Hoy es el día de San Jorge de Capadocia, matador de dragones. También celebramos el Día de la Lengua —seríamos mucho más dichosos si celebráramos el Día del Oído. Para conmemorar esa fecha, le dieron el premio Cervantes a Juan Marsé, quien en su discurso afirmó: “Sé lo que representa tan alta distinción y a lo que ella me obliga en el futuro”. Me hubiese encantado que precisara esos deberes.
Marsé se quejó de que la televisión es mala, recordó que en la escuela sólo le enseñaron a cantar Cara al sol y a rezar el rosario; evocó sus años trabajando en una joyería; discurrió después acerca del asunto tremendo y singular de ser catalán y escribir en castellano; y demostró que no sabe leer en voz alta.
No tengo nada contra Marsé, por supuesto, pero hoy es el día de San Jorge, y uno esperaría un regalo mejor en su onomástico… Siento que nos devora el dragón de la mediocridad y recuerdo el lamento de Bob Dylan: My patron saint is a-fighting with a ghost/He's always off somewhere when I need him most. Me ha sucedido eso mismo hoy, qué puñetera suerte. ¿No le podrían dar el premio a García Márquez aunque tenga el Nobel? ¿O volvérselo a dar a Borges aunque esté muerto? Literariamente hablando, Marsé está menos vivo que Borges, por Dios.
Recuerdo que la lectura de Últimas tardes con Teresa me hizo decidir que aquellas serían mis últimas tardes con Juan Marsé. Me era imposible leer esa novela y no imaginarme a Marisol (¿o era la Massiel?) corriendo en un Fiat perseguida por el Cordobés o Palomo Linares. Era una imagen que espantaría a gente más valiente que yo.
Y pensar que a Borges le dieron sólo medio premio… Felicidades a Juan Marsé, por supuesto, pero ¡qué gran joyero perdió el mundo!
Post Data: En el blog del escritor Jorge Ferrer se puede leer una valoración más generosa del discurso de Juan Marsé.
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