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Sunday, October 18, 2009

Dos fragmentos (y sus traducciones)

[Este post es una continuación del que aparece más arriba, "¿Ahorcamos a Orwell?". El lector verá aquí un fragmento de Stevenson y otro de Orwell, cada uno de ellos seguido por mi traducción al español en tipografía azul.]

Weir of Hermiston 

Robert Louis Stevenson

It chanced in the year 1813 that Archie strayed one day into the Judiciary Court. The macer made room for the son of the presiding judge. In the dock, the centre of men's eyes, there stood a whey-coloured, misbegotten caitiff, Duncan Jopp, on trial for his life. His story, as it was raked out before him in that public scene, was one of disgrace and vice and cowardice, the very nakedness of crime; and the creature heard and it seemed at times as though he understood — as if at times he forgot the horror of the place he stood in, and remembered the shame of what had brought him there. He kept his head bowed and his hands clutched upon the rail; his hair dropped in his eyes and at times he flung it back; and now he glanced about the audience in a sudden fellness of terror, ana now looked in the face of his judge and gulped. There was pinned about his throat a piece of dingy flannel; and this it was perhaps that turned the scale in Archie's mind between disgust and pity. The creature stood in a vanishing point; yet a little while, and he was still a man, and had eyes and apprehension; yet a little longer, and with a last sordid piece of pageantry, he would cease to be. And here, in the meantime, with a trait of human nature that caught at the beholder's breath, he was tending a sore throat.


Fue por azar que en el año 1813 Archie entró un día al Tribunal de Justicia. El ujier hizo pasar al hijo del juez que en ese momento presidía la sesión. En el banquillo, con todas las miradas clavadas en él, estaba un reo de rostro pálido y aspecto despreciable, Duncan Jopp, sometido a un juicio en el que le iba la vida. Su historia personal, como se le echó en cara en frente de la multitud, era una lista de desgracias, vicios y cobardías, una imagen descarnada de la maldad; y el reo escuchaba y a veces parecía entender, como si a ratos olvidara el horror del lugar donde se encontraba, y recordara la vergüenza de los actos que lo habían llevado hasta allí. Mantenía la cabeza baja, sus manos se aferraban a baranda; el pelo le caí sobre los ojos, de cuando en cuando lo echaba hacia atrás; entonces levantó la vista y miró al público como invadido súbitamente por el terror, y miró al juez a los ojos y tragó en seco. Llevaba en el cuello un sucio trapo de franela; y quizás fue ese detalle lo que hizo que la balanza en la mente de Archie se moviera del disgusto a la lástima. El pobre diablo estaba en ese instante en el punto de fuga; por un rato, seguiría siendo un hombre, y tenía ojos y aprehensión; un poco después, sin embargo, y tras una sórdida ceremonia, dejaría de existir. Pero mientras tanto, con un rasgo de humanidad que dejó al observador sin aliento, trataba de aliviar su dolor de garganta.

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A Hanging

George Orwell

It was about forty yards to the gallows. I watched the bare brown back of the prisoner marching in front of me. He walked clumsily with his bound arms, but quite steadily, with that bobbing gait of the Indian who never straightens his knees. At each step his muscles slid neatly into place, the lock of hair on his scalp danced up and down, his feet printed themselves on the wet gravel. And once, in spite of the men who gripped him by each shoulder, he stepped slightly aside to avoid a puddle on the path.

It is curious, but till that moment I had never realized what it means to destroy a healthy, conscious man. When I saw the prisoner step aside to avoid the puddle, I saw the mystery, the unspeakable wrongness, of cutting a life short when it is in full tide. This man was not dying, he was alive just as we were alive. All the organs of his body were working – bowels digesting food, skin renewing itself, nails growing, tissues forming – all toiling away in solemn foolery. His nails would still be growing when he stood on the drop, when he was falling through the air with a tenth of a second to live. His eyes saw the yellow gravel and the grey walls, and his brain still remembered, foresaw, reasoned – reasoned even about puddles. He and we were a party of men walking together, seeing, hearing, feeling, understanding the same world; and in two minutes, with a sudden snap, one of us would be gone – one mind less, one world less.


Estábamos a unas cuarenta yardas de la horca. Observé la espalda desnuda y bronceada del prisionero al pasar delante de mí. Avanzaba torpe pero firmemente con las manos atadas, con el balanceo típico de los indios que nunca enderezan del todo las rodillas. A cada paso sus músculos se movían con perfecta exactitud, su mechón de pelo subía y bajaba al compás, y sus pies se clavaban en la grava mojada. En un momento, y a pesar de que dos hombres lo sujetaban por los hombros, se apartó ligeramente del camino para evitar pisar un charco de agua.

Es curioso, pero hasta ese instante jamás me di cuenta de lo que significa destruir a un hombre plenamente consciente y saludable. Cuando vi al prisionero apartarse del camino para evitar el charco, se me hizo claro el misterio, vi lo absolutamente injusto que era destruir una vida en su momento de plenitud. Aquel hombre no era un moribundo, estaba tan vivo como cualquiera de nosotros. Todos los órganos de su cuerpo funcionaban a la perfección —su intestino digería los alimentos, la piel se renovaba constantemente, sus uñas seguían creciendo, los tejidos continuaban su formación— todos proseguían su labor con la más solemne estupidez. Sus uñas seguirían creciendo cuando se parara sobre la trampa del cadalso, mientras cayera hacia el vacío una décima de segundo antes de morir. Sus ojos veían la grava amarilla y las paredes grises, y su cerebro aún recordaba, preveía, razonaba… incluso razonaba lo que se debía hacer al encontrar un charco en el camino. Él y nosotros caminábamos juntos, viendo, oyendo, sintiendo, entendiendo el mismo mundo; y dos minutos después, con un súbito chasquido, uno de nosotros cesaría de existir: una mente menos, un mundo menos.

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