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Monday, April 6, 2009

Obama y Osama

El 17 de febrero pasado, sin mucha fanfarria, el Pentágono anunció que el presidente Obama había aprobado un incremento de 11,000 soldados para las fuerzas militares estadounidenses en Afganistán.

El 4 de abril, la OTAN aceptó —tras insistentes pedidos de la Administración Obama— enviar 3,000 soldados a Afganistán. El mismo despacho indicaba que la administración estadounidense había solicitado a la OTAN suministrar la misma cantidad de nuevas tropas que Estados Unidos se propone enviar a Afganistán este verano: 21,000 soldados. O sea, el presidente Obama aspira tener casi 60,000 soldados más en Afganistán para agosto. Nada mal para un político que hizo "su agosto" y su carrera a la presidencia denunciando el uso excesivo de la fuerza militar, y que el día de su victoria nos recordó “que la fuerza auténtica de nuestra nación procede no del poderío de nuestras armas ni de la magnitud de nuestra riqueza sino del poder duradero de nuestros ideales”.

[Al margen, reportes de prensa indican que las condiciones en la prisión de Guantánamo han empeorado desde la elección de Obama. Y el New York Times aseguraba hace dos días en un editorial (Did They Miss the Memo?) que a pesar de las enfáticas promesas de transparencia del actual presidente, la administración ha seguido la detestable tradición de secretismo que nos regalaron Bush y compañía. ¿Dónde estarán todos aquellos campeones del pacifismo, el respeto a los derechos humanos de los prisioneros y la transparencia gubernamental, que se rasgaban las vestiduras por los desmanes de Bush hasta hace unos meses? ¿Será que las preocupaciones éticas sólo nos asaltan cuando nos cae mal el que está en el poder?]

Y sin embargo, en este caso, Obama está haciendo lo que debe hacer. Es un hombre sediento de mármol (nada raro ni escandaloso, mucho menos en un político) y tiene que saber —tiene que saberlo— que el mayor peligro para sus planes es que se produzca un ataque terrorista en Estados Unidos. Ante semejante suceso, su considerable capital político se evaporaría de la noche a la mañana como si lo hubiese tenido invertido en acciones de Lehman Brothers.

Sí, Obama lo sabe. Y es de suponer que Osama también. Y los dos saben que el mejor profiláctico contra esa debacle sería la captura o la eliminación física de sheik del terror, para decirlo como si fuera el título de una película de Bollywood. Con Osama Bin Laden preso o muerto, el capital político de Barack Obama se multiplicaría. No se trata de la importancia real que ese hecho tenga hoy para la seguridad de los Estados Unidos, por supuesto, sino de su poder simbólico.

Por lo tanto, esa concentración de tropas en Afganistán, es de suponer, no tiene como objetivo exclusivo sacarle las castañas del fuego a Hamid Karzai. Donde quiera que esté, Osama Bin Laden debe estar preocupado. Dígase o no, Osama y Obama están en una carrera contra el reloj: la vida de uno, y la vida política del otro, podrían estar en juego.

1 comment:

  1. Querido profesor:

    En primer lugar, enhorabuena por la inauguración de este espacio de reflexión serio e incisivo que tiene la virtud adicional de ser entretenido.

    El arranque de su crónica me pareció prometedor: nada sabía del continuismo de esta administración en términos de secretismo y del empeoramiento de las condiciones en Guantánamo. A esa valiosa información añade usted la correspondiente y justa crítica indignada. Sin embargo, en el siguiente párrafo todo aquello que se había molestado en apuntar de pronto importa poco o nada, cuando dice que "Obama está haciendo lo que tiene que hacer" seguido del acrobático adversativo "sin embargo".

    Sus lectores hemos de suponer que el secretismo y el sufrimiento de los presos ilegales de la Cuba ocupada son ingredientes necesarios para la captura de Bin Laden. Esa causalidad que usted propone me parece un tanto vaga por no decir inexistente.

    Sí, aplaudamos al mulato cuando lo merezca, pero evitemos también curarle con tanta premura el puntapié del trasero.

    Reciba un cordial y ultramarino saludo,

    Iñigo

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