Friday, April 3, 2009
Unos dicen que vamos cuesta abajo...
Entro en Salon y me entero: Joseph Stiglitz anda diciéndole a Der Spiegel que la cosa está mala, mala de verdad… y que se va a poner peor. Pero a Stiglitz le dieron el Premio Nobel de Economía por decir que la cosa siempre está mala, que la excepción son las buenas noticias. (“Información asimétrica” le dice el hombre, porque si le hubiera puesto simplemente “la cosa está mala siempre”, no le dan ningún premio.) ¿Lo dirá de verdad ahora o es que quiere otro Nobel?
Abro el New York Times* y veo que Paul Krugman la puso en China. Quiero decir, que hoy puso la mala noticia en China. A diferencia de Stiglitz, Paul Krugman no se ganó el Premio Nobel de Economía por decir que la cosa estaba mala. Se lo ganó por decir que el mundo era un supermercado, donde la gente quería ver cuatro marcas de queso Camembert aunque supieran todas igual. (Claro, no la llamó “el mundo es un supermercado”, sino “nueva teoría del comercio”, no faltaba más.) Sin embargo, desde que comenzó a escribir para el New York Times, el buen hombre se ha pasado diez años gritando dos veces por semana que el cielo se va a caer, como Medio Pollito. La única diferencia es que hoy piensa que se va a caer en China, por todos esos trillones de dólares que tienen confusianamente guardados los nietos de Mao. Y los chicos de la muralla no se atreven a dar el gran salto adelante y salir de ellos, por supuesto, porque saben bien donde paran esos brinquitos.
Mientras tanto, Obama anda comiendo queso Camembert y de otros quinientos tipos con su esposa en la dulce Francia. Pero, ¿quién podría criticarlo por eso? El hombre no parece tan preocupado. (Sus razones tiene para estar contento: en el primer trimestre de 2008, cuando 2 millones de americanos perdieron el trabajo, el se consiguió uno, no muy bien remunerado —$400.000 al año—, pero con muy excelentes “beneficios”.) Quien lo vio en la Cumbre de Londres hubiese pensado que estaba tratando de reeditar las francachelas del Rat Pack en lugar de arreglar el mundo, con Berlusconi haciendo de Sinatra, Medvedev de Billy Martin y él mismo en el papel de Sammy Davis Jr. Ojalá sea cierto lo que dicen los que dicen que saben: que la cumbre, aunque no produjo ningún milagro, reveló una actitud más responsable entre los gobiernos que la asumida hace 70 años —lo que no es mucho decir. Veremos… si es que vemos cuando llegue el momento.
De vuelta a casa, como le pasa siempre a uno cuando va de vacaciones, tendrá que volver a revisar las facturas por pagar, que no son pocas. Sin embargo, el Presidente disfruta de dos ventajas en este caso: la crisis que tiene entre las manos fue heredada, y el verdadero efecto de sus medidas no se podrá calibrar posiblemente hasta mucho después de que haya salido de la Casa Blanca. Para ese entonces, la rúcula de su ensalada ya no será del huertito que Michelle plantó en el patio de la mansión ejecutiva. Por eso quizás es que el hombre puede ahora disfrutar de la exquisitez de los quesos, de los vinos y de los ojos de la primera dama de Francia sin recordar siquiera que anda en tierra de revuelta y guillotina.
Otro peligro, sin embargo, menos inmediato pero de efecto instantáneo, se podría vislumbrar en el horizonte. Por ahora, todo es Camembert y Rat Pack. Vive la France! Viva Las Vegas!
(*For the record: No mentí cuando dije hace unos días que cancelaba la suscripción por “reestructuración del presupuesto”. Lo que pasa es que MD fue y renovó la suscripción sin decírmelo, por lo que el lunes al salir para el trabajo, cuando pensaba que finalmente tendría que leer algo serio en el tren hacia Manhattan, me encontré a la Gray Lady en su vestidito plástico azul, muy mimosa y cubierta de rocío, esperándome en el jardín de la casa.)
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Me has hecho reir, Jorge, y creeme que con el apartamento sin pagar, el carro chocado en mi propio parqueo y ningun novio en el horizonte...
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