Hay ternuras a las que resulta imposible resistirse. El artículo de Granma sobre el cumpleaños de Lenin ayer, por ejemplo, es una de ellas. La jaculatoria granmense se titula "Vladimir Ilich Lenin: Guía para todos los pueblos" y contiene una interesante cita de Fidel Castro sobre el momificado Vladimir: "Nadie, como él, fue capaz de interpretar esa teoría y llevarla adelante hasta sus últimas consecuencias."
Pensando en esa disposición de "llevarla adelante hasta sus últimas consecuencias" recordé una carta del querido Valdimir Ilich que leí hace unos años y que se me quedó tatuada en la memoria. Traduzco aquí la versión de la carta en inglés que publicara Richard Pipes en su imprescindible libro The Unknown Lenin: From the Secret Archive. (Los subrayados de la carta son de Lenin.)
11 de agosto de 1918
A Penza
A los camaradas Kuraev, Bosh, Minkin y otros comunistas de Penza
¡Camaradas! La revuelta de los kulaks en cinco distritos debe ser reprimida sin piedad. Los intereses de toda la revolución exigen hacerlo, pues ahora "la última batalla decisiva" contra los kulaks se está llevando a cabo en todas partes. Y uno tiene que dar el ejemplo.
1. Ahorquen (ahórquenlos sin falta, para que el pueblo lo vea) no menos de cien kulaks, ricachones y sanguijuelas.
2. Publiquen sus nombres.
3. Quítenles todo el grano.
4. Elijan a las personas que van a usar como rehenes, como indiqué en mi telegrama de ayer.
Háganlo todo de forma tal que en cien verstás a la redonda, el pueblo vea, tiemble, lo sepa y grite: están estrangulando y van a estrangular hasta la muerte a esas sanguijuelas de los kulaks.
Informen recibo del telegrama y su implementación.
Atentamente,
Lenin
PD: Búsquense unos cuantos tipos bien duros.
"Ahórquenme cien kulaks", ordena Lenin como quien pide un café con leche. Sí, sin dudas Vladimir Ilich —cuyo cumpleaños celebramos ayer—, estuvo siempre dispuesto a llevar la teoría "hasta sus últimas consecuencias". Sin embargo, esa frase de "nadie como él" suena un poco exagerada. Aunque Vladimir asesinaba con fruición y eficiencia, el comunismo ha contado con otros entusiastas del genocidio como método de control de población. Héroes del proletariado como Mao, Stalin o Pol Pot también ganaron sus medallas olímpicas en ese deporte que consiste en llevar la teoría "hasta sus últimas consecuencias".
Pero en Lenin se combinaban con especial gracia y originalidad la afición a asesinar gente incómoda, la creatividad para construir campos de concentración en la zona polar y una nada proletaria pasión por coleccionar autos Rolls Royce —como alguna vez comenté en este blog. A lo mejor es ese collage de hobbies contradictorios lo que hace de él un "guía para todos los pueblos". Al fin y al cabo, como bien dijera Vladimir Ilich, "uno tiene que dar el ejemplo".
El chavismo ha sido, entre otras cosas, un esfuerzo por promover a las clases más pobres, ya sea procurando atención médica o redistribuyendo los petrodólares que deja una industria cada vez menos eficiente. El chavismo ha sido también un esfuerzo continuo para demonizar a los venezolanos que prefieren otro gobierno. Chávez ganó las elecciones de octubre tras prometer una radicalización del proceso que haría "irreversible" eso que él llamó "el socialismo del siglo XXI". Poco más de la mitad de los venezolanos votaron por él. Esa "irreversibilidad" supone la exclusión permannente de los que Chávez llamó —y Maduro llama— majunches, pitiyanquis, oligarcas o traidores a la patria. Pero el anhelo de excluir se complica cuando los supuestos traidores suman el 49% de los ciudadanos del país.
¿Cómo se puede hacer "irreversible" un proyecto que la mitad del pueblo rechaza? Esa debe ser la pregunta que Maduro se hace ahora. En apenas cuarenta días como "presidente encargado", su popularidad experimentó una precipitada caída, a pesar de haber vivido esas semanas en una permanente campaña electoral. Cada vez que a Maduro lo dejan cerca de un micrófono el chavismo pierde partidarios. El autoproclamado "hijo de Chávez" es dado a decir tonterías y, al margen de su curioso espiritismo ornitológico, sus ideas parecen limitarse a dos obsesiones: la repetición necrofílica del nombre del difunto y su pintoresco convencimiento de que todo el que no piense como él es un "heredero de Hitler".
Para la mayoría de los observadores, el estrecho margen de su victoria y las crecientes sospechas de que las elecciones no fueron limpias son los problemas más urgentes que enfrentan Maduro y sus asesores. Pero quizás el ala más dura del chavismo vea esos hechos —y la reacción de la oposición— como una oportunidad para deshacerse de una buena vez de la liturgia democrática que practican cada vez con menos convicción. En sus semanas de mando, Maduro ha ignorado la Constitución —con la anuencia del Tribrual Supremo— cada vez que no le convino lo que esta prescribe. Y él sabe que, por débil que parezca tras las elecciones, nunca será más fuerte que hoy. Y que el camino de las urnas no conduce a la permanencia del chavismo en el poder, a lo que los politólogos llamarían con sorna "el chavismo maduro".
Durante su primer discurso como presidente electo, refiriéndose a la derrota en el refendo constitucional de 2007, Maduro dijo que aquella era "la única elección que perdimos y que perderemos en este siglo". ¿Cómo el líder de un partido que acaba de ganar la presidencia por un margen del 1% puede garantizar que su facción política no perderá otra elección en los próximos 87 años? ¿Estará pensando eliminar "el formalismo" de las elecciones? Si fuera así, las protestas que hoy sacuden Venezuela, y las muertes que se han producido, podrían ser la excusa para declarar una ley marcial e imponer el chavismo de Maduro: el chavismo más duro. Y sería una catástrofe para todos los venezolanos.