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Thursday, May 10, 2012

Un capelo para el Cardenal... Ernesto

Ernesto Cardenal (Foto: Reuters)
Fue en los ochenta. Mi amigo Mario Delgado, biólogo y sacerdote, se apareció un día en casa con un regalo: el libro Poesía de Ernesto Cardenal, una antología publicada por la Casa de las Américas. No recuerdo si era mi cumpleaños 17 o 18, lo que sí recuerdo es que, si descontamos la Biblia y Los tres mosqueteros, me sería difícil pensar en un libro que me haya resultado a la larga tan definitivo.

Hoy tecleo con alegría esta palabra premio... Cardenal, ese cura rojo con apellido de príncipe purpurado, ha recibido la semana pasada el menos revolucionario de los premios: el Reina Sofía de Poesía. Me alegro por él y por la poesía. Ojalá alguna vez en Suecia pudieran entender que en Solentiname los mangos amarillan cada verano esperando las oropéndolas  


Leer a Cardenal fue descubrir que la poesía era un método de conocimiento, un cuento que hasta ese momento me había resultado intragable. Sus Salmos me hicieron aprehender los cánticos de David y su contemporaneidad como ninguna de las mil homilías que había escuchado para esa época; y leer "Oración por Marilyn Monroe" fue ver con otros ojos el cine y la cultura americana.


Pero fueron los 523 versos de las "Coplas a la muerte de Merton" los que me convencieron de que debía olvidar todo lo poco que sabía hasta aquel momento y comenzar a aprender el mundo desde cero, como un párvulo. Yo no sabía entonces que detrás de aquel poema —que parecía el compendio de todo— estaba todo Ezra Pound, digerido en las nicaragüenses entrañas de Ernesto Cardenal. Y ahí está la esencia del asunto, aunque yo no lo supiera entonces.


Ernesto Cardenal es el poeta vivo más importante de la lengua castellana. Sus detractores dicen que ha sido un mero traductor de Pound. Se equivocan dos veces. En primer lugar porque ser un espléndido traductor de Pound, como lo ha sido él, sería motivo sobrado para reverenciarlo; y segundo, porque se insinúa así que su obra es una especie de Pound pasado por agua castellana, lo cual es palpablemente falso. 


En la obra de Cardenal hay una apropiación destilada de la herencia poundiana. Y me atrevería a decir que en algunos poemas —sobre todo en las "Coplas"— uno siente que Pound llega a su destino. Ese arco que va del esplendor solar de "Hugh Selwyn Mauberley
a la lucidez lunática de los Cantos Pisanos no se vuelve a encontrar en la obra posterior de Pound, pero reencarna y se extiende en las "Coplas a la muerte de Merton". 

Con Ernesto Cardenal la poesía castellana borra la distancia que media entre el Central Park y el Lago de Managua. 
Y él es quizás el más grande poeta religioso del siglo XX en nuestra lengua. Los poetas de izquierda de la cofradía de Cardenal —pienso en Neruda y Guillén, por ejemplo— perdían la capacidad de descubrir nada en cuanto se ponían el traje de militantes para crear. Cardenal supo integrar las dos vocaciones, y ahí están como prueba sus Salmos, el "Oráculo sobre Managua" y hasta los Epigramas. Dicho sea también que Cardenal fue mejor lector de Pound que Neruda de Eliot, y ese detalle por sí solo revela su estatura. En cierta vertiente de la poesía en castellano, este poeta que acaba de recibir el Premio Reina Sofía es el heredero legítimo del imperio que dejó huérfano en una lluviosa tarde de París César Vallejo. El dinerillo se lo beberá él, y bien que se lo merece, pero la alegría ha sido compartida. Y por eso hay que dar gracias.


[Adjunto el primer poema de los Salmos, y los poemas 9 y 10 de su colección Gethsemaní, KY.:]


Salmo 1


Bienaventurado el hombre que no sigue las consignas del Partido

ni asiste a sus mítines
ni se sienta en la mesa con los gangsters
ni con los generales en el Consejo de Guerra


Bienaventurado el hombre que no espía a su hermano
ni delata a su compañero de colegio


Bienaventurado el hombre que no lee los anuncios comerciales
ni escucha sus radios
ni cree en sus slogans
Será como un árbol plantado junto a una fuente.     


9. 

2 am. Es la hora del Oficio Nocturno, y la iglesia
en penumbra parece que está llena de demonios.
Esta es la hora de las tinieblas y de las fiestas.
La hora de mis parrandas. Y regresa mi pasado.
          «Y mi pecado está siempre delante de mí.»
Y mientras recitamos los salmos, mis recuerdos
interfieren el rezo como radios y como roconolas.
Vuelven viejas escenas de cine, pesadillas, horas
solas en hoteles, bailes, viajes, besos, bares.
Y surgen rostros olvidados. Cosas siniestras.
Somoza asesinado sale de su mausoleo. (Con
Sehón, rey de los amorreos, y Og, rey de Basán.)
Las luces del «Copacabana» rielando en el agua negra
del malecón, que mana de las cloacas de Managua.
Conversaciones absurdas de noches de borrachera
que se repiten y se repiten como un disco rayado.
y los gritos de las ruletas, y las roconolas.
           «Y mi pecado está siempre delante de mí.»


Es la hora en que brillan las luces de los burdeles
y las cantinas. La casa de Caifás está llena de gente.
Las luces del palacio de Somoza están prendidas.
Es la hora en que se reúnen los Consejos de Guerra
y los técnicos en torturas bajan a las prisiones.
La hora de los policías secretos y de los espías,
cuando los ladrones y los adúlteros rondan las casas
y se ocultan los cadáveres. Un bulto cae al agua.
Es la hora en que los moribundos entran en agonía.
La hora del sudor en el huerto, y de las tentaciones.
Afuera los primeros pájaros cantan tristes,
llamando al sol. Es la hora de las tinieblas.
Y la iglesia está helada, como llena de demonios,
mientras seguimos en la noche recitando los salmos.


10. 

Como latas de cerveza vacía y colillas
de cigarrillos apagados, han sido mis días.
Como figuras que pasan por una pantalla de televisión
y desaparecen, así ha pasado mi vida.
Como los automóviles que pasaban rápidos por las carreteras
con risas de muchachas y música de radios...
Y la belleza pasó rápida, como el modelo de los autos
y las canciones de los radios que pasaron de moda.
Y no ha quedado nada de aquellos días, nada,
más que latas vacías y colillas apagadas,
risas en fotos marchitas, Boletos rotos,
y el aserrín con que al amanecer barrieron los bares.

1 comment:

  1. Gracias, Tersites, me hiciste viajar a las lecturas de los ochenta. Tuve el placer de conocerle, de visitar juntos la isla de los monos y el volcan Masaya, de ver a Benedetti verde porque temia a las aguas de la laguna y a Cardenal todo de blanco firmando su libro, y después preparar un asado, sentarse en un taburete y leer sus salmos.

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