nos dice Liam Julian, “The Hanging” podría estar basado en el relato “Going to See a Man Hanged” de Thackeray. Busqué ese texto farragoso y tampoco le hallé ningún parecido con el ensayo de GO. Me sentí aliviado. Volví a leer las páginas espléndidas de “The Hanging” con renovada admiración.
Los días propicios del verano me ayudaron a olvidar el asunto. Sin embargo, hace dos semanas, mientras leía el voluminoso Borges (Ediciones Destino, S.A. Barcelona 2006) de Bioy Casares, en la página 1183 hallé esta frase del ciego clarividente sobre Robert Louis Stevenson:
¿Te acordás del episodio de Weir of Hermiston en que el Lord Justice abruma al condenado a muerte? Lo que más conmueve al hijo del terrible juez (que asiste al juicio) es que el pobre condenado a muerte lleve una bufanda, para protegerse la garganta, que le duele.
Inmediatamente recordé la anécdota central de “The Hanging”. Según Orwell, cuando el condenado se hace a un lado para evitar meterse en un charco de agua que halla en su camino, él se da cuenta de la injusticia intrínseca de la pena de muerte. Ese gesto mínimo le revela, como ningún otro, que un hombre, plenamente vivo, va a ser exterminado en unos minutos.
Busqué la novela de Stevenson, Weir of Hermiston, y comprobé que mis sospechas no eran infundadas. (También comprobé que es una lectura memorable.) En ambos textos, el de Stevenson y el de Orwell, el observador cae en cuenta de la injusticia de la pena máxima al observar un acto insignificante del reo (a punto de ser ahorcado en ambos casos) que lo revela en toda su humanidad. Para Stevenson es la bufanda que protege la dolorida garganta del condenado. Para Orwell es ese paso lateral para evitar meterse en el charco. En ambos casos también, es un momento definitorio en la relación del personaje con una autoridad hasta ese momento respetada (el padre para Archie, el Imperio Británico para Orwell).
¿Se trataba de una casualidad o podría afirmarse que Orwell se había inspirado en la escena de Stevenson? ¿Cuán bien conocía Orwell la obra del escocés? Comencé de nuevo la búsqueda. Unos días después había hallado dos pistas. Tanto en el capítulo 4, “Eton: Resting on the Roars, (1917–21)”, de la biografía de Bernard Crick, como en The Unknown Orwell de Peter Stansky y William Miller Abrahams se relataba un episodio clave. Estando en Eton College, en 1921, Orwell fue seleccionado para dar uno de los tradicionales “discursos” (lecturas, en realidad) de la fiesta del 4 de junio, día del cumpleaños del rey Jorge III. ¿Qué texto eligió Orwell para leer en su “día de gloria”? Un fragmento de “The Suicide Club” (El club de los suicidas) de Robert Louis Stevenson, publicado en la London Magazine en 1878. No faltan otros testimonios de que Orwell, para decirlo en el estilo de Borges, profesaba el culto de Stevenson.
¿Quién tiene la última palabra?
Será el lector quien decida si la suma de estas pistas indica que Orwell inventó o no su historia del ahorcamiento inspirándose en Stevenson. Para ayudarlo a responder esa pregunta, adjunto más abajo los dos fragmentos clave a que me refiero (con mis apresuradas traducciones al castellano en letras azules y debajo de cada fragmento original en inglés).
He buscado inútilmente en Internet alguna referencia a la posible influencia de la narración de Stevenson en la de Orwell. Me parece irónico que los estudiosos de la obra de OG, conscientes de su admiración por Stevenson, nunca hallan descubierto la evidente conexión entre los dos relatos. Me parece irónico también que esa revelación me haya llegado por casualidad a mí, que no la busqué ni la hubiese deseado. Y me parece más irónico aún que me la haya regalado Borges, que adoraba a Stevenson y se deleitaba en misterios literarios.
Quisiera creer que Orwell no estaba engañando a sus lectores. Me queda la duda. Me consuela el hecho de que tratando de responder a mis preguntas topé con dos o tres textos admirables de Orwell, Stevenson y Maugham. Ojalá que el lector sea premiado también con esas lecturas que lo aliviarán de mi torpe prosa.
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